19

REALMENTE CURIOSO

—¿P

or qué caminas? —preguntó Athrogate—. De acá p’allá, y vuelta a empezar. ¡Si quieres cavar una zanja en el suelo, pásame un pico!

—Se está cociendo algo —le respondió Jarlaxle.

—Bueno, desembucha, entonces —dijo Athrogate moviendo los gordos dedos de sus pies mientras se acomodaba plácidamente en la otomana, sonriendo como si ese movimiento fuera una respuesta directa a la terminología de Jarlaxle.

—No es que vaya a tener mucho que ver con nosotros —aclaró Jarlaxle—. Es aparte del acuerdo comercial que a estas alturas parece algo seguro.

—¿Eh? —Era evidente que Athrogate no esperaba esa respuesta.

—Es un momento interesante —explicó Jarlaxle—. Envidio a estos señores netherilianos por su espíritu emprendedor y sus grandes búsquedas. ¡Ojalá tuviera tiempo para unirme a ellos!

—¿Eh? —La sorpresa de Athrogate iba en aumento.

—Es cierto —dijo Jarlaxle—, y sé que si nos quedamos más tiempo aquí, seguramente me veré más metido en el trabajo de Parise Ulfbinder de lo que puedo permitirme. Nos marcharemos esta noche misma.

—¿Eh? —preguntó otra vez Athrogate, que ahora parecía alarmado y no muy feliz.

—De verdad —fue todo lo que Jarlaxle quiso responder.

Y esa misma noche, Jarlaxle y Athrogate cabalgaban por la región que otrora había sido el gran desierto de Anauroch, Jarlaxle en su pesadilla y Athrogate en su jabalí infernal. Jarlaxle rechazó la propuesta de Athrogate de encontrar un refugio adecuado, y en lugar de eso prefirió acampar en la planicie. Los dos estaban sentados, uno a cada lado de una fogata. Athrogate cocinaba un sabroso estofado y sus monturas mágicas montaban guardia.

—Podríamos habernos quedado —musitó Athrogate. Había permanecido en silencio, pero claramente molesto, durante todo el camino.

—Algo se está cociendo —contestó Jarlaxle—. Algo importante.

—Ya, ya, y te mantendría mu’ocupao y toa esa tontería que ya dijiste.

—Debes saber que Parise Ulfbinder nos estaba observando en nuestra habitación —informó el drow.

—¿Eh?

—¿Otra vez con eso? Sí, te lo aseguro —dijo Jarlaxle, y se dio un golpecito en el parche del ojo para subrayar su afirmación, porque ese artilugio mágico era bien conocido por proteger contra intrusiones telepáticas y clarividentes—. Se está cociendo algo importante. Algo relacionado con la Plaga de los Conjuros y la caída del Tejido.

—La Plaga de los Conjuros —musitó Athrogate—. No paro de oír ese nombre, pero no sé mu’bien qu’es.

—Tan sutil como la oscuridad —explicó el drow—. Tan silenciosa como la sombra. Por alguna razón, con la caída del Tejido hemos quedado atados al Páramo de las Sombras y a sus oscuros secuaces.

—Ya, he visto demasiao d’esas malditas cosas de sombra. Entonces ¿qué piensas qu’está pasando?

Jarlaxle meneó la cabeza.

—Podría ser que nuestros amigos del Enclave de Sombra estuvieran haciendo un intento de dominación.

—¿De?

—¿De todo? —La pregunta de Jarlaxle era más bien una afirmación—. Están dedicando demasiada energía a estudiar a los dioses antiguos. Parise me preguntó si Drizzt tal vez sería un Elegido de Lloth.

—Ya, a mí también m’hizo algunas preguntas sobre ese.

Eso sorprendió a Jarlaxle.

—¿Cuándo hablaste…? —empezó a preguntar.

—Cuanto tú fuiste a verlo el otro día —respondió Athrogate—. Vino a verme justo antes de que volvieras. Quería saber sobre ese maldito drow.

—¿Y tú qué le dijiste?

—La dama del unicornio, Mylickin o algo así.

—Mielikki —lo corrió Jarlaxle.

—Ya, eso creía. Se lo oí decir a Drizzt.

Jarlaxle asintió, pero siguió intrigado por la otra teoría, la de que Lloth consideraba a Drizzt su campeón del caos, y lo cierto era que ese solitario había cumplido con esas expectativas en lo concerniente a Menzoberranzan.

—¿O sea que tú piensas que esos señores de sombra tan’studiando a los dioses y a los Elegidos para encontrar algún plan de ataque contra todos nosotros?

Jarlaxle quedó impresionado al ver que Athrogate había llegado tan rápido a ese razonamiento, y se repitió que ese enano no era ningún tonto a pesar de sus rimas sin sentido y sus frívolas carcajadas, especialmente en cuestiones de estrategia bélica.

—Sería interesante saber dónde encajamos nosotros en esos planes de dominación, ¿no? —añadió el enano, y Jarlaxle asintió.

Realmente interesante.

—Parece que muchos están interesados en el solitario Do’Urden últimamente —le dijo Kimmuriel a Jarlaxle un par de días después cuando este y Athrogate llegaron a Luskan.

—¿Tiago?

—Es persistente.

—¿Dónde está Drizzt? —preguntó Jarlaxle.

—En la ciudad o en sus alrededores, aunque sin hacerse notar, espero —respondió Kimmuriel—. Ya hace algún tiempo que su barco llegó a puerto, y él estaba a bordo, pero no sé con seguridad adónde fueron él y sus amigos.

Jarlaxle asintió. Seguirle el rastro a cualquier banda en la que estuviera incluido Artemis Entreri no sería nada fácil. Lo sabía.

—¿Crees que las pesquisas de ese Parise Ulfbinder tienen algo que ver con la persecución de Drizzt por parte de Tiago? —preguntó Kimmuriel—. ¿Es posible que los señores netherilianos estén tratando de crear un canal clandestino hacia mercados directos en Menzoberranzan?

Jarlaxle negó con la cabeza.

—Nuestro acuerdo es bastante completo —le recordó, y Kimmuriel, que acababa de negociar precisamente ese contrato, no podía rebatir eso—. Lo que yo creo es que el interés de Parise por Drizzt sólo tiene que ver con usar a Drizzt como símbolo de algo de mayor envergadura.

Kimmuriel no hacía más que asentir mientras Jarlaxle hablaba, dando a entender que pensaba más o menos lo mismo.

—Los netherilianos han realizado otras indagaciones —explicó.

—¿Sobre Drizzt?

—No que yo sepa, pero sí sobre otros que han descollado en las filas de los mortales de Faerun. Elminster, por ejemplo. Parece ser que nuestros vecinos netherilianos se han tomado un interés especial por los que se han distinguido a los ojos de uno u otro dios.

—Los Elegidos —aclaró Jarlaxle—. O tal vez tengan algún interés en los propios dioses.

—¿Y cuál es nuestro deber en cualquier conflicto de este tipo? —preguntó Kimmuriel

—El beneficio.

—¿Y el papel de Menzoberranzan?

—Cualquiera lo sabe —admitió Jarlaxle, queriendo decir que no tenía ni la menor idea.

—Si son ciertas tus suposiciones sobre el interés que tienen por Drizzt, entonces es posible que Menzoberranzan pueda tomar el partido que más le convenga, pero si no…

—Si Drizzt es su foco de interés, entonces tal vez sus planes se centren también en nuestra gente.

—Y con respecto a eso, ¿qué vale entonces nuestro acuerdo, para nosotros y para los netherilianos?

—Seamos muy cautos en el tipo de mercancía que enviamos al Enclave de Sombra —decidió Jarlaxle—. Y con respecto a cualquier información que revelemos. No creo que Parise tenga intención de emprender ninguna acción contra Menzoberranzan, ni contra Bregan D’aerthe. ¿Qué sentido tendría? Pero asegurémonos de no hacer nada que pueda ayudarlos en lo que estén planeando, sea lo que sea.

—¿Te quedarás en Luskan por ahora? —preguntó Kimmuriel.

—¿Tú te marchas?

—Voy a ir a la ciudad de los illitas —anunció el psionicista—. Su mente colmena nos ayudará a encontrar las respuestas. Si hay algo grande en marcha, entonces cuanto antes lo descubramos, mayor será el beneficio.

—¿Por cuánto tiempo?

—¿Cómo saberlo con los desolladores de mentes? —respondió Kimmuriel con un encogimiento de hombros.

Jarlaxle asintió.

—Drizzt Do’Urden —afirmó Kimmuriel.

Esta vez fue Jarlaxle el que se encogió de hombros.

—Él está aquí, lo mismo que Artemis Entreri —explicó Kimmuriel—. Espero que cualquier contacto que establezcas sea por el interés de Bregan D’aerthe y no por el de Jarlaxle.

—Son el mismo.

Kimmuriel lo miró fijamente.

—Anda, márchate —le dijo Jarlaxle—. No soy ningún tonto y me doy cuenta de que los acontecimientos que se están produciendo podrían ser importantes. ¿Dónde está Beniago?

—Anda por ahí, seguramente en la ciudad. Fue muy útil para mantener a Drizzt lejos de Luskan en los últimos meses.

—¿Otra vez Tiago?

—Es terco —admitió Kimmuriel—. Pero claro, después de todo es un Baenre.

Jarlaxle Baenre sonrió e inclinó la cabeza ante la inteligente observación.

—Es posible que Tiago se esté metiendo en algo más grande que lo que piensa, y todo en su contra y en la de todos nosotros.

—Como ya he dicho, es un Baenre.

Jarlaxle respondió únicamente con una risita.

—Bien hallado, otra vez —le dijo Jarlaxle a Tiago Baenre cuando encontró al joven guerrero escondido en una granja abandonada a las afueras de Luskan. Como Beniago le había dicho, Tiago tenía consigo a varios compañeros, entre ellos dos hermanos, hombre y mujer, de la Casa Xorlarrin.

Jarlaxle se llevó la mano al gran sombrero, mientras se volvía con deferencia a la drow ataviada con el hábito de una sacerdotisa —Saribel Xorlarrin, sin duda— pero en realidad para tener ocasión de escrutar al tejedor de conjuros que estaba de pie a su lado. Beniago le había advertido específicamente de que tuviera cuidado con Ravel Xorlarrin.

—No fuiste invitado —dijo Tiago con tono áspero.

—Tú tampoco, y sin embargo aquí estás, lejos de Menzoberranzan, lejos incluso de Gauntlgrym —le retrucó Jarlaxle.

—Soy un Baenre y voy a donde me da la gana.

—Estás en territorio de Bregan D’aerthe, joven maestro de armas. Habrías hecho bien en comunicarnos tus intenciones.

—Bregan D’aerthe —dijo Tiago con evidente desprecio.

—O sea que sigues persiguiendo a Drizzt Do’Urden.

—Eso no es asunto tuyo.

Jarlaxle sonrió.

—¿Dónde está? —preguntó Tiago.

—Pensé que habías dicho que no era asunto mío.

—Estás jugando a un juego muy peligroso —respondió el joven.

—¿Yo? ¿Por qué, joven maestro de armas? Eres tú el que está dando caza a otro drow, y sin la autorización de la Madre Matrona Quenthel. —El mercenario miró con intencionalidad a los Xorlarrin mientras hablaba, y a juzgar por la reacción de estos, sus palabras dieron en el clavo.

Sin embargo, Tiago no se movió ni un ápice, y era previsible dada su ascendencia.

—¿Dónde está? —insistió.

—No lo sé.

—Zarpó en un barco de nombre Minnow Skipper —le informó Tiago—. Ahora ese barco ha regresado y Drizzt con él, pero da la impresión de que ha desaparecido.

—Ya sabes más que yo, al parecer —dijo Jarlaxle—. Yo acabo de volver de negocios que no tienen nada que ver con eso.

—¿De dónde?

Jarlaxle se mofó de la pregunta.

—Deberías considerar mi posición —le dijo Tiago—. Mi familia y mi rango. A la Madre Matrona Quenthel no le va a gustar cuando se entere de que Jarlaxle de Bregan D’aerthe obstaculizó mi persecución del pícaro.

—Lo que la Madre Matrona Quenthel diga o deje de decir puede llegar a sorprenderte, presuntuoso —contestó Jarlaxle—. Vas detrás de algo que no entiendes.

—¿Debo tenerle miedo? —preguntó Tiago derrochando sarcasmo.

—Tal vez deberías temer a la ira de lady Lloth si consigues lo que te propones —respondió Jarlaxle mirando otra vez a los Xorlarrin. Saribel pareció un poco descolocada ante tan sorprendente afirmación.

—Harías bien en ponerte al margen y permanecer en él —dijo Tiago, amenazador—. Ya estoy cansado de Jarlaxle.

—Tal vez considerase que era mi deber para con la Madre Matrona Quenthel advertir debidamente a su guerrero díscolo antes de que se aventurase en una oscuridad que no entiende —manifestó Jarlaxle con una sonrisa irónica.

—¿Qué se lo debes? —le preguntó Tiago con incredulidad—. ¿Se lo debes a la Casa Baenre?

—Nuestro mejor cliente.

—¿Y tan solo eso, Jarlaxle? —preguntó Tiago sin disimular la implicación de que sabía más de lo que decía, y, de hecho, su repentina arrogancia puso a Jarlaxle en guardia—. ¿Es ese tu único interés en la Casa Baenre, mercenario apátrida?

Jarlaxle dedicó un momento a estudiar la forma en que el taimado Tiago había formulado su pregunta. ¿Conocía la verdad sobre Jarlaxle? Entonces, ¿quién más podía conocerla? Su ascendencia había sido siempre un secreto, incluso para la mayor parte de la familia. Por lo que Jarlaxle sabía, sólo Gromph, que era uno de los poquísimo drow más viejos que Jarlaxle, y la propia madre matrona conocían sus orígenes, además de Kimmuriel.

Pero el aire de superioridad de Tiago no era una falsa bravuconada, era evidente que se basaba en algo que Tiago sabía que no debería conocer.

—Mide tus pasos —le dijo Jarlaxle, y con una inclinación de cabeza dio media vuelta, despidiéndose sin más miramientos. Le faltó tiempo para alejarse de ese prepotente joven y de sus poderosos amigos. Pocas veces se había encontrado Jarlaxle en una posición tan desventajosa.

Volvió corriendo a Luskan y no tardó en encontrar a Beniago, pero este no tenía las respuestas que buscaba porque todavía no habían encontrado ninguna señal de Drizzt ni de sus cinco compañeros. El grupo había abandonado el Minnow Skipper en cuanto llegó a puerto, todos ellos, y Beniago había conseguido seguir su rastro hasta una posada en concreto, incluso hasta una habitación que habían alquilado para una reunión privada.

Pero a partir de ahí, nada. Era como si sencillamente hubieran desaparecido.

El viejo mercenario drow —y en ese momento se sentía muy viejo— sólo pudo suspirar con resignación porque esa era de esas raras ocasiones en que los acontecimientos escapaban a su control.

Entre los señores netherilianos, Tiago Baenre y su partida de caza, y la misteriosa desaparición de Drizzt y sus compañeros, para su gusto había demasiados engranajes girando en demasiadas direcciones diferentes.