Lei estaba hablando por teléfono cuando llegué al trabajo. Se paseaba por su despacho mientras hablaba por el micrófono de los auriculares. Me saludó con la mano y me dedicó una rápida sonrisa, lo cual solo hizo que me supiera aún peor la noticia que tenía que darle.
Como estaba ocupada, me fui a mi mesa y empecé a revisar mi buzón de voz, anoté mensajes para Lei y tomé nota de las llamadas que tenía que devolver. Normalmente estar en el trabajo me relajaba, pero ese día estaba demasiado nerviosa. Movía los pies sin parar debajo de la mesa.
—Gianna…
Miré hacia el despacho de Lei y la vi apoyada en la jamba de la puerta. Iba vestida con pantalones rojos y camisola blanca de seda y llevaba el pelo negro recogido en una sencilla coleta. Parecía más joven de lo que era, y muy delicada, pero sus ojos oscuros la delataban: Lei podía ser tan delicada como un tigre de dientes de sable.
—¿Qué tal Chad? —preguntó.
Me levanté y apoyé las manos en el escritorio para sostenerme firme.
—Está muy contento con el Mondego, con el proyecto y con cómo avanzan las obras. Y también está feliz con la elección de David e Inez, pero… conmigo no.
—¿Ah, no? —sus ojos se agrandaron—. ¿Qué ha pasado?
—Jackson Rutledge. Más concretamente, el hecho de que Jax me haya pedido que me vaya a vivir con él.
—Entiendo —se enderezó—. ¿Por qué no hablamos en mi despacho?
La seguí, sintiéndome un poco como si me hubieran llamado al despacho de la directora para echarme una bronca.
Más allá de los grandes ventanales del amplio despacho de Lei, Manhattan se extendía para asombro y deleite de la vista. Torres relucientes cuya arquitectura, ideada para impresionar, hacía sombra a edificios con siglos de antigüedad. Depósitos de agua de madera levantados sobre pilotes delgados como cerillas, rasgos del paisaje de la ciudad tan distintivos y amados como cualquier otro hito arquitectónico. Piscinas azules en las azoteas y verdes jardines en las terrazas señalaban los apartamentos de los ricos. Grúas gigantescas recordaban que la ciudad, rebosante ya de vida, seguía creciendo.
Aquel paraíso de cristal y metal era el paraíso del gourmet. Nueva York era famosa por su estupenda comida y sus grandes cocineros, y Lei era una fuerza motriz de aquel mundo que yo amaba tanto. Era un golpe muy duro sentir que la estaba decepcionando.
—Hace una semana —comenzó a decir—, hacía dos años que no sabías nada de él.
—Lei, voy a serte sincera. Estoy cansada de escuchar a todo el mundo, incluida a mí misma. Nunca me habían presionado tanto para que me mantuviera alejada de algo. ¡Ojalá la gente estuviera tan dispuesta a ayudar cuando me pongo a dieta!
Se apoyó contra la parte delantera de su mesa y agarró el borde con las manos. Aquella broma sin gracia no le hizo esbozar siquiera una sonrisa.
—Bueno, yo me fui a vivir con Ian con el tiempo. No fue algo planeado. Sencillamente, cada vez pasaba más noches con él y llegó un momento en que pareció absurdo que siguiera pagando el alquiler de mi casa.
Se detuvo como si estuviera pensando en cuál era el mejor modo de decirme algo que tal vez yo no quisiera oír. Después, lo dijo sin más rodeos:
—Pero sé más espabilada de lo que fui yo. Hazle firmar un acuerdo jurídico para que no tengas que pelearte por cosas insignificantes mientras se te rompe el corazón.
Apreté los puños.
—Estás muy segura de que va a acabar mal.
—No debería tener que recordarte que Ian tardó diez años en darme la puñalada por la espalda. Jackson ha tardado menos de una semana en hacer más o menos lo mismo. Vamos, Gianna. Tú no eres una ingenua.
—Aprendo de mis errores —contesté, y lamenté que mi voz sonara tan a la defensiva.
—No digo que no tengas que correr ese riesgo. Arriesgándose es como se consiguen las mayores recompensas. Solo te digo que mitigues esos riesgos. Estás hablando de una fusión, pero no estás pensando en tomar las precauciones más elementales.
De pronto, me sentí como una idiota.
Lei lo notó y suavizó el tono:
—Jackson ya te ha costado el proyecto del Mondego. No dejes que te quite nada más.
El resto del día transcurrió como de costumbre, pero yo no dejé de sentirme fatal. Dudaba seriamente entre decirle adiós a Jax y despedirme de la vida que había levantado sin él. Lo más fácil era olvidar que había vuelto a mi vida, pero, después de desear una cosa tanto tiempo, era durísimo renunciar a ella ahora que la tenía al alcance de la mano.
Poco después de las tres sonó mi teléfono y contesté con todo el entusiasmo del que fui capaz.
—Gianna —dijo Chad, un poco alterado—, ¿puedo hablar con Lei?
Cerré los ojos, consciente de que iba a pedirle trabajar con otra persona. Yo me había hecho ilusiones de que el lapso de tiempo transcurrido entre su regreso a Nueva York y aquella llamada significara que había cambiado de idea, o al menos que había decidido esperar un poco antes de apretar el gatillo.
—Voy a ver si está libre. No cuelgues.
Me levanté y me acerqué a la puerta de su despacho. Estaba trabajando en su ordenador, con las cejas fruncidas por encima de las gafas rojas. Llamé suavemente.
Levantó la vista.
—¿Sí?
—Te llama Chad Williams.
Se quitó las gafas y asintió.
—Pásamelo.
Regresé a mi mesa y transferí la llamada. Luego, intenté concentrarme en otra cosa que no fuera el murmullo de la voz de Lei. Pero era demasiado fácil ponerme a pensar en Jax, acordarme de su voz la última vez que me había dicho que me quería.
Había estado loca por él desde la primera vez que lo había visto. No sabía cómo renunciar a él. Tampoco sabía cómo vivir con él. No iba a ser fácil integrarlo en mi vida. Iba a tener que cambiarla de arriba abajo para hacerle un hueco.
¿Por qué no me había enamorado de alguien sencillo y con buen carácter? Alguien que introdujera un poco de diversión en mi vida, en vez de un montón de problemas.
—Gianna…
Levanté la vista cuando Lei salió de su despacho con los labios fruncidos pensativamente.
—¿Sí? Me preparé para el golpe. ¿Cuándo volvería a tener la oportunidad de dirigir un proyecto de la magnitud del contrato con el Mondego?
—Chad acaba de tener una reunión con Jackson Rutledge —dijo.
Estiré la espalda y noté un nudo en el estómago. Mierda. ¿Iba a volver a jorobarme Jax?
—¿Por qué?
—Se ha ofrecido a invertir tres millones de dólares a cambio del treinta por ciento de las acciones.
Me quedé boquiabierta.
—¿Qué?
¿Qué significaba aquello? ¿Intentaba robarme a Chad? ¿Cómo iba a hacerlo, teniendo Chad un contrato con Lei?
Mi jefa arrugó el ceño.
—Básicamente, nos está ofreciendo una garantía de que no saboteará a Chad, una garantía que asciende a tres millones de dólares.
Me quedé mirándola mientras intentaba asimilar la noticia.
Se encogió de hombros.
—Chad va a decirles a sus abogados que echen un vistazo a los papeles, pero también va a mandármelos a mí. Quiere asegurarse de que no hay un posible conflicto.
Asentí lentamente con la cabeza y miré mi cajón pensando en el móvil que guardaba dentro.
—No ha dicho nada de que quiera trabajar con otra persona —añadió Lei—. No hay motivo para ello, si la oferta es válida.
—Ya —dije, pero seguía intentando asimilar el significado de lo que había hecho Jax.
—Deduzco que le hablaste de los recelos de Chad.
Me levanté lentamente e hice un gesto afirmativo.
—Pero no sabía nada de esto, te lo juro.
—Ya lo veo, por tu cara —se quedó mirándome un momento más—. Parece que Jackson intenta despejarte el camino.
—Sí —era un disparate. ¿Qué tenía él que ganar?
Resultaba deprimente tener que hacerme esa pregunta. ¿Cómo era posible que lo quisiera más que a nada en el mundo y que al mismo tiempo dudara constantemente de él?
Sonó el teléfono de mi mesa y contesté, aliviada por tener una excusa para esquivar la mirada penetrante de Lei.
—Gia —la voz de Jax hizo que dentro de mí se desatara un tumulto aún más violento—. Esta noche hablamos con tu familia, cuando cierre el restaurante. Tengo mucho trabajo, así que nos vemos allí. Un chófer estará esperándote cuando salgas de trabajar y se quedará contigo hasta que sea la hora de llevarte al restaurante. Él se encargará de cargar las cosas que vas a traerte al ático para pasar estos días, hasta el fin de semana. Después iremos a recoger el resto. Deja que…
—Jax, por favor, ¿quieres frenar un poco? —me dejé caer en mi silla, sintiéndome agotada.
Se quedó callado un instante.
—Hemos tardado dos largos años en llegar a este punto.
—Sí. Dos años de vacío. Sin saber ni una sola palabra de ti. Y ahora, de repente, entras en mi vida como una apisonadora, arramblando con todo. Estoy hecha polvo. Agotada. No puedo pensar. No sé cómo resolver esto.
—¿Qué es lo que hay que resolver? —replicó, molesto, lo cual solo consiguió irritarme más aún.
Me erguí en la silla, pero bajé la voz. Odiaba tener una conversación tan personal en el trabajo, pero me sentía incapaz de retrasarla. Llevaba horas bullendo por dentro y estaba a punto de estallar.
—¿Por qué narices has tardado tanto? ¿Por qué ahora? ¿Por qué luchas por mí ahora?
—¡Porque tú por fin estás luchando por mí! —replicó—. Estabas contenta con cómo nos organizábamos en Las Vegas. Querías que siguiera siendo así, seguramente pensabas que seguiríamos así un año o dos, a ver qué pasaba. Y eso no era posible, Gia. El tiempo que pasamos juntos era tiempo prestado. Un poco más y alguien nos habría descubierto y habría empezado a perseguirte, a intentar aprovecharse de ti mientras yo estaba a miles de kilómetros de distancia. La verdad es que dejé que durara demasiado.
—¡Podrías habérmelo explicado!
—Tonterías. Has tenido muchas oportunidades, Gia. Esperé a que llegaras a la conclusión de que merecía la pena luchar por lo nuestro. No pasaba ni un día sin que esperara que llamaras o aparecieras de repente. Ni siquiera me dejaste un mensaje para decirme que estabas enfadada. Llamaste un par de veces, mandaste un par de e-mails y luego nada. Tiraste la toalla.
—Entonces, ¿era una especie de prueba? —pregunté, rabiosa—. ¿Me rompiste el corazón para ponerme a prueba?
—Puede ser. Y no creas que no me fastidia haber sido yo quien ha tenido que volver para conseguir que por fin dijeras que querías más.
—¡Eres un capullo!
—Tienes mucha razón, lo soy. Nunca he dicho lo contrario.
Sentí el picor de las lágrimas y aquello fue la gota que colmó el vaso. Estaba en el trabajo. No iba a derrumbarme en mi mesa y que cualquiera que pasara por allí me viera llorar.
—Tengo que dejarte.
Colgué. Lei había vuelto a su despacho en algún momento, por suerte. Me quedé allí parada un minuto, temblando de rabia y de tristeza. No podía creer que Jax me culpara a mí del tiempo que habíamos pasado separados.
Cerré los ojos, respiré hondo y me obligué a olvidarme de todo aquello. Guardé a cal y canto mis emociones y me concentré en el trabajo que tenía entre manos.
—Que te jodan, Jax —susurré al sentarme en mi silla.
Después, me volqué en el trabajo.
Un Mercedes negro estaba esperándome junto a la acera cuando salí de trabajar. Lo reconocí nada más verlo porque el conductor que esperaba junto al coche tenía un aire reconcentrado y amenazador, a pesar de su traje negro y almidonado. Se notaba a la legua que era un guardaespaldas y sus ojos se clavaron en mí tan fijamente que noté su mirada a pesar de que llevaba puestas unas gafas de sol de espejo.
¿Había elegido Jax a propósito a un guardaespaldas capaz de intimidarme? Otra táctica para asustarme. Otra prueba.
Últimamente había descubierto muchas facetas nuevas de Jackson Rutledge. ¿Había estado enamorada de un espejismo todo ese tiempo?
El conductor me saludó con una enérgica inclinación de cabeza y abrió la puerta trasera. Me deslicé dentro y me hundí en el asiento de piel, suave como la mantequilla. Cerré los ojos y anhelé estar en casa. Quería tenderme en mi cama y llamar a mi amiga Lynn, a Las Vegas. Ella estaba a mi lado cuando conocí a Jax, y había sido testigo de las semanas que siguieron. Si alguien podía ayudarme a poner las cosas en perspectiva, era Lynn.
El motor cobró vida con un ronroneo y el coche se apartó de la acera. Consciente de que teníamos un lento camino por delante debido al atasco de hora punta en Manhattan, repasé mentalmente los días anteriores y procuré ordenar mis ideas para hacerme entender mínimamente, al menos, cuando hablara con Lynn. No llegué muy lejos: al poco rato, me di cuenta de que estábamos entrando en un aparcamiento subterráneo. Abrí los ojos, me erguí y reconocí el edificio de Jax.
—Creía que íbamos a mi casa —le dije al chófer.
—Me han dicho que la traiga aquí.
Estuve a punto de ponerme a discutir, pero sabía que no era culpa suya. Era Jax quien me estaba sacando de quicio. Y, si no tenía la suficiente sensatez para dejar que me tranquilizara un poco antes de verlo, iba a recibir lo que se merecía.
Uno de los conserjes me abrió la puerta y salí. El chófer me condujo al ascensor, introdujo el código del ático y dejó que subiera sola.
Las puertas del ascensor se abrieron en el piso del ático y vi que Jax me estaba esperando en el vestíbulo particular. Verlo fue como un mazazo.
Se había quitado la chaqueta del traje en algún momento y se había desabrochado el chaleco. Tenía floja la corbata y el botón de arriba de la camisa, desabrochado, dejaba ver su garganta morena y fuerte como una columna. Se había subido las mangas y enseñaba los antebrazos poderosos y llenos de venas.
Iba vestido como un empresario, pero exudaba la potente virilidad de un hombre en la flor de la vida. El deseo se agitó en los márgenes de mi ira y mi frustración.
—Pon la palma de la mano en el panel —ordenó, señalando con la barbilla el panel de seguridad que había junto a su puerta.
Apreté los dientes, pasé a su lado y mis tacones tamborilearon sobre el suelo de mármol. Apoyé bruscamente la mano en el cristal y pitó tres veces.
—Gianna Rossi reconocida y archivada —anunció una voz femenina informatizada mientras se abría la puerta.
Entré en su apartamento, tensa y dispuesta a luchar. Le oí cerrar la puerta detrás de mí.
Esperé a que dijera algo, pero se limitó a pasar por mi lado con paso confiado y sensual. Se comportaba como un hombre al que le gustaba follar y sabía que lo hacía bien. Esa sutil arrogancia sexual siempre me había excitado. A pesar de lo enfadada que estaba, seguía sin ser inmune a ella.
Se detuvo ante la vitrina de metal y cristal que había delante de los ventanales, agarró una botella de cristal y sirvió un líquido ambarino en un vaso corto. Bebió un sorbo de espaldas a mí.
El silencio se alargó, inundando la habitación. Dejé el bolso en uno de los sillones de piel negros y crucé los brazos mientras lo observaba, esperando. Siguió allí parado, como si estuviera solo en la habitación.
Por fin dije:
—Creía que tenías que trabajar hasta tarde.
—Y así es —contestó con voz firme.
—Entonces, ¿qué hacemos aquí?
Exhaló bruscamente.
—¿Qué es lo que dijiste en Atlanta? Algo así como que merece la pena aguantar toda esta mierda con tal de seguir juntos.
—No te comportes como si yo tuviera alguna autoridad o algún control sobre lo que está pasando aquí —crucé los brazos—. El que dirige el espectáculo eres tú, a mí solo me arrastras de un sitio a otro.
Jax se volvió para mirarme.
—Me dedico a arreglar problemas, Gia. Ya lo sabes.
—¡No es solo eso! No se trata solo de Chad y de mi familia. Lo nuestro siempre ha sido así. Tú dices cuándo y cómo y dónde y cuánto tiempo. Yo no pinto nada. No tengo ningún control.
Su rostro se crispó. Dio un paso hacia mí.
—¿Eso es lo que piensas? ¡Santo cielo, Gia, me tienes agarrado por los huevos!
—Si es así, no es eso lo que quiero. Quiero que seamos un equipo, Jax. No quiero que ninguno de los dos sienta que está a merced del otro.
Dejó el vaso sobre la mesa baja al pasar junto a ella, directo hacia mí.
—Estoy completamente a tu merced —afirmó en voz baja, con unos ojos tan oscuros que parecían negros—. Llevo todo el día teniendo la sensación de que, con cada paso que doy para acercarme a ti, solo consigo alejarte más de mí. Noto cómo me rechazas, cómo quieres distanciarte. Y no puedo soportarlo.
—Y yo tengo la sensación de estar tratando con un extraño. No sé quién eres cuando te comportas así. No puedo evitar preguntarme si alguna vez te he conocido de verdad. Y si no es así, ¿de quién demonios me he enamorado?
—Nena —tomó mi cara entre sus manos y acercó sus labios a los míos. Rozó mi boca de un lado a otro. Una, dos veces. Luego su lengua lamió la comisura de mis labios y sentí su aliento cálido y húmedo y su sabor, teñido por el licor que había estado bebiendo.
Gemí y eché la cabeza hacia atrás, intentando besarlo más profundamente. Una de sus manos rodeó mi nuca mientras la otra se deslizaba hacia abajo para agarrar mi cadera. Sus caricias ardientes hicieron que se me pusiera la piel de gallina. Me apretó suavemente y mis pechos se hincharon, volviéndose pesados y tiernos.
Respiré hondo y aspiré su aliento. Sentí que mi cuerpo se agitaba al reconocer a Jax como al único hombre al que deseaba frenéticamente, el único al que no podía resistirme. Levanté las manos y metí los dedos entre su pelo oscuro, sedoso y espeso para acercarlo a mí.
—Tú me conoces, Gia —susurró junto a mis labios—. Me quieres.
—Jax… —me apreté contra él, apoyándome en sus músculos flexibles y duros—. ¿Hemos cometido demasiados errores?
—Seguramente —su boca se deslizó por mi mandíbula y mi garganta, chupando suavemente—. Pero hay una cosa que siempre hemos hecho bien.
Me rodeó la cintura con el brazo y movió las caderas, apretando su miembro erecto y rígido contra mi vientre. Mi sexo se contrajo, hambriento de él.
—No podemos estar todo el tiempo en la cama —señalé, acordándome de los fines de semana en Las Vegas, cuando apenas desenredábamos nuestros cuerpos.
Me levantó en brazos, sosteniéndome como si no pesara nada.
—Dos años separados y seguimos enamorados. Tiene que ser más fácil estando juntos.
—De momento, no ha sido así —pero de todos modos me quité los zapatos.
Se dirigió a su dormitorio.
—Por eso voy a recordarte por qué merece la pena seguir adelante.