18

DESTROZADO

L

as sombras eran un aliado, pero a ninguno de los seis compañeros lo reconfortaba mucho esa realidad. Estaban agazapados en la maleza descolorida de un grupo de árboles con la vista puesta en una formidable estructura: una gran mansión con una torre altísima rodeada por una enorme muralla de piedra de seis o más metros de altura. El castillo de lord Draygo Quick.

A Drizzt se le cayó el alma al suelo al ver que el tiempo iba pasando. Cuando se había enterado de lo de la prisión de Guenhwyvar, su curso de acción le había parecido claro y directo. Ella estaba allí y allí debía ir, sin que ningún obstáculo pudiera impedir que le devolviera la libertad, pero ahora esa opción se enfrentaba a la cruda realidad: ¿qué iban a hacer ellos seis contra el formidable castillo que tenían ante sí? ¿Tenían que entrar en tromba en el lugar dejando a su paso una estela de destrucción hasta llegar a la pantera?

Esa opción le parecía descabellada, ya que Effron les había insistido muchas veces en que Draygo Quick muy probablemente se bastaba para derrotarlos a todos ellos. Y también les había advertido de que dentro de la torre de lord Draygo había muchos brujos de menor categoría formados por el gran señor, así como un surtido de peligrosas mascotas que Draygo Quick podía lanzar contra ellos.

—¿Y ahora qué? —preguntó Artemis Entreri después de algunos momentos de inquietud. Las pruebas que habían tenido que afrontar para cruzar el pantano habían sido considerables, pero comparadas con el obstáculo que se les presentaba ahora, parecían realmente insignificantes. A propósito, había planteado la pregunta, a Effron sobre todo, y por su tono se veía que no estaba nada contento con el joven brujo.

—Se me pidió que os trajera hasta Guenhwyvar y fue lo que hice —replicó Effron.

—Señálala entonces —fue el frío desafío que le lanzó el asesino.

Effron alzó la mano para señalar la torre, dirigiéndola a un punto situado aproximadamente a dos tercios de la altura de la estructura de más de treinta metros.

—¿Hay una puerta lateral? ¿Una cocina o entrada de servicio, tal vez, o por lo menos un portillo para arrojar la basura? —preguntó Drizzt tratando desesperadamente de mantener la conversación centrada en ese momento.

No había llegado hasta ahí para darse ahora la vuelta, fuera cual fuese el desafío que se le planteara, y habían sabido en todo momento que recuperar a Guenhwyvar no iba a ser tarea fácil, aunque seguramente las dimensiones formidables del castillo de Draygo Quick habían equivalido a poner un signo de admiración a la dificultad de la tarea.

—O subir por la muralla —dijo Drizzt.

—Eso no lo recomendaría.

—Pues habla —dijo Entreri con sarcasmo, aunque pareció recular un poco al final de su hosca observación, porque tuvo que enfrentarse al gesto severo no sólo de Drizzt, sino también de Dahlia.

A Drizzt no se le escapó el cambio de tono, y tampoco la causa aparente. Se dio cuenta de que Entreri no había venido por él, sino por Dahlia.

Una vez más cayó en la cuenta de que eso no le molestaba.

Fuera por la razón que fuese, se alegraba de que Dahlia y Entreri estuvieran ahí.

—Las murallas de muchas de las grandes mansiones de esta región fueron construidas por los mismos canteros y magos —explicó Effron que con su tono despreocupado no satisfizo el sarcástico intento de Entreri—. Tienen poderosos encantamientos para impedir el acceso.

—Los glifos pueden eliminarse —dijo Ambargrís, pero sin demasiada convicción.

—El castillo de lord Draygo está rodeado de gárgolas y demás centinelas —explicó Effron—. Si pasamos por encima de la muralla, se despertarán.

—Una batalla en el patio de armas —apuntó Dahlia.

—Con un poderoso brujo dominándonos desde arriba, intocable, desde sus aposentos seguros —añadió Effron.

—Yo podría entrar por la puerta —dijo Effron—. Ni siquiera sé con certeza si lord Draygo sabe que me he aliado con vosotros. Puede que crea que todavía estoy a su servicio, y si es así no me impedirán la entrada. Yo sé dónde está Guenhwyvar, y tal vez podría encontrar una manera de romper su conexión con la prisión mágica para que podáis recuperarla y marcharos.

—Parece demasiado riesgo —observó Drizzt.

—¡No! —dijo Dahlia al mismo tiempo, con tal vehemencia que los sorprendió a todos y, evidentemente, ella fue la primera sorprendida.

—Solo no —aclaró rápidamente, y daba la impresión de que improvisaba cuando añadió—: Haz ver que somos tus prisioneros. O condúcenos para una audiencia con lord Draygo… sí, ve hasta él y explícale que queremos parlamentar.

—Él no querrá saber nada contigo —le contestó Effron directamente a ella—. Simplemente te mataría como castigo por la muerte de Herzgo Alegni y por la destrucción de la Garra de Charon. ¡Ese segundo crimen pesará incluso más que el otro! Y también sobre ti —agregó señalando a Entreri—. Vuestras cabezas tienen un precio muy alto impuesto por Cavus Dun por vuestra traición, al menos la de la enana —dijo dirigiéndose a Ambargrís y a Afafrenfere.

—O sea que entramos como tus prisioneros —dijo Drizzt.

Discutieron el plan exhaustivamente, tratando de encontrar alguna prisión mágica fingida para poder crear al menos la verosimilitud de semejante treta, pero daba la impresión de que avanzaban en círculos. Draygo Quick conocía bien las capacidades de Effron y también conocía las de los otros cinco.

—Nos has traído engañados a hablar con él —dijo Drizzt después de un rato—. Hemos venido a negociar por Guenhwyvar, pero le contarás a tu antiguo maestro que es todo una treta que fraguaste para ponernos a sus pies.

—Es ridículo —replicó Artemis Entreri—, pero —acabó con una nota de resignación en su voz— puede que sea la mejor oportunidad que tengamos.

Drizzt estudió atentamente al asesino. El riesgo era realmente importante para Entreri y, a pesar de todo, había venido. Tal vez no lo hiciera por Drizzt, pero había venido de todos modos.

La discusión explotó esa posibilidad, tratando de dar con una explicación verosímil de por qué habrían de meterse en la mismísima telaraña de esa manera. Sin embargo, la conversación se interrumpió de manera repentina y llamativa cuando se abrieron de golpe las puertas de la gran residencia de Draygo Quick y salió por ellas a toda velocidad un carruaje negro tirado por cuatro caballos también negros que ya iban bañados en sudor cuando enfilaron el camino.

—Lord Draygo —dijo Effron con voz ahogada observando el coche que partía.

—¿Su carruaje? —preguntó Dahlia.

—Era él —les aseguró Effron—. Nadie más que lord Draygo viajaría en ese carruaje, y jamás se utiliza como no sea para llevarlo a uno de sus recados.

—Entonces tenemos que entrar ahora —dijo Entreri.

—Todavía está bien protegido —empezó a decir Effron, pero su voz quedó sepultada por la actividad de los demás que se preparaban para el asalto. Cuando Effron hubo terminado de lanzar su advertencia, Drizzt ya se aproximaba a la puerta que empezaba a cerrarse, con el veloz Afafrenfere siguiéndole el ritmo y Ambargrís, con su símbolo sagrado en la mano y un encantamiento mágico para desactivar glifos y guardas en los labios, los seguía de cerca.

Estaba claro que no podían dejar pasar esa oportunidad, explicó Dahlia, y a punto estuvieron ella y Entreri de derribar a Effron en su precipitada marcha.

Ambargrís iba susurrando obsesivamente una serie de conjuros en rápida sucesión, primero para detectar guardas mágicas, cosa que hizo, luego varios para dejar sin efecto la potente magia que descubrió en las inmediaciones de la puerta.

En cuanto les hizo señas, Drizzt atravesó la puerta encabezando la marcha, otra vez con el monje pisándole los talones, hacia la entrada principal. A una orden de Effron se desviaron hacia la izquierda y emprendieron una carrera rodeando el edificio por el lateral.

—Libre de trampas mágicas —le aseguró Ambargrís a Drizzt cuando llegaron a una pequeña puerta lateral.

—Nada de trampas —añadió Afafrenfere después de una minuciosa inspección. Se refería a artilugios mecánicos.

—Los alojamientos de la servidumbre —explicó Effron, alcanzándolos junto con Entreri y Dahlia.

Drizzt se abrió camino, ahora con Effron a su lado que le indicaba el camino. Atravesaron una serie de pequeñas estancias, dormitorios, y una cocina y una despensa, y salieron por unas pesadas puertas de madera al opulento comedor, digno de un hombre de la categoría real de Draygo Quick.

—Por aquí —señaló Effron, y Drizzt y él condujeron a los demás a una antecámara.

Ambargrís y Afafrenfere iban detrás, con Entreri y Dahlia cubriendo la retaguardia. Avanzaron por otro corredor y llegaron al vestíbulo principal y al salón de baile, una estancia señorial con un techo alto y suelos de mármol en color negro y blanco que parecían un tablero de ajedrez. A lo largo de las paredes del enorme salón había estatuas con armadura y delicados tapices. La estancia estaba dividida en su parte central por una grandiosa escalera que subía seis metros o más antes de abrirse a derecha e izquierda formando galerías bordeadas por barandillas de hierro con balaustradas decoradas con figuras de dragones rampantes.

Drizzt se dirigía ya a la escalera, pero Effron lo disuadió señalando una puerta en el extremo del vestíbulo opuesto a aquel por donde habían entrado.

—La escalera de la torre —informó.

Effron conocía muchas de las trampas que Draygo Quick había instalado en su torre. Muchas, pero no todas.

Cómodamente sentado detrás de su bola de cristal y tras haber mandado que sacaran su carruaje a modo de ardid, Draygo Quick se debatía entre si debía castigar al insolente Effron o agradecerle por traerle a Drizzt con tanta facilidad.

Mientras observaba al grupo que avanzaba por el suelo ajedrezado de la estancia principal de la planta baja se dio cuenta de que eso también era perfectamente conveniente para él, porque Effron y Drizzt, los únicos del grupo que realmente le interesaban, se habían apartado de los demás avanzando varios pasos por delante de ellos.

El miserable y viejo brujo había temido que este pudiera ser un encuentro peligroso. Al fin y al cabo Drizzt, Dahlia y el antiguo campeón de Herzgo Alegni, Artemis Entreri, eran todos formidables, y el añadido de una pareja de antiguos cazarrecompensas de Cavus Dun habían hecho que el poderoso señor temiera perder en esto a gran parte de su personal, y puede que también a un buen número de sus preciadas mascotas.

Aunque, desde su perspectiva, Draygo Quick nunca había dudado del resultado.

Y mucho menos ahora que el grupo avanzaba despreocupadamente, pensando que él ya no estaba en el castillo.

Draygo Quick se centró en el suelo por delante de Effron y Drizzt y cronometró perfectamente su palabra de mando, convocando mágicamente al suelo encantado a través de la bola de cristal. El panel que pisaban aquellos dos, se abrió de repente.

Con agilidad y capacidad de reacción sorprendentes, Drizzt dio un salto y torció el cuerpo. Podría haber salido airoso, o al menos podría haberse sujetado del borde del pozo, pero se paró a coger a Effron.

Los dos desaparecieron de la vista. Tragados por el agujero se deslizaron por un largo tobogán y los muelles hicieron que el panel trampa volviera casi de inmediato a su lugar.

Los otros cuatro invasores frenaron en seco.

Esa fue la señal para que las armaduras alineadas a lo largo de las paredes empezaran a moverse y para que las gárgolas del techo levantaran el vuelo, descendiendo lentamente en círculos al tiempo que de las balaustradas de la galería se desprendían los dragones en miniatura desenroscándose y alzando el vuelo.

No había nada de que sujetarse para frenar el descenso por la lisa y sinuosa pendiente. Drizzt trató de clavar los talones o de encontrar con los dedos algún saliente, pero nada.

Effron trató de formular un conjuro, pero sus palabras se perdieron entre gruñidos y gemidos mientras él y Drizzt caían y se enredaban en medio de la más absoluta oscuridad.

Por fin el descenso acabó cuando los dos aterrizaron de golpe en un pequeño rellano delimitado por tres paredes.

—¿Estás bien? —preguntó Drizzt.

—Tenemos que salir de aquí respondió Effron. —Descorporeiz…

La palabra quedó engullida por un grito de sorpresa cuando otra vez volvió a faltarles el suelo bajo los pies. Drizzt y él cayeron otros diez metros y acabaron en un suelo de tierra y heno seco.

La oscuridad desapareció casi de inmediato. Un ronco chisporroteo se impuso a sus gemidos cuando los barrotes de su prisión cobraron vida llenos de energía mágica.

—No, por los dioses —dijo Effron con voz ahogada mientras trataba de sentarse sin conseguirlo porque se había golpeado duramente en las piernas y las caderas que se negaban a sostenerlo.

—¿Qué es esto? —preguntó Drizzt que no había resultado tan lastimado y dio un paso adelante desenvainando sus espadas. Incluso se atrevió a tocar uno de esos barrotes chispeantes con Muerte de Hielo, consiguiendo sólo salir despedido hacia atrás y acabar en el suelo mientras la cimitarra salía volando de su mano.

—Estamos atrapados —le aseguró Effron—. Somos las nuevas mascotas de Draygo Quick.

—¡Utiliza entonces tu forma espectral! —le dijo Drizzt mientras le castañeteaban los dientes, pero Effron, que seguía sentado, negó con la cabeza.

—No hay magia alguna capaz de funcionar dentro de esta jaula. Estamos atrapados —dijo con una risita de impotencia—. Como Guenhwyvar —añadió.

Drizzt no lo escuchaba. Iba de un lado para otro inspeccionando cada juntura, cada plancha, cada barrote de la jaula mágica. Gritó llamando a Entreri y a los demás, negándose a admitir la derrota.

Cuando por fin volvió a reparar en Effron, el joven tiflin estaba sentado en el suelo, con la cabeza baja y abatido.

Drizzt no sabía si ese gesto derrotado se debía a su inmadurez o a su aceptación de la realidad.

—¡Cuidado dónde ponéis los pies! —gritó Afafrenfere, una advertencia obvia ya que todos acababan de ver desaparecer a Drizzt y a Effron.

El monje se movía rápidamente por las juntas del piso, de modo que si otra baldosa se hundía pudiera desviarse hacia uno u otro lado. Se enfrentó a la primera criatura vestida de armadura con una patada voladora que hizo crujir todos los huesos del defensor de la casa, un esqueleto animado, y lo lanzó despedido hacia atrás, derribándolo al suelo.

Afafrenfere volvió a tocar el suelo ágilmente y con un giro se puso otra vez de pie, mientras con un movimiento transversal del brazo derecho desviaba la espada del siguiente atacante, y lanzaba su palma izquierda hacia adelante haciendo resonar el pectoral de la armadura con una fuerza sorprendente.

Obstinadamente, el atacante, otro esqueleto con armadura, trató de embestirlo, pero Afafrenfere se lanzó por debajo de la amenazadora espada y se puso de pie enérgicamente junto al monstruo, enganchando con el brazo por debajo el pectoral de la armadura del esqueleto y afirmando bien el pie por detrás. El esqueleto se elevó por los aires pasando por encima de Afafrenfere y cayendo detrás del monje.

Una tercera criatura ya venía a la carga mientras la primera trataba de volver a ponerse de pie. También esta vez estaba Afafrenfere preparado y descargó un contundente gancho doble entre sus brazos levantados. Lo que pretendía era empujar al atacante hacia atrás ganando algo de espacio.

Pero este no era un esqueleto y casi no se movió. Los brazos alzados no pretendían asir a Afafrenfere, sino más bien dejar a la vista el arma principal del monstruo.

La medusa se quitó el casco.

Artemis Entreri inició un ataque en círculo, ensartando y dando tajos para hacer retroceder a sus atacantes, mientras Dahlia, permaneciendo cautelosamente dentro del perímetro defensivo del asesino, hacía un uso magistral de su bastón, espantando a los pequeños dragones y atizando duro a las gárgolas que se lanzaban en picado sobre ellos. Cada golpe contra los monstruos de consistencia pétrea contribuía a cargar de energía relampagueante la Púa de Kozah.

Hizo descender su bastón y en un balanceo horizontal golpeó a un esqueleto que había conseguido esquivar los giros defensivos de Entreri para llegar a ella. Su puntería resultó perfecta. Alcanzó al monstruo en la sien y lo lanzó despedido de lado hasta donde lo esperaban la espada y la daga de Entreri. Sin detenerse, Dahlia le lanzó un puntazo a una gárgola que venía hacia ella, y esta vez soltó la carga acumulada. El aire estalló con un relampagueo crepitante por encima de ella, y la gárgola explotó en varios pedazos. El trallazo describió un arco en el aire y varios de los pequeños dragones cayeron al suelo como pájaros muertos.

Habían dado con una apertura que les permitió encontrar un lugar más fácil de defender, y cuando Dahlia miró al frente, vio a Ambargrís que corría hacia ella, tambaleándose, con la cabeza gacha y protegiéndose la cara con los brazos. Vio a Afafrenfere más allá, de pie, totalmente quieto y en perfecta postura defensiva, con las manos por delante.

Y más allá de Afafrenfere, vio a su adversario…

—¡No! —gritó Entreri saltando hacia Dahlia y tratando de derribarla al suelo, de hacer algo para desviar su mirada.

Pero fue demasiado tarde. Chocó con piedra sólida. La estatua de Dahlia se deslizó apenas y Entreri cayó pesadamente sobre una rodilla y, por reflejo, miró a donde no debería haber mirado. Esta vez, la magia de la medusa lo alcanzó.

También él se convirtió en estatua; su carne, en piedra, y quedó rodilla en tierra e inclinado, unido a Dahlia en el supremo intento desesperado de un amigo.

Ambargrís gimió pasó delante de la pareja tambaleándose, todavía con la cabeza gacha y protegiéndose, sin atreverse a lanzar un mazazo a la gárgola que la atacaba desde arriba. Se había resistido a la mirada devastadora de la medusa en esos primeros momentos, pero sabía que no se libraría de un segundo asalto, y tal vez esta vez no tuviera tanta suerte.

Por eso no se atrevía a aflojar el paso ni, por supuesto, a darse la vuelta, mientras soportaba el ataque de las garras de la gárgola y trataba de llegar a la puerta por la que había entrado.

Por fin la atravesó, y la gárgola detrás de ella. La enana cerró la puerta y se hizo fuerte en ella. Tuvo que soportar varios embates más por su osadía y acabó con una brecha en la piel desde el hombro hasta la oreja.

De espaldas contra la puerta levantó su pesada maza y consiguió asestar algunos golpes contra la bien armada criatura. La gárgola se mantenía en el aire con sus anchas alas mientras lanzaba contra la enana sus garras afiladas.

Ambargrís recibió resignada los lacerantes ataques, y se concentró en asestar un solo golpe, contundente, con las dos manos.

Rompecráneos hizo honor a su nombre una vez más.

Aunque perdía sangre por múltiples heridas, la enana no tenía tiempo para detenerse y formular algún conjuro curativo ya que en la puerta que tenía a su espalda retumbaban los golpes de los defensores del castillo.

Volvió a correr, atravesó otra puerta, después una tercera, deshaciendo el camino por el que habían entrado. Esa puerta tenía una barra para cerrarla, y rápidamente la puso en su sitio, aunque sin esperanzas de que resistiera mucho tiempo. También era posible que los defensores del castillo tuvieran otra manera de llegar hasta ella.

¿Adónde habían ido a parar Drizzt y Effron? Ella no podía hacer nada por los tres que se habían convertido en piedra. Había conjuros de restauración para contrarrestar esa magia, pero estaban totalmente fuera de su alcance.

Teniendo todo eso en cuenta huyó. No sólo huyó del castillo, porque no sabía adónde podía ir, sino que huyó del propio plano del Páramo de las Sombras. Ambargrís no podía dar el paso de sombra, y crear un portal como había hecho Effron tampoco estaba a su alcance, pero tenía su broche encantado, su Palabra de Regreso, y había establecido su santuario lejos, muy lejos.

En un abrir y cerrar de ojos, la enana pasó del castillo de Draygo Quick a la habitación reservada en Solaz del Cantero, en Puerto Llast.

Varios minutos estuvo tratando de recuperar el ritmo de su respiración, y muchos más a continuación tratando de determinar qué debía hacer ahora. Instintivamente se giró hacia el este, hacia la Marca Argéntea, donde estaban su hogar y Mithril Hall. Pensó en la posibilidad de acudir al clan Battlehammer con noticias sobre Drizzt Do’Urden, que en una época había sido un huésped privilegiado de ellos. Tal vez pudiera reclutarlos para un asalto al castillo en otro plano, para lanzar un atrevido rescate.

La enana se rio ante lo absurdo de la idea. Tres de sus compañeros, incluido Afafrenfere, no estaban, y los otros dos…

Ambargrís pensó en Draygo Quick; conocía su fama.

Bien pensado, le pareció que Entreri, Dahlia y Afafrenfere habían sido los afortunados.

Se dio cuenta de que había pasado una página de su libro, con lo cual respiró hondo para tranquilizarse y dejó atrás el pasado, disponiéndose a encontrar un nuevo camino.

Sin embargo, tal vez sus antiguas correrías no la soltaran tan fácilmente. Cavus Dun la buscaba, y tenía los recursos necesarios para encontrarla y matarla.

Algún tiempo después, tras agotar todas sus energías mágicas para cerrar las más graves de todas sus heridas, miró por la ventana hacia el pequeño puerto que se abría debajo de su balcón.

Cavus Dun la encontraría ahí, y con facilidad, porque ella sin duda destacaba entre la gente inferior de esa pequeña comunidad. Además, ahí no encontraría aliados lo bastante poderosos para protegerse de esos ataques.

Pensó en Luskan, en Beniago y en el Barco Kurth. Él recibiría bien su regreso. Tal vez la embarcara en otro de sus barcos mercantes hacia alta mar. Se sorprendió afirmando con la cabeza. ¿Qué mejor lugar para una enana fugitiva?

Al día siguiente, Ambargrís se procuró un poni y provisiones y se marchó de Puerto Llast con rumbo al norte.

Así comenzó el nuevo capítulo de una vida que se había desmandado.