17

EL ELEGIDO

A

throgate plantó sus peludos pies sobre el gran almohadón delante de la sirviente bedine, que se puso de inmediato a trabajar con los pulgares en los puntos de presión de las anchas y planas plantas de sus pies.

—Te lo pue’s creer, pienso que podría acostumbrarme a esta vida —dijo por décima vez en ese día, lo que significaba que había llegado más o menos a la mitad de su uso medio diario de dicha expresión. El enano y Jarlaxle habían llegado a la conclusión de que ser huéspedes de un señor netheriliano en el Enclave de Sombra no era un trabajo difícil, Un siglo antes, esa región había sido un desierto enorme e inhóspito, pero no había sido arrasado totalmente. Tenía una población escasa y dispersa, pero no estaba deshabitado. La Plaga de los Conjuros había modificado todo aquello, el gran desierto de Anauroch, que era en sí mismo un constructo mágico, había sido transformado. Y en él había creado el Imperio de Netheril su ciudad principal dentro de Toril.

Para la población indígena del Anauroch, los nómadas bedine, la transformación no había resultado ni provechosa ni favorable, porque ahora ellos eran los sirvientes de los netherilianos, especialmente en la región que circundaba el Enclave de Sombra. En algunos de los confines más lejanos del desierto, las tribus bedine conservaban sus antiguas costumbres nómades del desierto, pero esos pueblos no habían prosperado. Las tribus mantenían escasas alianzas fuera del Anauroch y no podían competir por el poderoso Imperio Netheriliano, y, por consiguiente, habían quedado reducidas al papel de esclavos del imperio, incluso servían como gladiadores.

Para Jarlaxle y Athrogate, la prolongada estancia en la Casa de Ulfbinder había sido un viaje al placer y al lujo. Por su parte, el enano nunca había tenido mejor aspecto. Le habían recortado un poco la barba, y las bolas de estiércol que llevaba en los extremos de sus trenzas habían sido reemplazadas por sartas de ópalos relucientes. Su sucia vestimenta de viaje y su armadura habían sido objeto de una meticulosa limpieza y reparación, pero de todos modos no las usaba demasiado porque prefería las túnicas gruesas y sedosas que le había proporcionado lord Parise Ulfbinder.

—Pronto empezarás a aburrirte —le contestó Jarlaxle, como hacía siempre que Athrogate caía en uno de sus arrebatos de lujo. Por supuesto, Jarlaxle no era ajeno a los aspectos más placenteros de la vida—. Hay todo un mundo de aventuras ahí fuera —añadió.

—¡Bah! —le retrucó Athrogate, y una mueca de dolor contuvo un poco la expresión cuando la chica bedine dio con un punto particularmente sensible de su pie—. He sentido dolor cien veces —dijo cuando se recuperó—, pero nunca me dio tanto gusto. ¡Buajajajá!

Jarlaxle sólo se rio y tomó un sorbo de vino.

—¡El placer es tanto, la comida tan buena, no cierres el trato, amigo, tómate tu tiempo! —dijo el enano medio hablando, medio cantando y terminando con otro gran «buajajajá».

Jarlaxle sonrió y alzó su copa para brindar por la propuesta de Athrogate, pero no estaba del todo de acuerdo. Habían pasado ahí mucho tiempo, meses, en una misión comercial que por lo general no llevaría más de un mes, como mucho. Jarlaxle y Kimmuriel habían mantenido una larga conversación sobre ello, porque el psionicista podía entablar comunicación con Jarlaxle desde una gran distancia sin que ni siquiera un señor netheriliano lo captase, y los dos habían llegado a la conclusión de que Parise Ulfbinder y sus más allegados al menos se traían alguna otra cosa entre manos. Pero sobre lo que pudiera ser, estaba empezando a tener apenas un atisbo. En sus últimas negociaciones, Parise se había pasado mucho tiempo hablando de Menzoberranzan y de las costumbres de la sociedad drow al servicio de la Reina Araña. Jarlaxle le había explicado que Bregan D’aerthe operaba fuera de Menzoberranzan y que gran parte del comercio que podían ofrecer al Enclave de Sombra tendría su origen y su punto de llegada fuera de la influencia de la Antípoda Oscura.

A partir de entonces, Parise había seguido educadamente esa discusión, pero en más de una ocasión había intentado volver a Menzoberranzan. Jarlaxle tenía demasiadas tablas y era un negociador demasiado listo para que se le pasara por alto ese aspecto.

—¡Sé qu’hoy voy a distraerte en esa mesa! —le aseguró Athrogate, e hizo otra mueca de dolor cuando la hábil bedine volvió a presionar—. ¡Buajajajá!

Jarlaxle desalentó esa idea.

—Hoy te vas a quedar aquí.

—Soy tu segundo.

—Lo de hoy es sólo un formalismo —le aseguró Jarlaxle—. Lord Ulfbinder quiere presentarme a uno de sus compatriotas que vive en el Páramo de las Sombras.

—¿Vas a adentrarte en las sombras? —preguntó el enano, y se sentó tan bruscamente que a punto estuvo de derribar a la pobre bedine.

Jarlaxle se rio y le indicó que se quedara tranquilo.

—Utilizaremos un dispositivo de escudriñamiento —explicó—. Nada más.

—Ah —dijo Athrogate echándose otra vez y disculpándose con un gesto ante la sorprendida joven—. Y no quieres que asome mi cara a la bola de cristal, ya veo. ¿Temes que te deje’n mal lugar? ¡Buajajajá! ¡Creía qu’ese era mi trabajo!

—En ese caso, que sepas que no tendría tesoro suficiente para compensarte por tus esfuerzos.

Athrogate se quedó pensando un poco en lo que había dicho y finalmente soltó otro de sus proverbiales «buajajajás».

—Quédate aquí —le indicó—, y date un baño.

Athrogate se olió el sobaco, arrugó su larga nariz y, tras encogerse de hombros, asintió.

Jarlaxle se sirvió otro vaso de vino, haciendo lo imposible por evitar que asomara a su rostro una sonrisa. No podía negarlo: se había aficionado mucho a su competente y feroz compañero. En el momento en que había pensado que Athrogate había muerto, allá en Gauntlgrym, la idea lo había aterrorizado. Estaba claro que por ascendencia y crianza los dos no podían ser más diferentes, pero precisamente esas eran las cosas que hacían que el paso de los siglos resultara interesante para el drow.

Rememoró su época con Artemis Entreri y bebió otro sorbo de su siguiente vaso de buen vino. Rio en alto al recordar el breve período de Entreri como rey de Vaasa, una desastrosa farsa que había acabado con el asesino en las mazmorras del legendario rey de Damara, Gareth Dragonsbane.

Pensó en las hermanas dragonas, y eso hizo que se tocara, reflexivo, el chaleco y un reducto secreto donde guardaba la reconstituida Flauta de Idalia. Aquel instrumento mágico había estado a punto de permitirle liberar a Artemis Entreri de las ataduras emocionales a un sórdido pasado.

A punto.

Volvió a mirar a Athrogate que, con las manos tras la nuca y los ojos cerrados, estaba profundamente relajado gracias al masaje de pies.

Jarlaxle se imaginó junto a él en el camino abierto, buscando aventuras y cambiando el destino de reinos, y con Artemis y Drizzt a su lado.

Era una idea que no le desagradaba.

Sin embargo, por ahora él era Jarlaxle de Bregan D’aerthe, y tras apurar su copa fue a vestirse para su encuentro con lord Parise Ulfbinder.

—¿Tu amigo enano no se unirá hoy a nosotros? —preguntó el señor netheriliano cuando poco después Jarlaxle fue anunciado a la entrada de sus lujosas habitaciones privadas.

—Puedo ir y volver con él si lo deseas.

La idea hizo reír a Parise.

—Es tu contraparte, no la mía —admitió de buena gana—. ¿Has llegado a sentirte tan a gusto aquí que ya no te hace falta tu guardaespaldas? —Hizo una pausa y miró al drow con expresión cómplice—. ¿O acaso Jarlaxle lo ha necesitado alguna vez?

El drow se quitó el sombrero de ala ancha y se sentó en una cómoda butaca.

—¿O anda Jarlaxle alguna vez sin guardaespaldas? —inquirió Parise disponiéndose a ofrecerle al drow una copa de brandy.

—Esa es una pregunta más pertinente —respondió Jarlaxle.

—¿Y la respuesta?

—Sólo yo la conozco.

Parise volvió a reír y ocupó una butaca frente a Jarlaxle.

—¿Vamos a escudriñar hoy tu bola de cristal? —preguntó el drow.

El netheriliano negó con la cabeza.

—Mi colega del otro lado está… ocupado en otra cosa —dijo, y Jarlaxle se dio cuenta de que había medido muy bien aquella palabra. Algo importante se estaba produciendo, probablemente en el Páramo de las Sombras, donde residía ese otro señor, Draygo Quick.

—¿Tenemos entonces algún otro asunto que tratar —preguntó el drow—, o va a ser simplemente una reunión social?

—¿Tienes prisa por marcharte?

—En modo alguno —respondió Jarlaxle en tono alegre, y acomodándose en su asiento alzó su copa para proponer un brindis a su anfitrión.

También Parise se recostó en su butaca.

—Si nuestro acuerdo merece la aprobación de tu compatriota Kimmuriel y de mis pares, entonces supongo que tú y yo encontraremos muchas otras ocasiones para bebernos un brandy o simplemente para hablar de los acontecimientos del día. Después de todo, me has asegurado que te ocuparás personalmente de los intercambios.

Jarlaxle asintió.

—Tal vez lleguemos a convertirnos en grandes amigos en años venideros. —Por la forma en que lo dijo quedaba claro que se daba cuenta de que ahí se estaba cocinando algo en el contexto más amplio.

—Tal vez —coincidió Parise, y su tono reveló que entendía lo que Jarlaxle dejaba implícito, y no parecía deseoso de disipar sus sospechas.

Eso era algo más que un acuerdo comercial, Jarlaxle estaba convencido de ello. A1 fin y al cabo, ese acuerdo había quedado prácticamente sellado en los primeros días de la visita del drow, y la mayor parte de las «inquietudes» y «cuestiones» que tenían en suspenso el inevitable apretón de manos le habían parecido simples tácticas dilatorias.

Jarlaxle ya había visto muchas veces negociaciones de este tipo, en sus primeros años en Menzoberranzan, y casi siempre antes de un cambio traumático, por lo general una guerra entre Casas.

El señor netheriliano volvió a llenar las copas.

—¿Echas de menos la Antípoda Oscura? —preguntó—. ¿Vas allí a menudo?

—He llegado a preferir la superficie —admitió Jarlaxle—. Seguramente me resulta más interesante porque no me es tan familiar como las cavernas profundas.

—Yo llevo un año sin ir al Páramo de las Sombras —admitió Parise asintiendo con la cabeza.

—Bueno, después de todo tú y los tuyos habéis hecho un gran trabajo trayendo aquí la oscuridad.

Eso provocó una risita del netheriliano.

—Nosotros no propiciamos la Plaga de los Conjuros —dijo Parise con tono más serio, y Jarlaxle aguzó sus sentidos—. Ni tampoco el vínculo entre el Páramo de las Sombras y la luz del sol de Toril.

A Jarlaxle le pareció percibir una admisión en esas palabras, que tal vez las alineaciones celestiales y la caída del Tejido no eran ni tan permanentes ni tan controlables como algunos habían postulado, y trató de situar esa curiosa observación en el contexto de la anterior conversación sobre los días venideros.

Sin embargo, no respondió. Dejó que las palabras de Parise siguieran suspendidas en el aire durante largo rato.

—Tú no eres lo que aparentas ser —dijo Parise por fin, sirviendo la tercera copa de brandy para los dos.

Jarlaxle lo miró interrogante.

—¿Emisario de Bregan D’aerthe? —aclaró Parise.

—Claro.

—Mucho más.

—¿Y eso?

—Me han dicho que tú eres quien realmente controla a la banda.

—Es mucho más complicado que eso —admitió Jarlaxle—. Abdiqué de mi liderazgo hace un siglo para perseverar en otros intereses.

—¿Por ejemplo?

El encogimiento de hombros de Jarlaxle indicó que no tenía la menor importancia.

—Eres más que un sirviente de Kimmuriel.

—No soy un sirviente de Kimmuriel —corrigió Jarlaxle con presteza—. Como ya dije, es complicado. —Tomó un sorbo de brandy, mirando a Parise sin pestañear con el único ojo que tenía descubierto—. Sin embargo, estoy aquí prestando un servicio a Bregan D’aerthe.

—¿Por qué tú y no Kimmuriel?

Jarlaxle se tomó su tiempo para asimilar la pregunta y, además, la línea completa de interrogatorio, porque esa era la primera vez que esas cuestiones se debatían tan abiertamente.

—Puedes creerme si te digo que más te vale tenerme a mí y no a ese otro como huésped —dijo Jarlaxle—. Él se siente más cómodo en una colmena de illitas que ante el refinamiento de un cultivado señor netheriliano.

Eso hizo reír a Parise.

—Y tus vínculos con Menzoberranzan van más allá de tu liderazgo de la banda de mercenarios, ¿no es así?

—He vivido allí la mayor parte de mi vida.

—¿Con qué Casa?

—Con ninguna.

—Pero seguramente naciste en una Casa, tal vez una de las más destacadas teniendo en cuenta tu altura dentro de la sociedad de esa ciudad tan jerarquizada.

Jarlaxle trató de que no se notara su creciente incomodidad.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Decirte qué?

—Que perteneces a la Casa Baenre.

Jarlaxle lo miró fijamente y dejó su copa de brandy.

—Ya sabes, no carezco de recursos —le recordó el señor netheriliano.

—Hablas de hace siglos. Muchos siglos.

—¿Pero todavía tienes acceso a la madre matrona de Menzoberranzan?

Jarlaxle se quedó un momento pensando la pregunta y a continuación asintió.

—¿Es tu hermana?

Volvió a asentir sin saber muy bien si debía estar enfadado o preocupado.

—Lo cual significa que el archimago de la ciudad es tu hermano.

—Hablas de cosas que pertenecen a siglos pasados —insistió Jarlaxle.

—Es cierto —admitió Parise—. Y te ruego que perdones que sea tan directo. Es posible que me esté metiendo donde no debo.

Jarlaxle volvió a contestar encogiendo los hombros sin comprometerse a nada.

—¿Tiene algún sentido tu cháchara? —preguntó—. Quiero decir, fuera de nuestro intercambio amistoso.

Parise esbozó una sonrisa, pero no duró mucho porque adoptó una expresión muy seria y miró al drow directamente a los ojos.

—¿Sirves a lady Lloth?

La única respuesta de Jarlaxle fue una risita.

—Bien entonces. —Parise cambió de táctica. Obviamente se dio cuenta de que estaba adentrándose en territorio prohibido—. ¿Tienes conocimiento de los deseos de la Reina Araña, al menos tal como los expresó tu hermana?

—Llevo años sin ver a mi hermana, y me temo que todavía me parece demasiado poco —respondió Jarlaxle fríamente—. Sobrestimas muchísimo mi relación con la Primera Casa de Menzoberranzan.

—Ya, pero ¿sobrestimo tu capacidad para obtener información de Menzoberranzan? —preguntó Parise, y Jarlaxle de pronto sintió que su curiosidad superaba a todo lo demás.

—Nuestro deseo de comerciar por los canales que habéis ofrecido es genuino —prosiguió Parise—. Para nuestro beneficio mutuo. Pero yo también hago trueques de información, y en cuanto a eso ¿hay un socio comercial más apto que Jarlaxle Bae… Jarlaxle de Bregan D’aerthe? —preguntó, con un lapsus claramente intencionado.

—Tal vez no —replicó el drow secamente.

—Debo admitir que me fascinan esas posibilidades —dijo Parise—. Indudablemente no eres un seguidor incondicional de lady Lloth, y sin embargo su representante mortal más alta te tolera. ¿Se debe eso a los vínculos familiares?

—¿Quenthel? Su Casa se beneficia de Bregan D’aerthe. No tienes que ir más allá para encontrar la solución. Es puro pragmatismo.

—¿Y Lloth no la castiga por… bueno, por no castigarte a ti?

—La ciudad de Lloth se beneficia de Bregan D’aerthe, sea cual sea el cariño que hay entre nosotros.

—O sea que por encima de todo, los drow son pragmáticos.

—Todas las sociedades que existen y han existido han sido, por encima de todo, pragmáticas.

Parise asintió.

—¿Cómo explicas entonces lo de Drizzt Do’Urden?

Jarlaxle tuvo que aplicar todos sus recursos para disimular su sorpresa ante la mención de Drizzt. Sin embargo, cuando lo pensó bien le encontró sentido al hecho de que los netherilianos hubieran reparado en él, ya que, después de todo, Drizzt había desempeñado un papel fundamental en los acontecimientos de Neverwinter donde habían muerto unos cuantos netherilianos, incluido un señor de la guerra en ciernes de gran fama.

Por un momento temió que Parise fuera a pedirle que ayudara a que el conflictivo drow recibiera su merecido, y en ese caso Jarlaxle se vio ya tramando la muerte de Parise a corto plazo, y encontrando un motivo para convencer a Kimmuriel de que lo ayudara para llevar a cabo ese asesinato.

—¿Drizzt Do’Urden?

—¡Por favor, no hagas como si no lo conocieras! —exclamó indignado.

—Lo conozco bien.

—¿Y por qué le permiten vivir?

—Porque mata a todo el que trata de matarlo, supongo.

—No —dijo Parise inclinándose hacia adelante, ansioso—. Es más que eso.

—Cuenta, ya que pareces saber más que yo.

—Lady Lloth no ha exigido su muerte.

Una vez más, Jarlaxle se encogió de hombros.

—¿Por qué? —insistió Parise.

—¿Por qué? —repitió el drow—. ¿Acaso él libra una guerra contra sus súbditos? Tú nunca has estado en Menzoberranzan, es evidente —añadió con un gesto despectivo—. Allí hay intrigas más que suficientes y sobran enemigos para mantener a los agentes de Lloth ocupados en asesinar a drow sin necesidad de viajar a la superficie para dar caza a Drizzt Do’Urden.

—¡Tiene que haber algo más! —volvió a insistir Parise.

—Pues dime qué es —respondió Jarlaxle. Le alargó la copa vacía al señor netheriliano y añadió— mientras me llenas la copa. Esas historias al lado del fuego siempre suenan mejor cuando el que las escucha no tiene la mente muy despejada.

Parise cogió la copa e hizo intención de hacer lo propio con la botella mientras contestaba riendo:

—La mente de Jarlaxle siempre está despejada.

El drow repitió una vez más su encogimiento de hombros.

—¿Adónde quieres llegar con esto? —preguntó—. ¿Tienes jurado vengarte de Drizzt Do’Urden y temes desatar la ira de la Casa Baenre?

—¡En absoluto! —replicó su anfitrión enfáticamente, y Jarlaxle, sorprendido, se dio cuenta de que le creía.

—Lo que pasa es que me intriga este interesante personaje y su relación con la diosa de los drow.

La cara inexpresiva de Jarlaxle reflejó adecuadamente la confusión de su mente ante tan curioso comentario.

—¿Crees que tal vez ella lo favorezca en secreto? —preguntó Parise—. Después de todo, Lloth se nutre del caos y da la impresión de que él lo crea, o sin duda lo hizo en una época en la ciudad de Menzoberranzan.

Jarlaxle vació su copa de un trago y sopesó las palabras y las posibles implicaciones de la respuesta que iba a dar.

—He oído esta idea antes, muchas veces —dijo.

—Las sacerdotisas le muestran deferencia —afirmó Parise.

Otra vez Jarlaxle se encogió de hombros.

—Yo no lo persigo, no esperes tal cosa de mí ni de mi banda, entonces tal vez haya mérito en esa idea. Y sí, eso significa, por supuesto, que la diosa no ha dado instrucciones a mi hermana ni a sus pares de encontrarlo y darle el merecido castigo.

Inconscientemente, afirmaba con la cabeza mientras hablaba. Por fin, miró a Parise directamente a los ojos y dijo:

—Tu tesis tiene visos de ser correcta. Yo a menudo lo he pensado. Drizzt podría ser un instrumento involuntario de Lloth, sin duda, pero ¿acaso no es esa su forma críptica de actuar?

El señor netheriliano pareció muy complacido por esa respuesta, y no pudo ocultarlo cuando alzó su copa de brandy.

Desde el punto de vista de Jarlaxle, lo más importante era si una afirmación tan estrafalaria protegería a Drizzt de cualquier venganza que los netherilianos pudieran estar preparando.