Capítulo
10

Es solo que es muy terco, nada más —Angelo meneó la cabeza y bebió un largo trago de su refresco—. Ya sabes cómo se pone Vincent.

—Te echa de menos —comentó Denise mientras echaba un montoncillo de patatas fritas sobre un chorretón de kétchup—. Prueba a llamarlo otra vez.

—Me cuelga en cuanto oye mi voz —acerqué más mi silla a la mesa para que una mujer pudiera pasar por detrás de mí. La cafetería, al lado de mi trabajo, estaba de bote en bote y habíamos tenido suerte de encontrar asiento.

—Pero gracias al identificador de llamadas —añadió Denise—, sabe que eres tú antes de contestar. Si de verdad no quisiera hablar, podría simplemente dejar que saltara el buzón de voz.

Di un mordisquito al pan de mi perrito caliente, intentando combatir mi falta de apetito. Llevaba casi dos semanas sin hablarme con Vincent, y los Rossi habían decidido por fin que ya estaba bien. Mi madre me había llamado el día anterior, y Nico esa misma noche. Angelo y Denise me habían llamado al trabajo para que comiéramos juntos. Yo tenía mis sospechas de que mi padre se presentaría a la hora de la cena.

—Gianna —Denise puso su mano sobre la mía—, pásate por el loft para verlo. Arregla esto. Estáis pasándolo mal los dos.

—Mejor aún —Angelo me miró a los ojos—, vuelve a casa. No deberías estar viviendo sola en el apartamento de Jackson.

Esa era la única ventaja de haberme peleado con Vincent: que así tenía una excusa para seguir en el ático a pesar de que no estuviera Jax.

—¿Jackson sigue llamándote? —preguntó Denise sin dejar de comer patatas.

Asentí.

—Todas las noches.

Me decía que me echaba de menos. Que tenía mucho trabajo y que no quería llevárselo a casa. Pero no decía nada más, lo cual me dejaba en una situación muy extraña. ¿Habíamos roto y no se atrevía a decírmelo? ¿Llamaba solo para ver si me había marchado y podía regresar?

Pero eso no explicaba por qué me hablaba como un novio que estuviera de viaje de negocios.

Angelo tensó los labios.

—Sé que no quieres oírlo, pero es lo mejor que podía pasar, Gianna. Te estaba convirtiendo en algo que no eres. Lo vuestro no podía salir bien.

Por las noches, cuando estaba sola tendida en la cama, mis pensamientos seguían ese mismo camino y llegaban a la misma conclusión. El artículo sobre la madre de Jax no se había publicado, pero, fuera lo que fuese lo que había dicho o hecho para retirarlo en el último momento, Deanna había sido despedida por ello, y a mí me estaba costando mucho asimilarlo.

—Lo quiero —dije—. Tanto como tú quieres a Denise. Te sorprendería lo que serías capaz de hacer si alguien amenazara con hacer públicas cosas que solo le atañen a ella.

—No, no me sorprendería. Eso lo entiendo, pero el mundo de Jackson es muy distinto al tuyo y tú lo sabes. Esa no es vida para ti —insistió mi hermano, y por un momento me recordó a mi padre cuando nos daba una mala noticia.

Pasé el resto de la tarde en el trabajo pensando en lo que tenía que hacer para que mi vida privada volviera a encarrilarse. Profesionalmente, las cosas iban como la seda. Chad volvía a sentirse cómodo conmigo y trabajaba bien con Inez y David. El diseño del primer restaurante estaba decidido y las obras iban muy avanzadas. Lei seguía al tanto de todo, pero no me agobiaba. Yo seguía yendo contenta al trabajo todos los días y hacía a Jax partícipe de esa satisfacción. La desconfianza que había sentido anteriormente respecto a hablarle de mis asuntos laborales había desaparecido por completo. Sabía que solo quería lo mejor para mí.

Pero, en cierto modo, era todo muy raro. El lío con Deanna había fortalecido algunos aspectos de nuestra relación, y sin embargo estábamos otra vez separados. Yo no entendía por qué.

Después del trabajo, me fui al Rossi. Mi familia tenía razón: era hora de arreglar las cosas con Vincent.

Cuando llegué era la hora feliz y mi hermano estaba atendiendo la barra. Me vio enseguida y frunció el ceño un momento antes de fijar de nuevo su atención en la bebida que estaba mezclando. Nico y él tenían estilos distintos a la hora de servir una copa. Vincent no coqueteaba desvergonzadamente, pero aun así había el mismo número de chicas siguiéndolo con la mirada allá donde iba. A él le daba resultado mostrarse hosco y malhumorado.

Me senté en un taburete libre de la barra y lo miré trabajar. Había varias clientas que competían por atraer su atención, pero él estaba pendiente de mí, yo lo sabía aunque no hubiera vuelto a dirigirme una mirada. No podía decirse lo mismo de mis padres, que no podían evitar mirarnos cada pocos minutos.

Cuando Vincent se acercó para servir una cerveza al tipo sentado a mi derecha, rompí el hielo y dije:

—Lo siento.

Respiró hondo y estiró la espalda. Luego recogió la propina de cinco dólares de la barra, tocó con los nudillos sobre la madera bruñida para dar las gracias y metió el dinero en el bote de las propinas.

—Me tomo diez minutos de descanso —le dijo a Jen, la chica que estaba atendiendo con él en la barra.

—De acuerdo —dijo ella, dedicándome una sonrisa.

Vincent se reunió conmigo al otro lado.

—Vamos al despacho —dijo, indicándome que pasara delante con un gesto impaciente.

Fue imposible no acordarme de Jax cuando entré en la oficina de la trastienda, pero procuré arrumbar aquel recuerdo y miré de frente a mi hermano.

Fui directa al grano.

—Necesito que me perdones.

Cruzó los brazos.

—Eso lo hice hace tiempo.

—¿Sí? —parpadeé entre la oleada de alegría que me hizo apoyarme contra la mesa de nuestro padre—. Entonces, ¿por qué no me hablas?

—Para castigarte. Además, no quiero oír explicaciones sobre lo que hiciste. Si para estar con Jax tienes que dejar de ser como eres, más vale que lo dejes.

—Jax no tuvo nada que ver con lo que pasó con Deanna. No sé por qué te dijo eso.

—Porque sabes que es la verdad —levantó una mano para hacerme callar—. Si no lo entiendes enseguida, me marcho: manejaste la situación como una Rutledge, no como una Rossi, y eso lo has aprendido de él.

Dejé que aquello calara en mí y luego eché una ojeada al retrato de familia que había en la pared. Finalmente, asentí con la cabeza.

—Tienes razón.

—Claro que la tengo —se pasó una mano por la cabeza y luego, de pronto, me agarró y me estrechó entre sus brazos.

Empecé a llorar. No me lo esperaba, ni siquiera sabía que tenía aquel llanto contenido hasta que me vi otra vez envuelta en amor y seguridad.

Vincent soltó una maldición y me apretó aún más fuerte. Yo sabía que odiaba las lágrimas y que le costaba mucho enfrentarse a una mujer llorosa, pero no podía parar y me parecía delicioso poder dejarme ir al fin.

—Corta ya —masculló con los labios pegados a mi coronilla.

—Te echaba de menos —sollocé.

—¡Maldita sea, estaba aquí mismo!

—También echo de menos a Jax. Hace días que no lo veo.

Su pecho se hinchó bajo mi mejilla cuando exhaló un suspiro.

—Lo sé.

Me retiré, respirando entrecortadamente.

—No… sé qué hacer.

Vincent tensó la mandíbula.

—Dejar de llorar, lo primero. Y luego, dejar de preocuparte por Jax. Está intentando arreglar las cosas.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿Cómo lo sabes?

Dio un paso atrás.

—Me lo dijo él.

Fruncí el ceño y me sequé las mejillas.

—¿Por qué te lo ha dicho a ti y a mí no?

—Porque yo soy seguramente una de las pocas personas que no va a intentar disuadirlo.

—¿Puedes ser más claro, por favor?

Soltó un bufido.

—No voy a allanarle el camino, Gianna. Es asunto suyo y, salga como salga, es él quien tiene que explicártelo.

—Me estás poniendo nerviosa, Vincent.

—Bien, te lo mereces —me rodeó los hombros con el brazo—. Tengo que volver a la barra. Voy a prepararte una copa.

—Ojalá me explicaras qué está pasando, en vez de preparármela —me quejé. Choqué contra él y se tambaleó un poco.

—Ten cuidado.

Cuando regresamos al restaurante, aflojé el paso. Reconocí al instante aquella blanquísima mata de pelo, al otro lado del local atestado de gente. Como si sintiera mi mirada clavada en él, Parker Rutledge se volvió hacia mí. Al ver que se relajaba visiblemente, comprendí que había ido a buscarme.

No pude evitar preocuparme. ¿Le había pasado algo a Jax?

—Grita si me necesitas —dijo Vincent, apretándome el hombro antes de volver a la barra.

Vi acercarse a Parker y confié en que no se me hubieran corrido el rímel y el lápiz de ojos. Me pasé las manos por la falda y lamenté no haberme pasado un momento por el aseo de señoras para arreglarme un poco. El padre de Jax vestía un traje negro con camisa azul clara y parecía listo para conquistar el mundo entero. Temía parecer derrotada.

—Gianna —me dio un breve abrazo—, esperaba poder hablar contigo.

—¿Va todo bien?

—Me temo que no. ¿Podemos hablar?

—Claro —como estaba tan serio, pregunté—: ¿No sería mejor ir al ático?

Torció los labios con fastidio.

—Jackson me dio órdenes estrictas de no molestar en casa ni en el trabajo, aunque confieso que lo hubiera hecho si esta noche no hubieras venido al Rossi.

Miré al guardaespaldas que me acompañaba a todas partes. ¿Había avisado a Parker? De todos modos, no me importaba.

Vi que mi madre me estaba mirando y señalé una mesa vacía para que supiera que íbamos a ocuparla. Asintió con la cabeza y la tachó del diagrama de mesas libres.

—Quería hablar contigo sobre Jackson —comenzó a decir Parker tan pronto se sentó—. Está cometiendo un terrible error.

Puse las manos sobre la mesa.

—¿Cuál?

—No puede marcharse así como así. Lleva esto en la sangre. Pero, aparte de eso, tiene una responsabilidad para con este país. Tiene lo que hay que tener para modificar el mundo de una manera profunda y necesaria.

Evidentemente, Parker creía que yo estaba al corriente de lo que se traía entre manos Jax, y pensé que era preferible no sacarlo de su error. Así que saqué mis propias conclusiones y procuré no entusiasmarme demasiado con la posibilidad de que Jax estuviera pensando en dejar el negocio familiar. Por así decirlo.

—Estoy segura de que está haciendo todo lo que puede.

—No podrá afirmar eso hasta que se presente a unas elecciones.

—Ah —nunca se me había pasado por la cabeza esa posibilidad. Aquello me hizo cambiar de perspectiva, y la pequeña chispa de esperanza que había sentido se extinguió rápidamente—. No sabía que quería dedicarse a la política.

Parker se inclinó hacia mí.

—Jackson me ha contado cómo te encargaste de esa periodista. Eres todo un hallazgo, Gianna. Tienes lo que necesita mi hijo para dar el siguiente paso. Contigo a su lado, podría llegar a la Casa Blanca.

La sola idea me dejó anonadada.

—¿La Casa…? ¿Es una broma?

Se echó hacia atrás.

—¿No crees que pueda conseguirlo?

Me quedé mirándolo, asombrada por la magnitud de lo que soñaba para su hijo.

—Jackson puede hacer todo lo que se proponga. Es asombroso.

—Estoy de acuerdo.

—Mientras siga formando parte de su vida, lo apoyaré en todo lo que decida hacer —respiré hondo—, pero…

Me observó atentamente.

—¿Pero qué?

No había forma fácil de decirlo.

—¿Sabe que echa la culpa del alcoholismo de su madre a la política, al estrés de la vida pública?

Parker se enderezó bruscamente y echó los hombros hacia atrás.

—Jackson es más fuerte que ella.

Sobre eso no podía llevarle la contraria.

—Creo que soy yo quien le preocupa.

—Lo sé —convino, asintiendo enfáticamente con la cabeza—. Por eso tienes que hablar con él. Decirle que puedes afrontarlo. Conseguir que te crea.

Miré hacia la barra y me encontré con los ojos de Vincent. Su comentario de un rato antes acerca de que era una de las pocas personas que no intentarían disuadir a Jax cobró sentido de repente.

—¿Sabe dónde está?

—En Washington. Puedo llevarte allí.

Lo miré.

—Estoy lista, cuando quiera.

Esperaba acabar en la mansión de los Rutledge, pero me encontré llamando a la puerta de un apartamento en un rascacielos. Poco antes, jamás se me habría ocurrido pensar que acabaría por habituarme a viajar en jet privado, pero mi vida había cambiado mucho. Iba acostumbrándome a ella todo lo rápido que podía. Aun así, una cosa a la que jamás me acostumbraría sería a vivir sin…

—Jax —dije cuando se abrió la puerta y apareció delante de mí. Mi corazón dio un brinco. Estaba para comérselo. El traje de tres piezas que llevaba no suavizaba la apariencia hosca de su mandíbula, oscurecida por una sombra de barba, y por su pelo ligeramente largo. Su bellísima cara se veía más flaca y su mirada parecía intensamente reconcentrada.

No dijo nada: me agarró y me besó como si estuviera muerto de sed y yo fuera un vaso de agua fresca. Le rodeé el cuello con los brazos, abrí los labios para dejar que introdujera su lengua y me lamiera y gemí cuando me comió la boca con erótica ferocidad.

El nerviosismo que había sentido durante el vuelo se disipó por completo. No sabía exactamente por qué se mantenía alejado de mí, pero no era porque hubiera dejado de desearme.

Me hizo entrar en la casa, cerró la puerta de una patada y me apretó contra ella.

—Tengo que hacer una llamada, tardo un minuto —masculló junto a mis labios—. Luego voy a pasar un buen rato follándote.

Le di un golpe en el hombro.

—¿Qué demonios haces en Washington?

—Ya lo sabes, por eso estás aquí —me soltó y retrocedió—. ¿Te ha mandado Parker?

—Me ha ofrecido los medios necesarios para venir, pero he venido porque he querido.

—Al final, se dará por vencido —se apartó de mí y señaló la puerta doble que había a la izquierda—. El dormitorio está a la izquierda. Desnúdate y espérame allí.

Su arrogancia me hizo reprimir una sonrisa. Sabía que me estaba provocando a propósito.

—Ni lo sueñes.

Me miró al llegar al escritorio del cuarto de estar. El apartamento era mucho más pequeño que el ático de Nueva York y apenas estaba amueblado. Había un sofá y una mesa baja, pero no cuadros, ni televisión. La única superficie que estaba ocupada era la del escritorio, cubierto de bolígrafos y papeles sueltos.

—Estas dos últimas semanas no he hecho otra cosa que soñar contigo —recogió su móvil y se apoyó contra la parte delantera del escritorio—. Siempre he visto en tus ojos una casa con valla de madera blanca cuando me mirabas. Estaba convencido de que no estaba hecho para eso. Pero me equivocaba. Uno de estos días, cuando estés preparada, haré realidad ese sueño para ti. Y tú me darás una niñita preciosa o dos, morenas y con el pelo rizado, como tú, y una sonrisa que me desarme.

Se me encogió el corazón.

—Jax…

Sonó su teléfono y contestó.

—Dennis… No, has oído bien, por eso quería ponerme en contacto contigo. A partir de ahora, tendrás que tratar con Parker. No, no va a ponerme al corriente. Yo lo dejo —me miró—. Voy a casarme. Sí, eso es bueno. Gracias. Buena suerte en las próximas elecciones, senador.

Lo vi colgar y dejó su teléfono en la mesa.

Cruzó los brazos.

—Todavía estás vestida.

—Yo no me acuesto con hombres prometidos —procuré estarme quieta, a pesar de que estaba eufórica. Había algo distinto en él. Algo que me recordaba al Jax al que había conocido en Las Vegas. Me gustaba. Un montón.

—Yo no he dicho que esté prometido —esbozó una sonrisa— aún. Y tampoco he dicho que quiera acostarme.

—Estás muy seguro de ti mismo.

—Y tú estás loca por mí.

—O loca, a secas —yo también crucé los brazos—. ¿Es aquí donde has estado?

—Principalmente.

—¿Y no podías decírmelo? —estábamos cado uno a un lado de la habitación, pero yo sentía su poderosa atracción como si estuviera tirando de mí poco a poco.

—Me prometí no volver a meterte en líos que tuvieras que resolver. Pero para eso primero tenía que despejarme el camino.

—¿Despejarlo de qué, exactamente?

—De todo, salvo de ti y de Rutledge Capital.

Me froté el pecho.

—Yo no te he pedido que hagas eso.

—No, pero había que hacerlo. Y quería darte tiempo para arreglar las cosas con tu familia y decidir si puedes perdonarme o no por haberte puesto en esa situación —se rascó la mandíbula y añadió con voz ronca—: Verte hablar con Deanna, veros a ti y a Vincent tan angustiados… Me hizo trizas, Gia. Me odié a mí mismo por haberte hecho pasar por eso.

—Ahora ya ha pasado todo. Lo hemos resuelto.

—Me alegro. Pero no habría sido la última vez —se quitó la chaqueta—. Todo ese rollo que te conté sobre ser fuerte y saber afrontar las cosas… Las célebres últimas palabras del condenado. Lo mismo le dije a mi madre la última vez que hablamos, y creo que fue eso lo que la mató. Mis palabras mataron su última esperanza de poder salvarme de esa vida que tanto odiaba.

—No —se me rompió el corazón al ver la culpa y la vergüenza que reflejaba su rostro—. No te fustigues así.

—Me lo merezco —se frotó cansinamente la nuca—. Tengo que encontrar un modo de asumirlo. Era joven. Insensato. Estaba muy pagado de mí mismo, y convencido de que mi padre era un héroe nacional. No me importaba que su ambición estuviera destruyendo a nuestra familia —me miró con vehemencia—. Eso no va a pasarnos a nosotros. Por nada del mundo renunciaría a ti otra vez. Por nada.

Tragué saliva, notando un nudo en la garganta. En ese momento, lo quería más que nunca.

—¿Ni siquiera por la Casa Blanca?

Se rio. Sus ojos oscuros brillaron, llenos de humor.

—Te ha hablado de ese sueño, ¿eh? Eso no va a pasar. Creo que Parker me mira y se engaña pensando que se está viendo en un espejo.

Pensé que tenía razón.

—No voy a vivir como quiere mi padre, Gia. Voy a vivir como debería haber vivido él. Voy a casarme con una chica encantadora de una familia estupenda, y voy a procurar que siga siendo encantadora y feliz y que se sienta a salvo. Tendremos unos cuantos niños, un par de perros y de vez en cuando haremos una barbacoa con los pesados de sus hermanos.

—¿Será suficiente diversión para ti?

—Absolutamente. Sobre todo, si luego puedo quitarte la ropa.

Me acerqué a él y puse la mano sobre su pecho. Sentía que su corazón latía, fuerte y firmemente, a través del chaleco.

—Quiero que seas feliz. No quiero que hagas sacrificios por mí de los que luego puedas arrepentirte.

Puso su mano sobre la mía y besó mi frente.

—Solo he sido feliz estando contigo. En cuanto a lo demás… Sentía que debía atenerme a lo que le había dicho a mi madre. Si no, ¿qué sentido tenía haberlo dicho y haberle causado ese dolor? Nadie podrá decir que no soy terco —añadió con una sonrisa irónica—. Es demasiado tarde para arreglar lo que le hice, pero aún puedo evitar cometer el mismo error contigo.

Cerré los ojos y me apoyé en él. Hablaba de vallas de madera y de hijos, pero ¿se daba cuenta de que era su franqueza lo que me ataba a él mucho más de lo que me ataría cualquier posible voto matrimonial?

—Te quiero.

Esbozó una sonrisa sobre mi piel.

—Lo sé. Y después de esto nunca volveré a dudarlo.

—A tu padre le va a costar mucho dejarte marchar —le advertí, echándome hacia atrás para mirarlo.

Se encogió de hombros, pero tenso la mandíbula con determinación.

—Mientras no me dejes marchar tú…

—Descuida —me puse de puntillas, mordisqueé su labio inferior y sonreí al oír que gruñía—. Yo también soy muy terca.