EL VIAJE A CASA
—A
hí ties, drow —le dijo Athrogate a Drizzt mientras caminaban por las calles de Luskan. Le entregó una capa doblada que Drizzt identificó inmediatamente como un piwafwi drow, una prenda de gran utilidad como ocultación y protección—. Jarlaxle me dijo que te la diera y que te dijera que la usaras.
—¿Usarla?
—Sip —respondió Athrogate—. Ties algunos enemigos poderosos que te buscan, por lo qu’he oído. Úsala, pues, y vete de Luskan enseguida.
Drizzt hizo un alto y se volvió para mirar de frente al enano. También Effron, que iba a su lado, se paró al oír la noticia.
—¿Adónde? —preguntó Effron.
—A lo mejor de vuelta a Mithril Hall, ¿no te parece?
Effron miró a Drizzt.
—¿Jarlaxle cree que yo…, que nosotros, deberíamos marcharnos de Luskan? —le preguntó Drizzt al enano.
—Un buen consejo —respondió Athrogate—. Te tropezaste con algunos drow en Gauntlgrym y tienen una idea de quién podrías ser.
Drizzt tragó saliva.
—La Casa Baenre —dijo entre dientes.
—¿Qué significa? —preguntó Effron.
—Significa que tú y yo deberíamos separarnos aquí, por tu bien —dijo Drizzt.
—Naa —intervino Athrogate—. Saben quien son tus amigos, y los encontrarán a ellos si no te encuentran a ti. Jarlaxle me dijo que t’ijera que debéis permanecer juntos, todos. —Al terminar señaló con su peludo mentón más allá de Drizzt que, al volverse, vio a Ambargrís que iba hacia él a grandes zancadas con una sonrisa que le abarcaba toda la cara. Llegó corriendo y después de darle un gran abrazo a Drizzt le dio otro a Effron.
A continuación abrazó a Athrogate, y a los demás les pareció que esos dos habían llegado a conocerse muy bien, y muy íntimamente. Los dos se separaron y se dieron un beso estrepitoso, atolondrado y ruidoso, con esa mezcla de diversión y deseo de la que sólo son capaces los enanos.
—¿Tienes el calendario de las caravanas? —preguntó Athrogate cuando se separaron.
—Sip, norte, sur y este, y un barco o dos que zarpan bastante pronto —respondió Ambargrís mirando a sus dos amigos retornados mientras hablaba.
—Un barco podría’star bien —ofreció Athrogate encogiéndose de hombros.
Pero Drizzt negó con la cabeza.
—¿Caravanas hacia el norte? —le preguntó a Ambargrís, y añadió—: ¿Valle del Viento Helado?
—Sip —dijo la enana—. Ese sería el lugar del norte del qu’hablaban los caravaneros.
Drizzt miró a Athrogate.
—¿Jarlaxle está seguro de esto?
—Vete, elfo —le advirtió el enano.
Drizzt asintió y trató de encontrarles sentido a esos cambios repentinos que se habían producido de forma tan inesperada. Se había resignado a pasar la vida como prisionero de Draygo Quick, y tal vez a morir allí, en el Páramo de las Sombras, en la habitación que había llegado a ser su propio mundo. Y ahora estaba libre, y había recuperado a Guenhwyvar.
Pero ¿era realmente libre? ¡La Casa Baenre tal vez hiciera que deseara estar otra vez bajo la custodia de Draygo Quick!
—El Valle del Viento Helado —decidió, porque en cierto modo le parecía la opción adecuada, el lugar al que pertenecía. Pocos conocían las costumbres de esa tundra mejor que Drizzt Do’Urden, aunque llevaba más de un siglo tal vez fuera de allí. La idea le hizo sentir un pellizco de nostalgia, y tuvo la sensación de estar volviendo a casa.
Sin embargo, en lo profundo de su corazón sabía que ningún lugar podría ser realmente su casa sin Catti-brie, Bruenor, Regis y Wulfgar.
—’Tá bien, pues —dijo Ambargrís—. Las carretas pa’l Valle del Viento Helado parten al alba, y creo qu’estarán contentos de tenernos a los cuatro como guardias.
—A vosotros tres —corrigió Athrogate—. Yo tengo mis obligaciones aquí en Luskan. Pero, ah, te llevarán a ti, y estarán mu’contentos. —Buscó en un bolsillo lateral de su chaleco y sacó varios pergaminos. Después de buscar un rato le entregó el que correspondía a Drizzt—. La recomendación del Barco Kurth —explicó con un guiño—. Tanto da en barco o en carreta, tenemos la recomendación adecuada pa’cada caso. ¡Ahora ponte tu maldita capa y marchaos!
Drizzt se dio cuenta de que quedaba poco más que decir.
—Hazle llegar mi gratitud a Jarlaxle —le dijo al enano—. Había abandonado toda esperanza y me la ha devuelto, lo cual no es cosa baladí. Dile que confío en que nuestros caminos vuelvan a encontrarse sin que pase mucho tiempo. Me encantaría oír el relato de cómo sobrevivisteis los dos a la caída en Gauntlgrym, y sé que Jarlaxle tendrá cien relatos más que contarme sobre vuestras andanzas desde aquel lejano día.
—¿Cien? —dijo Athrogate, incrédulo—. ¡Qué va, elfo, mil! ¡Mil y mil más te digo! ¡Buajajajá!
Por alguna razón, teniendo en cuenta lo que sabía Drizzt de Jarlaxle, aquello no le sonó nada exagerado.
Ambargrís, Drizzt y Effron estaban sentados esa noche en la trasera de una carreta descubierta, la primera de la veintena de noches que duraría el peligroso viaje al Valle del Viento Helado y que comenzaría al alba del día siguiente. Tal como Athrogate les había asegurado, los caravaneros estaban más que entusiasmados por contar con ellos tres como guardias adicionales, porque el camino hasta Diez Ciudades no estaba exento de peligros, y la fama de Drizzt Do’Urden no era algo que pudiera despreciarse.
Drizzt apoyó una mano en el hombro de Effron, tratando de reconfortar al joven tiflin mientras Ambargrís le contaba los últimos momentos de la vida de Dahlia.
—Los tres vieron a la bestia —acabó—. Los tres se volvieron piedra. Yo me saqué del medio por un pelo. Nos estaba esperando, os digo.
—Sin duda no cogimos por sorpresa a lord Draygo —reconoció Drizzt, y un hondo suspiro acompañó el final de la triste historia, aunque ya antes había aceptado la pérdida de Dahlia y de los demás.
—Fue culpa mía —dijo Effron con voz impregnada de pesar—. Jamás debería haberos llevado hasta allí.
—De haber conocido tu información más tarde, y de haberme enterado de que sabías lo de la prisionera secreta de lord Draygo, te habría perdonado —le dijo Drizzt—. Guenhwyvar es una amiga y tenía que intentarlo.
—Sip, y todos los que fuimos contigo, yo misma incluida, lo hicimos por propia voluntá —dijo Ambargrís—. Hiciste bien —le dijo a Effron—. Ese es el precio del compañerismo y la lealtá, y si alguien no lo ve así, no es digno d’ir a tu lao.
—Me fui del lado de Draygo Quick y abandoné todo lo que conocía, a todos mis amigos y mi hogar, por cierto, para estar con mi madre —respondió Effron.
—Creí que lo habías hecho pa’matarla —le recordó Ambargrís.
—¡Lo hice para averiguar la verdad! —le replicó Effron con una pizca de enfado en la voz—. Tenía que saber.
—¿Y cuando lo hiciste?
—Encontré a mi madre, y ahora se ha ido y estoy solo.
Ambargrís y Drizzt se miraron al oír eso y preguntaron al unísono:
—¿De veras lo crees?
—El Valle del Viento Helado —dijo Drizzt—. Cuando estaba solo, hace mucho tiempo, fue allí donde encontré mi corazón y mi hogar. Y allá vuelvo, y esta vez no estoy solo, y tú tampoco.
Le dio a Effron una palmadita en la espada y el joven tiflin le devolvió una mirada agradecida.
Un movimiento detrás de la carreta les llamó la atención, y una forma, una forma de elfa —¡la forma de Dahlia!— se coló en el vehículo y fue a arrodillarse al lado de Effron al que dio inmediatamente un enorme abrazo.
—¡Por los dioses! —gritó Ambargrís.
—Por Jarlaxle, supongo —la corrigió Drizzt.
—Cierto —respondió Artemis Entreri subiendo a la carreta con Afafrenfere que tenía un aspecto sorprendentemente abatido.
Drizzt abrazó a Dahlia y saludó al hombre con la cabeza. Ambargrís fue a gatas a saludar a su antiguo compañero de Cavus Dun.
—¿Eh, a qué viene ese ceño fruncío? —le preguntó al monje que se limitó a menear la cabeza.
—Pero ¿cómo? —preguntó Drizzt—. Os habíais convertido en piedra, eso dice Ambargrís.
Entreri se encogió de hombros.
—No recuerdo mucho —admitió Dahlia—. Vi a la horrenda criatura y a continuación me encontraba en las catacumbas. Jarlaxle estaba a mi lado con su sonrisa petulante.
—Athrogate nos dijo dónde encontraros —añadió Entreri—. ¿Vamos al Valle del Viento Helado?
—Así es —dijo Drizzt, y se sentía ligero en ese momento. ¡Tan contento de ver otra vez a sus tres compañeros perdidos! Dahlia le dio un abrazo más apretado y él se lo devolvió. Ella se apartó lo suficiente para intentar besarlo apasionadamente.
Drizzt le dio un beso breve y apartó los labios.
—¡Effron, comida para nuestros amigos! —dijo exultante, inyectando energía para disimular su maniobra de evasión.
Sin embargo, cuando miró a Dahlia la vio apenada y supo que su intento no había tenido éxito. La volvió a abrazar, pero esta vez fue ella la que rompió el abrazo y fue a ocupar un asiento en la carreta, ostensiblemente al otro lado de Effron y no junto a Drizzt.
Sabía que tendrían que hablar, y pronto, y se preguntó si sincerarse con Dahlia rompería en dos el grupo. Se dio cuenta de que era probable, y entonces comprendió que era algo que le debía a Dahlia, que les debía a todos. Que tenían que mantener la conversación antes de emprender el difícil viaje hacia el Valle del Viento Helado.
Los seis dejaron la carreta y se acercaron al fuego del campamento para compartir una comida caliente, pero la conversación junto al fuego fue bastante ligera, y por momentos inexistente, porque, la verdad, no tenían mucho de que hablar. Después de todo, para la mitad del grupo el tiempo se había detenido, y el relato de Drizzt y Effron sobre su encarcelamiento por parte de Draygo Quick no deparó mucho entretenimiento.
Después de la cena fue Ambargrís quien tomó la iniciativa, contando los últimos momentos de la batalla y explicando cómo había llegado a encontrar a Jarlaxle.
Esa parte del relato de la enana hizo que Drizzt y Entreri prestaran atención.
—Tiago Baenre —susurró Drizzt cuando la enana describió cómo la había rescatado de las calles de Luskan. Teniendo en cuenta lo que le había contado Athrogate, tenía sentido, y puesto que Tiago y los suyos conocían la identidad de los compañeros de Drizzt, aquello hizo que cambiara de opinión sobre sus planes actuales.
No hablaría sinceramente con Dahlia hasta que todos estuvieran a salvo, por su propio bien.
No lejos del grupo había otro que escuchaba todo lo que podía de su ligera charla. Madigan Pruett servía al Barco Rethnor, y sabía que su gran capitán recibiría ansioso cualquier noticia sobre Dahlia.
Sin embargo, Madigan no estaba seguro de transmitir esa noticia a su barco, porque había oído de otro que había hecho circular por las calles que estaba dispuesto a pagar bien por cualquier noticia que tuviera que ver con Drizzt Do’Urden.
Madigan Pruett había ido esa noche a entregar las últimas provisiones del Barco Rethnor para la caravana. Ahora que veía ante sí esa provechosa oportunidad, decidió unirse a la expedición, pero sólo hasta llegar a la entrada meridional al paso que atraviesa la Columna del Mundo, un par de días de viaje si se mantenía el tiempo.
A continuación había llevado su información al hombre que pagaba bien, un mago visitante llamado Huervo el Buscador.
A ciento cincuenta kilómetros en dirección sureste, y a trescientos metros por debajo de la superficie, Saribel Xorlarrin despertó a su hermano y los dos acudieron a toda prisa a las habitaciones privadas de Tiago Baenre.
Todas las noches, en sus oraciones vespertinas, Saribel les pedía a las camareras de la Reina Araña que orientaran su búsqueda, y en un nivel más práctico, se le había encomendado que mantuviera contactos secretos con los espías que Tiago había distribuido por Neverwinter, Puerto Llast y otras ciudades de la región.
—Tenemos que volver a Luskan a toda prisa —le explicó Ravel Xorlarrin a Tiago.
—Han localizado a la enana.
—Mejor aún —dijo Ravel, y miró a Saribel.
—Ha aparecido Drizzt Do’Urden, por fin —explicó la sacerdotisa.
Tiago estaba contento, pero no sorprendido. Había estado esperando esto desde la casi captura de la enana conocida como Ambargrís. Dejó la cama, cogió sus ropas y su armadura y también sus fabulosas armas.
—O sea, que está con sus compañeros —observó Tiago.
—Eso parece —respondió Ravel.
—Reúnelos a todos, entonces —indicó Tiago, refiriéndose a la fuerza especial que había organizado para esta ocasión, formada por los tejedores de conjuros y guerreros más próximos a Ravel, entre ellos Jearth, el maestro de armas de la Casa Xorlarrin—. Esta vez no correremos el riesgo de perder al hereje.
—¿Y la Casa Xorlarrin compartirá los méritos? —se atrevió a preguntar Saribel.
Tiago le lanzó una rápida mirada acompañada de una sonrisa que sabía que sin duda iba a inquietar a la sacerdotisa. Comprendía el origen de su pregunta: después de todo, ella no tendría respuesta para su severa hermana mayor, Berellip, por sus acciones. Tanto Saribel como Ravel necesitaban cierta seguridad de que su Casa se beneficiaría, dado todo lo que estaban arriesgando.
—¿Compartir? —dijo Tiago con una risa displicente—. Seréis mencionados en primer lugar como la fuerza que emplee para conseguir mi gran victoria.
Por supuesto, mantuvo su tono condescendiente, pero sabía que esos dos, ambos por debajo de él, quedarían satisfechos con eso.
Y así fue.
La noche siguiente, una fuerza de más de veinticinco drow y un puñado de driders liderado por el poderoso Yerrininae y su esposa, Flavvor, se pusieron en marcha hacia el norte por los túneles de Gauntlgrym.
Las carretas avanzaban a buen ritmo. El tiempo estaba seco y el camino se encontraba despejado y duro, sin barro ni rodadas que hicieran mella en las ruedas.
Por primera vez en muchos meses, Drizzt montaba en Andahar, y se sentía estupendamente sobre el fuerte lomo del unicornio, al viento su larga melena blanca. Cada tanto tocaba el bolsillo de su cinto, palpando la figurita de ónix, ansiando el día en que volvería a llamar a Guenhwyvar a su lado.
—Paciencia —se decía, recordándose que Guenhwyvar necesitaba su descanso. Estaría allí, Jarlaxle se lo había asegurado, y Jarlaxle casi nunca se equivocaba.
Espoleó a Andahar y a medio galope adelantó a la carreta que llevaba la delantera, continuando luego al galope para explorar el camino que tenían que recorrer. Dejó que el unicornio corriera durante un tiempo, sin preocuparse de perder de vista la carreta delantera. Ahora era libre, cabalgando un camino hacia un lugar al que había considerado su hogar.
Andahar prácticamente no sudaba. Avanzaba con paso largo y constante. Al rodear una curva llegaron a una larga recta, bordeada de gruesos árboles y allí Drizzt le dio al corcel libertad para lanzarse a galope tendido. Con los belfos hinchados y resoplando, Andahar parecía encantado de complacerlo, y ahora sí el sudor empezó a bañar los flancos musculosos del unicornio.
A dos tercios de la carrera, Andahar moderó el paso y Drizzt se sentó más recto, balanceando el cuerpo en perfecto equilibrio mientras el galope se convertía en medio galope y acababa en un trote.
Drizzt se inclinó hacia adelante y dio unas buenas palmadas en el cuello de Andahar, agradecido por la carrera. Se disponía a hacer volver al unicornio cuando vio algo por el rabillo del ojo, algo grande y negro que se movía rápidamente por las copas de los árboles.
Drizzt tiró de las riendas para parar del todo a su corcel, e incluso echó mano de Taulmaril hasta que se dio cuenta de lo que era.
Un cuervo gigantesco aterrizó en el camino frente a él y no tardó en convertirse en Dahlia, vestida con su capa mágica.
—Podrías haber pasado junto a una banda de salteadores de caminos sin notarlos siquiera —le reprochó Dahlia.
Drizzt sonrió.
—El camino está despejado.
Dahlia se lo quedó mirando con gesto de duda.
—Entonces vuela por encima de los árboles —le dijo el drow—. Sígueme mientras cabalgo y muéstrame mi error de juicio.
Dahlia sopesó sus palabras un momento, después negó con la cabeza y avanzó hacia Drizzt.
—No —respondió llegando a su lado y alzando una mano para que él la cogiera—. Prefiero montar contigo, a la grupa.
Drizzt la ayudó a subir y ella se pegó mucho a él.
—O debajo de ti —le susurró, provocadora, al oído.
Drizzt se puso en tensión.
—Si el camino está despejado, no tendrán necesidad de nosotros —dijo Dahlia.
Pero no era esa preocupación la que hacía vacilar a Drizzt.
—¿De qué se trata, entonces? —dijo Dahlia al ver que él no respondía y que no intentaba ningún acercamiento íntimo hacia ella.
—Ha pasado mucho tiempo —empezó Drizzt—. Pasé muchos meses en cautividad en el castillo de Draygo Quick.
—Yo me habría cambiado por ti —respondió sarcásticamente la elfa a la que habían convertido en piedra.
—¿De veras? —preguntó Drizzt con sinceridad, y miró a Dahlia a la cara por encima del hombro—. Estabas perfectamente ajena a todo. En tu mente y en tus sentidos el tiempo no pasaba. Dime, cuando volviste a tu ser carnal ¿pensaste que habían pasado meses? Dijiste antes que era como si hubieses pasado en un abrir y cerrar de ojos del vestíbulo de entrada a las catacumbas, y en lugar de la medusa encontraste a Jarlaxle delante de ti.
—No por eso es menos inquietante —dijo Dahlia y miró a otra parte.
—Es posible —admitió Drizzt—. No se trata de una competición entre nosotros.
—¿Por qué empezar una, entonces? —Su voz subió de tono.
Drizzt se disculpó con una inclinación de cabeza.
—El mundo se ha movido rápido, y sin embargo da la sensación de que no se mueve en absoluto Me temo que me he perdido mucho de mí mismo en estos meses con lord Draygo. Tengo que encontrar todo eso antes de pensar siquiera…
—¿Qué? —lo interrumpió Dahlia—. ¿Antes de pensar en hacer el amor conmigo?
—Con cualquiera —trató de explicar Drizzt, pero se dio cuenta de que había errado en la respuesta en cuanto las palabras salieron de su boca, y sólo reaccionó un instante después, cuando Dahlia le dio una bofetada.
La elfa se dejó caer del unicornio y se quedó de pie en el camino de tierra, mirándolo, con los brazos en jarras, dando la impresión de que quería matarlo o de que quería tirarse al suelo y echarse a llorar. Todo eso duró una eternidad para el pobre Drizzt.
No sabía cómo reaccionar, qué hacer, y finalmente se le ocurrió bajarse de Andahar e ir hacia la mujer. Pero cuando levantó una pierna para desmontar, Dahlia alzó una mano para disuadirlo. Se volvió y corrió un trecho antes de echarse la capa encima de la cabeza y convertirse otra vez en un cuervo gigante que regresó volando hacia la caravana.
Drizzt cerró los ojos y dejó caer los hombros, vencido, mientras su mente le daba vueltas a todo vertiginosamente y le dolía el corazón. No podía seguir con ella. No la amaba. No como había amado a Catti-brie, y a pesar de las palabras de Innovindil, aquel amor seguía siendo su modelo, obsesionándolo y confortándolo al mismo tiempo.
Era probable que nunca volviera a encontrar un amor así. Pues que así fuera, decidió.
Hizo que Andahar diera la vuelta y emprendió lentamente el camino por el que había venido. No dejaba de repetirse que tenía que tratar adecuadamente el problema de Dahlia, por su propio bien. Él no podía darle lo que ella deseaba, pero los Baenre los perseguían y no podía permitir que ella se fuera sola, por su cuenta.
—A duras penas puedo oír lo que me dicen —se quejó Afafrenfere a Drizzt unos días después cuando por fin la caravana dejó atrás las altas paredes del paso de montaña para salir a la tundra del Valle del Viento Helado.
—Te acostumbrarás al viento —le gritó Drizzt. El drow sonreía. Volver a sentir en sus oídos el permanente viento del lugar resultaba la mejor medicina para Drizzt Do’Urden. Lo curaba de las dudas y del malestar que lo habían aquejado en los meses de su cautiverio. Se imaginó el pináculo rocoso de la Cumbre de Kelvin, que todavía no llegaba a vislumbrarse coronando la planicie, pero que no tardaría en aparecer, lo sabía. Y esa vista imaginaria, las estrellas que parecían rodearlo por completo en lugar de estar en lo alto, le trajeron la imagen de un Bruenor sonriente, de pie a su lado en medio de la noche oscura y del aire helado. Pensó en Regis, pescando con una cuerda atada al dedo del pie mientras echaba una siesta a orillas del Maer Dualdon.
Sí, ese era su hogar, un lugar de frío físico y calor emocional, un lugar donde había aprendido a confiar y a amar, y no podía evitar sentirse vivo con el sonido del Valle del Viento Helado en sus oídos. Casi no podía recordar ya a la persona apática y desesperanzada en que se había convertido en la prisión de Draygo Quick.
Se volvió a mirar la caravana, a Dahlia en especial, que iba en una carreta flanqueada por Artemis Entreri en su pesadilla. Él le daba conversación. Drizzt se los imaginó abrazados y deseó que aquello se volviera real, porque él estaba convencido de que nunca podría amarla.
Drizzt hizo que Andahar diera la vuelta y volvió al paso hasta la primera carreta.
—¿Bryn Shander? —preguntó.
—Sí, es ahí adonde vamos.
—Los caminos empeorarán porque viene el deshielo y el barro de la tundra es inevitable —explicó Drizzt—. Probablemente otros diez días de camino si el tiempo se mantiene.
El conductor asintió.
—He hecho este camino muchas veces —le dijo.
—Mis amigos y yo os escoltaremos hasta las puertas de Bryn Shander, pero después, al menos yo, me desviaré hacia la Cumbre de Kelvin.
—Tendrás tu paga.
Drizzt sonrió. Le importaba poco. Sólo había querido informar a la caravana de sus planes.
—Entonces ¿vas con los enanos Battlehammer? —preguntó el conductor, y Drizzt asintió—. Tengo entendido que eres amigo de ellos.
—Y muy orgulloso de serlo.
—Tenemos una carreta de mercancías para los chicos de Stokely Silverstream —explicó el conductor, y a Drizzt le gustó volver a oír ese nombre—. Tal vez dos. Empezaré a repartir la mercancía cuando acampemos esta noche, eligiendo lo que es para los enanos, y tú puedes escoltar esas carretas hasta las montañas.
Drizzt asintió una vez más y volvió a donde estaba Afafrenfere. Espoleó un poco a Andahar después de eso. Su conversación le había dado ganas de recorrer otra vez los caminos de la Cumbre de Kelvin.
A la mañana siguiente, poco después de ponerse en marcha, apareció a la vista la cumbre de la pequeña montaña y a Drizzt se le aceleró el corazón.