LA CANCIÓN DE LA DIOSA
L
a cerveza, rubia y negra, y el hidromiel corrían con prodigalidad en el salón de baile del clan Battlehammer, debajo de las rocas de la Cumbre de Kelvin. Los brindis corrían por cuenta de Dan Stokely Silverstream, uno tras otro, por Drizzt y por los demás integrantes de la banda del drow, y tan ridículamente efusivos eran los cumplidos que los compañeros no tardaron mucho en darse cuenta de que eran tanto una excusa como una razón para beber.
Aparte de Drizzt, amigo del clan desde hacía tiempo, Ámbar Gristle O’Maul se llevaba la mayor parte de la atención y de los elogios, y, a decir verdad, la enana no se había sentido tan bien recibida desde hacía mucho, mucho tiempo.
Tampoco se había sentido a menudo tan acompañada en eso de aguantar el licor.
La celebración duró muchos días, y tanto a Drizzt como a Dahlia no dejaban de insistirles para que volvieran a contar su historia de Gauntlgrym, describiendo al primordial y, sobre todo, la caída del rey Bruenor Battlehammer, patriarca y héroe del clan. La actitud abierta de Stokely y los demás acerca de la verdadera identidad del enano que se había hecho llamar Bonnego Battleaxe sorprendió a Drizzt para bien. Según la historia oficial de los enanos Battlehammer, el rey Bruenor había muerto en Mithril Hall, décadas antes de su verdadero fallecimiento, pero este puesto avanzado de los Battlehammer sabía la verdad, porque ellos habían estado allí, liderados por Thibbledorf Pwent, cuando el rey Bruenor, infundido del poder delos dioses enanos, había salvado valientemente la situación, dando su vida como un héroe.
Ellos sabían la verdad sobre Bonnego, y en Mithril Hall también se sabía, casi seguro, que el túmulo de Mithril Hall que señalaba la tumba del rey Bruenor era sólo una pila de piedras, pero se admitiría públicamente.
Lo absurdo de la abierta duplicidad seguramente no le pasó desapercibida a Drizzt, pero se dio cuenta de que aprobaba los guiños y los gestos de complicidad, y que los Battlehammer celebrasen la última victoria que había significado la muerte de su queridísimo amigo lo reconfortó realmente.
—Entonces ¿cuánto tiempo te vas quedar en el valle? —le preguntó Stokely a Drizzt diez días después, cuando los dos encontraron un momento de privacidad fuera del complejo minero en lo más profundo de la Cumbre de Cairn.
—Puede que para siempre —respondió Drizzt, y observó el gesto y la sonrisa de aprobación de Stokely—. No me apetece ir a ningún otro lugar porque no hay ninguno en que me sienta como en casa.
—¡Puedes estar seguro de que lo entiendo! Pero no creo que tus compañeros piensen lo mismo. Ámbar probablemente sí, y ese monje, pero no tanto los otros tres, sobre todo el contrahecho.
—¿Estás tan seguro de eso? ¿No será tal vez tu propio deseo de librarte de él? —preguntó Drizzt, y notó cierta rigidez en Stokely.
—Bueno, es de la estirpe del demonio, o del diablo, o lo que sean, esos malditos tiflin —dijo el enano, incómodo.
—Y yo soy de la estirpe de los drow —le recordó Drizzt.
Stokely se limitó a encogerse de hombros.
—Bueno, tampoco es que vayamo’a echa’lo de una patada —dijo.
Drizzt rompió a reír.
—No vamos a quedarnos mucho tiempo.
—Dijiste que pa’siempre.
—Digo aquí, en la Cumbre de Kelvin —aclaró Drizzt—. Tal vez nos establezcamos en Bryn Shander, o puede que Bosque Solitario nos guste más. Dahlia y Entreri no se sienten del todo cómodos con vuestros túneles.
Stokely entornó los ojos.
—Por muy acogedores que los hayáis hecho —añadió Drizzt rápidamente con una reverencia para eliminar la expresión ceñuda de Stokely—. Dahlia es una elfa, después de todo, y Entreri…
—No siempre un amigo de los Battlehammer, ¿eh? —apuntó Stokely.
—Pero tampoco enemigo, de lo contrario no lo habría traído aquí. De hecho, si así fuera, no estaría viajando con él.
—Bueno, ve ande necesites ir —dijo Stokely—. Pero si te quedas en el valle, más te vale venir a visitarnos a mí y a mis chicos.
—Tantas veces como pueda —le aseguró Drizzt.
Ese mismo día, Drizzt, Dahlia y Entreri fueron desde la Cumbre de Cairn a Bryn Shander, donde el drow esperaba que pudieran empezar a hacer planes a más largo plazo. Afafrenfere los despidió pero se quedó para echar un ojo a Ambargrís y a sus libaciones constantes. También Effron, sorprendentemente, declaró que se quedaría, y Drizzt descubrió que Stokely le había pedido que lo hiciera para que los dos pudieran pasar algo de tiempo a solas y así Effron pudiera explicarle sus orígenes. Esa idea sorprendió profundamente a Drizzt, y le recordó que los enanos Battlehammer no eran ni remotamente tan xenófobos como muchas de las demás razas de Faerun. Un Bruenor de mente abierta se había hecho amigo, hacía tiempo, de un solitario elfo oscuro, y ahora daba la impresión de que Stokely estaba dispuesto a continuar con esa tradición.
La confianza de Drizzt de haber hecho bien en conducir a sus compañeros a esa tierra lejana, en apariencia desolada, pero en el fondo acogedora, no hizo más que crecer cuando salieron del complejo del clan Battlehammer.
Dahlia iba a la grupa de Andahar, con Drizzt, pero el peso adicional no refrenaba casi la marcha del poderoso corcel, y los tres llegaron a Bryn Shander ese mismo día, aunque cuando el sol ya se había puesto y el viento helado empezaba a soplar con más fuerza. Las puertas de la ciudad estaban cerradas por lo tardío de la hora, pero los guardias reconocieron a Drizzt Do’Urden y con gran alegría les franquearon la entrada a él y a sus acompañantes.
—¿Cuándo parte la caravana de vuelta a Luskan? —preguntó uno cuando los extraños y poderosos corceles pasaron trotando bajo las pequeñas torres de vigilancia de la puerta occidental.
Drizzt se encogió de hombros, ni lo sabía ni le importaba. Desmontó de Andahar, diciendo a Dahlia que hiciera lo mismo y despidió al unicornio mientras Entreri liberaba a su pesadilla.
—Nuestra mejor opción es alistarnos como exploradores de los jefes de la ciudad —explicó Drizzt mientras se dirigían a la taberna más próxima.
—¿Cuánto piensas quedarte aquí? —preguntó Entreri.
Drizzt se paró en seco y miró a su alrededor, asegurándose de que estaban solos y de que nadie pudiera oírlos.
—Jarlaxle recomendó que pasáramos aquí el resto de la temporada o incluso más —admitió Drizzt.
—Parece un buen motivo para darse la vuelta y marcharse —respondió Entreri.
—Hay fuerzas poderosas que nos buscan, o que me buscan a mí por lo menos, y también os encontrarán a vosotros —admitió Drizzt.
—Draygo Quick —conjeturó Dahlia.
—Esa es una.
—¿Qué sabes? —insistió Entreri.
—El drow de Gauntlgrym —admitió Drizzt—. Según me han dicho han descubierto mi identidad.
—Genial —dijo Entreri.
—¿Qué significa eso? —preguntó Dahlia.
—Significa: bienvenida a tu nuevo hogar —dijo el hosco asesino.
—Cuando el rastro se enfríe, Jarlaxle nos informará —dijo Drizzt—. Y hay peores lugares para vivir. ¿Hay algún otro lugar que prefiráis?
La incisiva pregunta tuvo una curiosa respuesta por parte de Entreri: un encogimiento de hombros que fue como un reconocimiento de que, en realidad, ese lugar era tan bueno como cualquier otro.
—Al parecer, nos hemos ganado algunos enemigos —admitió Dahlia—. Draygo Quick, Szass Tam y ahora estos elfos oscuros. ¿Hay algún lugar del mundo lo bastante alejado?
—Si lo hay no lo hemos encontrado —comentó Entreri.
Esa noche bebieron gratis, porque reconocieron a Drizzt y su mesa fue visitada a menudo por ciudadanos de Bryn Shander que les ofrecían copas o incluso que se alojaran en su casa si buscaban acomodo. Además, todos le pedían que les contara historias de tiempos lejanos.
—Ver a un drow tan bien recibido… —dijo Entreri con sarcasmo en uno de los escasos momentos en que los tres se quedaron solos—. Resulta conmovedor.
—Stokely —supuso Drizzt—. Aparentemente nuestros amigos enanos volvieron de Gauntlgrym a Diez Ciudades con relatos de heroísmo que fueron bien recibidos. Y observo que vosotros no habéis rechazado la oferta de comer o beber gratis.
—¿Gratis? Me lo gané tolerando sus insufribles intromisiones —dijo Entreri—. Todavía no he matado ya ninguno de ellos, de modo que me merezco la comida, y es bastante probable que la bebida impida que mate a alguno en el futuro próximo.
—Si el tiempo que pasemos aquí va a ser un recitado constante de las hazañas de Drizzt, creo que volveré a Luskan y correré el riesgo de enfrentarme a Draygo Quick —comentó Dahlia arrancando una carcajada a Drizzt y a Entreri. Sin embargo, la alegría de Drizzt se disipó enseguida cuando miró a la mujer que lo observaba por encima del borde de su jarra y se dio cuenta de que había mucho de verdad en el comentario.
—Mañana nos presentaremos al capitán de la guardia de la ciudad y nos alistaremos —dijo Drizzt, cambiando de tema—. Con nuestros corceles no nos resultará difícil actuar como exploradores y correos para las otras comunidades. ¿Quién podrá superarnos? ¿Quién nos vencerá en combate? Encontraremos muchas noches como esta en todas las comunidades, estoy seguro. No es una vida tan dura.
Entreri alzó su copa para brindar por eso, aunque su expresión tenía tanto de burla como de acuerdo serio. No obstante, Drizzt lo aceptó y lo recibió de buen grado, sabedor de que era lo mejor que podía esperar de él, y percibiendo que era realmente el reflejo de cierta aceptación por parte del asesino. Era evidente que Entreri no se planteaba dejarlo en un futuro próximo.
En lo relativo al hosco asesino, Drizzt aceptaba sus triunfos donde podía conseguirlos.
El posadero les ofreció un par de habitaciones de cortesía para pasar la noche, y se comprometió a buscarles alojamiento para después, aunque tendrían que pagarlas, después de todo era la estación de más actividad en Diez Ciudades. Drizzt aceptó de buen grado la generosa oferta y volvió a su conversación con los demás cuando apareció en la mesa una cena que les brindaban como agasajo, acompañada de los brindis de todos los presentes.
—Insufrible —dijo Entreri entre dientes, pero Drizzt se dio cuenta de que este comía con buen apetito.
No habían acabado la comida cuando llegó la siguiente interrupción, la de una mujer de mediada edad que se llegó hasta la mesa y miró a Drizzt con una sonrisa.
—Supongo que entonces habrá oído los rumores —dijo.
—¿Rumores? —preguntó Dahlia. Mientras lo decía, miraba a Drizzt en busca de alguna respuesta que no tenía.
El drow miró a la mujer más fijamente y le pareció familiar.
—¿Rumores? —preguntó.
—Sobre el bosque y sobre la bruja —respondió ella.
Drizzt abrió los ojos sorprendido.
—Yo te conozco —balbuceó, aunque no podía recordar el nombre de la mujer.
—Mi pa era Lathan, qu’ha estao en el bosque.
—¡Tulula! —exclamó Drizzt—. ¡Tulula Obridock!
—Ya, pero ahora es Hoerneson —dijo—. Bien hallado seas otra vez, Drizzt Do’Urden.
—¿Qué bosque? —preguntó Dahlia—. ¿Qué rumores?
Otra vez sintió Drizzt su mirada sobre él, pero sólo pudo responder con un encogimiento de hombros, prefiriendo la segunda pregunta a la primera.
—Iruladoon —respondió Tulula—. Un bosque mágico, según dicen, qu’aparece y desaparece caprichosamente, o eso dicen.
—¿De qué está hablando? —preguntó Entreri.
—Gobernado por una bruja de pelo cobrizo y un halfling que vive al lao del lago —respondió Tulula.
Entreri y Dahlia se volvieron directamente hacia Drizzt, que tenía los ojos fijos en Tulula y daba la impresión de que ni siquiera había respirado al oírla, como si aquello lo superara.
—Catti-brie —comentó Entreri en voz baja, asintiendo.
—Las tribus bárbaras han estado hablando de ello —confirmó Tulula—. Parece que mi pa no estaba tan loco, y más de uno se ha disculpao por sus bromas sobre el loco de Lathan Obridock. ¡Ya era hora!
Drizzt se pasó los dedos por el pelo. ¡No sabía por dónde empezar, ni siquiera qué pensar! Escrutó la cara de Tulula sospechando, temiendo, que eso no fuera más que una mujer que se aferraba desesperadamente a la reputación de su padre. ¿Iba a empezar él a albergar esperanzas otra vez?
—Ah, con que la loca de lady Hoerneson te ha sorbido el seso, ¿no? —dijo otro parroquiano acercándose y rodeando afectuosamente con un brazo los hombros de Tulula.
—Bah, una fanfarronada tuya, Rummy Hoerneson —dijo ella.
—¿Tu marido? —preguntó Drizzt.
—Su hermano —corrigió Rummy—. En cuanto me enteré de que estabas de regreso en la ciudad supe que Tulula vendría corriendo a verte.
—Esos rumores… —empezó a preguntar Drizzt.
—Puras tonterías —dijo Rummy.
—¡Tres lo han visto! —protestó Tulula.
—Querrás decir que tres aceptaron tus monedas por decir que lo habían visto —replicó Rummy.
—Ya estaban hablando de ello incluso antes de que yo los hubiera visto —volvió a protestar la mujer.
—Porque sabían que ibas a venir corriendo con la faltriquera abierta —dijo Rummy con una estentórea carcajada—. Has estado buscando ese bosque desde la muerte de tu pa, y nadie puede culparte por ello. ¡Sin embargo, una banda de bárbaros borrachos que sólo quieren seguir bebiendo no es suficiente para hacer que este pobre drow atraviese nadando el Dinneshere!
—¿De qué tribu? —inquirió Drizzt.
—¡Oh, no hagas ni caso! —gritó Rummy Hoerneson.
—Alce —explicó Tulula—, la tribu del Alce. Estaban llevando su ganado a las colinas y pasaron por el mercado. Supongo que a estas alturas se encontrarán bastante altos en la Columna del Mundo.
Sin pensar siquiera el movimiento, Drizzt por reflejo giró la cabeza hacia el sureste, porque conocía bien la ruta y el destino de los rebaños de caribú.
—¿Tú lo has visto alguna vez? —le preguntó a la mujer.
—Sólo atravesé el Dinneshere una vez contigo, y volví a hacerlo unos años después cuando murió mi pa —dijo negando con la cabeza—. Nunca lo vi.
—Nadie lo vio jamás —refunfuñó Rummy.
—Catti-brie —dijo Dahlia con brusquedad y casi pareció que escupía la última parte de su pensamiento y el veneno estuviera destinado a Drizzt— lleva tiempo muerta.
Drizzt giró la cabeza para mirarla.
—¿No es cierto? —añadió ella.
Drizzt se limitó a mirarla.
—¿Ni siquiera eres capaz de decirlo? —le preguntó Dahlia, incrédula.
Entreri soltó una risita y Drizzt lo atravesó con la mirada.
La tensión se hacía palpable entre ellos. Tulula y Rummy saludaron brevemente a Drizzt y a sus amigos, les dieron la bienvenida a Diez Ciudades y se retiraron presurosos.
—Entonces ¿cuándo te propones ir al encuentro de la tribu del Alce? —preguntó Entreri cuando se quedaron solos. Drizzt lo volvió a atravesar con mirada asesina, pero al parecer sin el menor efecto.
—Porque vamos a ir, lo sabes —le dijo Entreri a Dahlia—. O al menos él.
La mirada asesina de Dahlia superó incluso a la de Drizzt.
El drow suavizó su actitud y se echó atrás en su silla.
—Perdí a dos de mis amigos hace muchos años —empezó a explicar.
—A tu amante y a un amigo, querrás decir —apuntó Dahlia.
Drizzt asintió, pero la corrigió:
—Mi esposa. Y sí, un amigo. Nos fueron arrebatados de una manera extraordinaria.
—Ya me conozco la historia —dijo Dahlia como mordiendo cada palabra cuando salía de sus labios y sin pestañear siquiera.
—¿Nos has traído a estas tierras olvidadas para perseguir a un fantasma? —preguntó Entreri que seguía pareciendo más divertido que preocupado.
—No había oído hablar de Iruladoon durante muchos años, hasta este encuentro —protestó Drizzt—. Durante muchos años. No, desde antes de la primera incursión a Gauntlgrym
—Pero ahora te propones ir —dijo Dahlia. Se puso de pie y se dirigió a la puerta, dejando a Drizzt con la mirada perdida, abrumado y perplejo por la reacción.
—Eres un verdadero idiota —dijo Artemis Entreri riendo aún con más ganas.
Drizzt se puso de pie con la intención de ir detrás de Dahlia.
—Como vas a demostrar una vez más —oyó el comentario de Entreri mientras se alejaba. Eso hizo que se detuviera, pero sólo un momento, antes de atravesar la puerta presuroso.
Dahlia estaba de pie en la calle de espaldas a él, con los brazos cruzados sobre el pecho como si tuviera frío, a pesar de que la noche era cálida. Drizzt se acercó y suavemente le puso una mano en el hombro.
—Dahlia —dijo, o empezó a decir, porque la elfa se dio media vuelta y le cruzó la cara de una bofetada.
—¿Por qué? —consiguió decir antes de que ella le levantara otra vez la mano, y esta vez, el ágil y fuerte drow la sujetó por la muñeca.
Lo intentó con la izquierda, pero Drizzt también le sujetó ese brazo.
—Dahlia —le rogó.
La elfa le dio un cabezazo directo a la nariz, y cuando él se echó hacia atrás la soltó. Entonces ella le lanzó una patada directa a la entrepierna. Drizzt consiguió girar la cadera y recibir el puntapié en el costado, aunque de todos modos le dolió.
Dahlia no cedía. Bajo la luz de la luna el drow pudo ver que le caían lágrimas por las mejillas.
Alguien pasó rápidamente al lado del drow y Artemis Entreri intervino poniéndose en el camino de Dahlia y sujetándola mientras trataba en vano de calmarla.
—¡Pues bien, ve a buscar a tu fantasma! —dijo Dahlia—. ¡Ah, y espero que puedas abrazar a tu querida Catti-brie y que su fantasma te congele el corazón para siempre!
Drizzt hizo un gesto de impotencia con un brazo mientras se llevaba la otra mano a la sangrante nariz. Trataba en vano de entender esa explosión.
—Bueno, entonces salimos por la mañana —dijo Entreri volviéndose a mirarlo mientras empujaba a Dahlia para alejarla de allí—. ¡Supongo que va a ser una fantástica excursión de verano!
A la mañana siguiente, Dahlia compartió montura con Entreri que encabezaba la marcha hacia la Cumbre de Kelvin para reunirse con el resto de sus compañeros.