Capítulo
8

Fue un alivio llegar al trabajo al día siguiente.

Me desperté junto a un Jax malhumorado y mudo. El resto del tiempo que pasamos juntos esa mañana estuvo cargado de tensión. Camino del metro mandé un mensaje a mi padre pidiéndole que me llamara cuando pudiera. Después eché un vistazo a mi e-mail. Sentí un subidón de adrenalina al ver el nombre de Deanna. Ya casi no me acordaba del favor que le había pedido, pero en cuanto me acordé no pude evitar hacerme ilusiones de que tuviera noticias frescas.

—Por favor, que tenga algo —mascullé para mí misma cuando llegué a mi estación y subí rápidamente las escaleras para salir a la calle. Estaba desesperada por conocer algo, lo que fuese, que me permitiera hacerme una idea más clara del hombre al que amaba.

Por desgracia, el e-mail solo decía que la llamara, y cuando probé a llamarla me saltó el buzón de voz. No tuve noticias suyas antes de llegar a Savor, donde tuve que silenciar mi móvil y guardármelo.

—Buenos días —saludé a Lei al llegar.

—Buenos días —ladeó la cabeza—. ¿Va todo bien?

Parpadeé, sorprendida por la pregunta.

—Sí, genial.

Vaciló. Luego dijo:

—Ven a mi despacho.

Respiré hondo y la seguí, intentando prepararme para lo que podía estar a punto de suceder.

Pasó junto a su mesa y se acomodó en uno de los sillones grises de la zona de descanso. Con el pelo suelto y liso parecía más joven, a pesar de su llamativo mechón de canas. Esperó a que me sentara en otro sillón. Después dijo:

—Estas últimas semanas ha habido mucha… tensión entre nosotras. Lo lamento muchísimo.

Relajé los hombros.

—Yo también.

—Estoy preocupada por ti, y tengo mis reservas respecto a Jackson, pero la verdad es que… —giró su silla para mirarme de frente— el problema es mío. Estoy proyectando en ti mi propia experiencia.

—Te refieres a Ian.

Su boca roja dibujó una sonrisa desganada.

—Debe de ser evidente que lo quería. Era todo mi mundo. Si me hubieras preguntado entonces, te habría dicho que jamás me traicionaría. Que no tenía valor para algo así. Te habría dicho que me quería demasiado para hacerme eso.

—¿Qué ocurrió? —nunca antes había sacado a relucir el tema, pero ahora que Lei había abierto la puerta, me moría de ganas por saber qué había convertido a mi jefa en la mujer que era actualmente.

—Estábamos trabajando en un acuerdo. Las negociaciones habían sido duras, pero yo llevaba ventaja e Ian me dejó hacer —una arruga pensativa apareció en su frente lisa—. Por desgracia, a veces me centro tanto en la cacería misma que me olvido de prestar atención a mi presa.

Miró el horizonte de Manhattan a través de las ventanas.

—Estaba demasiado segura de mí misma y pedí demasiado sin dar lo suficiente a cambio. Y lo que es peor, hice que el hombre que se sentaba al otro lado de la mesa de negociación se sintiera impotente e insignificante. En algún punto, por el camino, decidió hacer cualquier cosa para ponerme en mi sitio.

—¿En qué sitio?

—Detrás de Ian, y no delante de él. Creo que Bruce se sintió insultado por que Ian le obligara a tratar conmigo directamente. Creo que nunca me vio como la socia y la compañera de Ian, sino más bien como su ligue, y eso fue lo que utilizó contra mí.

—¿Cómo?

—Insistía en que nos reuniéramos una y otra vez, diciéndome que necesitaba aclarar no sé qué puntos o discutir posibles alternativas. Nos veíamos en los restaurantes de los hoteles en los que se alojaba, como hicimos tú y yo con los Williams en el Four Seasons. Después me di cuenta de que lo que se proponía era dejar un rastro de documentos que demostrara que habíamos tenido una aventura.

—Lei… —sentí en cierto modo el sufrimiento que estaba recordando. Su tono de voz transmitía tanto dolor…—. ¿Qué hiciste?

—Nada, y quizá ese fue mi error. Ian es celoso por naturaleza, así que en ese sentido era especialmente vulnerable. Me negué a confirmar o a negar sus acusaciones porque me dolió terriblemente que les hubiera concedido algún crédito. Le dije que lo averiguara por sí mismo, y al parecer fui juzgada y condenada.

—Vaya. Lo siento.

Se desembarazó de mi compasión encogiéndose de hombros, pero me dedicó una sonrisa desganada.

—De eso hace ya mucho tiempo.

Tamborileé con los dedos en el brazo de la silla mientras me pensaba si debía hablar de Jax con alguien que no se fiaba de él. Valoraba la opinión de Lei, pero sabía que no era objetiva en lo tocante a Jackson Rutledge.

Al final, sin embargo, se lo dije precisamente por eso. Quería una opinión extrema, una opinión que planteara el peor escenario posible.

Lei se inclinó hacia delante mientras yo hablaba y, cuando acabé, había apoyado los codos sobre las rodillas y la barbilla en las manos.

—Así que te está escamoteando información. La gente guarda secretos por dos motivos, principalmente: para protegerse o para proteger a otra persona. ¿Tienes idea de a qué se debe en su caso?

—No estoy segura. Teniendo en cuenta todo lo que hemos tenido que afrontar, es posible que esté intentando… protegerme de algo. Pero esto… No puedo evitar sentir que no quiere que sepa que están utilizando a mi familia en beneficio de los Rutledge.

—Si es así, seguramente no será la última vez. ¿Qué sientes al respecto?

—Me indigna. ¿Cómo puede decir que me quiere y luego hacer cosas que me generan conflicto?

—Esa es una pregunta que tienes que hacerle a él. Cuanto antes.

Lei solo acababa de afirmar lo que yo ya sabía, pero aun así fue un alivio ver confirmada mi posición.

Ahora solo tenía que prepararme para lo que haría una vez tuviera la respuesta.

Cuando llegó la hora de la comida, eché un vistazo a mi móvil y vi que tenía una llamada perdida de Deanna. Me dirigí a una de las salas de reuniones de Savor en busca de intimidad y pasé por delante de Laconnie, que estaba colocando un nuevo expositor de especias y condimentos en la estantería, detrás del mostrador de recepción.

Me saludó al pasar y le dije que me encantaba el llamativo traje pantalón rojo que llevaba puesto.

Iba sonriendo cuando entré en la misma sala de reuniones a la que había llevado a Jax cuando había visitado Savor. Ese recuerdo ayudó a mitigar en parte la excitación nerviosa que sentía cuando marqué el número de Deanna.

—Gianna —me dijo—, menos mal que por fin podemos hablar.

—Sí, menos mal. ¿Cómo estás?

—Estupendamente. Espera, voy a irme a un sitio más tranquilo.

Un momento después, las voces que se oían de fondo, hablando al mismo tiempo, desaparecieron de repente.

—Bueno, he estado indagando sobre los Rutledge, centrándome sobre todo en Leslie Rutledge, como me sugeriste. Tienes mucho olfato. He dado con una mina de oro.

—¿Sí? —un escalofrío de inquietud me corrió por la espalda.

—La familia la hizo encerrar en un sanatorio un par de meses. Después de que le dieran el alta fue cuando desapareció de escena. En aquel momento corrieron rumores, nada concreto, pero ahora he encontrado una fuente fiable.

Se me encogió el estómago. Empecé a pasearme de un lado a otro.

—No sé qué clase de enfermedad mental tenía —prosiguió Deanna—, pero la verdad del caso es que se convirtió en alguien prescindible. Tenía un problema, así que la empaquetaron, la quitaron de en medio.

—¡No puede ser! —pensé en las fotos de Leslie que había visto en el cuarto de estar de Jax. Él no la había olvidado.

—Pues sí, así es. Espera un momento —tapó el micrófono del teléfono y luego añadió—: En fin, saldrán más detalles a la luz cuando la historia se haga pública. Es lo que pasa siempre.

Me erguí, aterrorizada.

—¿Cuándo la historia se haga pública? ¿Qué quieres decir?

—Es noticia, está punto de ser de dominio público.

—¡Ese no era el trato!

—¿Qué trato? —replicó Deanna—. No teníamos ningún trato, aparte de que ibas a pagarme por mi tiempo, cosa que no voy a pedirte porque esto va a compensarme con creces en otros aspectos.

—¡No puedes publicar esta historia! —siseé mientras daba vueltas a la mesa de reuniones con paso frenético.

—Ya está hecho, Gianna. No se menciona tu nombre, así que no te preocupes por eso. Escucha, tengo que colgar. Solo quería ponerte al día y darte las gracias. Cuídate, ¿vale?

Colgó y se cortó la llamada antes de que tuviera tiempo de apartarme el teléfono de la oreja.

Salí rabiosa de la sala de reuniones, tan enfadada que casi no podía pensar. Estaba tan furiosa conmigo misma como con Deanna. ¿Cómo era posible que no hubiera previsto la posibilidad de que utilizara la información que había descubierto?

—Tu chico sabe tratarte bien —comentó Laconnie cuando pasé otra vez a su lado—. Acabo de dejar otro envío sobre tu mesa.

Encogiéndome por dentro, sentí el peso de la culpa sobre mis hombros. Al ver un ramo de lirios blancos junto a mi teléfono se me cerró la garganta.

Agarré la tarjeta adjunta.

Estoy ondeando la bandera blanca de la rendición. Te quiero, nena. Hablamos esta noche.

Jax había firmado la tarjeta, pero mis lágrimas angustiadas emborronaron su firma.

Más que la violación de su intimidad, yo temía que una revelación tan personal acerca de su madre lo hiriera en lo más profundo. Las fotografías que había visto en el cuarto de estar de nuestra casa me habían convencido de que la quería, pero su reticencia a hablar de ella me hacía pensar que era un tema doloroso para él.

Y ahora todo el mundo se enteraría de lo que le había ocurrido, y la culpa era directamente mía.

Toqué un pétalo suave como el terciopelo.

—He metido la pata hasta el fondo —dije en voz baja.

Hundiéndome en mi silla, me puse a pensar en cuál sería la mejor manera de decirle lo que había hecho.

Tenía más o menos claro cómo iba a sacar a relucir el tema de Deanna cuando se abrieron las puertas del ascensor en el piso del ático y de pronto me encontré frente a un caos.

Me detuve, anonadada. La puerta del ático estaba abierta de par en par y dentro había una docena de hombres y mujeres trajeados, paseándose de un lado a otro por mi cuarto de estar con el móvil pegado a la oreja.

Las náuseas que llevaba sintiendo todo el día empeoraron y de pronto pensé que iba a vomitar allí mismo, en el vestíbulo.

Cuando crucé el umbral y entré en el apartamento, busqué a Jax. No lo vi, pero Parker estaba delante del televisor, con la mirada fija en las fotos de su difunta esposa. Habría destacado en medio del gentío por su sola presencia, pero inmóvil entre aquel enjambre frenético de desconocidos atrajo mi atención de inmediato. Volvió la cabeza hacia mí. Noté el instante en que cobraba conciencia de mi presencia. Echó a andar hacia mí.

—¿Qué ocurre? —pregunté, aunque temía conocer ya la respuesta.

—Estamos intentando apagar un fuego. Siento haber invadido esto, pero Jackson prefiere ocuparse de ciertos asuntos desde el despacho de casa.

—¿Puedo hacer algo?

Su boca, tan parecida a la de Jax, se torció en una mueca irónica.

—Me vendría bien una copa. Algo fuerte, preferiblemente.

—Está bien —miré hacia el aparador que había junto a la ventana, donde varias botellas de cristal contenían algunos de los mejores licores del mundo. Fruncí el ceño al ver solo un jarrón de flores encima del aparador—. Voy a traerte algo.

—Gracias. Yo dejaré tu bolso en tu habitación —dijo, tendiéndome la mano para agarrarlo.

Mientras Parker echaba a andar por el pasillo, fui sorteando a los hombres y mujeres que deambulaban por el cuarto de estar atestado de gente. Por todas partes captaba retazos de conversaciones.

—Confirmar la fuente…

—Deberíamos pensar en una posible demanda por calumnia y difamación…

—Declarar la guerra a la familia Rutledge es un disparate…

Me temblaban las manos cuando abrí las puertas del aparador. Las botellas de cristal estaban guardadas dentro, en perfecto orden, pero vacías. Fui a la cocina, donde descubrí que la nevera de los vinos estaba vacía.

Miré desconcertada a Parker cuando volvió.

—Por lo visto se nos ha acabado todo.

—Yo tampoco he encontrado nada.

—Lo siento. Voy a llamar al portero. ¿Te apetece algo en concreto?

Tocó mi brazo.

—Ya me encargo yo. ¿Por qué no te encierras en tu habitación y te olvidas de este lío?

—Tengo la sensación de que debería ayudar de algún modo.

—Tú cuida de mi hijo —murmuró—. Esto déjamelo a mí.

Abrí la boca para decir algo, pero no me salió nada. No sabía qué decir. Acabé asintiendo con la cabeza y eché a andar por el pasillo. Pasé de largo junto a mi cuarto y entré en el despacho de Jax. Estaba solo, de pie frente a la ventana, con los brazos cruzados, dando órdenes a alguien a través de unos auriculares con micrófono incorporado.

—Necesitamos esos archivos. Sí, lo entiendo y me importa una mierda. No creas que esto no va a afectarte a ti también. Ya. Puedes llamarme a este número —tocó los auriculares, se giró bruscamente y se detuvo al verme de pie delante de su mesa—. Gia…

Se quedó callado. Pasándose una mano por el pelo, masculló un exabrupto. Parecía nervioso y cansado. Se había quitado la chaqueta y la había arrojado sobre la silla del rincón. Llevaba desabrochado el chaleco, y también el botón del cuello de la camisa. Se había aflojado la corbata y la sombra de la barba que a esas horas empezaba a asomar en su barbilla le daba un atractivo peligroso.

—Hola —dije en voz baja.

—Nena —suspiró—, siento todo esto. Ha surgido algo y tenemos que solucionarlo.

—¿De qué se trata?

—Hoy hemos recibido un soplo acerca de un artículo que supuestamente va a publicarse mañana y estoy intentando conseguir información sobre la periodista y lo que ha escrito.

Tragué saliva.

—Deanna Johnson.

Se quedó helado.

—¿La conoces?

—Salió una temporada con Vincent.

—Joder —frunció el ceño—. Necesito todos sus datos de contacto: e-mail, número de móvil y de fijo, dirección…

—Está bien —me acerqué—. Jax, tenemos que hablar.

—Lo sé, y hablaremos. Pero ahora mismo no puedo.

—Esto es culpa mía.

Se acercó a mí y me dio un beso en la frente.

—No. Debería haberte dicho lo de Ted y…

Su móvil empezó a sonar sobre la mesa.

—Tengo que contestar —tocó otra vez sus auriculares—. Rutledge —contestó enérgicamente, y luego añadió—: Es un comienzo. ¿Cuándo puedes conseguírmelos?

Me dio la espalda y apreté los puños. Salí del despacho para ir a buscar mi móvil y darle la información que me había pedido. Iba a tener que confesar antes de que volviera a interrumpirme. Detestaba haber actuado a sus espaldas, pero Jax tenía que saberlo.

Con el móvil en la mano, volví a su despacho y cerré la puerta al entrar. Jax había dejado de hablar por teléfono y estaba sentado a su mesa, leyendo algo en el monitor.

—Tengo la información que querías —me acerqué a él—. Deanna ha escrito un artículo sobre tu madre. Acerca de cómo la familia la hizo encerrar en un psiquiátrico.

Echó la cabeza hacia atrás como si hubiera recibido un golpe.

—¿Has hablado con ella?

Tragué saliva, notando un nudo doloroso en la garganta.

—Hablé con ella hace unas semanas. Y otra vez esta tarde. Lo siento muchísimo, Jax. No debería haberme puesto en contacto con ella. No tenía ni idea…

Se quedó mirándome sin pestañear, tan quieto que comprendí que estaba en estado de shock.

—Siéntate —ordenó con amenazadora suavidad—. Y dime de qué coño estás hablando.

Prácticamente me dejé caer en la silla de delante de su mesa. Su modo de mirarme hacía que me temblaran las rodillas. Sus ojos oscuros eran como los de un tiburón, duros e inermes.

—¿Recuerdas que dije que iba a investigar un poco y a…?

—¿Recurriste a una puñetera periodista? —se levantó bruscamente y apoyó de golpe las manos sobre la mesa—. ¿Estás loca o qué?

—Me puse en contacto con Deanna como amiga. Fue antes de que me dijeras que no volvería a tener intimidad.

—¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¿El daño que podría causar esto? ¡Se suponía que la enfermedad de mi madre no debía convertirse nunca en pasto para los putos medios!

—Jax… —me levanté, y di un respingo cuando se apartó de la mesa tan violentamente que volcó su silla—. Sé que es algo muy personal y muy doloroso, pero hay un montón de familias afectadas por enfermedades mentales. La gente lo entenderá y…

—Mi madre no estaba loca, Gia —dijo con frialdad—. Era una borracha.

El desprecio que rebosaba su voz me pilló por sorpresa.

Miró hacia la ventana.

—No pudo soportar la presión.

Aquella sencilla declaración me desveló muchas cosas. Sentí que me escocían los ojos mientras los recuerdos se agolpaban en mi cabeza y se definían con una claridad que antes me había faltado.

—El alcoholismo es una enfermedad, Jax. Tú mismo lo dijiste.

—Ella era débil —cruzó los brazos—. Se casó con quien no debía, teniendo en cuenta sus expectativas.

—Se querían. Eso fue lo que me dijiste.

Se encogió de hombros.

—Parker intenta cambiar el mundo. Ella hubiera preferido que se limitara a cambiar la bombilla o el canal de televisión.

—¿No le gustaba la política?

—No le gustaba la forma de vida que entraña —me miró de frente—. Los proyectos políticos requieren aliados y los aliados requieren compromisos. No le gustaban algunos de los compromisos que tenía que asumir. El alcohol era para ella como coraje líquido. Lo utilizaba como muleta.

Me hundí en mi silla, agotada por los altibajos emocionales que llevaba sufriendo todo el día. Nada me apetecía más que meterme en la cama con Jax y abrazarlo, pero sabía que no permitiría que lo ayudara. Y me dolía.

—Jax… Cuando dijiste que alguien a quien querías se había hundido por culpa del estrés, te referías a ella, ¿verdad?

Dio un respingo y por fin sentí que empezaba a comprenderle. Entendía, claro, por qué se había puesto tan nervioso al verme beber en el Rossi… y por qué de pronto no había alcohol en el apartamento. Si creía que el problema con Ted y con mi padre bastaba para impulsarme a beber, estaría preocupado por cómo podían afectarme futuros incidentes mucho más estresantes. Y no podía olvidar que nos habíamos conocido en un bar…

—Se parecía mucho a ti —dijo en un tono nada halagüeño—. Su familia, sus expectativas respecto a cómo debía ser su relación con mi padre. Creía que tener ideas políticas y dedicarse activamente a ellas era una elección, no una responsabilidad.

Sentí el impulso de defender a Leslie Rutledge, una mujer a la que nunca conocería y con la que sin embargo simpatizaba. No era fácil vivir conforme a las normas que marcaba Jax y con las que yo no siempre estaba de acuerdo.

—Si la mantenían en la ignorancia, como a mí, no me extraña que no tuviera los mismos intereses que el resto de vosotros.

—Mi padre se lo contaba todo, ese fue su error. Quería que le diera su aprobación, pero lo único que conseguía era enfurecerla. A veces el fin justicia los medios, y los medios pueden ser muy feos.

Tomé aliento, temblorosa.

—Estás muy enfadado con ella.

—¡Tengo derecho a estarlo! Intentó hacerme elegir entre su visión de las cosas y la de mi padre. Nadie debería verse obligado a estar en esa situación, y menos aún un adolescente —giró los hombros hacia atrás—. No puedo hablar de esto contigo ahora. Tengo que hacer… algo. Minimizar los daños. Si es que es posible.

—¿Qué puedo hacer?

Cerró los ojos y bajó la cabeza. Su actitud derrotada me rompió el corazón, pero lo que dijo a continuación me desgarró las entrañas.

—Deberías dormir en casa de tus hermanos esta noche. Y hacer la maleta para un par de días.

El dolor me impulsó a contraatacar.

—¿También echaste así a tu madre de tu lado? ¿Es así como tratas con las personas que te quieren cuando te molestan?

—A pesar de todos sus defectos —replicó entre dientes—, ella nunca nos saboteó.

—¡Eso no es justo! He cometido un error, Jax, y no puedo expresar cuánto lo siento, pero lo hice porque te quiero, no porque quisiera hacerte daño.

Abrió los ojos.

—Esta relación ha sido un error desde el principio.

Su tono frío y tajante hizo que se me helara la sangre en las venas.

—¿Sabes qué, Jackson Rutledge? Que te jodan.