El que se consiguiera desplazar el precapitalismo, sustituyéndolo por el laissez faire capitalista, aumentó la población, de modo señalado, elevando a la vez el nivel general de vida, en grado tal que carece de precedente el fenómeno. Son, hoy en día, las naciones tanto más prósperas cuantos menos obstáculos oponen a la libre empresa y a la iniciativa privada. Los americanos viven mejor que los habitantes de los demás países, simplemente, porque los gobernantes yanquis se retrasaron, con respecto a los de otras naciones, en el entorpecimiento coactivo de la vida mercantil. Pese a tales realidades, son muchos, particularmente entre los intelectuales, quienes odian con todas sus fuerzas al capitalismo, hallándose convencidos de que constituye perniciosa organización social que sólo corrupción y miseria engendra. Las gentes eran dichosas y vivían bien en los felices tiempos anteriores a la revolución industrial[T1]. Los pueblos, en cambio, ahora, bajo el capitalismo no son otra cosa que masas mendicantes y hambrientas, despiadadamente explotadas por individualistas sin entrañas, bribones éstos a quienes sólo el dinero, el lucro personal, interesa. Negándose a producirlas cosas realmente útiles y beneficiosas, ofrecen, por el contrario, a los consumidores sólo aquello que les reporta el máximo provecho; con tabaco y alcohol envenenan los cuerpos y, mediante periodicuchos, pornografía y necias películas, las almas; literatura degradada y decadente, espectáculos obscenos, strip-tease, películas de Hollywood y novelas policíacas ensamblan la «superestructura ideológica» capitalista[T2].
La opinión pública, malévola e injusta, procura aplicar el epíteto capitalista a cuanto desagrada; jamás a aquello que merece pública aprobación. El capitalismo, pues, tiene que resultar intrínsecamente malo. Todo lo meritorio surge a contrapelo del sistema; todo lo nocivo, en cambio, es su inevitable subproducto. Pretende este modesto ensayo analizar el porqué de tal anticapitalista parcialidad; descubrir las psicológicas raíces de la misma; y resaltar las inevitables consecuencias de dicho modo de pensar.