—Esas vistas son una lata, tío —comentó Nico mientras dejaba una caja con mis cosas sobre la barra del desayuno y se acercaba a las ventanas—. Demasiado cielo, y además no se puede espiar a los vecinos.
—No necesito más vistas que esta —replicó Jax, agarrándome por la cintura cuando entré en su apartamento (en nuestro apartamento) detrás de mi hermano.
—Voy a vomitar —masculló Vincent, entrando por la puerta abierta cargado con mi maleta y un macuto—. ¿Dónde pongo esto?
—Déjalo en el suelo —le dije, y me revolví cuando Jax me mordisqueó el cuello.
Era una tarde preciosa de sábado, perfecta para salir a pasear por la ciudad. Una mudanza no era lo que más me apetecía, pero no me quejaba. Y tampoco se había quejado mi familia, lo cual me parecía un pequeño milagro.
Jackson Rutledge era capaz de vender arena en el desierto. En ningún momento había dicho que lo nuestro fuera un compromiso de por vida, y sin embargo había logrado transmitir un deseo serio y apasionado de vivir conmigo cuando nos habíamos sentado a hablar con mi familia, al cerrar el restaurante el jueves por la noche. Creo que los dos sabíamos que mi familia oía campanas de boda, pero Jax no parecía sentirse presionado por sus expectativas. Yo, por mi parte, me esforzaba por no hacerme ilusiones.
Lei me había deseado buena suerte el viernes, en la oficina, cuando le había contado mis planes, pero parecía muy poco entusiasmada. Era duro para mí, porque me había acostumbrado a buscar siempre su aprobación, y dependía mucho de ella.
—Parece que llego justo a tiempo.
Sentí que Jax se tensaba al oír la voz de su padre. Aflojó su abrazo y se incorporó, soltándome para volverse hacia Parker Rutledge.
—Traigo cerveza —dijo su padre, levantando un paquete de doce. Su sonrisa era amplia y su cara guardaba un parecido sorprendente con la de su hijo. Le tendió la mano a Vincent y se presentó. Luego me miró—: Ahí está la mujer gracias a la cual mi hijo sonríe sin parar últimamente. Me alegro de volver a verte, Gianna.
—Hola, señor Rutledge.
—Parker, por favor —abrió el paquete de cervezas y le dio una Vincent. Luego entró en el cuarto de estar para estrecharle la mano a Nico—. He visto en el portal al otro Rossi. Parecía estar haciendo una apuesta con el portero.
Lancé una mirada a Jax y vi que su semblante se endurecía, convirtiéndose en una máscara inescrutable. Tenía la mirada fija en Parker, que acababa de pasar una cerveza a mi hermano mayor.
—¿Qué os parece si nos reunimos todos la semana que viene? —propuso Parker, incluyéndonos a todos con una mirada—. Tus padres también, por supuesto. Y Regina, mi mujer.
—Los Rossi está tan ocupados como nosotros —contestó Jax con voz crispada—. Más, seguramente.
—No me cabe duda. Emprendedores americanos de pura cepa —Parker dejó el paquete de cervezas sobre la mesa baja y sacó una para él—. Pero seguro que encontraremos un hueco. A fin de cuentas, la familia es la familia.
La mirada oscura y pensativa de Nico buscó la mía. Se encogió de hombros.
—Claro. ¿Por qué no?
Cuando se marcharon todos, Jax me dejó para que ordenara mis cosas donde quisiera y se encerró en su despacho. No hablamos de ello, pero estaba segura de que antes de que apareciera su padre tenía planes distintos para nuestro primer sábado juntos. Parker Rutledge entraba en una habitación como un rayo de sol, y su hijo se volvía de hielo al instante.
¿Qué les ocurría? ¿Por qué cada vez que aparecía su padre se abría automáticamente entre nosotros un abismo?
En menos de una hora acabé de deshacer mi equipaje y me puse a dar vueltas por aquella casa desconocida, sin saber qué hacer. Pensé en ver la tele y luego decidí buscar en Internet horarios de películas y restaurantes para cenar. Ni muerta pensaba permitir que Parker me arruinara mi primer fin de semana viviendo con Jax.
Me dejé caer en el sofá, apoyé los pies en la mesa baja y me puse el portátil sobre las rodillas. Acababa de teclear mi contraseña cuando apareció Jax.
—Hola —lo saludé. Mi sonrisa se borró cuando vi la crispación de sus ojos y su boca—. ¿Va todo bien?
—Claro. ¿Por qué?
—Tienes el pelo muy alborotado, estás muy sexy —sus mechones oscuros estaban revueltos, como si hubiera estado metiéndose las manos entre ellos para liberar su tensión interna, lo cual yo habría hecho encantada por él.
Me lanzó una mirada avergonzada y se pasó la mano por el pelo para alisárselo.
—Estaba pensando que… ¿Te apetece ir a uno de esos aburridísimos eventos sobre los que te advertí?
—Con tal de verte con esmoquin, me apetece cualquier cosa.
Su boca se suavizó en una sonrisa irónica.
—Muy bien, entonces.
Cerré mi ordenador y lo dejé sobre la mesa.
—Pero tendré que ir de compras. ¿Cuándo es?
—Esta noche.
Levanté las cejas.
—¿No podías avisarme con más tiempo?
—Acabo de enterarme —contestó con fastidio—. Podemos hacer que venga una estilista con varios vestidos para que te los pruebes.
—¿En serio? ¿Es un asunto importante?
Se reclinó en la pared, en lo que podría haber sido una pose relajada, de no ser por lo tenso que estaba. Casi podía ver la agitación que irradiaba.
—Te voy a presentar como mi novia. Pero antes de que se te meta en la cabeza que quiero que tengas un aspecto en concreto, permíteme decirte que te llevaría igualmente si fueras vestida como estás ahora.
Me puse en pie y miré mi sencilla camiseta blanca de tirantes y mis pantalones piratas de color tostado.
—Ni lo sueñes.
—Nena, con ese cuerpazo todo te queda sexy —cruzó los brazos, poniéndose cómodo—. Es solo que no quiero que tengas que salir de compras y correr de un lado a otro por toda la ciudad.
—Puedo encontrar algo en cualquier tienda, a no ser que te parezca mal.
—En mi opinión, le quita toda la gracia al asunto. Puedo traer a alguien aquí y ver cómo te vistes y te desvistes. Si vamos de tiendas, me echarán a patadas de los probadores.
Una sonrisa contenida tensó mis labios.
—Pervertido.
—Me confieso culpable.
—¿Haces esto a menudo? —preguntó con la mayor naturalidad de que fui capaz. No se me escapaba que la mayoría de los hombres no tenían una estilista de guardia para sus novias.
—¿Que me echen a patadas de los probadores? Por lo general, no.
Me dije que era mejor dejarlo correr.
—Bueno, es un alivio saberlo. De todos modos… prefiero salir un par de horas y dejarte trabajar.
—¿Y pasarte toda la tarde preguntándote si me dedico a vestir de punta en blanco a todas las chicas a las que me tiro? —preguntó, incorporándose.
—No quiero hablar de tus conquistas —agarré mi bolso del sillón y miré alrededor buscando mis zapatos.
—Solo quieres enfadarte conmigo por cosas que inventas dentro de tu cabeza.
Lo miré con enfado.
—Si tienes problemas con tu padre, no la tomes conmigo.
—Esto no tiene nada que ver con él.
—¿De veras? Porque tengo la impresión de que casi todo en tu vida tiene que ver con él.
—Tú, no —contestó con calma. Amenazadoramente. Se acercó a mí—. Deja de cambiar de tema y suéltalo de una vez, Gia.
—No importa, Jax. Cuando te conocí, ya sabía que tenías mucho éxito con las mujeres. Lo superaré.
—Tuve mis momentos —reconoció—. Pero nunca me ha importado un comino qué sentía la mujer a la que me estaba tirando, y mucho menos qué ropa llevaba.
Levanté la barbilla.
—¿Por qué siempre estás tan dispuesto a comportarte como un capullo de primera clase?
Se encogió de hombros.
—Solo digo lo que veo.
—No, intentas pintar un retrato tuyo que no tiene nada que ver con la realidad. No puedes seguir diciéndome que te conozco y al mismo tiempo empeñarte en que en el fondo eres un gilipollas —volví a dejar mi bolso—. Es como si intentaras convencernos a los dos de que eres lo que no eres.
—Más bien recordarnos a los dos lo que soy —se detuvo delante de mí—, lo que hay dentro de mí, esperando a salir.
—Creo que eso es lo que te hace pensar tu padre.
—Estás obsesionada con mi padre.
—Solo digo lo que veo —repliqué.
Se quedó mirándome un buen rato, con el cuerpo rígido. Entre nosotros, el aire pareció cargarse de tensión.
—Lo que pareces ver es que mi padre y yo tenemos muchas cosas en común, además de la cara.
—Bueno, pues vamos a hablar de ello.
—No quiero hablar de ello.
—Solo quieres que nos peleemos.
Levantó la mano y, al frotarse la nuca, su bíceps tensó la manga de su camiseta. Gruñó.
—Lo que quiero es follarte a cuatro patas.
—Jax —me reí, no pude evitarlo.
Se notaba a la legua que estaba cabreado, y su reacción era tan típicamente… masculina.
—Tienes suerte de que me haya criado con tres hermanos, ¿sabes? Estoy acostumbrada a la chulería de los chicos.
—Y me estás volviendo loco.
—Eso lo estás haciendo tú solito, con ese desorden de personalidad múltiple que tú mismo has confesado —toqué su mandíbula con un dedo—. Espera, ya lo tengo. Tienes un hermano gemelo. ¡Sois dos!
Cerró los ojos y se frotó las sienes con las yemas de los dedos.
—Dios mío.
—Si me acuesto con los dos, ¿puede considerarse adulterio?
Bajó las manos y me miró.
—¿Estás enamorada de los dos?
Toqué su pecho.
—Estoy enamorada de ti.
Dando un suspiro, me abrazó y besó mi hombro.
—En política, la imagen lo es todo. A veces me piden que ayude a otras personas a mejorar la suya. Por eso conozco a un par de estilistas.
Subí las manos por debajo de su camisa para tocar su piel desnuda. Se estremeció suavemente y, al oír su leve gemido, se me disparó el corazón.
—Me alegra saberlo.
Quería saber más, pero por primera vez en nuestra relación teníamos tiempo para dejar que las cosas fueran creciendo por sí solas y desarrollándose. Me permití el lujo de disfrutar de ello.
Había unas cuantas cosas en la vida que me dejaban maravillada de asombro hasta cortarme la respiración. Jax con esmoquin encabeza la lista.
Lo vi cruzar el salón de baile con una copa de champán en cada mano. Caminaba con feroz elegancia, y su paso exudaba una sexualidad inconfundible. El hotel de Washington estaba lleno de potentados de la política y las finanzas, de hombres y mujeres que enarbolaban un poder inmenso. La luz de las gigantescas lámparas de cristal se reflejaba en las joyas de incalculable valor y en el cabello reluciente y perfectamente peinado de los invitados. Las copas de cristal tintineaban al entrechocar, y el zumbido de las conversaciones sonaba como un enjambre de abejas.
En medio de todo aquello, Jackson Rutledge destacaba entre la multitud.
Su pelo era casi tan negro como su esmoquin, su piel se veía ligeramente bronceada y unas cejas de corte arrogante coronaban sus ojos. Su esmoquin, de impecable factura, se ceñía a sus anchos hombros y realzaba la longitud de sus piernas.
Me lamí los labios discretamente. «Es mío».
Me habría fijado en él en cualquier circunstancia, pero fue su mirada lo que hizo que se me acelerara el corazón.
—Sigue encantándome ese vestido —comentó al darme una copa e inclinarse para besarme el hombro.
Esbocé una sonrisa al acercar mis labios a la copa. El vestido de apagado color oro era el primero que me había probado. Jax había votado por él nada más verlo, y había negado con la cabeza al ver los tres que me había probado a continuación. Una suave columna de seda listada enfundaba mi cuerpo, sostenida por finas tiras de lentejuelas en los hombros y la espalda. Al principio no había estado muy convencida del color, pero era cierto que el vestido insinuaba espléndidamente mis curvas, en lugar de ceñirse a ellas.
—Gracias.
Se volvió para mirar hacia el salón y apoyó la mano en mi cadera con gesto descaradamente posesivo.
—Dentro de un par de horas podemos volver a Nueva York. O podemos dormir aquí, en el hotel.
—O unirnos al Club de la Milla Aérea. A fin de cuentas, ¿qué sentido tiene tomar un avión privado, si no hacemos guarrerías dentro?
Clavó los dedos en mi carne.
—Otra vez tengo una erección en público. Muchísimas gracias.
Me reí y me recosté en él.
—¿Qué tienes que hacer aquí?
—No estoy seguro —bebió un sorbo de champán—. En cuanto aparezca Parker, me haré una idea.
—Depende mucho de ti, ¿verdad?
Se encogió de hombros, pero vi de nuevo aquella crispación en torno a su boca. Poco después, la tensión se extendió también a su cuerpo grande y fuerte, y al seguir la dirección de su mirada descubrí por qué. Parker y Regina Rutledge acababan de llegar. Estaban junto a la entrada del salón de baile, rodeados por quienes estaban ansiosos por codearse con los Rutledge. Había varios personajes semejantes en la fiesta, pero Parker era el mago detrás del telón al que todo el mundo quería ver.
Miró hacia nosotros, sonrió al fijar la mirada en mí y luego miró a Jax. Parecieron comunicarse en silencio.
—Dame un segundo, nena —murmuró Jax, y se alejó, avanzando fácilmente entre el gentío, que se abría para dejarle paso.
Estuve mirándolo hasta que llegó junto a su padre. Después, observé el lenguaje corporal de ambos.
—Vaya, estás estupenda cuando te arreglas —comentó una voz conocida a mi lado.
Volví la cabeza para mirar a Allison Rutledge, antes Allison Kelsey. La recorrí con la mirada, fijándome en los cambios que se habían operado en ella. Apenas la había visto la noche que acompañé a Ian, así que aproveché la oportunidad para hacerlo ahora. Estaba más delgada que en Las Vegas, y ya entonces era muy flaca. Impecable y perfecta de una manera un tanto desabrida, parecía haberse endurecido y hastiado con el paso del tiempo. Había en sus ojos un tedio que era como un eco del que a veces veía reflejado en los ojos de Jax.
Pero seguía estando tan guapa como siempre, con el cabello oscuro, muy corto y elegante, enmarcando su cara de facciones delicadas y sus grandes ojos azules. Su vestido de tono aguamarina contrastaba bellamente con su piel de porcelana.
—Hola, Allison —dije, volviendo a fijar la mirada en los dos atractivos miembros de la familia Rutledge que hablaban al otro lado del salón.
—Es un vestido precioso —me examinó atentamente—. A Gretchen debe de encantarle, porque también lo sugirió. Pero no es mi estilo.
Bebí otro sorbo de champán para disimular mi reacción al oír inesperadamente el nombre de la estilista. Así pues, Gretchen era un as en la manga para toda la familia Rutledge. Era bueno saberlo.
—Quizá te sorprenda saber que tampoco fue mi primera opción.
Su sonrisa era cualquier cosa, menos amistosa.
—Eres muy lista por dejar que te vista Jackson. Claro que evidentemente eres más espabilada de lo que pensaba, o no estarías aquí.
—¿Te importaría ir a fastidiar a otra persona? —pregunté, agitando la mano con indiferencia—. Este es mi espacio y te conviene salir de él.
—Si no recuerdo mal, no te gusta la hipocresía, ni las chorradas, así que mejor me las guardo. A fin de cuentas, tenemos que llevarnos bien. Ya que estamos, podríamos empezar ahora.
—No tenemos por qué hacer nada juntas —la miré—. Sugiero que hagamos lo posible por evitarnos.
Levantó las cejas como si aquello la sorprendiera y luego se echó a reír con una risa tan melodiosa como su voz.
—No es así como funcionan las cosas, Gianna. Tú y yo vamos a ser superamigas, de cara a la galería. Vamos a comer juntas, y a ir de compras juntas. Ted y yo cenaremos con Jackson y contigo. Iremos a partidos de béisbol, a exposiciones y a toda clase de sitios donde sonreiremos a la cámara y pareceremos unidas como hermanas.
—Has bebido demasiado champán.
—Dejaré que te lo explique Jackson —me puse alerta al ver que sus ojos brillaban sospechosamente.
—¿Explicar qué? —preguntó Regina Rutledge al reunirse con nosotras.
—La próxima campaña de Ted a la alcaldía. Esta vez, Jackson se ha superado.
Apreté con fuerza el pie de la copa, oyendo campanas de alarma.
Regina dibujó una sonrisa, pero su voz sonó áspera y fría.
—Creo que deberías dejar que Jackson se ocupe de Gianna. Es muy protector.
—Me doy por enterada —Allison me miró—. Haré planes para que cenemos dentro de poco en Nueva York. Que te diviertas, Gianna. Y, repito, estás guapísima. Ese vestido te sienta como un guante.
Se alejó y me froté la nariz con el dedo corazón, mandándola discretamente a hacer puñetas antes de olvidarme de ella y apartar la mirada. Jax seguía junto a su padre, que había apoyado la mano sobre su hombro mientras hablaban con un señor de pelo blanco cuya cara me resultaba vagamente familiar.
—No le hagas caso —comentó Regina, entrando en mi campo de visión.
El pelo rubio le rozaba los hombros en elegantes ondas que recordaban a la época dorada de las estrellas de Hollywood.
—Está celosa. Tiene a un Rutledge, pero… —se encogió de hombros con indiferencia—. Ted no es Jackson, ni Parker.
Para mis adentros, le di la razón.
—Me alegra volver a verte —dijo.
Su boca se curvó.
—Tú y yo somos afortunadas. Jackson no perderá aguante con la edad, te lo aseguro.
Levanté las cejas. Aunque Regina estaba más próxima a mí en edad que su marido, seguía siendo la madrastra de Jax. Se me hacía raro hablar con ella de sexo.
Jax apareció delante de mí, me quitó la copa y se la pasó a Regina. Fijó sus ojos oscuros en mi cara, me agarró de la mano y me atrajo hacia sí.
—Baila conmigo.
Me llevó a la pista de baile, rodeándome con los brazos.
—Eres la mujer más bella de la fiesta.
—Con halagos no vas a conseguir nada —era embriagador estar en brazos de Jax en público, casi tan embriagador como en privado—. Pero debo decir que preferiría no usar los servicios de estilistas que también trabajen para Allison. No me cae bien, Jax.
Acarició mi espalda con los dedos.
—Tampoco a mi padre le encanta, pero está casada con Ted. Es de la familia.
—Estoy harta de que me trate como si fuera un poste en el que afilarse las garras.
—Puede ser un mal bicho —comentó—, pero si tiene garras es por un buen motivo. Tú también vas a necesitarlas, Gia.
Le lancé una mirada arisca.
—Sé que crees que no soy lo bastante dura para enfrentarme a la vida que llevas, y voy a demostrarte que te equivocas. Dicho esto, no pienso molestarme en pasar tiempo con personas que me maltratan.
—Entonces, eso de que íbamos a ser un equipo, ¿solo se aplica a lo que tú elijas?
—¡Eso no es justo! Yo jamás te pediría que sufrieras en silencio mientras la gente te insulta. Te respeto demasiado para pedirte eso.
Un músculo vibró en su mandíbula.
—No se trata de respeto, Gia. No debería tener que decirte que pienso hablar con Allison acerca de cómo te trata. Debería ser evidente. Pero nos guste Allison o no, tenemos que trabajar todos juntos.
—Yo no tengo que hacer nada por ella.
—Entonces hazlo por mí —replicó—. Esta es mi vida. Te dije claramente lo desagradables que podían resultarte algunos de sus aspectos.
Me sorprendió su vehemencia.
—A ti esto te gusta tan poco como a mí. Lo sé. No quieres estar aquí, en esta fiesta. Sería distinto si me pidieras que aguantara por algo que de verdad te importa, pero no es el caso.
—Esto me lo he buscado yo, Gia —contestó, crispado, con expresión dura y distante—. Y tú has tomado la decisión de quedarte a mi lado.
Sacudí la cabeza, intentando reconciliar al Jax que tenía delante con el que había conocido al principio. Aquel Jax había sido siempre divertido, exuberante, un hedonista en muchos aspectos.
—No te comprendo. La vida es corta, Jax. ¿Por qué pasarla dedicándote a cosas que no te hacen feliz?
—Acostarme contigo me hace muy feliz.
Le di un empujón en el hombro.
—Hablo en serio. Esto es importante. Necesito saberlo de verdad.
Estuvo un rato sin contestar, el tiempo suficiente para que acabara una canción y empezara otra. Sentí que dentro de él se operaba un cambio, que su respiración se agitaba y me apretaba con más fuerza.
—El momento de tomar otro camino llegó hace tiempo, y pasó.
—Eso es una excusa. No tienes ni treinta años. Tienes toda la vida por delante, y no hay nada en tu pasado que no puedas arreglar.
Jax miró por encima de mi hombro. Su mirada parecía distante y desenfocada, como si estuviera viendo algo que yo no podía ver.
—A veces no se puede volver atrás —masculló—. No te queda otro remedio que afrontar las consecuencias y reconocer tus errores.
—Pero no hay por qué seguir cometiéndolos —toqué su mejilla para que volviera a mirarme—. Estamos empezando de cero, Jax. Tenemos otra oportunidad para hacer las cosas bien. No malgastemos nuestras energías en personas y situaciones que nos deprimen.
Exhaló un suspiro y me dio un rápido beso en la frente.
—Salgamos de aquí.