LA CASA DE FIERAS
L
os momentos se transformaron en horas; las horas, en un día, y Drizzt y Effron no tenían adónde ir. Abrieron sus bolsas en el pequeño recinto cuadrado de su celda mágica que no medía de lado más de lo que puede medir la estatura de un hombre alto.
En sus bolsas tenían comida y bebida para varios días, pero la imposibilidad de obtener nada de más allá de los barrotes mágicos hacía que la celda oliera a rancio, y al poco tiempo incluso eso perdió nitidez subsumido en el trasfondo de monotonía, lo mismo que el zumbido de baja intensidad de la magia relampagueante de que estaban impregnados los barrotes.
Después de una noche, o tal vez fuera un día, de sueño sobresaltado, Effron se despertó y encontró a Drizzt revisando los barrotes. Con Muerte de Hielo en la mano, Drizzt miraba los puntos donde los barrotes se unían con el techo y el suelo, e incluso se atrevió a tentar uno.
La descarga lo lanzó despedido hacia atrás y chocó contra los barrotes del otro lado que lanzaron chispazos de furia y lo hicieron caer a un lado. Sentado en el suelo y con el largo pelo blanco erizado por la descarga, Drizzt respiró hondo varias veces tratando de recuperar los sentidos.
—No muy brillante —dijo Effron—. Aunque entretenido de ver.
—Tiene que haber una manera de salir de aquí.
—¿Tú crees? —le preguntó el joven tiflin—. Draygo Quick es un maestro en cuestiones de confinamiento, te lo aseguro. Tiene una gran casa de fieras y no sé de ninguna que haya escapado, humanoide o monstruo, y eso incluye a tu prodigiosa pantera.
—No estamos en estasis —replicó el drow—. ¿Te das por vencido con tanta facilidad?
Ese comentario hizo que Effron entornara los ojos enfadado.
—Tú no sabes nada de mí —dijo en tono ronco y amenazador—. ¡Si me rindiese tan fácil, lo habría hecho nada más enterarme de quién y qué era! ¿Tienes idea de lo que significa ser un paria, Drizzt Do’Urden? ¿Sabes lo que significa no pertenecer a ninguna parte?
Drizzt rompió a reír y Effron no tenía la menor idea de qué sería lo que tanto divertía al drow. Se limitó a observar mientras Drizzt avanzaba hacia él a gatas para sentarse frente a él.
—Parece que tenemos algo de tiempo —comentó Drizzt—. Seguramente bastante tiempo, a menos que tu madre y los demás consigan encontrarnos.
El tiflin estudió al drow atentamente, sin saber muy bien qué pensar.
—Tal vez haya llegado el momento de que nos conozcamos mejor, por el bien de tu madre —explicó Drizzt—. Deja que te diga lo que sé sobre no sentirte cómodo en tu propia casa o, como pensé durante tantos años, en tu propia piel.
Drizzt le contó entonces una historia que empezaba dos siglos antes en una ciudad de la Antípoda Oscura llamada Menzoberranzan. Al principio Effron desdeñó el intento aparentemente exiguo de crear un vínculo entre ellos. Al fin y al cabo, ¿qué tenía que ver él con ese drow? Sin embargo, pronto fue abandonando esa actitud y escuchando más.
Lo maravillaron las descripciones que hacía el drow de ese decadente lugar, Menzoberranzan, y las descripciones de su familia en la Casa Do’Urden, que a Effron no le parecía muy diferente de la vida en el castillo de Draygo Quick. Drizzt le habló de las escuelas drow de artes marciales, de lo divino y del arcano, y del adoctrinamiento inevitable que iba con ellas. Effron empezó a sentirse tan atraído por las formas sinuosas de Menzoberranzan que su imaginación empezó a recorrer esas calles sombrías y tardó un buen rato en darse cuenta de que Drizzt había dejado de hablar.
Alzó la vista y miró al drow, a esos ojos color lavanda en los que se reflejaba, en medio de la luz mortecina del lugar, el brillo azulado de los barrotes.
Drizzt le contó otra historia, la de una incursión a la superficie en la que sus compañeros masacraron a un clan de elfos. Le describió cómo había salvado a un niño pequeño embadurnándolo con la sangre de su propia madre muerta.
Evidentemente afectada por el recuerdo, la voz de Drizzt bajó mucho de tono y, como era lógico, se sobresaltó, irguiéndose de repente, cuando Effron intervino con voz airada.
—¡Ya podrías haber estado tú allí cuando Dahlia me arrojó desde el acantilado!
Sobrevino un silencio incómodo.
—Todavía no has hecho las paces con ella —dijo Drizzt—. Yo creía…
—Más de lo que mi comentario y mi tono parecen indicar —respondió Effron, y era sincero. Bajó la mirada y meneó la cabeza—. Es difícil —reconoció.
—Ya sé que ella a veces es una persona difícil —dijo Drizzt.
—Te ama.
Effron reparó en la mueca de Drizzt y llegó a pensar que tal vez el sentimiento no fuese mutuo, lo que vendría a explicar muchas cosas respecto de cómo el drow había aceptado la relación de su madre con Artemis Entreri.
—Yo me parecía mucho a ti cuando dejé Menzoberranzan —dijo Drizzt, volviendo a captar rápidamente la atención de Effron—. Me llevó muchos años aprender a confiar, y todavía algún tiempo más reconocerla belleza y el amor que puede haber en esa confianza.
Volvió entonces a sumergirse en su historia, completando la narración de Menzoberranzan y también la historia de su propio padre y de la victoria suprema de Zaknafein sobre las miserables sacerdotisas de Lloth. Contó con todo detalle su viaje por la Antípoda Oscura, el recorrido que lo llevó, por fin, al mundo de la superficie.
Llegado ese momento, el gorgoteo de sus estómagos interrumpió los relatos y los dos buscaron entre sus provisiones, aunque Effron le pidió a Drizzt que siguiera contando mientras comían, y todo el tiempo hasta que, una vez más, se echaron en el suelo para dormir. Drizzt dejó a Effron al lado de una montaña helada conocida como la Cumbre de Kelvin, con la promesa de hablarle de los amigos más grandes que uno puede esperar en la vida.
Y tuvieron tiempo de sobra para que Drizzt acabara sus historias, ya que los días pasaban y nadie, ni Draygo Quick ni sus subordinados, ni Dahlia y los demás, fueran a visitarlos.
Pasaron así diez días, y también Effron había compartido sus propios relatos sobre su crianza a la sombra de Herzgo Alegni y bajo la áspera tutela de lord Draygo Quick.
Y se les agotaron la comida y el agua y seguían allí sentados, en medio de sus propios desechos, y ambos empezaban a preguntarse si Draygo los habría confinado allí para morir olvidados en medio de la penumbra casi total y de aquel monótono zumbido.
—Es probable que nuestros amigos hayan salido airosos, pero todavía no nos han encontrado —comentó Effron en un momento con una voz que era casi un susurro porque sus fuerzas no daban para más—. Lord Draygo no me dejaría morir aquí sin más.
La cara de Drizzt, que estaba echado de espaldas, era una máscara de escepticismo.
—Tú eras demasiado importante para él —explicó Effron repitiendo lo que le había dicho al drow en el viaje de vuelta del Minnow Skipper a Luskan—. Él no permitiría…
Esas fueron las últimas palabras que Effron le dijo a Drizzt en aquella celda, o al menos las últimas que oyó Drizzt.
Cuando Drizzt se despertó, se encontró en un lugar diferente, en una mazmorra más tradicional, con suelo de tierra y paredes de piedra. Estaba sentado contra la pared, de frente a los barrotes de la puerta de la celda, con los brazos encadenados por encima de la cabeza y el otro extremo de la cadena sujeto a un aro de la pared, en lo alto.
Drizzt tardó un rato en comprender el cambio en su situación, pero una de las primeras cosas que reconoció no era una idea alentadora, por cierto. Teniendo en cuenta su situación y el cambio de entorno, estaba claro que sus amigos no habían salido victoriosos.
Ahí había menos luz que en la otra prisión. La única luz provenía de una antorcha situada en alguna hornacina a lo largo de los tortuosos pasillos del lugar. Delante de él, en el suelo, encontró Drizzt un plato de comida que le recordó el hambre canina que tenía.
Un par de ratas merodeaban alrededor del plato que Drizzt no tenía la menor esperanza de alcanzar dado que tenía las manos encadenadas. Con un feroz movimiento instintivo, Drizzt lanzó tal puntapié a los roedores que los hizo salir corriendo. Fue entonces, cuando se miró las piernas y los pies, que se dio cuenta de que estaba desnudo, pero su mente a duras penas intuyó las implicaciones de eso ni de ninguna otra cosa mientras con los dedos de los pies arrastraba el plato para acercarlo más.
De todos modos, no podía acercarlo con las manos ni con la cara, porque no podía bajar las manos por debajo de sus hombros. Durante un rato estuvo tirando inútilmente de las cadenas, pero por fin, a punto de volverse loco por el hambre, se limitó a recoger la comida con el sucio pie y, gracias a su prodigiosa agilidad, se la llevó a la boca.
Consiguió hacer pasar con dificultad la comida reseca y asquerosa por su sedienta garganta, pero después de un solo bocado consideró que ya era suficiente y se dejó caer otra vez mientras pensaba en el mundo más allá de la tumba.
Procuró entretener su mente con recuerdos de Catti-brie…
—¿A que te baja los humos? —Le pareció que la voz llegaba de muy lejos.
Drizzt abrió apenas un ojo y parpadeó ante la luz que ahora era más brillante. La antorcha estaba justo delante de su celda, en la mano de un sombrío viejo y arrugado.
—Qué apenada debe de estar Mielikki al ver a su hijo preferido en semejante situación —se burló el miserable.
Drizzt trató de responder, pero no tenía ni fuerzas para hacer salir las palabras por sus labios resecos y agrietados.
Oyó el chirrido de la puerta de metal de su celda que se abría, después se sintió tratado con dureza mientras le metían comida en la boca y lo obligaban a beber un agua que sabía fatal.
Volvió a suceder lo mismo poco tiempo después, y otra vez más después de eso.
Drizzt no tenía mucha noción del paso del tiempo, pero le parecía que los días iban pasando y que ya quedaban muy, muy lejos.
A pesar de la mugre y del sabor inmundo de lo que le obligaban a tragar, el drow se dio cuenta de que iba recuperando las fuerzas y los sentidos. Entonces se encontró otra vez con el viejo sombrío de pie ante él.
—¿Qué voy a hacer contigo, Drizzt Do’Urden? —preguntó.
—¿Quién eres?
—Draygo Quick, por supuesto —respondió Draygo—. Y este es mi castillo, en el que tú te introdujiste. Según las leyes de mi tierra, estoy en mi derecho si te mato.
—He venido a buscar a Guenhwyvar —respondió Drizzt, y a lo largo de su breve respuesta tosió una docena de veces debido a la sequedad de su garganta.
—Ah, sí, la pantera. Por supuesto que no la vas a conseguir, pero también es muy probable que no salgas nunca de este lugar. —Hizo una pausa y le dedicó una mirada ladina—. Aunque también es posible que si colaboras podamos convertirnos en grandes amigos.
Drizzt no tenía ni la menor idea de lo que quería decir.
—Dime, drow, ¿a quién rindes culto?
—¿Qué?
—¿Quién es tu dios?
—Tú ya lo dijiste, sigo los principios de Mielikki —respondió Drizzt en un susurro ronco.
El viejo brujo asintió y se llevó una mano al mentón en actitud reflexiva.
—Tal vez debería haber preguntado más bien quién te rinde culto a ti.
Drizzt lo miró intrigado, y el viejo miserable rio entre dientes, casi tan ahogado como el drow.
—Por supuesto no puedes responder. Volveremos a hablar, y a menudo, lo prometo —dijo Draygo Quick, y tras una inclinación de cabeza se dio la vuelta y abandonó la celda—. Recupera las fuerzas, Drizzt Do’Urden —le dijo por encima del hombro—. Tenemos mucho de que hablar.
La puerta de su celda se cerró con un sonido metálico y la luz de la antorcha se alejó. Drizzt observó el reflejo que se iba alejando por el pasillo y poco después oyó que se abría otra celda, y los murmullos del viejo brujo que hablaba otra vez.
¿Sería Effron?
Drizzt se inclinó hacia adelante estirando el cuello, no para ver algo, que eso evidentemente era imposible, sino para tratar de oír alguna de las palabras aunque no la conversación propiamente dicha.
No pudo distinguir nada, pero oyó el murmullo de una segunda voz que reconoció: Effron. Se dejó caer hacia atrás, tratando de aclararse las ideas. Echó una mirada a sus cadenas y se prometió que encontraría una manera de liberarse de ellas.
Drizzt no era una víctima.
No tardaría mucho en encontrar una forma de salir de su celda y de rescatar a Effron.
Ese era su compromiso.
—¡Te confiaste demasiado! —le dijo pomposamente Draygo Quick a Effron, cuya situación no era muy diferente de la de Drizzt, salvo por el hecho de que sólo tenía uno de los brazos encadenado—. ¡Claro que ese fue siempre tu fallo! ¿No es cierto?
Effron le echó una mirada cargada de odio, pero al parecer al sombrío le pareció divertida.
—Pensabas que conocías todas mis tretas y mis trampas, pero no soy ningún tonto —prosiguió Draygo—. ¿Realmente creías que podías entrar aquí y salir con la pantera?
—No tuve elección.
—Fuiste tú quien los trajo aquí.
—Es cierto —admitió Effron.
—Tu lealtad es conmovedora.
Effron bajó la vista.
—Has decidido librar una guerra contra mí, y eso es una empresa descabellada.
—No —respondió Effron de inmediato volviendo a alzar la vista y mirando a Draygo Quick a los ojos—. No, decidí viajar con mi madre, y necesitaba ocultarte nuestros movimientos, pero sólo llevándonos a la pantera. No inicié nada contra ti, aunque quería acabar contigo.
—Interesante. —Draygo Quick se quedó farfullando un momento después de digerir esa información—. Déjame que te cuente que tu madre…
Drizzt tiró con fuerza de las resistentes cadenas cuando oyó el lamento de Effron pasillo abajo. Al principio pensó que lo estaban torturando, pero cuando el lamento inicial se transformó en sollozos, se dio cuenta de que era otra cosa.
No tardó mucho en imaginarse las implicaciones de esos sollozos.
—¿Dónde está Dahlia? —preguntó Drizzt con perentoriedad cuando Draygo Quick se volvió a presentar en su celda unos días después, según creía el drow, aunque no podía estar seguro.
—Ah, has oído los sollozos de tu contrahecho compañero —respondió Draygo Quick—. Sí, me temo que Dahlia y tus otros compañeros han encontrado un trágico final y ahora los expongo como trofeos en mi vestíbulo.
Drizzt bajó la mirada. Ni siquiera pudo lanzar un grito de protesta. Se sorprendió al ver lo profundamente que lo había afectado la noticia, al darse cuenta de lo mucho que había llegado a valorar la compañía de Dahlia. Si bien era cierto que no podía llegar a amarla como había amado a Catti-brie, sí había llegado a valorarla, al menos como amiga.
Y no era sólo la pérdida de Dahlia lo que le causaba dolor en ese momento, porque también había perdido la vinculación con su pasado.
—Entreri —se oyó susurrar, y no pudo negar la sensación de pérdida.
Y lo mismo le pasaba con Ambargrís, a la que le había tomado mucho cariño, y con Afafrenfere.
—Te has metido en algo que te supera con creces, Drizzt Do’Urden de Menzoberranzan —dijo Draygo Quick, y se extrañó el drow de percibir un tono de auténtico pesar en la voz del señor netheriliano. Volvió a alzar la mirada para buscar algo en la expresión del viejo brujo que le revelara que se equivocaba, pero no encontró nada.
—Para mal de todos —continuó Draygo—. Por supuesto yo tenía que defenderme y defender mi casa. ¿Podía esperarse otra cosa?
—Sería menos justificable si no fueras un ladrón y un secuestrador —le espetó Drizzt:
—¿Secuestrador? ¡Vosotros irrumpisteis en mi casa!
—Me refiero a Guenhwyvar —aclaró Drizzt—. Me robaste algo que no te pertenece.
—Ah, sí, claro —dijo Draygo—. La pantera. Como ya dije, te has dado de bruces con algo que te supera, pero tal vez haya esperanza para nosotros dos. No creo que vayas a tener necesidad de la pantera cuando hayamos acabado. Entonces tal vez disfrutes otra vez de su compañía.
La tentadora zanahoria hizo que Drizzt inadvertidamente se inclinara hacia adelante, hasta que se dio cuenta de lo reveladora que era su postura y la corrigió. No quería que su mente empezara a albergar falsas esperanzas.
El netheriliano lo dejaría ir, se dijo y se repitió una y otra y otra vez.
No dejaría de repetirse ese mantra silencioso cuando Draygo Quick iba a verlo cada día, siempre con preguntas sobre su pasado, sobre las sacerdotisas de Lloth y sobre su vida en la superficie mientras se guiaba por los principios de la diosa Mielikki y adoptaba las costumbres de un explorador.
Al principio, Drizzt oponía resistencia a las preguntas, pero su tozudez no duró mucho tiempo, y unas semanas después ya anhelaba esas visitas.
Porque con Dyago venían los sirvientes con alimentos, una comida muy mejorada, y le daba de comer, con mucha más suavidad y amabilidad una joven sombría, una niña.
Un día el viejo brujo llegó acompañado de un trío de corpulentos guardias. Dos se colocaron uno a cada lado del prisionero y echaron mano de las cadenas.
—Si te resistes en alguna medida, torturaré a Effron hasta la muerte ante tus ojos —eso fue todo lo que Draygo se molestó en decir antes de marcharse.
Los guardias le pusieron una caperuza negra y lo sacaron de su celda, depositándolo en una habitación situada en algún lugar por encima de las mazmorras, en el castillo. Lo sentaron en una silla, le dijeron que se quitara la caperuza, que se bañara y se vistiese.
—Lord Draygo vendrá a verte pronto —le dijo uno mientras se marchaban.
Drizzt echó una mirada a su nueva morada, una habitación bien amueblada, limpia y cálida. Lo primero que se le vino a la cabeza fue escapar, pero rápidamente desechó la posibilidad. Draygo Quick tenía a Effron y a Guenhwyvar, y de todos modos ¿adónde iba a ir?
El señor netheriliano le había dicho que se había metido en algo que lo superaba, y en ese momento y ese lugar tan confusos Drizzt no dudaba en absoluto de la verdad de esa afirmación.