Capítulo
7

Estás fantástica —dijo Lynn, mi mejor amiga, mirándome de arriba abajo—. No te había visto tan guapa desde Las Vegas.

—Teniendo en cuenta que de eso hace un par de años, no me parece un cumplido muy halagüeño —era una broma y ella lo sabía, igual que yo sabía que últimamente estaba bastante guapa.

Llevaba tres semanas viviendo con Jax y había adelgazado unos dos kilos: la dieta de la luna de miel, sin luna de miel. Jax era insaciable y, debido a ello, yo comía mejor. Saber que alguien te veía desnuda todos los días era un gran incentivo para alimentarse bien.

Se rio y paseó la mirada por el Rossi.

—El restaurante también está genial.

Había mucho trabajo en los dos locales de mi familia, debido en parte a que en los medios se hablaba de Jax y de mí. Como me había esforzado por no saber nada de Jax durante el tiempo que habíamos pasado separados, no sabía lo mucho que aparecía su nombre en las noticias. Me había dicho que a los blogs de cotilleos y a la prensa del corazón iba a encantarles, pero había olvidado mencionar cómo lo adoraban a él. La gente quería verlo desempeñando un cargo público. Era joven, guapo, un Rutledge, y lo bastante implacable para ir siempre a por todas.

—Las vistas son tan deliciosas como siempre —añadió Lynn, mirando a mi hermano Vincent, que estaba ocupándose de la barra.

Él levantó la cabeza, la sorprendió mirándolo y le guiñó un ojo.

—Cálmate, corazón mío —masculló Lynn y, poniéndose un mechón suelto de su pelo rojo detrás de la oreja, le lanzó un beso.

Gruñí.

—Ya tiene el ego bastante subido.

—Más me gustaría subírselo a mí.

—Por favor, qué asco —puse los ojos en blanco. Había sugerido que quedáramos en el restaurante porque quería estar a gusto, sin tener que preocuparme de que alguien me hiciera una foto. Me había acostumbrado a ir siempre acompañada de un guardaespaldas, pero en el Rossi tenía además a mi familia para vigilar que nadie invadiera mi intimidad.

Me lanzó una mirada compasiva.

—¿De veras es tan duro?

—Bueno, no es terrible. No soy famosa, ni nada por el estilo. Pero siempre parece haber uno o dos fotógrafos merodeando a mi alrededor.

—Esas ratas, siempre al acecho.

Me encogí de hombros. Lo había asumido como parte de mi vida. Cada vez que me enfadaba, me recordaba a mí misma que Jax nos había roto el corazón a los dos para mantenerme alejada de los medios. Si algo había aprendido durante esas tres semanas, era lo feliz que podía hacerme estar con Jax. No recordaba haber sido nunca tan feliz.

—Es solo que tengo que tener cuidado, nada más.

Se giró en el taburete y me miró de frente mientras balanceaba las piernas con aire juguetón. Con su vestido largo de flores, su chaqueta vaquera, y sus montones de pulseras y collares que hacía ella misma (y vendía), rebosaba elegancia bohemia.

—¿Cómo es Jackson, por cierto? Un día normal, quiero decir. En las entrevistas parece tan… reconcentrado.

—Y lo es. Pero también puede ser juguetón. Y divertido. Todos los días me hace reír.

Lynn sonrió.

—Mira qué sonrisa tienes. Casi compensa el que políticamente sea tan conservador.

Puse cara de fastidio. No quería enzarzarme en una discusión acerca de las opiniones liberales de Lynn. Eso se lo dejaba a mi padre, a quien le encantaba hablar con ella sobre sus puntos de vista políticos, muy parecidos en algunas cuestiones.

—Lo cual no quiere decir que no pueda ser también terco, irracional, exasperante…

—Un hombre, en definitiva.

—Sí.

—Entonces… hablando de política…

—No estábamos hablando de eso —dije con firmeza.

Me lanzó una amplia sonrisa.

—Yo sí. ¿Habéis conseguido reunir ya a toda la tribu?

—Todavía no —moví con nerviosismo los pies sobre la barra metálica del taburete—. Hemos quedado para almorzar este sábado. Era la única hora a la que podíamos todos.

—Dios mío, vas a tener que contármelo todo con pelos y señales. Ojalá pudiera verlo. Va a ser un almuerzo alucinante.

No se equivocaba. En muchos sentidos, los Rossi y los Rutledge eran dos familias de distinta raza.

Mordí un pedazo de crostini y miré mi móvil, que acababa de sonar encima de la barra. El mensaje de Jax me hizo sonreír. Trae lasaña cuando vuelvas.

Lynn también le echó un vistazo.

—Vaya, no me digas que ya se ha acabado el romanticismo.

Mi teléfono volvió a vibrar.

El helado para lamértelo del cuerpo ya lo tengo.

Lynn se rio y yo me reí con ella.

—Necesito un novio —volvió a mirar a Vincent, que estaba agitando una bebida—. O por lo menos un rollo.

La distraje para que dejara de mirar al rompecorazones de mi hermano.

—¿Qué tal el trabajo?

—Muy ajetreado —jugueteó con sus largos collares—. Las ventas por Internet están creciendo muchísimo. Si siguen subiendo también los impuestos y el alquiler, puede que cierre la tienda y me dedique solo a la venta online.

—¿En serio? ¡Pero si te encanta tu tienda! —sabía cuánto le había costado abrirla y lo mucho que había ansiado demostrar que su dedicación a la joyería artesanal y a la cerámica no eran simples aficiones inútiles.

Se encogió de hombros, pero pude ver que aquello le preocupaba.

—No estaría mal marcarme mi propio horario y tener más tiempo para pensar en nuevos proyectos. Además, podría ir a más convenciones y ferias, y eso me beneficiaría.

Yo quería que siguiera pensando positivamente.

—Tienes que darme más tarjetas tuyas. La semana pasada llevé tus pendientes de amatistas a una fiesta y un montón de gente me dijo que eran preciosos.

—¿Sí? —se animó—. Es genial. Gracias.

Le pedí a Vincent con un gesto que nos pusiera otras dos cervezas mientras Lynn sacaba algunas tarjetas de su enorme bolso.

—¿Qué tal te va a ti en el trabajo? —preguntó al dármelas.

—Bien.

—¿Todavía te encanta?

—Pues sí —sonreí a mi hermano cuando nos puso delante dos vasos de cerveza recién tirada y se llevó los anteriores.

—¿Me estás ocultando algo?

Miré a mi mejor amiga con los ojos entornados. Era demasiado perspicaz.

—No, nada.

—¿Y a tu jefa no le importa que estés con Jackson? —insistió.

Suspiré y tomé otro crostini.

—No hablamos de ello. Y está bien, porque es mi jefa y no mi amiga, pero aun así…

—¿Crees que está molesta?

—Yo diría que se lo está tomando bastante bien, teniendo en cuenta que vivo con el socio del tío que le fastidió la vida. Todavía confía en mí, comparte conmigo información sensible, pero hay… algo entre nosotras que antes no estaba —y eso me molestaba. Muchísimo.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Qué puedo hacer? —mastiqué y tragué, acompañando el pan con un trago de cerveza—. Imagino que está esperando a ver cómo van las cosas. Cuando pase el tiempo suficiente, puede que se tranquilice.

Lynn arrugó la nariz.

—¿Has hablado con Jackson?

—No puedo. Él siempre intenta arreglarlo todo. Querrá intervenir y suavizar las cosas, y puede que la situación acabe siendo todavía más incómoda.

—Seguramente es la mejor cualidad que podía tener, desde mi punto de vista. Toda chica quiere que su mejor amiga acabe con un tío dispuesto a matarle los dragones —me guiñó un ojo—. Y lamerle todo el helado.

Riendo, giré la cabeza y paseé la mirada por el restaurante atestado de gente. En la entrada, junto a la recepción, varios clientes esperaban a que las mesas se despejaran y se montaran con enérgica eficacia, gracias a la insistencia de mi padre en contar con un robusto servicio de camareros. Había familias, parejas y grupos, y una estrella de televisión disfrutaba de un ilusorio anonimato en su mesa preferida. Me llamó la atención el flash de una cámara y miré hacia lo que parecía ser una fiesta de cumpleaños. Por encima del murmullo de las conversaciones y el tintineo de los cubiertos, un tenor italiano cantaba acerca del amor y el desamor a través del sistema de altavoces.

Me embargó un sentimiento de felicidad, como siempre que estaba en el Rossi.

—¿Acaba de helarse el infierno? —preguntó Lynn.

Volví a mirarla.

—¿Qué?

Señaló con un gesto de la barbilla y miré hacia donde indicaba. Parpadeando, vi a mi padre junto a Ted Rutledge, que le había pasado el brazo por los hombros. Ted vestía traje y corbata, mientras que mi padre llevaba su chaqueta blanca de cocinero, sus pantalones negros y el delantal rojo del Rossi. Giovanni Rossi seguía siendo un hombre guapísimo, con una buena mata de pelo canoso y una mandíbula firme. Un fotógrafo les hizo una foto.

—Desde aquí no lo veo bien —dijo Lynn—. ¿Eso que lleva en la camisa es una chapita de campaña electoral?

Miré primero a mi padre y luego a Ted. Efectivamente, Ted tenía algo prendido en la chaqueta.

—Es la segunda vez que viene esta semana —comentó Vincent detrás de mí.

Al mirar a mi hermano, vi que un músculo vibraba en su mandíbula.

—No sabía nada —le dije.

—¿No? —sus ojos marrones se endurecieron—. ¿Y Jackson? ¿Puede decir lo mismo?

Lynn se marchó sobre las ocho, pero yo decidí quedarme y esperar hasta el cierre para poder hablar con mi padre. También decidí volver al loft con Angelo y Vincent.

Como estaba cansada y de mal humor y no tenía ganas de discutir con Jax, le mandé un mensaje diciendo que no iba a ir a dormir esa noche y luego guardé el teléfono en el bolso. Bebí una copa de anisete aderezado con un poco de limón. Después de ver a Ted con mi padre, necesitaba un trago para calmarme.

Sentí que Jax entraba en el restaurante antes de verlo. Siempre había sido muy sensible a su presencia, pero esa sensación se había vuelto más intensa desde que vivíamos juntos.

—Gia —deslizó posesivamente las manos por mis caderas y el calor de su cuerpo se transmitió a mi espalda.

Miré a Vincent, que nos observaba con el ceño fruncido, y le dije a Jax por encima del hombro:

—¿Qué haces aquí?

—He venido a recogerte —me rodeó la cintura con los brazos—. ¿No pensarías de verdad que iba a dejar que pasaras la noche en otra parte?

Acabé mi bebida.

—No sabía que estaba prisionera.

Se tensó al oír mi tono. Luego susurró:

—Si vamos a discutir, prefiero que sea en casa.

—No quiero discutir, por eso no iba a ir a casa esta noche.

Dio un paso atrás.

—Vámonos.

—No me estás escuchando.

Me hizo girarme y se inclinó hacia mí.

—Todavía no has dicho nada que merezca la pena escuchar.

—¿Perdona? —lo miré con rabia, intentando no hacer caso de lo guapo que estaba con su jersey negro de cuello de pico y sus vaqueros anchos.

Puso las manos sobre la barra, a ambos lados, encerrándome entre ellas.

—No voy a dejarte aquí para que sigas bebiendo y dando vueltas a lo que sea que te ha enfurecido, y desde luego no pienso dormir solo.

—Apártate, Jackson —ordenó Vincent, acercándose a nosotros.

Jax levantó la cabeza.

—Eres su hermano e intentas cuidar de ella. Eso lo respeto, pero es mi chica y la quiero, y tú tienes que respetarlo. No te metas en nuestros asuntos.

—Si no quiere irse, no tiene por qué hacerlo.

—¡No habléis de mí como si no estuviera aquí! —dije enfadada, lanzándoles una mirada de advertencia—. No me gusta que los Rutledge entren aquí y nos manejen a mí y a mi familia. ¡Dijiste que querías protegernos de la curiosidad pública, no exhibirnos!

Vi que entendía lo que me había hecho enfadar. Luego, su rostro pareció cerrarse sobre sí mismo y se volvió inexpresivo.

—Y puedes decirme lo que opinas… pero en casa.

—Es tarde y mañana tengo que trabajar. Además, quiero hablar con mi padre sobre ese asunto con Ted, sea lo que sea. Evidentemente, no sé de qué se trata porque nadie se ha molestado en explicármelo.

—Ya he hablado yo con tu padre de esto —contestó, y su tono sonó tan razonable y condescendiente que me rechinaron los dientes—. Y no me vengas con que es tarde cuando estás aquí sentada, bebiendo.

—Para que te enteres, Jackson: tengo edad suficiente para beberme una copita de licor. Y todo lo que se me antoje beber.

—¿También eres lo bastante madura?

—¿Qué quieres decir con eso?

Bajó la mano y descolgó mi bolso del gancho de debajo de la barra.

—Emborrachándote no vas a arreglar nada.

—¡Yo no me estoy emborrachando!

—Muy bien —me lanzó una sonrisa crispada—. Entonces no hay razón para que te quedes.

—Jax…

—Deberíamos callarnos los dos —se inclinó hasta que nuestros ojos quedaron al mismo nivel—. No pienso salir de aquí sin ti.

—Gianna —dijo Vincent—, ¿quieres que me encargue yo de esto?

—No, lo tengo todo controlado —me bajé del taburete. De repente tenía unas ganas locas de pelea. Al menos, si Jax solo tenía que vérselas conmigo, sería una pelea justa. Si se metían mis hermanos, acabarían a puñetazos—. Luego te llamo.

Jax se despidió de Vincent haciéndole un gesto con la barbilla. Luego puso la mano sobre mi codo para llevarme a la puerta. Despidió al guardaespaldas que esperaba junto a la entrada y me hizo salir al aire fresco de la noche, llevándome hacia un coche aerodinámico y sexy que esperaba en un vado.

Eché un vistazo al coche mientras Jax me abría la puerta del copiloto. No era la clase de coche que se alquilaba. Era, sin embargo, la clase de coche que a Jax le sentaba como un guante.

No dijo nada más mientras volvíamos al ático. Dejó que la tensión se hiciera cada vez más densa y ardiente. Manejaba el carísimo coche deportivo con enérgica facilidad, completamente relajado entre el caos de las calles de Manhattan y los taxis que circulaban dando bruscos bandazos.

Solo cuando entramos en el ascensor de nuestro edificio rompí el silencio, incapaz de soportar el peso de su mirada.

—¿De qué hablaste con mi padre?

—De que el Rossi apareciera como un pequeño negocio próspero y en expansión.

—¿Que apareciera dónde?

—En diversos medios.

Crucé los brazos.

—¿De carácter político?

Arqueó una ceja.

—¿Qué si no?

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no hablamos de trabajo, ni del tuyo, ni del mío.

Se abrieron las puertas del ascensor y me indicó que saliera. Pasamos por el sistema de seguridad y entramos en el ático.

—Creo que tenemos que aclarar una cosa —arrojé mi bolso sobre el sillón—. Si no he entendido mal, trabajas en finanzas.

—Y tú trabajas con Lei Yeung —repuso mientras cerraba la puerta—. Pero eso no impide que te metas en el negocio de tu familia, ¿verdad?

Me volví hacia él.

—¡Yo jamás tendría una conversación con tu padre sin decírtelo!

—Eso no puedes afirmarlo aún —se quitó el jersey, dejando al descubierto su hermoso torso cincelado, que no pude evitar mirar—. ¿Y por qué no estás también enfadada con tu padre por no haberte dicho nada?

Tenía razón, lo cual me irritó. De pronto sentí que me estaba comportando de manera irracional, y detesté esa sensación.

—¿Qué haces?

Echó a andar por el pasillo.

—Me estoy preparando para irme a la cama.

—¡Estoy demasiado enfadada para dormir contigo!

—Cariño —dijo por encima del hombro—, lo mismo digo.

Me quité los zapatos y fui tras él hasta el dormitorio. Se quitó los zapatos y los vaqueros y en un instante estuvo gloriosamente desnudo.

Debajo de los vaqueros, había estado empalmado todo el tiempo.

Me quedé aturdida un momento. Después repliqué quitándome la ropa yo también.

—No quiero que utilicéis a mi familia.

—Y yo no quiero que mi novia malinterprete mis intenciones —retiró bruscamente el edredón y se metió en la cama.

—¡Eres tú quien se empeña en decirme que tu familia no es de fiar!

Se apoyó contra el cabecero.

—Pero tú no estás enfadada con mi familia, ¿verdad? Estás enfadada conmigo. Y en vez de preguntarme, decides emborracharte y cerrar filas.

—No habría tenido que preguntarte nada si me lo hubieras dicho desde el principio —entré en el cuarto de baño—. Pero da igual. Tú siempre tienes razón, ¿verdad, Jax?

—Yo tengo la impresión de hacerlo todo mal —masculló detrás de mí.

Abrí el grifo de la ducha y me quité el maquillaje mientras se calentaba el agua. Cuando por fin me metí bajo el chorro, me tomé mi tiempo. Alargué la ducha todo lo que pude con la esperanza de que Jax se quedara dormido y dejara de hablar.

Con los ojos cerrados, permanecí bajo el chorro de agua caliente. Jax era un hombre que acobardaba a hombres de carácter dominante con una sola mirada. Manipulaba a los demás, se negaba a ceder terreno y era un estratega extremadamente agudo. Yo admiraba todas esas cosas en él. Me sentía atraída y excitada por su dominio de sí mismo, pero al mismo tiempo odiaba que se parapetara tras él dejándome fuera, que me excluyera y me tratara como a una oponente.

No me cabía en la cabeza pasar el resto de mi vida así, siendo tratada de esa manera.

—¿También voy a tenerte que sacar de aquí a rastras? —preguntó Jax, abriendo la mampara de cristal. Se quedó parado entre el vapor que se enroscaba ansiosamente alrededor de su cuerpo desnudo.

—Vete —le dije cansinamente mientras cerraba los grifos—. Esta noche duermo en el cuarto de invitados.

Apretó la mandíbula. Su pecho se expandió cuando tomó aire lenta y profundamente.

—Yo… —se detuvo—. Lo siento.

Asentí con la cabeza, lo aparté y pasé por su lado.

—Gracias. Yo también lo siento. Los dos nos hemos equivocado.

Me puse el albornoz que colgaba de la percha y envolví mi pelo en un turbante para secarlo.

—Buenas noches, Jax.

Me siguió por el dormitorio y, cuando me acerqué a la puerta del pasillo, me agarró del codo.

—No seas así. He dicho que lo siento y lo he dicho de verdad.

Me detuve y lo miré.

—Lo sé, y yo también lo he dicho de verdad, pero con eso no se arregla un problema fundamental de comunicación que estamos teniendo. No hablamos de la familia. No hablamos del trabajo. Salimos juntos y follamos, lo cual nos convierte en amigos con derecho a roce más que en cualquier otra cosa, ¿no te parece?

Me atrajo hacia sí y se arrimó al mismo tiempo de modo que nuestros cuerpos quedaran pegados.

—Te quiero, Gia. Nunca había querido a nadie así. Tú lo sabes.

Suspiré.

—Y yo te quiero tanto que no pude olvidarme de ti ni siquiera cuando creía que me habías dejado tirada como si fuera basura. Pero eso supone que puedes hacerme muchísimo daño, Jax. Me está costando mucho vivir en la periferia de tu vida. Y si estar contigo me duele más que estar sin ti, tengo que decidir qué es mejor para mí.

—Tú eres el centro de mi vida —apoyó las manos sobre mis hombros—. No pasa un segundo sin que piense en ti.

—Puede que sea verdad, pero tienes una capacidad única para excluirme de todo, y no estoy segura de poder soportarlo.

—Eres tú quien me está excluyendo ahora —dijo en tono de reproche—. Hace un rato me rechazaste.

—Así que otra vez estamos manejando mal este asunto. Puede que sea una señal. Mira, necesito dormir un poco. Podemos hablar de esto mañana. ¿De acuerdo?

Agarró mi nuca.

—Duerme conmigo. No te tocaré si eso es lo que quieres.

Me moría de ganas de hacer lo que me pedía, pero también me preocupaba que fuera como poner una tirita en una herida que necesitaba muchas más atenciones.

—Quiero dormir en la habitación de invitados.

Me aparté y salí de la habitación. Sentí sus ojos clavados en mi espalda cuando salió al pasillo, detrás de mí. Curiosamente, me quedé dormida casi enseguida, a pesar de que tenía el pelo mojado y una opresión dolorosa en el pecho.

En algún momento, durante la noche, sentí que Jax se metía en la cama conmigo. Me tumbé de lado, me abracé a la almohada y volví a dormirme.