Capítulo
2

Interrumpí a mi cuñada en cuanto contestó al teléfono.

—¡Traidora!

Denise, que estaba recitando el nombre de su salón de belleza, se detuvo en medio de la frase y dijo:

—Así que te ha llamado, ¿eh?

—¡Está aquí! —me senté al borde de la cama con un gruñido.

—¿En Atlanta? ¿En serio? —silbó. Oí un chirrido de fondo y me la imaginé sentándose en el taburete fucsia de detrás del mostrador de la peluquería—. Está loco por ti.

—No puedo creer que me hayas vendido así. ¿No pensaste que, si hubiera querido que supiera dónde estaba, se lo habría dicho yo misma?

—Vamos, nunca te he visto mirar a un tío como lo miras a él. Quiero que seas feliz, no puedes reprochármelo.

—Se merece sufrir un poco, Denise. Se merece echarme de menos y preguntarse qué estoy haciendo.

—Ah, ya te entiendo. Lo siento.

Balanceé las piernas, con los ojos fijos en mis uñas.

—No, no lo sientes.

—Bueno, un poco sí —contestó—. Entonces, ¿vais a daros un beso y a hacer las paces?

—No se trata de eso.

—Dime de qué se trata, entonces.

—Chico conoce a chica; chico deja plantada a chica, chico vuelve a aparecer dos años después, como si nada; chico se folla a chica y luego le chafa un asunto de negocios de los gordos; chico quiere volver a follarse a chica, y puede que ella también quiera, pero esta vez chico dice sin rodeos que en algún momento volverá a dejarla tirada como una colilla.

—Umm —el globo que había hecho con el chicle restalló al estallar—. Si no hubiera visto cómo mira chico a chica, te diría que le des una patada en el culo.

—Seguramente sería lo más sensato. Así que ¿cuál es la alternativa?

—Follártelo a lo bestia. Hacer que su mundo se tambalee. Demostrarle lo que va a perderse. Que sufra cuando decida que ha llegado el momento de dejarte, para que no sea capaz de hacerlo.

Si fuera tan sencillo…

—Me parece un plan absurdo.

—Puede ser —se rio, y sonreí de mala gana—. Pero ese tío es un ejemplar de primera, Gianna. Hay cosas peores que pasar un par de horas en la cama con un tío bueno que además está enamorado de ti.

Me estaba diciendo lo que yo quería oír: una excusa para seguir adelante, en vez de cortar por lo sano y huir.

—Como consejera, eres un as, Denise.

—Lo que tú digas, pero, aunque Jackson te haga sufrir, piensa en lo bueno que es el sexo. Es fantástico para el cutis, se hace mucho ejercicio, y además es un subidón para el ánimo…

Puse los ojos en blanco.

—Voy a colgar.

—¡Te quiero! —añadió rápidamente.

—Yo también a ti —corté la llamada y me quedé allí parada un momento, dándome golpecitos en la barbilla con el extremo del teléfono.

Quería tanto a Jax que no me era posible dejarlo, ni siquiera por una cuestión de pura supervivencia. Y Jax me quería tanto que el único horizonte que imaginaba para nuestra relación era abandonarme. Tal vez Denise tuviera razón. Tal vez, en lugar de presionarlo constantemente, tuviera que quererlo con todas mis fuerzas. Hacer que de verdad sintiera mi amor, para que lo echara de menos cuando no lo tuviera, para que lo añorara tanto que al final tuviera que volver conmigo.

Pero el problema era que me había perjudicado profesionalmente. Y eso no podía olvidarlo. Era una herida demasiado honda.

Chad y Rick, el director del hotel, congeniaron enseguida. Disfruté oyéndoles hablar con sus acentos sureños, me encantaron los dos, y además lograron entretenerme. Pero cuando Rick nos invitó a cenar y Chad aceptó, yo rehusé la invitación: no quería entrometerme. Pensé que para él era importante conectar con Rick a su manera, sin tenerme revoloteando constantemente a su alrededor. No era su niñera, y no quería que sintiera que no confiaba en que fuera capaz de llevar aquel asunto él solo.

Llamé a Lei cuando llegué a mi habitación.

—Gianna —dijo al contestar, sabiendo que era yo por el identificador de llamadas de la oficina—, ¿cómo van las cosas por Atlanta?

—Chad está contento —dije—. Se siente a gusto y relajado, y está muy ilusionado. La visita ha conseguido lo que esperábamos.

Tan perspicaz como siempre, Lei preguntó:

—¿Y tú? ¿También estás bien?

—Jackson me ha seguido hasta aquí —no solía contarle a mi jefa asuntos tan íntimos, ni hablaba con ella como con Denise o con mis amigas. Se lo dije porque había un posible conflicto de intereses y no había modo de soslayarlo. No pensaba permitir que Jax volviera a poner en peligro mi trabajo.

—¿De veras? —su voz sonó pensativa—. Bien… ¿Y cómo te sientes al respecto?

—No estoy segura. No —puntualicé—, no es verdad. Me fastidia que haya complicado más aún una relación ya complicada de por sí invirtiendo en Pembry Ventures. Y no solo eso, sino que llamó directamente a Isabelle para asegurarse su defección. No puedo fiarme de él, Lei.

Cada vez que pensaba en lo que había hecho, volvía a enfadarme.

—Ese es un defecto fatal.

—Lo sé —el caso era que no podía sacudirme la impresión de que Jax había actuado premeditadamente para que nos distanciáramos, pero no sabía si por ello era más peligroso, o menos—. Si crees que estoy poniendo en peligro mi trabajo, necesito que me lo digas.

—Eso ya lo sabes. No voy a despedirte por quién sea tu novio, Gianna. Eso no es asunto mío. Pero si vuelve a hacer algo que dé la impresión de que ha conseguido información gracias a ti, deliberadamente o no, tendré que prescindir de ti porque entonces estaremos hablando de mis negocios. ¿Entendido?

Se me hizo un nudo en el estómago.

—Entendido.

—Está bien —su voz se suavizó—. ¿Qué tienes mañana en la agenda?

Se lo dije. Hablé tranquila y con voz firme, pero no pude desprenderme del miedo que había arraigado en mí. Había planeado todo mi futuro en torno a mi trabajo y no tenía un plan B.

—Llámame para contarme qué le ha parecido a Chad el proyecto del arquitecto cuando lo vea. Y cuídate, Gianna. Para mí no eres solo una empleada. Creo que lo sabes.

Asentí con la cabeza, aunque no pudiera verme.

—Sí. Gracias, Lei.

Colgamos y tiré mi teléfono sobre la cama. Empezaba a dolerme la cabeza y me aflojé el pasador que sujetaba mi pelo en un pulcro moño a la altura de la nuca. En ese momento odiaba a Jax de todo corazón. No sabía cómo enfrentarme a las emociones que había agitado dentro de mí desde que había vuelto a aparecer en mi vida. Oscilaba entre el deseo de curar sus heridas y el impulso de hacerle daño.

Ping. Mensaje entrante.

Al ver que era de Jax y que decía «Me estoy volviendo loco de deseo por ti», estallé.

Lo llamé. Todo lo que iba mal en mi vida era culpa suya y tenía que saberlo.

—Dime que estás en el vestíbulo —dijo al saludar, con voz ronca.

No me anduve con rodeos.

—Me encanta mi trabajo. Es lo más importante de mi vida, y corro peligro de perderlo por tu culpa.

Tardó un segundo en cambiar de tono.

—Joder, Gia…

—Si me quieres, dime ahora mismo si voy a acabar despedida por culpa de esto. Puedes acostarte con quien quieras, Jax. No me necesitas.

—Dios mío —exhaló bruscamente—. Los negocios que tenía que hacer con Ian Pembry, ya los he hecho.

Era otra evasiva. Y yo estaba harta de evasivas. Jax las utilizaba constantemente.

Colgué y arrojé el teléfono sobre la cama. Empecé a desvestirme, ansiosa por darme una ducha y quitarme de encima el cansancio y la tensión acumulados durante el día.

Empezó a sonar mi teléfono. Clic. Era hora de apagarlo.

Descolgué también el teléfono de la habitación antes de que empezara también a sonar. Había ido a Atlanta con idea de pasar algún tiempo alejada de Jax, y necesitaba estar lejos de él a pesar de que mi cuerpo protestara cada vez que pensaba en privarme de él.

—No lo necesito para tener un orgasmo —me regañé a mí misma en voz alta. Pero, naturalmente, eso suponía prescindir de lo que de verdad me encantaba de acostarme con Jax: él en sí mismo.

Veinte minutos más tarde, estaba hablando con el servicio de habitaciones con el pelo envuelto en una toalla cuando me sobresalté al oír que alguien llamaba a la puerta con impaciencia.

Supe que era Jax antes de que dijera:

—¡Abre la maldita puerta, Gia!

Apreté los dientes. Era imposible que en el hotel le hubieran dado mi número de habitación. Me sacó de quicio que tuviera los contactos necesarios para saltarse las normas que tenía que respetar todo el mundo.

Volví a concentrarme en mi llamada.

—¿Sabe qué? Que sea una botella de Sainte Michelle, en vez de una copa, por favor. Gracias.

Jax llamó aún con más impaciencia.

Colgué y me quedé mirando la puerta con cara de pocos amigos.

—Que te jodan —dije.

—Te estás comportando como una cría —a pesar de que sonó amortiguada por la puerta, su voz rebosaba furia.

—A ver si te enteras, Jax: no quiero verte.

—Pues es una lástima, porque tú no puedes quedarte ahí para siempre, Gia, pero yo puedo ponerte un guardia en la puerta que se asegurará de que, cuando salgas, irás directamente a verme. Tú eliges cómo quieres que hagamos esto.

Entorné los párpados, descorrí el cerrojo y abrí la puerta de un tirón. Jax se vino derecho a mí, obligándome a retroceder hacia el interior de la habitación. Conseguí ver de pasada a un tipo con traje detrás de él. Después, Jax cerró la puerta de una patada.

Retrocedí rápidamente mientras recorría con la mirada su cuerpo de arriba abajo. Llevaba pantalones negros de traje y chaleco a juego. La camisa y la corbata, de color gris, no lograban suavizar la impresión siniestra de su atuendo. Por el aspecto de su pelo, cuyos mechones más largos le caían sobre la frente en atractivo desorden, daba la impresión de que se había pasado muchas veces los dedos por él. Sus ojos marrones tenían una expresión ardiente cuando me inspeccionaron, y su irritación se hizo visible en el ceño que arrugó su frente.

Había dicho que yo estaba muy sexy cuando me enfadaba con él, y entendí lo que quería decir cuando me vi ante su presencia de más metro ochenta, rebosante de crispada virilidad. Las facciones de su bello rostro estaban tensas, la mandíbula rígida, la curva sensual de sus labios paralizada en una línea inflexible. Tenía un aire peligroso y salvajemente erótico.

—Me estoy cansando de que siempre me dejes colgado —dijo rechinando los dientes.

—Chico, conozco esa sensación.

Miró al techo como si pidiera paciencia.

—¿Yeung te lo está haciendo pasar mal?

—No —crucé los brazos y deseé llevar puesto algo más que el albornoz del hotel, un escudo muy endeble para mi desnudez—. La verdad es que ha sido muy comprensiva, teniendo en cuenta lo que ha pasado.

Me observó cuidadosamente. Llenaba por completo la entrada de la habitación, bloqueando la salida, el armario y el cuarto de baño. El Mondego era un hotel muy bonito, decorado con buen gusto y discreta elegancia, pero aquella suite no era ni de lejos tan lujosa como la de Nueva Jersey a la que me había llevado Jax.

—Mi trato con Pembry no tiene nada que ver contigo.

—No te creo.

Levantó las cejas.

—¿No me crees tú o no me cree Yeung?

—Yo. Estoy segura de que lo habrás hecho por varias razones, pero también estoy convencida de que yo soy una de ellas. Y como te ha salido tan bien y me ha hecho reflexionar sobre hasta qué punto eres un estorbo, no puedo estar segura de que no vayas a hacer otra cosa que me haga odiarte. Eso es lo que quieres, ¿no? Quieres que ponga fin a esto porque tú no puedes.

Su semblante no reveló expresión alguna, pero en sus ojos cambió algo.

—¿Por qué iba a querer hacer eso?

—Porque te doy miedo. Sobre todo, te da miedo lo que sientes por mí.

—¿Sí?

—O eso, o tu papá ha hecho que huyas despavorido. ¿Cuál de las dos cosas es?

—Ya te he dicho cómo es mi padre —repuso en voz baja.

Aquello me hizo detenerme en mi retirada.

—Supongo que tengo más confianza en ti que tú mismo. Creo que puedes imponerte a él, Jax. Y confío en que cuides de mí.

Se rio y su voz sonó horrible y desganada.

—¿Crees que voy a defenderte del lobo feroz?

Me quedé mirándolo, atónita. Era la primera vez que veía aquel lado amargo de su carácter. En cuanto me descuidé, me tomó entre sus brazos, se apretó contra mí y acercó su cara a la mía. Era maravillosamente guapo. El hombre más bello que había visto nunca. Y estaba muy cabreado.

—El lobo feroz soy yo, nena —dijo con voz ronca—. ¿Quieres estar conmigo? ¿Quieres ser mi novia? ¿Quieres ir conmigo a fiestas, a eventos, cenar con la familia?

—¡Sí! —me puse de puntillas—. Estoy harta de que solo me quieras para echar un polvo, Jax. Para eso tienes docenas de mujeres. ¡Yo me merezco algo mejor!

—¿Docenas? ¡Pero si desde que te conocí soy prácticamente un monje! Dos mujeres, Gia. Dos. Y puesto que tú te has follado a dos tíos, no eres quién para hablar. Tenía derecho a esas dos, aunque fuera algo sin importancia.

Sofoqué un grito, horrorizada por que me hubiera hecho vigilar tan de cerca que supiera con cuántos hombres me había acostado desde que nos habíamos separado.

—¿Quieres el paquete completo? —preguntó con aspereza—. Muy bien. Tu vida está a punto de cambiar por completo. Tu intimidad es cosa del pasado. Vas a…

—¡Como si tuviera intimidad! Dios mío, llevas años siguiéndome. ¿Estás…?

—Gia, cualquier cosa cuestionable que hayas hecho está a punto de convertirse en noticia en potencia. Igual que la vida de tus hermanos. Y lo mismo puede decirse de la de tus padres y tus amigos. Si sales a la calle, te seguirán los fotógrafos. Querrán saberlo todo, desde a quién votas a qué llevas puesto.

Tragué saliva con dificultad.

—Vas a venirte a vivir a mi casa. En mi apartamento estarás a salvo, pero no sé a qué se expondrán tus hermanos. O tu cuñada. Llevarás escolta constantemente. Y no quiero ni oír hablar de lo incómodo que es ir siempre acompañada por un guardaespaldas al que tienes que informar diariamente de tu agenda.

—No puedes asustarme —susurré, pero era mentira. El corazón me latía con fuerza de pura ansiedad. Siempre había sido muy celosa de mi familia. Si algo les amenazaba, allí estaba yo, dispuesta a enfrentarme a lo que fuera por ellos.

—Claro que sí —me advirtió en tono sombrío—. Hasta ahora solo has visto mi lado bueno, pero, ya que lo quieres todo, eso es lo que vas a tener. Lo bueno y lo horrible.

—Muy bien, hazlo —lo desafié, enfadándome de nuevo. Se estaba comportando como un capullo adrede.

—Viajo mucho. Tendrás que acostarte a las tantas para ir a fiestas en las que te aburrirás como una ostra, y al día siguiente tendrás que levantarte temprano para ir a trabajar. Yo te diré qué ropa tienes que ponerte, qué debes decir y cómo comportarte. A eso me dedico, Gia. En la política y en los negocios, la imagen lo es todo, pero eso ya lo sabes, ¿verdad? Has avanzado mucho por ese camino. A veces casi no te reconozco.

Me rebelé, apartándome de él de un tirón.

—Gracias, Jax —dije en tono rebosante de sarcasmo—. Me has puesto la decisión muy fácil.

Su boca dibujó una sonrisa cruel.

—¿Verdad que te he asustado?

Estaba tan furiosa que me dieron ganas de gritar. Nunca nos habíamos tratado mal el uno al otro. De pronto deseé más que cualquier otra cosa poner distancia entre nosotros.

—Me enfrentaría a todo eso y a mucho más por un tío que me quisiera de verdad —le dije fríamente—. Pero no pienso aguantar esta mierda de un capullo como tú.

Pareció a punto de dar un puñetazo en la pared.

Señalé la puerta.

—Márchate, por favor, Jax. Ahora mismo no quiero verte —otra mentira. Nunca me cansaría de mirarlo. Pero estaba harta de luchar con él. Si había querido tomarme un descanso, era por un buen motivo.

—Soy sincero contigo y te cabreas —se pasó la mano por la cara y soltó una maldición.

—No —puntualicé—. Querías asustarme y estás consiguiendo lo que buscabas. Me conformo con que nos veamos solamente para follar, pero, cuando a mí me venga bien, no cuando tú quieras. Te llamaré cuando me apetezca, así que no te molestes en llamarme. No voy a contestar. Y deja de aparecer donde esté. Es de locos.

—Maldita sea —avanzó e hizo amago de agarrarme.

Retrocedí rápidamente.

—No me toques.

Sus ojos oscuros se clavaron en los míos.

—Eso es como pedirme que deje de respirar. ¿Qué cojones quieres de mí, Gia? Estoy intentando darte lo que me pides y aun así no es suficiente.

—¡Tienes toda la razón! Me pones todas esas trampas y no me dejas salida. ¿Por qué voy a querer dar el primer paso?

—¡Vivir bajo el microscopio forma parte de mi vida! No puedo cambiarlo.

—Podrías haber dicho «escucha, Gia, compartir mi vida no será fácil, pero te quiero. Haré todo lo que pueda para asegurarme de que por nuestra vida privada merezca la pena soportar ese infierno», o algo parecido.

—Dios mío —dejó escapar un gruñido de exasperación—. ¡Esto no es una puñetera novela romántica! Solo soy un tío que intenta transigir con lo que quieres para poder acostarme contigo.

De eso nada. Jax sabía lo que yo quería y seguía resistiéndose a brazo partido.

—Bueno, ahora puedes seguir con tu vida y tenerme… cuando a mí me apetezca —levanté una mano en señal de advertencia—. Ahora no, créeme. Te llamaré cuando vuelva a Nueva York.

—Está bien, como quieras —dio media vuelta y se acercó a la puerta con la espalda tiesa y los hombros rígidos.

Había todavía una parte de mí que deseaba darse por vencida, hacerle volver y pedirle que se quedara, acostarme con él y sentir de nuevo aquella maravillosa intimidad, aquella cercanía sensual que no había sentido con nadie más. Pero teníamos muchas cosas en que pensar y para eso necesitábamos tiempo (y espacio).

Jax abrió la puerta de un tirón y salió al pasillo. Me tragué las palabras que tenía atascadas en la garganta, recogí mi móvil de encima de la cama y lo utilicé como distracción para no verlo marcharse.

Al oír cerrarse la puerta, cerré los ojos y exhalé un suspiro tembloroso. No íbamos a recuperarnos de aquello. Lo nuestro iba a cambiar. Para siempre.

—Yo…

Me quedé sin respiración al oír su voz.

—Te quiero, ¿de acuerdo? Te quiero tanto que me estoy volviendo loco.

Alargué la mano hacia la silla del escritorio, intentando sostenerme porque de pronto me temblaban las piernas. Había querido oírle decir aquello, pero, ahora que se había cumplido mi deseo, sus palabras no parecieron calar en mí. No me di cuenta de lo alterado que estaba hasta que me agarró de los brazos y escondió la cara en mi cuello.

—Te quiero en mi casa —dijo en voz baja—. Quiero despertarme contigo, quedarme dormido abrazándote, volver del trabajo y cenar contigo. Quiero lo que teníamos en Las Vegas, pero entonces las cosas eran distintas. Te tenía solo para mí. Ahora no va a ser así.

Levanté la mano derecha y la puse sobre la suya.

—Lo entiendo. Y puedo afrontarlo.

—Eso espero —murmuró, dándome la vuelta—. Porque después de esto no voy a ser capaz de separarme de ti, Gia. Para bien o para mal, eres mía.