Presentación
Vuelve a aparecer, en castellano, La mentalidad anticapitalista de Ludwig von Mises (29-IX-1881 / 10-X-1973).
No estamos, ahora, ante uno más de aquellos impresionantes estudios económicos —Teoría de la moneda y el crédito (1913; edición española, Aguilar, Madrid 1936); El socialismo (1923; traducción al español, Hermes, México 1961); La acción humana (1949; última versión española, Unión Editorial, Madrid 1980)— a los que el autor, hasta la aparición de esta obra (1955; primera traducción española, Fundación Ignacio Villalonga, Valencia 1957), nos tenía acostumbrados[1].
Hallámonos ante cosa distinta; esta traducción, corregida y, con la obra fundamental de Mises, concordada, que al hispanoparlante curioso se ofrece, constituye un estudio de carácter psicológico, cuyo objeto residiría en desentrañar las razones por las cuales la inmensa mayoría repulsa la economía de mercado, el capitalismo, en definitiva, pese al cuerno de abundancia que el sistema sobre las masas derramara; ensayo éste iniciador de una nueva etapa investigadora del economista cuya labor sólo la muerte, a los noventa y dos años, interrumpiría.
Motivación
Con La acción humana, donde resume y corona sus anteriores trabajos, Mises considera haber completado el análisis íntimo, endógeno, de la ciencia económica, de la cataláctica, como él decía, la rama más avanzada y mejor desarrollada de una todavía incompleta teoría de la actividad humana, la misiana praxeología, dedicada a estudiar las leyes inexorables, ajenas al capricho y a la voluntad de los hombres que, en todo momento y bajo cualquier sistema de organización social, regulan la acción de los mortales, tales como efectivamente son —mente de limitada capacidad y energías rigurosamente tasadas—, en lucha permanente contra un universo despiadado, cicatero y hostil, donde inexorable escasez impera.
Examinada, pues, a fondo la economía, sin en modo alguno estimar haberla definitivamente agotado, pues la ciencia nunca acaba, vita brevis ars longa, entiende Mises llegado el momento de iniciar nueva singladura investigadora.
Es consciente de que la doctrina, después de aquel gigantesco paso, ya centenario, del marginalismo subjetivista (Menger, Jevons), que invalidó para siempre el objetivismo de los clásicos (Ricardo) y de los socialistas científicos (Marx, Engels), en los últimos cincuenta años, había seguido avanzando, mediante otros dos descubrimientos también de extraordinaria trascendencia, a saber: por un lado, que el comunismo, o sea, el control público de los factores de producción, solo y aislado, carente de la información que foráneos mercados le brindan, no podría operar, al resultarle imposible el cálculo económico; y, por otro que el intervencionismo, es decir, el mantenimiento de un mercado sí, pero de un mercado sui generis, áptero, ciego y tullido, incapaz de cumplir su función social, por hallarse intervenido, saboteado, sometido a pertinaz soba administrativa y sindical, eso que hoy denominamos social-democracia, engendra situaciones peores, incluso desde el punto de vista del propio intervencionista, que aquellas otras anteriores prevalentes, las cuales la coactiva acción estatal pretendía remediar[2].
A dispares cauces, totalmente ajenos al marxismo y al intervencionismo, habrá consecuentemente que acudir para mejorar la suerte y elevar el nivel de vida de las clases trabajadoras, por doquier, ya se trate de Occidente, del imperio soviético o del tercer mundo.
Dialéctica capciosa
La ciencia, la teoría, wertfrei siempre, no valora; simplemente expone, cuáles técnicas son más acertadas para alcanzar esto o aquello que el hombre ambiciona, haciéndole ver los costos correspondientes.
En cuanto a los fines, hay unanimidad absoluta, pues todos —liberales, comunistas, socialdemócratas, anarquistas, creyentes y ateos— todos deseamos y aspiramos a lo mismo: a que los pueblos, los obreros y los asalariados, vivan lo mejor que, en cada momento, quepa; que sean lo más felices y padezcan lo menos posible; ni niños famélicos, ni ancianos deplorables, ni tristes enfermos son del agrado de nadie; bien lamentable es su existencia; pero, mucho ojo con quienes hipócritamente desean monopolizar benevolencia y ternura; todos somos buenos y caritativos; quede esto bien claro[3].
Tan pronto, en cambio, como se aborda el problema de los medios, en cuanto se indaga cuáles sean las mejores vías para alcanzar aquellos fines universalmente aceptados, surge la controversia y la disparidad de criterios. Discutamos a fondo los medios —el meollo del debate—, lo único en que las partes disienten; pero rechacemos, con energía máxima, a quienes procuran confundir las cosas, introduciendo en el pleito, solapadamente, como quien no quiere la cosa, los fines, pues, dada la común conformidad a este respecto reinante, ello no supone sino ganas de perder el tiempo, abrir puertas ya franqueadas, distrayendo, del único asunto que verdaderamente vale, la atención de cuantos, con honestidad y seriedad intelectual, desean escrutar temas de trascendencia vital para millones de hombres, mujeres y niños[4].
Lo que sólo son medios, preséntanse, por el aludido afán confusionario, como fines, argucia ésta montada para evitar el valorativo enjuiciamiento de la idoneidad de los aludidos medios en orden a la consecución del auténtico fin por lodos ambicionado.
Tomemos un ejemplo, entre otros muchos posibles, para debidamente esclarecer las cosas. Pretendemos elevar el nivel de vida, tanto material como espiritual, de las clases trabajadoras; he aquí la meta última, nemine discrepante. La trampa demagógica viene ahora; tal popular enriquecimiento —dícesenos, sin aportación de prueba alguna— pasa por la igualación de rentas y patrimonios; esa igualación —ya no medio, sino fin en sí, intocable por tanto— exige, a su vez, —¿por qué?— la implantación de un régimen fiscal de tipo progresivo. Véase cómo la engañosa malla va envolviéndonos; la progresividad tributaria, medio, ha quedado, a título de fin, entronizada; su social bondad, incuestionable. ¿Cómo zafarnos de tan paralógica opresión? Pues, simplemente, volviendo a la dicotomía entre fines y medios; rechazando que éstos, para hacerse inmunes a la crítica, tomen el lugar de aquéllos; sometiéndolos, en cambio, cual tales instrumentos, ajuicio científico que subjetivismo alguno empañe.
Advertimos, de inmediato, por esta vía, que aquella igualación-progresividad, herramienta, con error indudable, destinada a la consecución de un específico objetivo —el enriquecimiento popular—, jamás cabe lo engendre, puesto que la mayor parte de las altas rentas detraídas a los ricos hubiera sido por éstos, al no poder aumentar sustancialmente el propio consumo, dedicada a inversiones rentables, es decir, a las que crean riqueza, impulsando la baja —o menor elevación— de los precios, la ampliación de la oferta de trabajo y la subida de los salarios. El Estado, en cambio, destinará los aludidos ingresos, o bien a gastos de consumo, o bien a inversiones deficitarias, que el mercado, por eso mismo, rehuye; hay dilapidación de capital, restringiéndose los puestos de trabajo, lo cual hace que, si no bajan los salarios, con sus empobrecedoras consecuencias, aparezca paro indominable. ¿Es esto lo que pretendíamos a través de la progresividad impositiva y la igualdad social?[5]
Singularidad de la economía
Aquellos aludidos científicos progresos —el cálculo económico marxista y la contradictoria condición del intervencionismo—, a cuya consecución Mises tanto personalmente contribuyera, resultaban ya, en su opinión, inconmovibles, por lo que entendía, repetimos, llegado el momento de dejar los temas de detalle al cuidado de sus seguidores, para dedicar él sus últimos años al análisis metodológico, a la investigación del fundamento racional de las ciencias de la acción humana. La singularidad epistemológica de la disciplina económica suscita, en efecto, problemas de trascendencia grande, abriéndose ante el pensador avenidas investigadoras apenas holladas, enormemente atractivas, amplias y misteriosas, donde sazonados frutos intelectuales cabe recolectar. Porque la praxeología ha de apelar a un sistema de indagación, el apriorístico, por entero dispar al experimental, base de las ciencias físicas.
Para descubrir lo que, en el mundo de la materia, denominamos una ley, como nadie ignora, se precisa repetir, una y mil veces, igual planteamiento, o bien bajo idénticas condiciones, o bien variando una sola de ellas, lo que, en tal caso, permite ponderar la trascendencia de la presencia o ausencia de la misma. Esto, como es sabido, es experimentar, método al que cabe recurrir en lo físico, pero sólo porque allí las relaciones y los elementos intervinientes son constantes y separables.
En el terreno de las ciencias humanas, por desgracia o, tal vez, por fortuna, no cabe seguir la vía experimental, pues no encontramos aquí ni condiciones invariables, ni circunstancias individualmente valorables, ni cantidades mensurables en las que apoyarnos. Lo único, en esta esfera, permanente e inconmovible es la búsqueda de la felicidad por parte del hombre, felicidad subjetiva, que cada uno, según la ocasión y el momento, encarna en específico objeto. Salvo ese anhelo de alcanzar relativas felicidades, nunca, desde luego, la beatitud absoluta, todo lo demás hállase en permanente mutación y cambio: las personales apetencias, las cuantías deseadas, las tasas de intercambio, los datos de los conjuntos operantes; cuanto para el hombre importa encuéntrase en insosegable y caleidoscópico movimiento.
Por eso, invariablemente, fracasan cuantos pretenden acudir a la ciencia matemática para abordar la economía real y verdadera, la única que interesa, donde si, alguna vez, dos y dos son cuatro, ello se produce por casual coincidencia, situación que posiblemente nunca vuelva a repetirse[6].
No queda, sin embargo, indefenso el científico humanista ante éste, en apariencia, inabordable caos, pues cábele recurrir a un arma, a la que el físico no puede apelar, la de la introspección, cauce indagador que le permite descubrir y comprender las normas inexorables que rigen la acción del hombre. Quien estudia la materia inerte, ignota por cual causa los árboles crecen hacia arriba, mientras las piedras hacia abajo se despeñan; el estudioso de lo humano, en cambio, sí sabe por qué el hombre, invariadas las restantes circunstancias, prefiere comprar en el mercado más barato y vender en el más caro.
La necesidad de proseguir uno u otro camino investigatorio, según se trate de disciplinas humanas o extrahumanas, ya la entrevieron los escolásticos cuando distinguían la vía inductiva, la inducción, «ascender lógicamente el entendimiento desde el conocimiento de los fenómenos, hechos o casos, a la ley o principio que virtualmente los contiene o que se efectúa en todos ellos uniformemente», de la vía deductiva, la deducción, «método por el cual se procede lógicamente de lo universal a lo particular»[7].
Mises iba a examinar a fondo el tema epistemológico, en ésta su última singladura, que inicia con La mentalidad anticapitalista, mediante tres libros decisivos Theory and History (1957, Tale University Press), Epistemológical Problems of Economics (1960, Van Nostrand, Nueva Tork) y The Ultímate Foundation of Economic Science (1962, Van Nostrand, Nueva York), independientemente de artículos y conferencias colaterales[8].
Envío
Todas estas publicaciones, particularmente La mentalidad anticapitalista, presuponen el previo conocimiento de los teoremas misianos en anteriores obras desarrollados, idearios estos resumidos y definitivamente plasmados en La acción humana, según al principio decíamos. De ahí que, como pudiera haber algún lector novel, quien, ocupado por otros temas y quehaceres de trascendencia indudable, no haya podido aún dedicar a la economía el tiempo que la captación plena del misiano mensaje exige, asomándose, ahora, por primera vez, a este nuevo y sorprendente mundo, para facilitar su labor, en el deseo de ponerle rápidamente al corriente, la persona que suscribe esta breve advertencia se ha permitido agregar al texto originario, con las debidas indicaciones, unas notas de pie de página, a cuyo través resulta sencillo hallar aquellos pasajes fundamentales de La acción humana (ed. 1980) que respaldan cuanto La mentalidad anticapitalista, con ática concisión, meramente insinúa.
El Traductor