UNA IMPRESIONANTE VICTORIA
—D
eberías dejar que se fuera —le dijo Jarlaxle a lord Draygo sobre el suelo ajedrezado del vestíbulo de entrada.
Draygo Quick adoptó una expresión divertida. Acababa de decirle adiós a Jarlaxle después de informarle de que ya no tenían nada más de que discutir.
—De esa manera encontrarías mejor tus respuestas —continuó el drow—. Y realmente, si Drizzt goza del favor de una u otra deidad, ¿qué ganas con mantenerlo prisionero?
—Das demasiadas cosas por supuestas. —Draygo Quick repitió una frase que ya había usado con Jarlaxle en varias ocasiones. De hecho, en las horas que habían compartido, el señor netheriliano no había admitido en ningún momento que Drizzt estuviera en su castillo.
Pero Jarlaxle sabía más de lo que el brujo creía, porque Kimmuriel había encontrado a Drizzt al joven tiflin, en habitaciones separadas y cerradas del ala oeste del castillo. Kimmuriel también había encontrado a los otros, todos convertidos en estatuas, en una estancia no muy alejada de donde se encontraban ahora.
—Claro, si mis sospechas son equivocadas… —empezó Jarlaxle.
—Y me sigues fastidiando —continuó Draygo Quick—. Márchate de una vez, Jarlaxle, antes de que caiga en la tentación de hablar con lord Ulfbinder y dejar sin efecto nuestro acuerdo. No vuelvas a menos que te invite, o a menos que solicites una visita y te sea concedida. Ahora, si me perdonas (y si no, da lo mismo) tengo mucho que hacer.
Jarlaxle hizo una profunda reverencia a la que Draygo Quick respondió apenas con una cortés inclinación de cabeza y se dirigió hacia la puerta que conducía a su torre y a sus aposentos privados. Jarlaxle lo miró alejarse y luego dirigió la mirada a la amplia escalera que había al fondo del salón, y que ascendía seis metros antes de dividirse a izquierda y derecha protegida por decoradas barandillas.
Había abundancia de guardias shadovar allá arriba. Todos tenían la vista fija en él, incluso uno que sostenía en sus manos a Taulmaril y otro que, por increíble que parezca, llevaba sujeta sobre su cadera una de las cimitarras de Drizzt.
Se está mofando de mí —pensó Jarlaxle, y pudo sentir en su mente el malestar de Kimmuriel con la misma claridad que si el psionicista estuviera de pie a su lado y gruñendo—. Dime cuando —le dijo Jarlaxle mientras Draygo Quick abandonaba el salón.
—Hay guardias en la puerta que tienes delante, y también otros fuera —le advirtió Kimmuriel silenciosamente.
Jarlaxle les hizo una reverencia a los centinelas de expresión adusta de la balconada, aprovechando para describir con su sombrero un movimiento circular.
—No mates al señor —le gritó Kimmuriel telepáticamente.
—Entonces guía debidamente mis bombardeos iniciales —respondió Jarlaxle. Deslizó con disimulo la mano por el interior del sombrero, asiendo el borde del agujero portátil.
—No voy a usar vuestra puerta —les anunció Jarlaxle a los guardias volviéndose como para salir del castillo—. Dispongo de mi propia puerta.
—Limítate a marcharte, como te ordenó lord Draygo —gritó desde la escalera el comandante de la guardia, el que llevaba la cimitarra de Drizzt.
Jarlaxle sonrió y tiró del agujero portátil, se volvió a cubrir la cabeza rapada con el sombrero y con un gracioso movimiento desplegó el agujero que se iba ampliando en dirección a los guardias que flanqueaban la salida del castillo. Los dos abrieron los ojos como platos y se apresuraron a hacerse a un lado, asustados, pero el agujero cayó sobre el suelo sin tocarlos y sin efectos colaterales visibles, dando la impresión de que existía un agujero de verdad en el suelo del castillo.
Con la evidente distracción atrayendo la atención de todos los presentes, Jarlaxle deslizó la mano en el interior de un bolsillo y sacó un pequeño cubo, sin olvidar en ningún momento que su hermano Gromph lo había amenazado con las penas del infierno si echaba a perder ese artilugio en concreto.
—Draygo está subiendo a su torre sin problema —le comunicó Kimmuriel.
Jarlaxle sonreía al ver a los centinelas de la puerta asomados al curioso agujero, sin poderse resistir a la tentación de mirar dentro. El mercenario lanzó el cubo hacia la puerta por la que acababa de salir Draygo y se volvió hacia los guardias de la balconada.
—«Con ábaco, por arquitecto, por carpintero y albañil» —recitó con aire dramático haciendo un movimiento envolvente con el brazo, al tiempo que se daba un golpecito en la insignia de su Casa para activar un conjuro de levitación y elevarse conveniente y prudentemente del suelo del castillo. Reiteró y siguió ideando su canción—: Con todos los saberes del diseño estructural / por el cobijo tan amado, amor al fuego y al hogar / para construir tu castillo privado ¿a quién acudirás?
—¡Actúa ya, pavo real! —gritó Kimmuriel en sus pensamientos, con lo cual consiguió que la sonrisa de Jarlaxle se hiciera más ancha.
—Podría sugerir que todos los instrumentos / los números mundanos y reglas físicas / deben ser para los realmente brillantes / como es lo normal para los necios al uso. // Un castillo, calor, una verdadera morada / porque cuando uno busca en verdad un hogar / los sabios llaman a las almas elevadas / que pasan los días metidas entre libros.
—¿Qué clase de tontería es esta? —preguntó, imperativo, el guardia de la escalera.
—¿Tontería? —repitió Jarlaxle fingiéndose ofendido—. Amigo mío, esto no lo es en absoluto. —Un respingo que sonó detrás de él le hizo saber a Jarlaxle que los guardias de la puerta habían llegado al borde del agujero y habían mirado dentro—. Nada de eso, esto… ¡esto es Caer Gromph!
Caer Gromph, las dos últimas palabras del encantamiento, sonaron distintas del verso cantarín del mercenario juguetón, porque no iban dirigidas al público, sino al cubo mágico que había lanzado Jarlaxle. Al absorber esas palabras de mando dichas de esa manera particular, la magia del cubo se despertó. El suelo empezó a temblar bajo sus pies, aunque, por supuesto, no tuvo la menor repercusión sobre el drow que flotaba sin tocar el suelo, y el castillo de Draygo empezó a sacudirse al hundirse en el suelo las raíces de Caer Gromph, mientras el cubo se transformaba en una torre adamantina, diseñada a imagen y semejanza de las Casas drow de Menzoberranzan.
Y fue elevándose y ensanchándose, triturando y haciendo astillas el suelo y los cimientos del castillo con sus raíces, haciendo desaparecer la pared y empujando hacia arriba por debajo de la balconada a medida que se expandían sus resistentes paredes y su cima adamantina perforaba el techo del grandioso salón a casi diez metros por encima del suelo. Los guardias shadovar se tambalearon y cayeron con el ruido atronador de la creación mágica. Uno de los guardias de la puerta perdió pie al borde del agujero portátil y cayó dentro, y el otro lo siguió enseguida cuando un tentáculo como el de una yochlol lo agarró y lo ayudó en su descenso, acompañado por un grito del guardia y un entusiasta «buajajajá» de la supuesta camarera.
Caer Gromph era una auténtica belleza. Estaba llena de balcones y tenía una escalera de caracol que la recorría en toda su extensión. Además, resaltada como estaba con tonalidades de fuego feérico, purpúreas, rojas y azules, parecía no sólo una fortaleza sino también una obra de arte abstracto.
Sin embargo, era una fortaleza, con sus filas de saeteras y una puerta mágica en su interior, y en cuanto la construcción se expandió, los arqueros de Bregan D’aerthe salieron por el portal mágico y ocuparon sus puestos protegidos. Antes de que los shadovar pudieran siquiera identificar el origen del terremoto, de todas las saeteras salieron volando virotes de ballesta impregnados con el insidioso veneno drow.
Uno al que no habían derribado ni el temblor ni la andanada de flechas fue el guardia que portaba a Taulmaril, y de hecho, por la forma en que se había combado la balconada, el sombrío se encontró protegido de los ocultos arqueros drow. En cuanto se pudo poner de pie, preparó el poderoso arco y apuntó, con puntería mortal, a Jarlaxle que flotaba apenas sobre el suelo en un punto fijo y estaba observando al espadachín que se encontraba sobre la inclinada escalera.
El arquero sabía que al drow no iba a poder ver la flecha encantada, de modo que le disparó directo al pecho.
A Draygo Quick no le hizo ninguna gracia caerse de espaldas por la escalera circular de su torre privada. Se recompuso enseguida, mientras oía el ruido de las puertas de arriba que se abrían de golpe y las llamadas frenéticas de sus súbditos que acudían a toda prisa.
—Lord Draygo, ¿qué pasa? —gritó uno apareciendo en la voluta de la escalera que estaba por encima de él.
Eso era lo que se preguntaba el viejo brujo. ¿Qué le había hecho ese maldito drow? ¿Qué le había hecho a su castillo?
Draygo dio la vuelta y corrió hacia la puerta por la que había venido con una agilidad y una energía sorprendentes para alguien de su edad. Apenas había salido de la escalera de la torre y atravesado la puerta hacia la antesala cuando se encontró con otro de sus brujos que iba en sentido opuesto. Su cara estaba blanca y sus ojos, desorbitados por el horror.
—¡Una… torre, mi señor! —gritó el hombre.
—¿La torre? —preguntó Draygo y miró hacia el lugar de donde había venido.
El otro negó frenéticamente con la cabeza.
—¡Una torre! —corrigió, y salio precipitadamente por la otra puerta de la habitación, abriéndole paso a lord Draygo para que pudiera ver la pared negra adamantina de Caer Gromph.
—Por los dioses —dijo Draygo Quick con voz entrecortada—. Invasión.
Reunió a todos sus discípulos y les dio orden de formar una cadena en torno a la escalera y defender a muerte su torre y sus habitaciones. A continuación subió corriendo la escalera de la torre hacia sus aposentos para lanzar la llamada a la guerra. Atravesó la puerta que daba a su habitación interior y allí se quedó de piedra, conmocionado.
Allí, flanqueando el pedestal en el que estaba la jaula de Guenhwyvar había dos visitantes totalmente inesperados y no anunciados. Dos humanoides altos, con tres dedos en las manos y cuyas cabezas tenían el aspecto bulboso y feo de un pulpo.
Uno se volvió hacia él, bamboleando los tentáculos, y una descarga de energía psiónica alcanzó al brujo y le confundió los pensamientos. Trató de combatirlo, poniendo en práctica de manera instintiva sus defensas mentales. A decir verdad, la fuerza de voluntad interna del poderoso brujo resultó superior al ataque. Mientras rebobinaba la escena que se desarrollaba ante sus ojos, reenfocando su visión, recibió una segunda sorpresa acompañada de otra descarga psiónica. Vio cómo su preciada jaula reluciente se abría y Guenhwyvar, trescientos kilos de potencia felina, aparecía en lo alto del pedestal, que se vino abajo con su peso. Sin duda, Draygo Quick reconoció el odio visceral presente en la mirada de la pantera, y cuando saltó, pensó que estaba perdido.
Pero Guenhwyvar se convirtió en niebla en pleno salto, y esa niebla formó un remolino y desapareció, transportando a la asediada pantera por fin a su hogar astral.
Los dos illitas se volvieron hacia Draygo Quick, y en las manos del segundo vio el brujo la figurita de la pantera. Los dos hicieron ondear sus feos tentáculos hacia él y ambos desaparecieron, tal como había hecho Guenhwyvar, hacia el éter.
Draygo Quick retrocedió, abrumado y aterrorizado, lleno de miedo y de rabia.
De las barandillas deshechas se desprendían los dragoncillos y del techo que se desmoronaba, las gárgolas del castillo, mientras que de la torre, en respuesta, llegó una andanada de bolas de fuego drow, proyectiles relampagueantes, misiles mágicos y disparos de ballesta.
Por debajo de ese nivel, el proyectil relampagueante chocó contra el pecho de Jarlaxle y la explosión chispeante iluminó el lugar con un destello cegador.
Antes de que el drow pudiera recuperarse del deslumbramiento, un segundo disparo fue a dar justo al lado del primero.
Jarlaxle se miró el pecho, después miró al arquero que lo estaba apuntando con una tercera flecha.
—Disparas bien —lo felicitó, y el shadovar, claramente confundido, conmocionado y horrorizado, soltó la flecha, otra vez con buena puntería.
Y una vez más, Jarlaxle recibió el disparo aparentemente sin consecuencias. En realidad, ni siquiera prestaba atención en ese momento, tanto estaba disfrutando con la eficiencia de su ejército y con la macabra belleza del humo y de las formas ardientes de los dragoncillos que caían en picado al suelo.
Arremetió contra él el espadachín que empuñaba a Centella con gesto ferozmente radiante. Descargó con ella un tajo transversal que alcanzó al distraído Jarlaxle en la cara.
Ni una señal, ni una gota de sangre dejó la mortífera espada a su paso.
—¿Alguna vez has oído hablar de una barrera cinética? —preguntó el drow con aire inocente.
El sombrío aulló y alzó la espada para golpear otra vez, y Jarlaxle no hizo el menor movimiento defensivo. La hoja lo alcanzó apenas un instante después de que él tocara simplemente al guardia sombrío, y en ese contacto liberó toda la energía letal de las tres flechas y de la primera cimitarra que había capturado la barrera cinética con que Kimmuriel lo había protegido.
La cara del sombrío se abrió por la mitad, su pecho estalló una, dos, tres veces, y finalmente salió volando tras la nube roja de la salpicadura de su propia sangre.
Centella alcanzó a Jarlaxle, pero con fuerza mínima. A pesar de todo, Jarlaxle se sintió muy aliviado al darse cuenta de que Kimmuriel todavía tenía en pie su barrera de protección.
El mercenario drow se volvió hacia el arquero con una sonrisa irónica. Jarlaxle bajó su levitación, tocó el suelo, se apartó de un salto y otra vez formuló el conjuro de flotación. Su paso lo llevó hacia la distante balconada.
Frenético y atolondrado, el arquero disparó otra flecha, y otra, y Jarlaxle pudo sentir que la energía otra vez se iba acumulando en torno a él.
Un shadovar salió despedido del hoyo y cayó al suelo con un golpe sordo. El segundo guardia de la puerta, muerto, lo siguió enseguida, y los dos habían sido envueltos por el extremo de un bonito cordón élfico.
Entonces los cadáveres actuaron como anclas y del agujero portátil salió Athrogate, que ya no estaba disfrazado de yochlol. El feroz enano se puso de pie justo en el momento en que la puerta exterior del castillo se abría de golpe y más guardias entraban a la carga.
—¡Anda que no habéis tardao! —dijo el enano con voz ronca mientras lanzaba sus manguales en un golpe transversal y lanzaba por los aires al sombrío más cercano. Sin embargo, un momento después lanzó un gruñido y cuando se miró el brazo vio un virote de ballesta clavado en él.
—Hmm —murmuró—. Malditos drow.
El aire zumbó a su alrededor con más de esos dardos volando por todas partes. La mayoría se clavaron en los shadovar que tenía delante.
—Veneno —dijo el más cercano con voz entrecortada, y Athrogate al mirarlo vio un proyectil clavado en la mejilla del sombrío, justo debajo de su ojo izquierdo.
El enano arrancó la flecha de la cara del shadovar, le dio la vuelta y se metió la punta en la boca chupándola con fuerza. Con una expresión inquisitiva, tiró el proyectil a un lado e hizo buches con el veneno, afirmando para confirmar el diagnóstico.
—Seee —dijo después de escupir el veneno y un montón de saliva—. Y apuesto a que duele.
El shadovar cayó al suelo, profundamente dormido. Lo mismo les pasó a otros, pero al menos algunos consiguieron luchar en medio del sopor del veneno drow. Sin embargo, el veneno ralentizaba sus movimientos y hacía que sus estocadas y mandobles fueran poco eficaces, de modo que Athrogate, que por supuesto se había hecho resistente al veneno drow del sueño en las décadas que llevaba al lado de Jarlaxle, se abría camino entre ellos con absoluta tranquilidad, repartiendo porrazos a diestro y siniestro con sus poderosos manguales.
Detrás de él, los guerreros drow empezaron a salir de su fortaleza, aunque ninguno de ellos hizo intención de unirse al salvaje e impredecible enano mientras él ejecutaba una carnicería que llevaba su sello.
—¿De veras? —preguntó Jarlaxle, incrédulo, cuando el arquero preparó a Taulmaril para un disparo a quemarropa. Ya había absorbido otras tres flechas antes de llegar al lado de ese sombrío y no presentaba ningún daño.
El pobre sombrío temblaba tanto que la flecha se deslizó fuera del arco.
—Tú dámelo —dijo Jarlaxle estirando la mano. Observó entonces que el shadovar llevaba puesta una fabulosa camisa de mithril que ya había visto antes—. Ah, y además la camisa de mi amigo.
Para dar más fuerza a sus palabras, Jarlaxle se volvió para recibir a una gárgola que se lanzaba en picado y liberó toda la energía cinética almacenada sobre la criatura, que literalmente explotó bajo el peso del golpe convirtiéndose en una lluvia de diminutas piedras que cayeron por toda la balconada y el salón de abajo.
—¿De veras? —volvió a preguntarle al sombrío que trataba desesperadamente de poner otra flecha en el arco. Por fin el tonto captó la ironía y le entregó el arco con mano tan temblorosa que Jarlaxle tuvo que hacer un esfuerzo para no lanzar una carcajada.
—Y la camisa de mithril —le indicó—. ¡Y cualquier otra cosa que puedas tener que perteneciera a mis amigos prisioneros! Mejor, desnúdate y corre por ahí reuniendo todos esos elementos. ¡Y te advierto que si llega a faltar algo vas a correr la misma suerte que la gárgola!
El sombrío soltó un quejido, dejó caer un anillo y algunos brazaletes encima de la pila de ropa y salió corriendo, inclinando la cabeza a cada paso.
—¡Todo! —le gritó Jarlaxle mientras se alejaba.
—Bien hallado, lord Draygo —le dijo el drow al sobresaltado brujo después de materializarse en la habitación privada de Draygo Quick muy cerca de donde habían estado los illitas.
Draygo Quick le dirigió una mirada llena de interés y de incredulidad. Consideró cuáles eran sus opciones, preguntándose sobre todo si esos peligrosos illitas seguirían todavía por allí. No había muchas criaturas en el multiverso conocido capaces de poner nervioso al señor netheriliano, pero entre ellas seguro que se contaban los desolladores de mentes.
La puerta que había a sus espaldas se abrió y se oyó el grito de estupor de una de sus discípulas.
Draygo Quick alzó la mano para indicar a la joven bruja que no se metiera.
—Dile que cierre la puerta y se vaya —le indicó el drow—. Mis socios y yo tenemos poco tiempo y me gustaría hablar contigo a solas.
—¿Hablar? —preguntó el otro, desconfiado.
—Lord Draygo, en esto tienes que ser razonable —respondió el drow—. Al fin y al cabo ambos somos gente de negocios.
—Kimmuriel —dijo el viejo brujo en un susurro, y todo cobró sentido para él.
Se decía que Kimmuriel Oblodra de Bregan D’aerthe era un psionicista de considerable poder, y eso explicaría su relación con los desolladores de mentes, las criaturas más dotadas para el psionicismo de cuantas se conocen.
—A tu servicio —confirmó Kimmuriel.
—Al tuyo, quieres decir —replicó lord Draygo—. ¿Te atreves a atacar a un señor de Netheril con semejante descaro? ¿Te atreves a entrar en mis habitaciones privadas y a robarme delante de mis narices?
—Tu discípula —le recordó Kimmuriel señalando la puerta.
—¿Y si decido dejar que se quede, o tal vez llamar a otros?
—Entonces me desvaneceré y no tendrás nada que presentar por las pérdidas que has sufrido este día —respondió Kimmuriel mostrándole la figurita de ónix de la ahora liberada Guenhwyvar—. Ah, y unas pérdidas considerables.
Era difícil no atender a la sugerencia de que podría haber alguna ventaja en eso.
—¡Vete! —le soltó Draygo Quick a su acólita después de pensarlo bien. En caso de que hubiera una pelea, esa no sería de gran ayuda contra un drow de semejante reputación, ni contra los illitas, él lo sabía bien.
—¡Mi señor!
—¡Qué te vayas! —volvió a gritar Draygo Quick.
—¡Pero los elfos oscuros han tomado todo el castillo más allá de esta torre! —gritó la mujer—. ¡Y estamos atrapados aquí por un muro adamantino!
Draygo Quick se puso de pie de un salto y miró furioso a la joven sombría, lanzando fuego por los ojos e inflando las ventanas de la nariz. No eran frecuentes estos estallidos en el señor siempre compuesto y poderoso, y ese tuvo el efecto deseado ya que la joven sombría dio un chillido de terror y salió corriendo con un portazo.
Draygo Quick se tomó unos instantes para recuperar la compostura y luego se volvió a mirar a Kimmuriel.
—¿Cómo te atreves? —le preguntó tranquilamente.
—Te hemos hecho un favor, y las recompensas superarán con mucho a los inconvenientes que te hemos causado —respondió Kimmuriel.
—¿Atacando mi castillo?
—Así es, para darte la cobertura adecuada frente al señor de Gloomwrought y tus pares por la pérdida de Drizzt y de los demás, porque, por supuesto, es a eso a lo que hemos venido. El daño a tu mansión es considerable, sin duda. Me temo que así es como Jarlaxle hace las cosas. Él cree que la mejor forma de poner fin a cualquier batalla es ganarla rápidamente, con fuerza aplastante, y eso es lo que ha hecho, como de costumbre.
—Si me crees vencido es que no sabes nada de Draygo Quick.
—Por favor, lord Draygo, sé razonable —respondió Kimmuriel con clara condescendencia, o tal vez suprema confianza, pensó Draygo.
—Tu castillo puede ser reparado, y mataremos al menor número posible de esos tontos a los que empleas. Admito que esto implica ciertas molestias para ti, pero no tiene por qué pasar de eso, y seguramente no es tan trágico como podría llegar a ser si pones tu orgullo por encima del pragmatismo.
—Hemos venido por mandato de… bueno, digamos simplemente que a lady Lloth no se le puede negar lo que es suyo. Dudo de que desees una guerra como la que podrías encontrar si sigues la senda de tu orgullo.
—¿Lady Lloth? —preguntó Draygo Quick, y no disimuló su curiosidad—. ¿Por Drizzt?
—Eso no debe preocuparte —dijo Kimmuriel.
—Entonces, es un Elegido.
—Yo no afirmo eso —dijo Kimmuriel negando con la cabeza.
—Pero lady Lloth…
—Tiene sus propios designios, y sólo un necio pretendería entenderlos —informó Kimmuriel—. Además, no importa. He aquí mi oferta, y la voy a hacer sólo una vez: No te muevas de tus habitaciones privadas hasta que terminemos nuestro trabajo. Permanece inactivo con las fuerzas que te quedan… bueno, no es que tengas muchas posibilidades de elegir. Nos marcharemos pronto.
—Con tesoros —apuntó Draygo Quick señalando la figurita de ónix.
Kimmuriel le restó importancia con un encogimiento de hombros.
—Quieres saber si Drizzt es un favorito de Mielikki o de Lloth —dijo el drow.
—¿Posees ese conocimiento?
—Tengo atisbos que apuntan a la cuestión que esperas aclarar almacenando ese conocimiento —respondió Kimmuriel—. En realidad, tengo respuestas que harán que la pregunta sobre la lealtad o el favor de Drizzt pase a ser irrelevante para ti.
Draygo Quick tragó saliva.
—Acabo de llegar de la mente colmena de los illitas —explicó Kimmuriel, y Draygo Quick tragó saliva otra vez, porque lo cierto era que si había alguien en el multiverso conocido que estuviera en posesión de respuestas sobre el destino de Abeir y Toril, tenía que ser ese grupo.
—¿O sea que tenemos un trato? —preguntó Kimmuriel.
—¿Terminaréis y os marcharéis? ¿Y qué más?
—Mantendrás el acuerdo al que llegó Jarlaxle con lord Parise Ulfbinder.
—¡Sí, cómo no! —soltó abruptamente Draygo Quick—. ¡No puedes librar una guerra y al mismo tiempo firmar, sonriendo, un tratado comercial!
—No hemos librado una guerra —corrigió Kimmuriel—. Hemos venido a recuperar lo que no te pertenece…
—¡Drizzt y sus compañeros asaltaron mi castillo! ¡Reclamo este botín por mi derecho de defensa!
—Y de paso —continuó Kimmuriel pasando por alto el berrinche—, te hemos salvado de la ira de alguien mucho menos clemente, o, al menos, de alguien mucho menos interesado en permitir que sigas respirando. Esta incursión, lord Draygo, sin duda te ha salvado la vida.
Draygo Quick empezó a farfullar, incapaz de encontrar siquiera las palabras para contraatacar.
—Sin embargo, no esperamos tu gratitud, sólo tu buen sentido —continuó Kimmuriel—. Te hemos dado cobertura, y te daré una idea de lo que está pasando entre el Páramo de las Sombras y Toril que ni siquiera el propio Drizzt Do’Urden podría darte.
—Conque me has hecho un favor, me has dado cobertura y me has salvado la vida —dijo el viejo brujo con escepticismo—, y me ofreces un regalo más. ¿Y todo a cambio de unas cuantas baratijas y un prisionero?
—Yo esperaría mucho más de ti.
—Te escucho.
—Cuando te ponga al corriente de lo que pienso, comprenderás que nuestros grupos respectivos, Bregan D’aerthe y tú y los demás señores de Netheril, obtendréis grandes ventajas de nuestra alianza.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo?
La expresión de Kimmuriel era, como siempre, impasible.
—¿Por qué iba a tener que mentirte? Tu torre está llena de illitas, todos ellos ansiosos de darse un festín de sesos de sombríos. Bastará una palabra mía para que tú y tus acólitos estéis protegidos.
—En ese caso, sí.
La forma en que Kimmuriel lo dijo, como si tal cosa, disipó todas las dudas de Draygo Quick que llegó a la conclusión de que ese acuerdo que se le ofrecía era lo mejor que iba a conseguir.
—Bien —respondió Kimmuriel, y sólo entonces se dio cuenta el viejo brujo de que el psionicista drow le estaba leyendo el pensamiento.
—Volveré a verte dentro de diez días —prometió Kimmuriel—. Por ahora, mantén a tus súbditos en esta torre si quieres que estén a salvo.
Draygo Quick iba a protestar, pero Kimmuriel se dio la vuelta y salió de la torre directamente por la pared.
Draygo Quick se recostó en su silla, lleno de veneno, pero también lleno de curiosidad.