PRÓLOGO

El Año del Héroe Renacido

(1463 DR)

E

s inconcebible que esta criatura sea natural, sea cual sea el sentido que queramos dar a esta palabra —dijo la mujer shadovar de piel oscura a la que se conocía como Cambiante al anciano de barba canosa—. Es la perversión encarnada.

El viejo druida Erlindir arrastró los pies calzados con sandalias y carraspeó estentóreamente.

—Encarnada, insisto. —La Cambiante dio unos golpecitos con el dedo en la sien del viejo druida y se lo pasó a continuación por debajo del ojo y por la mejilla hasta tocarle la ganchuda nariz.

—De modo que esta vez estás realmente ante mí. —Erlindir acompañó sus palabras con una sonora carcajada, haciendo referencia al hecho de que cuando uno se dirigía a la Cambiante por lo general se estaba enfrentando a una imagen proyectada, a un fantasma, de la esquiva hechicera.

—Ya te dije que podías confiar en mí, Llamapájaros —le respondió, empleando un mote que ella misma le había puesto cuando se había reunido con él por primera vez en su bosquecillo hacía ya muchos meses.

—¿Habría venido yo a este lugar si no creyera en ti? —Se volvió a mirar las tenebrosas imágenes del Páramo de las Sombras. Su mirada se detuvo en la distorsionada fortaleza que se alzaba ante él, con su torre y sus muchas espiras y gárgolas, previsiblemente animadas, que lo miraban y le sonreían con avidez. Después del inhóspito pantano que acababan de atravesar, con hedor a muerte y podredumbre y poblado por monstruosidades no muertas, este castillo no resultaba mucho más tranquilizador.

—Bueno, bueno, Erlindir, me halagas sobremanera —le dijo la Cambiante con tono de burla, cogiéndolo por la barbilla y obligándolo a volver a fijar la mirada en ella. El conjuro que había realizado no iba a durar para siempre, lo sabía, y no quería que ninguna de las imágenes antinaturales despertara al druida de su estupor. Después de todo, Erlindir era de la vieja escuela, un discípulo de Mielikki, la diosa de la naturaleza—, pero no olvides el motivo por el que estás aquí.

—Sí, sí —respondió el anciano—. Este felino antinatural. ¿Qué es lo que quieres entonces? ¿Qué lo destruya?

—¡Oh, no! ¡Nada de eso! —exclamó la Cambiante.

Erlindir la miró intrigado.

—Mi amigo lord Draygo tiene la pantera —explicó la Cambiante—. Él es un br… mago de gran renombre y extraordinario poder. —Hizo una pausa para observar la reacción del druida, temiendo que el lapsus que había estado a punto de cometer pudiera darle pistas sobre lo que estaba tramando. Había una razón para esa ciénaga infestada de criaturas no muertas. Ningún druida, estuviera o no bajo los efectos de un encantamiento, se mostraría muy dispuesto a ayudar a un brujo.

—Lord Draygo teme que el dueño de la pantera esté fabricando otras… abominaciones —mintió—. Quisiera que le concedieras afinidad con la fiera, para que pudiera ver por sus ojos cuando la llame a casa, y cortar sus ataduras con el Plano Astral vinculándola en cambio a este.

Erlindir la miró con desconfianza.

—Sólo por poco tiempo —lo tranquilizó—. La destruiremos cuando su dueño deje de pervertir la naturaleza para sus aviesas intenciones. Y también lo destruiremos a él si es necesario.

—Preferiría que lo trajeras ante mí para que pudiera apreciar el daño que ya ha causado —dijo Erlindir.

—Que así sea —concedió rápidamente la hechicera, ya que las mentiras afloraban a sus labios con gran facilidad.

—Las puertas eran más difíciles de guardar —dijo en un susurro Draygo Quick a través de la bola de cristal a su colega Parise Ulfbinder, otro brujo poderoso de gran categoría que vivía en una torre similar a la de Draygo en el Enclave de Refugio, pero en suelos de Toril—. Y mi estudio del submundo me reveló que el paso de sombra para regresar a donde pertenece no es tan fácil de conseguir como él pensaba.

Parise se acarició la negra perilla que Draygo vio curiosamente exagerada en los contornos de la bola de cristal.

—Guerrearon con elfos oscuros, ¿no? Y seguramente con drow hiladores de conjuros.

—En ese momento no. No lo creo.

—Pero había muchos drow en las entrañas de Gauntlgrym.

—Sí, eso tengo entendido.

—¿Y Glorfathel? —preguntó Parise, refiriéndose a un mago elfo del grupo mercenario Cavus Dun que había desaparecido de forma totalmente inesperada y repentina en Gauntlgrym justo antes de la importante confrontación.

—No se sabe nada —dijo Draygo Quick, y rápidamente añadió—. Sí, es posible que Glorfathel creara algunas ondas mágicas para impedir nuestra retirada. No sabemos que él nos haya traicionado. Sólo la sacerdotisa enana.

Parise se inclinó en su asiento y se pasó los dedos por el largo pelo negro.

—No pensáis que haya sido Glorfathel el que impidió los pasos de sombra —dijo.

Draygo Quick negó con la cabeza.

—Tampoco pensáis que haya sido obra de los magos drow, ni de la sacerdotisa —agregó Parise.

—El paso de sombra era más difícil —sostuvo Draygo—. Hay cambio en el aire.

—La Plaga de los Conjuros fue cambio —dijo Parise—. El advenimiento de la Sombra fue cambio. Ahora la nueva realidad simplemente se está asentando.

—¿O es que la vieja realidad se está preparando para volver? —preguntó Draygo Quick. Al otro lado de la bola de cristal, Parise Ulfbinder sólo suspiró y se encogió de hombros.

Después de todo no era más que una teoría, una creencia basada en la lectura de Parise, Draygo Quick y algunos otros de «La Oscuridad de Cherlrigo», un soneto críptico hallado en una carta del anciano mago Cherlrigo, quien afirmaba haber traducido el poema de «Las hojas de una hierba», un volumen actualmente perdido cuya escritura se remontaba a mil años atrás y que estaba basado en profecías que en aquel momento ya tenían un milenio de antigüedad.

—El mundo está lleno de profecías —advirtió Parise, pero sin demasiada convicción. Después de todo, él estaba con Draygo cuando encontraron la carta, y la cantidad de problemas y la potencia de las maldiciones que habían encontrado junto con ella al parecer hacían que sus palabras tuvieran cierto peso.

—Si damos crédito a las palabras de Cherlrigo, el volumen en el que encontró este soneto fue escrito en Myth Drannor —le recordó Draygo Quick—. Lo escribieron los Adivinos Oscuros de la Torre de la Canción de Viento. No puede decirse que sea un libro de divagaciones ilusorias de algún pronosticador desconocido.

—No, pero es un libro de mensajes crípticos —dijo Parise.

Draygo asintió, reconociendo ese desafortunado hecho.

—La proposición de la octava lo llama un estado temporal —prosiguió Parise—. Procuremos no reaccionar por miedo de lo que no entendemos plenamente.

—No descansemos mientras el mundo que nos rodea se dispone a cambiar —respondió el viejo brujo.

—¡A un estado temporal! —insistió Parise.

—Sólo si el segundo cuarteto se descifra como una medida de tiempo y no de espacio —le recordó Draygo Quick.

—El final del noveno verso es una clave evidente, amigo mío.

—¡Hay muchas interpretaciones!

Draygo Quick se recostó en su silla, juntó los dedos sarmentosos delante de su ceño fruncido y sin querer su mirada tropezó con el pergamino que yacía boca abajo sobre un lateral de su escritorio. Las palabras del soneto bailaron ante sus ojos.

—Y enemigos que despiden de su dios peculiar el olor —musitó.

—¿Y tú conoces precisamente a alguien que goce de ese favor? —preguntó Parise, pero su tono daba a entender que ya conocía la respuesta.

—Puede que sí —admitió Draygo Quick.

—Debemos vigilar a estos mortales elegidos.

Draygo Quick ya afirmaba con la cabeza antes de que Parise empezara siquiera a enunciar el recordatorio previsto.

—¿Tienes tú la culpa de la pérdida de la espada? —preguntó Parise.

—¡Es un fallo de Herzgo Alegni! —protestó Draygo Quick con una vehemencia algo excesiva.

Parise Ulfbinder frunció los gruesos labios y también el entrecejo.

—No estarán muy complacidos conmigo —admitió Draygo Quick.

—Apela en privado al príncipe Rolan —le aconsejó Parise, refiriéndose al gobernante de Gloomwrought, una poderosa ciudad del Páramo de las Sombras dentro de cuyo territorio se encontraba la torre de Draygo—. Él ha llegado a reconocer la importancia de «La Oscuridad de Cherlrigo».

—¿Tiene miedo?

—Hay mucho que perder —admitió Parise, y Draygo Quick se dio cuenta de que no podía rebatir eso. Al oírse un ruido en el corredor que había al otro lado de su puerta, el viejo brujo hizo un gesto de despedida y cubrió su instrumento de escrutinio con un paño dorado.

Oyó a cierta distancia la voz de la Cambiante que hablaba con uno de sus asistentes y supo que había traído consigo al druida, tal como habían acordado. Como todavía le quedaban unos instantes de privacidad, Draygo Quick levantó el pergamino y lo puso ante sus ojos, estudiando una vez más el soneto:

Disfruta del espectáculo cuando las sombras se llevan el día…

todo el mundo, apenas medio mundo para el que inicia el camino.

Date un festín de setas y despelleja el tallo que es de la luz atisbo;

no te demores sin avanzar, porque los dioses sueñan todavía.

En cambio, procura que te conozcan, sé de pie ligero y suave voz.

¡No oses despertarlos para adelantar la apertura del día!

Una profunda pérdida pero un corto camino que andar todavía;

la apertura inevitable que tú podrás elegir o no.

¡Ay, otra vez el deambular temporal del solitario mundo!

Con reinos perdidos y tesoros que inalcanzables siento,

y enemigos que despiden de su dios el peculiar olor.

Desgarrados e íntegros, son arrojados al espacio sin rumbo;

donde no llegan esencias mágicas ni la nave del caminante en el viento;

dejando fruslerías para aquellos que sí gozan de sus dioses el favor.

—¿El olor de qué dios particular despides, Drizzt Do’Urden? —susurró. Todos los signos, desde la afinidad de Drizzt con la naturaleza, pasando por su categoría de explorador, hasta el unicornio que cabalgaba, hacían pensar en Mielikki, una diosa dela naturaleza, pero Draygo Quick había oído muchos otros susurros que hacían pensar en Drizzt como hijo predilecto de una diosa muy diferente y mucho más oscura.

Fuera como fuese, el viejo y marchito brujo estaba casi seguro de que este drow solitario contaba con el favor de algún dios. A estas alturas de su investigación, casi no importaba cuál fuera.

Volvió a colocar «La Oscuridad de Cherlrigo» boca abajo cuando oyó que llamaban a la puerta, y lentamente se puso de pie y se hizo a un lado para abrir paso a la Cambiante y al druida.

—Bienvenido, Erlindir de Mielikki —dijo cortésmente, y se preguntó qué podría aprender de esa diosa y tal vez de sus «olores» además de las tareas que la Cambiante ya lo hubiera convencido de que realizara para Draygo.

—¿Es esta tu primera visita al Páramo de las Sombras? —preguntó Draygo Quick.

El druida asintió.

—Mi primera incursión a la tierra de las flores sin color —respondió.

Draygo Quick miró un momento a la Cambiante, que con un gesto confiado le indicó que Erlindir estaba totalmente bajo su hechizo.

—¿Has entendido tu cometido? —le preguntó Draygo Quick—. ¿Qué podamos profundizar en nuestras investigaciones de esta abominación?

—Parece bastante fácil —contestó Erlindir.

El brujo asintió y, señalando con la mano una puerta lateral, le indicó a Erlindir que pasara él delante. Cuando el druida así lo hizo, Draygo se retrasó un paso y se puso al lado dela Cambiante. Dejó que Erlindir entrara en la otra cámara antes que ellos, e incluso le dio a entender que los disculpara un momento y cerró la puerta tras él.

—¿No sabe nada de Drizzt? —preguntó.

—Es de una tierra lejana —le respondió la Cambiante en un susurro.

—Entonces ¿no relacionará a la pantera con el drow? La fama del elfo oscuro es muy considerable y está muy extendida.

—No sabe nada de Drizzt Do’Urden. Se lo he preguntado directamente.

Draygo Quick echó una mirada a la puerta. Estaba contento y también un poco decepcionado. Cierto que si Erlindir hubiera oído hablar de Drizzt y de Guenhwyvar, esta tarea podría resultar embarazosa. Podría reconocer a la pantera y semejante impresión podría acabar con el detector de conjuros de la Cambiante. Sin embargo, esta ventaja bien podría haber superado a la pérdida de sus servicios, porque en ese caso Erlindir podría haber ofrecido, por supuesto que debidamente coaccionado, la información relativa a la relación de Drizzt con la diosa Mielikki.

—No es posible que me haya engañado en su respuesta —añadió la Cambiante—, porque en ese momento yo estaba dentro de sus pensamientos y cualquier mentira se me habría revelado.

—Ah, bien —suspiró el brujo.

La Cambiante, que no tenía ni idea de la discusión de más envergadura que estaban manteniendo Draygo Quick, Parise Ulfbinder y varios otros señores netherilianos, lo miró con un atisbo de sorpresa.

El viejo mago sostuvo la mirada con una sonrisa encantadora que no revelaba nada. Abrió la puerta y la Cambiante y él se reunieron con Erlindir en la habitación de al lado donde, cubierta por una tela de seda muy similar a la que cubría su bola de cristal, se paseaba Guenhwyvar, atrapada en una jaula mágica en miniatura.

Fuera de la residencia de Draygo Quick, Effron Alegni vigilaba y esperaba. Había visto entrar a la Cambiante —al menos su apariencia, porque nunca se sabía con certeza si uno estaba viendo a la incansable ilusionista—. No conocía al humano que la acompañaba, pero sin duda no era un sombrío, no parecía netheriliano, y no encajaba en absoluto en el Páramo de las Sombras.

Effron sabía que eso tenía que ver con la pantera.

La idea lo carcomía. Draygo Quick no le había devuelto la pantera, pero ese felino era tal vez el instrumento más importante para ejecutar su venganza contra Dahlia. La Cambiante le había fallado en sus negociaciones con el explorador drow, cuando había tratado de cambiar a la pantera por la codiciada espada netheriliana, pero él no fallaría. Estaba convencido de que si podía hacerse con la pantera podría eliminar del tablero de juego a uno de los mayores aliados de Dahlia.

Sin embargo, Draygo Quick se lo había prohibido.

Draygo Quick.

Al que hasta entonces Effron había creído su mentor.

Las últimas palabras que le había dirigido el viejo y marchito brujo seguían resonando en su cabeza:

—Idiota, si te mantuve vivo fue por respeto a tu padre. Ahora que él ya no está, he acabado contigo. Márchate. Ve a perseguirla, joven necio, tal vez así puedas ver otra vez a tu padre en las tierras más oscuras.

Effron había tratado de acercarse otra vez a Draygo, de poner fin a lo que los enfrentaba. Los sirvientes-discípulos del viejo brujo se lo habían impedido categóricamente.

Y ahora esto, y Effron sabía que la visita de la Cambiante se debía a los planes del brujo respecto de la pantera. Planes en los que no se lo incluía a él. Planes que no contemplaban en absoluto la satisfacción de su apremiante necesidad.

Planes que, en realidad, lo que hacían era interponerse en la satisfacción de dicha necesidad.

El joven y contrahecho tiflin, con el brazo inerme balanceándose detrás de sí, permaneció durante casi todo el día agazapado, apesadumbrado, entre la oscura maleza que rodeaba la residencia de Draygo Quick.

—Estás jugando a un juego peligroso, viejo brujo —le dijo la Cambiante esa noche, más tarde, mientras recibía de Draygo Quick el pago convenido.

—No si has hecho tus investigaciones y tus encantamientos correctamente. No si ese Erlindir es la mitad del druida que tú dices que es.

—Es muy poderoso. Por eso me sorprende que lo dejes volver con vida a Toril.

—¿Y por qué se supone que debo matar a todos los magos y clérigos poderosos? —inquirió Draygo Quick.

—Ahora sabe mucho —le advirtió la Cambiante.

—Me has asegurado que no sabía nada de Drizzt Do’Urden y que no tenía proximidad alguna con él en el vasto territorio de Faerun.

—Cierto, pero si alberga alguna sospecha, ¿no es posible que se aplique a sí mismo algún detector de conjuros como el que te aplicó a ti para que puedas ver el mundo a través de los ojos de la pantera?

A Draygo Quick se le paralizó el intento de coger del estante la botella de brandy de Luna Plateada y se volvió para mirar de frente a su huésped.

—¿Debería pedirte que me devolvieras mis monedas?

La Cambiante se rio con ganas y negó con la cabeza.

—Entonces ¿a qué viene esa sugerencia? —quiso saber el brujo.

Dejó esa pregunta suspendida en el aire mientras a ella se le iba atenuando la sonrisa. Draygo agarró por fin la botella y sirvió un par de copas. Una la dejó sobre el aparador y se llevó la otra a los labios.

—¿A qué se debe, astuta dama —preguntó por fin—, que estés tratando de fisgonear en mis motivos?

—Tendrás que reconocer que tus… tácticas puedan despertar mi curiosidad, ¿no?

—¿Por qué? Me interesan lady Dahlia y sus compañeros, sin duda. Me han acarreado grandes problemas, y no devolvérselos sería una negligencia por mi parte.

—Effron recurrió a mí —dijo la Cambiante.

—¿Para buscar la pantera?

Ella asintió, y Draygo Quick observó que tenía en la mano el brandy que él le había servido, aunque ni él se lo había alcanzado ni ella, aparentemente, se había acercado a cogerlo.

—Sé que Effron ansía desesperadamente ver muerta a la tal Dahlia.

—¡Mejor para él, entonces! —respondió Draygo con vehemencia.

Sin embargo, a la Cambiante no la convencía tanto entusiasmo fingido y no dejaba de menear la cabeza.

—Sí, es su madre —fue la respuesta del brujo a la pregunta tácita—. Engendrado por Herzgo Alegni. Dahlia lo arrojó desde un acantilado inmediatamente después de su muerte. Fue una pena que la caída no le hiciera la merced de acabar con él. Fue a caer entre unos pinos que amortiguaron el golpe y le rompieron la espina dorsal, pero la muerte no pudo con él.

—Sus heridas…

—Ay, Effron sufrió y sigue padeciendo grandes secuelas —explicó el brujo—. Sin embargo, Herzgo Alegni no estaba dispuesto a abandonarlo. Ni física ni emocionalmente durante muchos años, hasta que quedó patente lo que sería el pequeño Effron.

—Un lisiado. Un tullido.

—Y para entonces…

—Ya apuntaba maneras, era un prometedor joven brujo bajo la atenta vigilancia del gran Draygo Quick —conjeturó la Cambiante—. Y más aún, se convirtió en tu instrumento para quebrar la obcecada voluntad del siempre conflictivo Herzgo Alegni. Llegó a ser valioso para ti.

—Este es un mundo difícil —se lamentó Draygo Quick—. Debemos buscar cualquier instrumento que nos permita surcar sin problemas el proceloso mar.

Alzó su capa proponiendo un brindis y bebió otro trago. La Cambiante lo imitó.

—¿Y qué instrumentos buscas ahora a través de la pantera? —preguntó.

Draygo Quick se encogió de hombros como si aquello careciera de importancia.

—¿Hasta qué punto conoces bien a este Erlindir?

Le llegó a la Cambiante el turno de encogerse de hombros.

—¿Te daría la bienvenida a su arboleda?

Ella asintió.

—Es discípulo de Mielikki —apuntó Draygo Quick—. ¿Sabes cuál es su categoría?

—Es un druida poderoso, aunque su mente se ha nublado un poco con la edad.

—¿Goza, sin embargo, del favor de la diosa? —preguntó Draygo con más interés del que quería demostrar como pudo ver por la respuesta tensa, preocupada, de la Cambiante.

—¿No es esa la condición para que se te concedan poderes?

—Más que eso —insistió Draygo Quick.

—¿Me estás preguntando si Erlindir goza del favor especial de Mielikki? ¿Si es un Elegido?

El viejo brujo ni siquiera pestañeó.

—Si lo fuera, ¿crees que hubiera intentado siquiera esa treta con él? ¿Piensas que soy tonta, viejo brujo?

Draygo Quick desechó por ridícula la pregunta y bebió un sorbo, reprochándose para sus adentros el haber concebido con tanta vehemencia una idea tan peregrina. Se dio cuenta de que estaba fuera de su campo. La intensidad de sus conversaciones con Parise Ulfbinder estaba haciendo mella en él.

—¿Podría tener este Erlindir conocimientos de quién pudiera gozar tanto del favor de su diosa? —preguntó.

—Probablemente el superior de su orden.

—No… o tal vez —dijo el brujo—. ¡Busco a los preferidos, esos a los que se suele conocer como «los Elegidos»!

—¿De Mielikki?

—De todos los dioses. Cualquier información que me puedas proporcionar sobre esta cuestión será bien recibida y generosamente retribuida.

Se disponía a servirse otra copa cuando la Cambiante le preguntó, con gran escepticismo y muy intrigada:

—¿Drizzt Do’Urden?

Draygo Quick volvió a encogerse de hombros.

—¿Quién puede saberlo?

—Erlindir, tal vez —respondió la Cambiante. Vació el vaso y se puso en marcha, haciendo sólo una pausa para mirar a la habitación donde la cautiva Guenhwyvar se paseaba.

—Disfruta del tiempo que pases en Toril —dijo.

—Disfrutar… —musitó Draygo Quick para sí mientras ella se alejaba. No era un consejo que siguiera a menudo.