AGNOSTICISMO
H
áblame de tu diosa —le pidió Draygo Quick a Drizzt una mañana mientras compartían desayuno—. Esa a la que llamas Mielikki.
—¿Me pides que haga proselitismo?
El sombrío se encogió de hombros.
—A lo mejor me conviertes. ¿Crees que ella me aceptaría?
Drizzt se echó atrás en su silla y se quedó mirando a lord Draygo un buen rato.
—Creo que dios es lo que encuentras en tu corazón —respondió por fin—. Si encontraras a Mielikki en tu corazón, si sus principios te parecieran verdaderos, entonces ningún dios podría aceptarte ni rechazarte. Si tú llegaras a creer en esos principios, entonces serías de Mielikki.
—Lo dices como si los dioses no fueran más que nombres de lo que está en tu corazón.
Drizzt sonrió y asintió y a continuación volvió a su desayuno.
—¿De veras crees eso? —preguntó Draygo Quick apartando su silla de la mesa.
—¿Tiene importancia?
—¡Claro que la tiene!
—¿Por qué? —preguntó Drizzt tranquilamente. Se dio cuenta de que estaba perturbando al viejo brujo y eso le gustaba.
—¿Y cómo no iba a tener importancia? —respondió el netheriliano—. ¿Sostienes que si yo descubriera esos principios de Mielikki pasaría a ser uno de su grey independientemente de mi pasado?
—Si llegaras a descubrir la verdad de sus principios, entonces tu pasado sería una cuestión que tendrías que resolver con tu propia conciencia, o ante la justicia si se tratara de responder por algún delito, pero nada que tuviese que ver con la diosa.
—Eso es absurdo.
—Entonces ¿qué importan sus principios? —preguntó Drizzt—. Si se considera que un dios, cualquier dios, representa la verdad universal y divina, entonces una vez que uno encuentra y abraza sinceramente esa verdad, pasa a estar en armonía con el dios. Considerarlo de alguna otra manera equivale a atribuir a los supuestos dioses sentimientos mezquinos como los celos o la inclemencia. En ese caso, ¿por qué habría de proclamar yo la bondad suprema de cualquier ser? Peor aún, ¿por qué habría de postular yo un nombre que personificase eso que está en mi corazón si al hacerlo no haría sino reducir una verdad que considero divina a un nivel de flaqueza humana?
Draygo Quick volvió a echar hacia atrás su silla y se recostó en el respaldo, mirando al drow con mirada escrutadora.
—Bien jugado —lo felicitó.
—No es un juego.
—¿Porque tu diosa es suprema?
—Porque la razón está en la armonía con la verdad, de lo contrario, la verdad es una mentira.
—Hum —musitó el brujo—. Me parece una pena que hayas centrado tu formación en las artes marciales.
—Me tomaré eso como un cumplido.
—Oh, lo es —respondió Draygo Quick—. O un lamento.
—¿Ahora me vas a pedir que te cante las loas de la Reina Araña? —preguntó Drizzt—. Esa conversación podría resultar más interesante.
Draygo Quick se rio del sarcasmo.
—No —respondió—. Considera esta conversación del desayuno como una última faceta para averiguar la verdad de Drizzt Do’Urden.
Había pensado que esa verdad era una maravillosa ironía, y tal vez lo sea, pero me temo que lo más probable es que tú seas tan aburrido como tu diosa favorita.
Esta vez le tocó a Drizzt reírse de Draygo Quick.
—Tan aburrido como el alba o el ocaso —dijo Drizzt tranquilamente—. Tan aburrido como los movimientos de la luna, los planetas y el titilar de las estrellas. Tan aburrido como la cadena alimentaria y el lugar de cada criatura viviente en las manos que las vinculan. Tan aburrido como la vida y la muerte, el principio último de esta razón y de la moralidad que yo identifico como Mielikki.
—¿Te olvidas de que soy un brujo? Tal vez yo considero que la muerte es una mentira.
—¿Porque puedes pervertirla?
Draygo Quick suspiró y se puso de pie.
—No importa —anunció—, porque me estoy cansando de esta conversación. En realidad, creo que he perdido interés en todas nuestras conversaciones.
—Déjame ir entonces.
El viejo brujo se rio de él y acabó abruptamente:
—No.
—Entonces mátame y acabemos con esto.
—Otra vez no —respondió—. Te equivocas sobre los dioses de Toril, Drizzt. Son muy reales, y mucho más que simples personificaciones de este o aquel principio de verdad.
—Eso no cambia lo que tengo en mi corazón.
—¿Ni tu lealtad para con Mielikki?
—Mi fidelidad a la verdad y a la justicia a la que he dado el nombre de Mielikki. Esa es una diferencia nada sutil.
Draygo Quick movió las manos frenéticamente para imponer silencio a Drizzt y dar por terminada la conversación.
—Tengo motivos para creer que los años venideros vendrán acompañados de grandes acontecimientos —dijo—. Tan grandes como los que hicieron que Toril y Abeir se unieran. Lo creo y lo temo. Tan grandes como la Plaga de los Conjuros y el advenimiento de la sombra. Y creo que tú puedes tener un lugar en estos cambios futuros.
—Entonces afilaré mis espadas —dijo el drow con su permanente sarcasmo.
—Tus espadas no tienen importancia, pero tus dioses sí la tienen.
—No reconozco dioses…
—Lo sé, lo sé —dijo Draygo Quick moviendo otra vez las manos—. Tú conoces las verdades y a esas verdades se les asignó un nombre.
Drizzt contuvo el deseo de acicatear a Draygo Quick una vez más, recordándose que al fin había sido él quien lo había vuelto a plantear.
—Me hablas del camino que sigues, de los signos de verdad que te guían —planteó Draygo Quick como punto de partida—. Y yo creo en tu sinceridad, pero estoy más versado que tú en las cuestiones del mundo, Drizzt Do’Urden, y sospecho que este camino que sigues es un círculo engañoso que servirá más a lo que rechazas que a lo que abrazas.
—Ahí está tu patética verdad, Drizzt Do’Urden. He escuchado las historias, tu historia, la que le contaste a Effron en la celda cuando te capturé. Te consuela creer que tu admirada Mielikki llevó a tu esposa y al halfling a algún lugar de justicia divina. ¡Tal vez estén con ella ahora! —Soltó una risa perversa y acabó—: O tal vez fuera ese el mayor engaño propiciado por una reina demoníaca admirada por su capacidad de embaucamiento.
Ahí hizo una pausa, a punto de irse, y Drizzt supo que Draygo Quick esperaba una reacción suya, y por algún motivo que iba más allá de una simplista satisfacción personal. Las mejores pruebas de carácter y entrega siempre se producían en momentos de gran estrés, y los momentos más reveladores solían darse cuando una persona era empujada a la ira.
—Yo sólo sé lo que hay en mi corazón —respondió Drizzt directamente, negándose a tragarse el anzuelo emocional del brujo—. Cuando no fracaso, es todo lo que sigo.
El netheriliano se fue precipitadamente.
Drizzt se quedó sentado en la habitación largo rato, repasando esa conversación tan curiosa. No creía ser ningún Elegido ni nada significativo en absoluto, ni para Mielikki y para la Reina Araña, ni en ningún sentido positivo, al menos, en relación con la horrorosa Lloth.
Sin embargo, lord Draygo, un sombrío con logros y poder nada despreciables, pensaba otra cosa, y eso dio a Drizzt qué pensar. Después de todo, Mielikki se había llevado a Catti-brie y a Regis de una manera profunda y extraña, y sus espíritus habían abandonado Mithril Hall montados en un unicornio espectral, poniendo así fin a su insano sufrimiento. Y había sido obra de Mielikki, no un engaño de Lloth, Drizzt tenía que creer eso.
Sin embargo, ¿no complacería sobremanera a Lloth engañarlo de ese modo?
Desechó la idea. De haber sido obra de Lloth, entonces seguramente uno u otro de sus esbirros le habrían revelado el engaño a Drizzt para atormentarlo más aún. De hecho, si Drizzt era tan especial para lady Lloth como Draygo Quick había insinuado, entonces ¿por qué no habían descubierto las sacerdotisas de la Casa Xorlarrin su verdadera identidad cuando había sido capturado por ellas en las entrañas de Gauntlgrym?
No tenía sentido. Nada de eso lo tenía para Drizzt.
Pero aceptar o no la premisa de Draygo Quick carecía de importancia, porque en cualquiera de los dos casos no iba a ir a ninguna parte en un futuro próximo sin la bendición del viejo brujo. No había escapatoria.
Y aunque la hubiera ¿adónde podría escapar?
—Traes muy buenas referencias de mi socio en el Enclave de Sombra —le dijo lord Draygo al curioso visitante que había llegado a su castillo aquella tarde sombría y lluviosa típica del Páramo de las Sombras.
—Agradezco que me hayas concedido esta entrevista —respondió Jarlaxle llevándose la mano al ala del sombrero.
—Debo reconocer que estoy sorprendido. Tenía entendido que tú y lord Ulfbinder habíais cerrado el contrato comercial.
—Y así es, y fue fácil encontrar un terreno de mutuo beneficio —respondió Jarlaxle—. No es ese el motivo de mi visita.
—Te escucho. —Había un escepticismo notorio en el tono de lord Draygo. Jarlaxle se dio cuenta y supo que debía extremar el cuidado.
—Tengo noticias sobre alguien que se ha convertido en tu… huésped —explicó Jarlaxle, y observó al señor netheriliano con interés, esperando que su información fuese válida todavía, y que Drizzt siguiera vivo. Tras oír lo que había contado Ambargrís, Jarlaxle no había escatimado medios para tratar de obtener información sobre el destino de los compañeros de la enana, pero incluso para Bregan D’aerthe el castillo de lord Draygo Quick seguía siendo un misterio. Había rumores en Gloomwrought sobre Effron Alegni y otro prisionero, y teniendo en cuenta lo contado por Ambargrís, el otro tenía que ser Drizzt.
—Te escucho —repitió Draygo Quick.
—Conozco a Drizzt Do’Urden desde hace más de un siglo —informó Jarlaxle.
—¿Amigos?
—No exactamente.
—¿Camaradas?
—No exactamente. Yo soy de Menzoberranzan, y vivo gracias a las aportaciones del consejo rector, especialmente por la benevolencia de la Casa Baenre. Drizzt Do’Urden no es amigo de la Casa Baenre.
—Entonces ¿por qué estás aquí?
—Por tu investigación —contestó Jarlaxle—. Tú quieres determinar si Drizzt está al servicio de la Reina Araña.
El mercenario drow se estaba lanzando al vacío, lo sabía, pero lo que había contado Ambargrís sobre la declaración de Effron y el viaje que habían hecho hasta ahí, y por lo que había entrevisto en el tiempo que había pasado con Parise Ulfbinder, parecía un paso razonable.
Y las sospechas de Jarlaxle se vieron confirmadas por Draygo Quick, de una forma casual y por reflejo, ya que el brujo netheriliano se inclinó hacia adelante en su silla con ansiedad, antes de contenerse rápidamente y recostarse otra vez.
—¿Vuestra lady Lloth? —preguntó Draygo con aparente inocencia—. ¿No hay otra diosa drow más claramente conectada con los hechos del buen explorador?
—Drizzt se dice partidario de los principios de Mielikki, que no es una deidad drow —respondió Jarlaxle—. La cuestión es, sin embargo, ha sido siempre, a quién ha servido, si a Mielikki o a Lloth, no por convicciones sino por acción.
Draygo Quick adoptó una pose reflexiva y asintió varias veces.
—Esto es interesante —admitió, aunque seguía fingiendo desinterés, como si no se le hubiera ocurrido antes.
Jarlaxle le sonrió para que supiera, fuera de toda duda, que él veía más allá de su engaño.
—No puedes encontrar una respuesta a tus investigaciones —le dijo Jarlaxle sin rodeos—. Ni de Drizzt ni de ninguna sacerdotisa o druida. A menos que puedas hablar directamente con una diosa, seguirás estando en el mismo dilema que el resto de nosotros que hace tiempo buscamos la verdad sobre este curioso y solitario drow.
—Sigue —lo animó el viejo brujo dejando de lado su máscara.
—¿Conoces a las camareras de Lloth?
El otro negó con la cabeza.
—¿Las yochlols? —le aclaró Jarlaxle.
—He oído hablar de ellas, pero no sé mucho.
—¿Me permites? —preguntó Jarlaxle sacándose su ancho sombrero y dándole la vuelta para buscar algo dentro.
Draygo Quick lo miraba con curiosidad y escepticismo.
—Te aseguro que la criatura está totalmente bajo mi control esta vez —explicó Jarlaxle que a continuación sacó un redondel de tela negra y lo lanzó hacia un lado. El objeto se fue alargando, hasta constituir un agujero de tres metros de diámetro cuando se apoyó en el suelo de Draygo Quick. Jarlaxle le indicó al brujo que lo siguiera hasta el borde de su agujero portátil.
Los dos se asomaron al interior y vieron algo muy parecido a una pequeña estalagmita de barro rezumante, pero con dos apéndices similares a ramas que se mecían amenazadores un gran ojo central fijo en ellos.
—Una camarera —informó Jarlaxle.
—¿Pretendes traer a una criatura tan poderosa de los planos inferiores a mi residencia sin mi permiso? —preguntó Draygo Quick, furioso.
—No hay peligro, y esto no tiene implicaciones para ti, te lo garantizo, lord Draygo —respondió Jarlaxle—. La camarera no es mi cautiva, sino mi huésped.
—Y dime, por favor, ¿qué es lo que dice?
Jarlaxle miró al fondo del agujero y asintió.
—¡Tiago! —gritó la yochlol con una voz burbujeante, acuosa y pétrea al mismo tiempo, lo cual parecía muy apropiado dada su aparente composición física. Alzó uno de sus miembros lo sacudió con fuerza mientras hablaba.
—¡Drizzt! —dijo con el mismo tono de voz alzando su otro miembro y sacudiéndolo de la misma manera.
—Relájate, querida señora —murmuró Jarlaxle acompañando sus palabras con un movimiento apaciguador de sus manos por encima de la criatura que parecía agitarse cada vez más.
—¡Buajajajá! —gritó la camarera ominosamente.
—¿Qué? —preguntó Draygo Quick—. ¿Tiago?
—Tiago Baenre —le explicó Jarlaxle, y apresuradamente recogió el agujero portátil que se convirtió otra vez en un trozo de tela negra que volvió a guardar en su sombrero—. Un poderoso noble hijo de la Primera Casa de Menzoberranzan. Ha decidido emprender una persecución de Drizzt Do’Urden y acabar con él.
—¿Con la aquiescencia de la madre matrona?
—Ah, ahí está el problema —contestó Jarlaxle—. La Madre Matrona Quenthel no lo apoya, pero sospecho que ni siquiera conoce sus intenciones. No obstante, tiene a una sacerdotisa menor de Lloth de su parte, aunque seguramente Lloth batiría palmas jubilosa si favoreciera a Drizzt en este enfrentamiento. Al fin y al cabo, la ironía, el caos… son los triunfos de esta cruel divinidad.
—¿Qué relevancia tiene todo esto entonces? ¿Por qué debería preocuparme?
—Este enfrentamiento hará que las preguntas que se han estado filtrando sobre el drow solitario pasen al primer plano y requieran una resolución —explicó Jarlaxle—. Piensa: si Tiago Baenre mata a Drizzt y si resulta que Drizzt es un preferido de Lloth, los efectos colaterales serán claros y rápidos. Y si Drizzt mata a un hijo preferido de la Casa Baenre, la Casa reaccionará violentamente, o no lo hará, y eso resultará muy elocuente dada la relación de la madre matrona con la Reina Araña. Dicho sin rodeos, lord Draygo, el hecho de que tengas en prisión a Drizzt me está privando de la respuesta a una pregunta que llevo haciéndome más de un siglo y, por cierto, te está privando a ti de la respuesta a esa pregunta que te planteas.
Lord Draygo lo miró con incredulidad.
—Das demasiadas cosas por supuestas.
—Lo tienes.
—Eso dices tú.
—Entonces es que está muerto, y nuestra conversación ya no tiene interés —respondió Jarlaxle, y con un gesto dramático se dio la vuelta y señaló con el brazo hacia la puerta de entrada a la estancia y al vestíbulo circular descendente que había al otro lado y que conducía a la gran entrada del castillo.
—En cuanto entré observé que un guardia portaba el arco de Drizzt, Taulmaril, el arco que usaba la esposa muerta de Drizzt. Él no se separaría de él por todo el oro de Toril ni permitiría que nadie más lo usara.
—Si es cierto que no conoces el paradero de Drizzt Do’Urden, lord Draygo, ten cuidado, porque te aseguro que hay un peligroso explorador drow merodeando por sus posesiones, con intención, y probablemente la capacidad, de matar a cualquiera que se interponga entre él y ese arco en concreto.
Draygo Quick se quedó mirando a Jarlaxle un momento y luego emitió un agudo silbido. La puerta de la estancia se abrió de golpe y un par de sus asistentes, ambos brujos a juzgar por sus túnicas, irrumpieron en la cámara.
—Escoltad a nuestro huésped al comedor del ala oeste y aseguraos de que le den de comer —ordenó el viejo netheriliano—. No te haré esperar demasiado —le prometió a Jarlaxle—, pero tengo algunos asuntos que atender.
Jarlaxle hizo una reverencia y siguió a sus escoltas por la escalera de la torre hasta la planta baja, cruzando otra vez el suelo ajedrezado del gran salón —donde no dejó de escuchar atentamente por si captaba algún sonido debajo— y entrando en el comedor que estaba del otro lado y donde lo dejaron solo.
O eso creían sus anfitriones.
Draygo Quick va a hablar con Ulfbinder —le transmitió Kimmuriel telepáticamente—. Puede que incluso con Quenthel.
Con Quenthel no —contestó Jarlaxle sin mover los labios—. No tiene forma de llegar a ella por ahora. ¿Los has encontrado?
Sí.
—¿A todos? —preguntó Jarlaxle, enfocando sus pensamientos en la última palabra para darle más énfasis.
—Dos de ellos vivos, tres convertidos en piedra —confirmó Kimmuriel.
Jarlaxle hizo un gesto de dolor, luego suspiró.
Si Draygo Quick libera a Drizzt, no ejecutarás el ataque —le transmitió Kimmuriel en tono que no admitía réplica—. ¡No por unos humanos y una elfa!
Jarlaxle soltó otro suspiro, después alzó la mirada y dibujó en su rostro una sonrisa encantadora cuando entró un sirviente con una bandeja de comida.
—¿Lo entiendes? —preguntó Kimmuriel perentoriamente.
—Sí —dijo Jarlaxle con entusiasmo—. Realmente no me había dado cuenta de que tenía tanta hambre.
Kimmuriel transmitió que comprendía el doble uso de la afirmación y desapareció de la mente de Jarlaxle, probablemente para dejar que sus pensamientos descorporizados deambulasen un poco más por los pasillos del castillo de Draygo.
A Jarlaxle sólo le cabía confiar, como seguramente lo hacía Kimmuriel, que el poderoso señor netheriliano no estuviera sintonizado con las intrusiones psiónicas, o familiarizado con ellas, o preparado contra ellas.
Al menos por el momento todo parecía ir bien. Ahora, dada la última orden de Kimmuriel, todo lo que Jarlaxle tenía que hacer era encontrar una manera para impedir que lord Draygo dejara libre a Drizzt sin luchar.
—La camarera era una ilusión —le dijo Draygo Quick a Parise Ulfbinder a través de su bola de cristal.
—Entonces Jarlaxle te mintió, y aparentemente lo hizo por Drizzt Do’Urden —respondió Parise.
—Pero ¿por qué? ¿Acaso Drizzt tiene una relación más directa con Bregan D’aerthe de lo que nosotros imaginamos?
Parise negó con la cabeza.
—Yo sospecho que en el caso de Jarlaxle esto es más personal que profesional. Es un tipo curioso, este drow, con muchas capas de intriga que funcionan concertadamente para formar una meticulosa telaraña. Bregan D’aerthe es, por encima de todo, pragmatismo. Según todas las apariencias, son una organización profesional, aunque brutal. No puedo creen que pongan en riesgo un potencial lucrativo como el tratado que hemos firmado por Drizzt Do’Urden.
—Y sin embargo, es lo que acaba de hacer —dijo Draygo Quick—. No oculté mi fastidio, y a pesar de todo él insistió.
—Entonces hay algo más.
Draygo Quick se encogió de hombros pero no rebatió ese parecer.
—Son criaturas peligrosas estos drow —añadió Parise Ulfbinder.
—¿Estás sugiriendo que debería entregarles a Drizzt?
—¡En absoluto! —replicó Parise sin vacilar—. Te aconsejaría justo lo contrario. No admitas nada y no liberes a nadie. A continuación debes estudiar muy bien las reacciones de Bregan D’aerthe. Si las afirmaciones de Jarlaxle tienen una base de verdad, por remota que sea, entonces probablemente una autoridad superior lo relevará tras su fallido intento de conseguir la liberación de Drizzt.
—La Casa Baenre —conjeturó Draygo Quick.
—Daría la impresión de que se juegan algo más grande aquí, teniendo en cuenta la participación de este joven Tiago.
—Parecería que lo prudente para ellos sería que yo mantenga a Drizzt fuera del alcance de ese.
—¿Cómo saberlo con estos curiosos drow? —respondió Parise—. Por encima de todo, buscamos información, y si nos reservamos nuestras cartas espero que obtengamos muchas revelaciones.
—¿Revelaciones o enemistades? —le recordó Draygo Quick.
—Sea como sea, aprenderemos mucho. Si presionan más, siempre podemos entregarlo y tal vez aprender más aún de los acontecimientos subsiguiente. Si la Casa Baenre se molesta en venir a por él, entonces podemos deducir que la Reina Araña está involucrada, y entonces es posible que esta batalla entre Drizzt y Tiago Baenre, de la que Jarlaxle ha dado algunos indicios, resulte realmente instructiva.
—Mientras tanto, jugamos con ventaja —señaló Draygo Quick.
—¿Sí? —preguntó Parise sin vacilar—. Fuiste tú quien estudió el soneto.
Draygo Quick se disponía a responder, pero una vez más se limitó a encogerse de hombros.
El viejo sombrío volvió a tapar la bola de cristal con el paño; cortando la conexión, luego se echó hacia atrás en su silla y echó una mirada a la reluciente jaula donde estaba la encogida Guenhwyvar.
Tenía la sensación de que muchísimas adquisiciones habían resultado ser meras ilusiones.