14

SOMBRAS DE VERDAD

L

a suave curvatura del acuoso horizonte era todo lo que se veía desde la cofa del Minnow Skipper. Tres días después de haber zarpado de Puerta de Baldur, el barco encontró vientos favorables y nada más que mar, ninguna tierra a la vista ni ganas de que apareciera.

Al menos para Drizzt. Estaba sentado por encima de la cubierta, perdido en la inmensidad de las aguas, dejándose llevar por sus propios pensamientos.

Quería ayudar a Dahlia. Quería confortarla, servirle de guía para superar esos días, pero en verdad no tenía ni idea de lo que podía decir para ayudar a que algo cambiara para esa mujer golpeada, especialmente cuando llevaban a Effron atado a una silla en una sección aislada de la bodega.

A Drizzt, Dahlia le parecía una persona totalmente diferente después del galante rescate de Afafrenfere, y veía a Effron como a un enemigo diferente. Ninguno de los dos daba muchas señales de vida. El joven brujo no manifestaba nada que pudiera identificarse como una muestra de resistencia, y la guerrera elfa no daba señales de nada en absoluto. La captura de Dahlia por parte de su hijo y sus largas conversaciones los habían dejado totalmente sin energía, al menos eso parecía.

Drizzt pensaba que si unos piratas abordasen el Minnow Skipper, los dos se limitarían a rendirse sin alzar una mano para luchar, y hasta podía imaginarse a los dos encogiéndose de hombros en el extremo del tablón.

Esa idea hizo que el drow echara una mirada a la cubierta. Allí estaba Dahlia, entre la tripulación, junto a la borda de estribor, remendando al parecer una vela rota, aunque a la velocidad que llevaba, un desgarro de un dedo bien podría tenerla ocupada lo que durase la travesía hasta Memnon.

Drizzt desvió a continuación la mirada hacia popa, hacia el mamparo abierto donde acababa de aparecer Ambargrís. La enana se agachó y echó los brazos, sujetando a Effron y ayudando a subirlo al aire libre, seguido de cerca por Afafrenfere.

A medio camino entre la proa y la popa, Dahlia echó una mirada hacia atrás, hacia el joven tiflin, pero pronto bajó la vista y volvió a su tarea.

Drizzt se dio cuenta de que se mantenía ocupada para hacer como que Effron no estaba en cubierta, o que ni siquiera estaba en el barco.

También se dio cuenta de que ese aislamiento emocional no era suficiente para Dahlia. La elfa respiró hondo y cerró los ojos, después recogió sus cosas y se dirigió hacia el mamparo de proa sin mirar siquiera hacia atrás.

Sin mirar siquiera a Effron.

—Effron —susurró Drizzt desde allá arriba, y entonces dio con la respuesta más simple a las preguntas y a las dudas que lo habían estado persiguiendo desde hacía días. Eso no tenía nada que ver con la relación que él había tenido con Dahlia, fuera cual fuese. No tenía nada que ver con él. Todo giraba en torno a aquel maltrecho tiflin apoyado en el coronamiento de popa del Minnow Skipper.

Drizzt no tenía la menor idea de las muchas emociones que debían de atribular a Effron y a Dahlia y que provenían de recónditos reductos de sus corazones por las circunstancias y por el giro abrupto de los acontecimientos. Pero en ese momento, el drow se dio cuenta por fin de que era lógico que él no pudiera entenderlo.

Porque eso no tenía nada que ver con él.

Drizzt se levantó de un salto de su asiento, cogió un cabo y enredó los tobillos en torno a otro. Después, deslizándose a ratos y caminando sobre las manos en otros, llegó a la cubierta. Echando un último vistazo al mamparo por el que había desaparecido Dahlia y dejando de lado la certeza de que en esos momentos estaría hablando, o al menos sentada, con Artemis Entreri, Drizzt recorrió la cubierta hasta la popa.

—¡Eh, tú! —le gritó el señor Sikkal—. ¡Vuelve al puesto de vigía!

Drizzt ni siquiera se volvió a mirar al viejo segundo de a bordo. Rodeó sin problemas el camarote del capitán y se dirigió a la popa, donde la enana le dirigió un saludo.

—Ocupa mi puesto en la cofa —le dijo a Afafrenfere cuando el monje también se volvió a saludarlo—. No tardaré mucho.

Afafrenfere echó una mirada a Effron, que ni siquiera había apartado la vista de la estela de espuma que dejaba el barco tras de sí, que ni siquiera había dado la menor muestra de interés por nada que no fueran las oscuras aguas. Con un gesto, el monje pasó a su lado.

—Puedes ir con él —le dijo el drow a Ambargrís.

—¡No m’apetece trepar por el maldito tronco d’un árbol muerto! —respondió la enana.

—Pues quédate al pie del palo, entonces.

Ambargrís le dedicó una sonrisita.

—Nuestro acuerdo con Cannavara es qu’en to momento tie qu’haber dos con este Effron. Y uno d’ellos tengo que ser yo con mis conjuros silenciadores.

Drizzt le señaló con la cabeza la dirección en la que se había marchado Afafrenfere.

—Entonces me quedaré ahí a la vuelta —dijo la tozuda enana, y pasando al lado de Drizzt desapareció detrás del camarote del capitán, pero allí se dejó caer al suelo ruidosamente y empezó a entonar una canción, una vieja balada enana que hablaba de las profundas minas, de las gruesas vetas de plata y de una multitud de goblins que necesitaban un cambio al estilo enano.

Drizzt se acercó a Effron, pero se acodó en el coronamiento de popa mirando hacia el camarote del capitán.

—¿En qué acabará esto? —le preguntó el drow a Effron, que estaba de espaldas a él porque en ningún momento había apartado los ojos del mar.

—¿Lo sabes o te importa? —insistió Drizzt viendo que el otro no contestaba.

—¿Por qué te metes? —fue la cortante respuesta.

—Porque me importa Dah… me importa tu madre —dijo Drizzt decidido a tratar con Effron directamente la relación que evidentemente le causaba tanto dolor.

La respuesta del joven tiflin fue un bufido sarcástico, que no era exactamente lo que Drizzt esperaba.

—¿Por qué habrías de ponerlo en duda? —preguntó Drizzt tratando todavía de conservar la calma y de ser razonable, intentando sinceramente hacer salir a Effron de su concha defensiva—. Dahlia y yo llevamos muchos meses viajando juntos.

—Viajando y emparejados querrás decir —replicó Effron que seguía sin darse la vuelta.

—Eso es asunto nuestro.

—¿Y de Artemis Entreri? —preguntó el joven tiflin, y esta vez sí se volvió con un gesto inquietante y maligno.

Drizzt no encontró fácilmente una respuesta. No estaba seguro de adónde quería llegar Effron con eso, pero se temía lo que podía ser.

—La noche que atrapé a Dahlia, acababa de estar con él —explicó Effron.

Drizzt se encogió de hombros. Sólo quería devolver esa conversación al tema más importante, el de Effron y Dahlia.

—Acababa de dejar su cama —insistió Effron aparentemente muy satisfecho de sí—. Apestaba a él.

Drizzt tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no lanzar al repelente brujo por la borda y acabar con él de una vez por todas. Cada una de las palabras del tiflin era una daga contra él, más aún porque él ya conocía esa verdad, aunque no la había admitido aún ante sí mismo.

—No entiendo por qué tú y Entreri os molestasteis en alquilar dos habitaciones —continuó Effron—. Podríais haber ahorrado dinero y tiempo alquilando una sola, con Dahlia en el medio de los dos, ¿no crees?

Tuvo que comerse la última palabra, y casi también un trozo de su lengua, cuando Drizzt perdió el control un instante, lo suficiente para cruzarle la cara con una bofetada.

—Más te vale preocuparte de tu propio problema —le aconsejó el drow—. ¿Adónde conduce todo esto? ¿Cómo va a acabar?

—Mal —le dijo Effron con rabia.

—Esa es una posibilidad, pero sólo eso, una posibilidad.

—La veré muerta.

—Entonces eres un necio.

—Tú no sabes… —empezó a decir, pero Drizzt lo cortó en seco.

—Eso no va a liberarte de tu carga —le aseguró Drizzt con calma—. Tu satisfacción durará poco, y tu desgracia, en cambio, no hará más que crecer. Esto sí lo sé. Cualquier otro detalle que consideres de tu exclusiva incumbencia me tiene sin cuidado, porque lo que sé es esto.

Effron lo miró con dureza.

—¿Adónde llevará todo esto? —volvió a preguntar Drizzt y se dispuso a alejarse. Supo que Ambargrís había estado escuchando cada una de las palabras de la conversación cuando la vio salir de detrás del camarote del capitán antes de que él llegara.

Y lo supo por la expresión de la enana, una expresión de simpatía hacia él.

Pues’hacerte la misma pregunta —le aconsejó la enana en un susurro cuando pasó a su lado.

Situado por encima de la cubierta, en la cofa, Drizzt fue el primero en avistar tierra, una alta montaña hacia el sureste. Memnon estaba más cerca que esa elevación natural, Drizzt lo sabía, aunque todavía no era visible, ya que el Minnow Skipper estaba a punto de completar la segunda etapa de su travesía.

Llamó al capitán Cannavara, que alzó la vista y asintió, como si hubiera estado esperando que lo llamara.

—¡Bien, sigue con la vista fija en el horizonte por si ves velas piratas, drow! —le gritó a su vez—. ¡Este es el canal en el que suelen aparecer!

Drizzt asintió, pero no le dio mucha importancia. No había velas a la vista, y, la verdad, eso ponía a Drizzt de los nervios. Siguió oteando el horizonte como le había dicho el capitán con la esperanza de ver algo. Se desanimó al ver que no era así.

Drizzt quería una pelea.

Llevaba veinte días ansiando una pelea. Desde su rifirrafe con Effron, el drow se había estado retorciendo los dedos sin darse cuenta, casi siempre cuando tenía a Artemis Entreri delante.

Miró hacia cubierta, a proa, donde estaba sentado Entreri comiendo pan. Dahlia no andaba lejos de él, trabajando en las jarcias mientras el piloto trataba de mantener las velas llenas de viento.

El hecho de que estuvieran el uno cerca del otro le producía resquemor, y su imaginación lo llevaba a regiones oscuras. Desechó ese pensamiento y trató de racionalizar, tratando de encontrar la línea donde acababa Drizzt y empezaba Dahlia. No se centró tanto en el derecho que tenía sobre la mujer, sino sobre la idea de que cualquier derecho de ese tipo era ridículo.

A pesar de todo, se encontró rechinando los dientes. No había una delimitación precisa entre lo emocional y lo racional.

—¿Memnon? —le preguntó Dahlia al capitán Cannavara tras el grito de Drizzt.

—Con la marea de la mañana —respondió el capitán.

Dahlia echó una mirada a Entreri, alarmada. No era sólo la idea de que él se marchara, como había dado a entender, sino la inminente conclusión del problema con Effron. Había que tomar una decisión en uno u otro sentido. Dahlia casi no había visto a su hijo desde que lo había dejado de buen grado en manos de Afafrenfere y de Ambargrís, aunque dudaba de que requiriera demasiada atención, teniendo en cuenta la evidente aflicción de Effron. El joven brujo parecía ahora tan maltrecho por dentro como por fuera, y no daba señales de que fuera a atacar o a tratar de escapar. De hecho, Ambargrís les había asegurado a todos que Effron podría haberse evadido en varias ocasiones porque sabía cómo dar el paso hacia la sombra. De haber tratado de llevar a cabo una maniobra para volver al Páramo de las Sombras, sólo una intervención inmediata y masiva podría haberlo evitado, y sin duda en el curso de varias semanas se le habían presentado muchas oportunidades de escapar.

Pero ahora se acercaba Memnon, el siguiente puerto, y Cannavara había informado a la tripulación de que estarían amarrados diez días, tal vez más, mientras se llevaban a cabo algunas reparaciones del casco y los mástiles del barco.

Con un profundo suspiro, Dahlia se dirigió hacia la bodega.

—¡Eh, tú, chica! —le gritó Cannavara—. ¿Adónde crees que vas?

—Tengo algo que hacer.

—No, ahora mismo no tienes nada, como no sea trabajar en aquella jarcia. Estamos en aguas piratas, el último tramo hacia Memnon, y no vamos a descuidar nada hasta que no amarremos en el largo muelle.

Dahlia se volvió hacia Entreri y lo llamó. Le señaló con la cabeza lo que estaba haciendo y con mirada implorante le pidió que la reemplazara.

Artemis Entreri partió otro trozo de pan y, con un gesto afirmativo, se dispuso a reemplazarla.

Dahlia se volvió hacia el capitán Cannavara, que ya se estaba encaminando a atender otra cuestión.

Deliberadamente, la elfa no miró a Drizzt mientras se dirigía al mamparo abierto de la bodega de popa.

—Marchaos —les dijo a la enana y al monje mientras bajaba.

—Ya, pero estamos muy cerca como pa’rriesgarnos con una apuesta como esa —le advirtió Ambargrís.

Dahlia no parpadeó ni miró siquiera ala enana. Tenía los ojos fijos en la pequeña figura echada en la hamaca más allá de ellos.

—Átalo, entonces —le indicó Ambargrís al monje.

Pero antes de que Afafrenfere diera un solo paso hacia Effron, Dahlia repitió:

—Marchaos. —Y su tono no invitaba al debate.

La enana y el monje intercambiaron miradas y encogimientos de hombros, y esta vez pareció como si a ninguno delos dos les importara demasiado en ese momento.

S’hace lo que se debe —comentó Ambargrís disponiéndose a subir a cubierta tras su compañero.

—Casi estamos en el puerto —dijo Dahlia cuando Effron y ella se quedaron solos en la pequeña bodega de popa.

Él ni siquiera la miró.

—Memnon —lo informó ella acercando una silla a la hamaca—. Una ciudad exótica por lo que tengo entendido. Meridional y muy diferente de…

—¿Por qué habría de importarme? —la interrumpió, aunque ni siquiera la miró.

—Mírame —le dijo Dahlia.

—Márchate —fue la respuesta de Effron.

Dahlia se acercó rápidamente, echó mano de Effron y tiró de él con tanta fuerza que el tiflin cayó de la hamaca al suelo. Se levantó enseguida, con una mirada amenazadora en sus peculiares ojos, uno rojo tiflin, el otro azul élfico.

—Siéntate —le ordenó Dahlia señalando una segunda silla.

—Tírate al mar —respondió él.

Dahlia se sentó de todos modos y miró a ese semielfo, semitiflin.

—Necesito hablar contigo, y tú tienes que escucharme —dijo sin cambiar de tono.

—¿Y después?

Dahlia se encogió de hombros.

—¿Después me matas? —preguntó Effron.

—No —respondió Dahlia con tono de profunda resignación.

—¿Te mato yo entonces?

—¿Eso te complacería?

—Sí.

Dahlia no le creyó, pero entendía por qué había tenido que decir eso.

—Entonces tal vez te deje, o tal vez deje que te marches.

—¿En Memnon? —Effron la miró con incredulidad.

Con un gesto Dahlia señaló que eso no importaba, y otra vez le señaló la silla. Effron, sin embargo, siguió de pie.

No importaba. La elfa respiró hondo.

—Desde que me enteré de quién eras realmente, en las entrañas de Gauntlgrym, ni un momento dejé de temer este momento —dijo, consiguiendo a duras penas que no se le quebrara la voz.

—¿Qué lo temiste? ¿Lo reconoces? ¿Acaso no hemos tenido ya esta conversación en la bodega de otra embarcación en los muelles de Puerta de Baldur?

—No —respondió ella, bajando la mirada, avergonzada—. Tú ya tuviste mi reconocimiento. No la necesitabas, porque todo lo que Herzgo Alegni te dijo sobre ese día en que te vio por primera vez es cierto, sin duda. No habría necesidad de que él adornara mi crimen. —Ella dio un bufido de impotencia—. Lo hice.

Dahlia respiró hondo, tomó fuerzas y miró a Effron directamente a los ojos.

—Te arrojé desde el acantilado. Quería negar tu existencia, quería… destruirte. —Volvió a tomar aire simplemente para evitar desplomarse al suelo—. Te negué. Tenía que hacerlo.

—Bruja —murmuró él—. Asesina.

—Todo cierto —reconoció Dahlia—. ¿Quieres saber por qué?

Al parecer, esa pregunta cogió a Effron desprevenido. Era lo que Dahlia había previsto. Effron no la había matado, ni siquiera la había torturado cuando la había tenido a su merced en la bodega del esquife en Puerta de Baldur. Lo que hizo, sobre todo, fue gritarle, hacerle preguntas para las que no había respuestas.

Pero tal vez ella tuviera una explicación, y tal vez eso era lo que el joven brujo quería realmente.

—Yo era poco más que una niña —prosiguió Dahlia—. No hace tanto tiempo, pero me parece que hubiera pasado una eternidad. Y sin embargo, recuerdo el día, cada momento, cada paso…

—El día que trataste de asesinarme.

Dahlia negó con la cabeza y bajó la mirada.

—El día en que Herzgo Alegni desgarró mi cuerpo y mi corazón. —Un sollozo la estremeció, pero Dahlia no estaba dispuesta a ceder, no iba a entregarse al llanto. Ahora no.

Volvió a respirar hondo para tranquilizarse y decidió volver a mirarlo a los ojos. Se sorprendió cuando lo hizo porque lo encontró sentado en la silla, frente a ella, mirándola a su vez.

—Fui al río a buscar agua —empezó—. Era mi obligación de todas las mañanas y me gustaba hacerlo —dijo con una risita de impotencia—. Ir sola por el bosque, rodeada por el brillo del sol y por los pájaros y los pequeños animales. ¿Qué más podía pedir una muchacha elfa?

Otra risa incómoda se le escapó y otra vez volvió a bajar la mirada.

Contó su historia sin volver a mirar a Effron una sola vez. Le contó la sorpresa que la estaba esperando en el pequeño poblado de su clan, lo de los merodeadores shadovar encabezados por Herzgo Alegni. No se guardó nada por no herir sensibilidades, ni las suyas ni las de Effron, al hablar de la reacción de Alegni ante ella, y contó con todos los detalles su violación y la suprema traición del tiflin al decapitar a su querida madre.

Las lágrimas le caían mientras continuaba describiendo los meses que siguieron, el dolor y el miedo, con sinceridad y sin tapujos, tampoco ocultó la verdad sobre aquel fatídico día en que fue a retribuirle sus crímenes a Herzgo Alegni.

—Tú no importabas —susurró—. No tenía nada que ver contigo, aunque en realidad lo tenías todo que ver, pero yo no lo veía.

—¡Podrías haber corrido! —le gritó el tiflin, y en su voz se notaba una profunda conmoción.

—Ya sé —musitó Dahlia—, pero no lo sabía entonces.

—¿Por qué no me dejaste simplemente? ¿Sabes todo el dolor que he sufrido?

—Eras mi única arma —respondió Dahlia, y se dio cuenta de que ya era suficiente, porque era todo lo que tenía. Antes de que Effron pudiera responder, se puso de pie y se encaminó a la escalera.

—Puedes dejarnos en Memnon —le dijo—. No te lo impediré. Puedes buscarme y matarme si lo prefieres. No ofreceré resistencia y les impondré a mis compañeros que no ejerzan venganza contra ti, sea cual sea mi tormento o mi destino final.

Con la mirada fija en la escalera, ni se volvió a mirarlo. Hizo un alto y esperó una respuesta que no llegó.

De modo que allí lo dejó.

—¿Te apetece hablar de ello? —le preguntó Drizzt a Dahlia aquella noche acercándose a ella cuando estaba sola en cubierta. Guenhwyvar se paseaba cansinamente junto a él.

Dahlia se volvió y lo miró, considerando la pregunta, tratando de descubrir algo en su tono. No había la menor hostilidad en él. Él sabía de su relación con Entreri, lo sabía sin la menor duda, ya que Ambargrís le había advertido a Entreri de las revelaciones de Effron, y él a su vez se lo había dicho a Dahlia.

Pero tampoco había comprensión en Drizzt, o eso creía Dahlia, y aparentemente eso se reflejaba en su expresión.

—Yo crecí en un lugar oscuro —añadió Drizzt—. Puede que no entienda lo que tú has sufrido, pero mi propia vida, durante más tiempo del que tú llevas viva, transcurrió en el seno de una cultura para la cual el asesinato y el engaño carecían de importancia.

Dahlia se humedeció los labios, un poco descolocada por esa demostración impropia de él. Drizzt se estaba acercando a ella. A pesar de la distancia que se había producido entre ellos. ¡Una brecha que la había echado a ella en brazos de Entreri nada menos! A pesar de todo, el drow parecía intentar un acercamiento sincero. La elfa alargó la mano y le dio unos golpecitos cariñosos a la pantera y esta, echada a sus pies, bostezó mostrando todos los dientes y estirándose más sobre la cubierta.

La elfa apreciaba la integridad de Drizzt, sin embargo, no tenía nada que decir. Al menos en ese momento.

Drizzt le tendió los brazos y Dahlia aceptó la invitación. Agradeció realmente el abrazo e incluso admitió para sus adentros que si Drizzt trataba de llevar el abrazo a un plano más íntimo, no lo detendría.

Pero él no lo hizo, y con un rodeo que a Dahlia le pareció en sí mismo un rechazo, la elfa se puso frente a Drizzt y le dio un beso apasionado.

O más bien lo intentó, porque él se retiró en el último momento.

Dahlia emitió un pequeño grito y trató de agarrarse a él con fuerza, en un intento de imponérsele, pero Drizzt era demasiado fuerte para eso y la mantuvo en su sitio.

Tras golpearlo con los puños, ella se echó hacia atrás, pero él la abrazó, esta vez más estrechamente, sujetándole los brazos.

¡Habría querido matarlo!

No, lo que quería, lo que necesitaba, era hacer el amor con él. Lo necesitaba contra ella, dentro de ella. Necesitaba devorarlo, usarlo como ancla emocional, saber que él la amaba como ella…

Se encontró luchando y con dificultades para respirar.

Después de un momento, Drizzt la separó de sí y le dijo:

—Ve a ver a Effron otra vez, ve todas las veces que puedas.

Dahlia se quedó con la boca abierta, y la mantuvo así mientras Drizzt volvía al palo mayor.

—Vete, Guen —dijo, despidiendo al mismo tiempo a Dahlia que a la pantera, porque volvió a trepar a la cofa, al puesto que se había convertido en su favorito últimamente, incluso para pasar la noche.

Dahlia no sabía qué pensar ni qué sentir. En ese momento necesitaba a Drizzt, pero él se había marchado.

Necesitaba a su amante.

Y Dahlia había necesitado a un amante.

¡Nunca!

Hasta ahora. Lo necesitaba y él se había apartado, y era culpa suya. ¿Por qué había ido a buscar a Entreri aquella noche en Puerta de Baldur? ¿Había sido el enfado lo que la había empujado a su cama? ¿O acaso era miedo a esos sentimientos sorprendentes e innegables hacia ese drow solitario?

Se sentía como si volviera a estar en aquel acantilado, arrojando a Effron al viento. Le había arruinado la vida aquel día fatídico, pero también había arruinado la suya.

¿Había vuelto a hacer lo mismo al ir con Entreri?

Observó cómo se disolvía Guenhwyvar en una niebla gris, luego en nada, y lo vio como una representación adecuada de su relación con Drizzt.

—Ve con Effron —le dijo Drizzt desde arriba, y Dahlia sintió como si le estuviera leyendo su tumulto interior—. Todavía puedes arreglarlo.

Effron.

—Effron —susurró entre dientes.

Dahlia se sentía aterrorizada ante el mero atrevimiento de concebir esperanzas. Nada ansiaba más que cortarse las venas y disolverse sobre la cubierta y sollozar hasta que la piadosa muerte pusiera fin a ese cruel tormento.

Sin embargo, las palabras de Drizzt seguían resonando en su mente, luchando contra la desesperación.

En un momento dado, la elfa consiguió volverse y mirar por encima del hombre, hacia el mamparo de popa y el pequeño cubículo donde estaba Effron.

Fue hacia allí, en silencio, sin siquiera despertar a la enana ni al monje, ni a Effron, que se revolvía en su hamaca con sueños agitados.

Silenciosa, puso la silla cerca de la hamaca y después de un momento apoyó la mano sobre el hombro contrahecho de Effron, susurrándole que se calmara.

Allí se quedó dormida, y cuando se despertó se encontró con la mirada de Effron fija en ella, sin hacer el menor intento de rechazar su mano, que seguía todavía apoyada en su hombro.

Trató de descifrar la expresión del joven brujo, pero no pudo. Era indudable que el dolor seguía grabado en sus facciones aguzadas y angulares, pero lo que sin embargo no pudo ver fue la furia venenosa que había percibido antes con tanta claridad.

Dahlia tragó saliva.

—Llegaremos a Memnon hoy —dijo—. Mantengo mi palabra, si eso es lo que quieres. —Su voz casi se quebró cuando terminó—: Espero que emprendas con nosotros el viaje de regreso.

—¿Por qué? —le preguntó él en un tono que parecía sincero.

Dahlia se encogió de hombros. Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y no podía contenerlas.

Se puso de pie y salió corriendo de la bodega.

El Minnow Skipper entró en el puerto de Memnon a la mañana siguiente. Los marineros iban y venían arriando las velas y preparando los cabos.

—Recoge la carta de Memnon de mi mesa —le indicó Cannavara a Drizzt—. Y llévatela a la cofa, no la pierdas de vista. Es un puerto seguro, pero debemos sortear unas rocas a poca profundidad, a estribor, y llevo años sin venir por aquí.

Drizzt asintió y corrió al camarote. Fue hasta la mesa. La carta estaba encima de un montón de pergaminos y la encontró fácilmente. La recogió y se disponía a salir cuando a punto estuvo de darse de bruces con Artemis Entreri que se había deslizado detrás de él. Había entrado y cerrado la puerta.

Drizzt no sabía qué pensar. El asesino estaba justo delante de él, mirándolo sin pestañear. No trató de sacar sus armas ni parecía tener las manos situadas para hacerlo.

No obstante, a Drizzt se le erizaron los pelos al mirar a ese hombre de cata inexpresiva, peligroso. Era evidente que algo se había torcido.

Entreri lo miraba con ojos escrutadores, estudiándolo intensamente, pero ¿por qué?

—Lo sabes —dijo Entreri por fin.

—¿Lo sé?

—Si tienes intención de matarme, ahora es el momento.

Drizzt se balanceó sobre los talones. Ahora todo estaba claro. Pensó en las afirmaciones de Effron, que en el fondo sabía que eran ciertas.

—¿Vas a dejarnos? —preguntó.

Al parecer, eso cogió a Entreri desprevenido, incluso retrocedió medio paso.

—He decidido quedarme —respondió.

Drizzt asintió levemente con la cabeza, e incluso se oyó diciendo «Bien» antes de pasar simplemente al lado de Entreri y abandonar el camarote dirigiéndose al palo mayor donde subió a la cofa, situándose en lo más alto.

Desenrolló el mapa luchando contra el viento y estableció sus coordenadas, tratando de centrarse en la tarea crítica que tenía ante sí.

Sin embargo, al mirar el agua, las rocas, lo que veía con claridad era el recuerdo de Artemis Entreri diciendo: «Lo sabes».

Doce días después, tras una visita sin incidentes en la que Drizzt y los demás ni siquiera se tomaron la molestia de alquilar habitaciones en la ciudad, sino que simplemente permanecieron a bordo, el Minnow Skipper se hizo otra vez a la mar, esta vez con rumbo a Calimport, y desde allí, de regreso a Luskan, con la expectativa de llegar allí antes de que el frío viento del norte pusiera a circular islas de hielo a lo largo de la región norte de la Costa de la Espada.

Los días se sucedían rutinariamente, llenos de trabajo y de aburrimiento. Así era la vida en el mar. En la cofa, Drizzt añoraba sus días a bordo del Duende del Mar. Aquellas travesías eran diferentes porque parecía que siempre iban persiguiendo barcos pirata y había siempre una batalla en el horizonte. Ahora no, y Drizzt tomó nota de la influencia de la bandera del Barco Kurth, incluso tan al sur como estaban entonces. Se cruzaron con muchos navíos a la entrada y a la salida de Calimport que el drow, con sus largos años de vigilancia de esos barcos, sospechaba que harían sus pinitos en el robo en alta mar, pero ninguno hizo el menor intento con el Minnow Skipper.

Se sintió decepcionado. Ansiaba una batalla. Su relación con Dahlia estaba hecha trizas. Tenían un trato amistoso, compartían algún crepúsculo acodados en la borda, a veces conversaban bajo las estrellas, no, no conversaban, se corrigió, porque lo que solían hacer era simplemente dejar que el cielo nocturno los absorbiera en sus destellos contemplativos.

En un par de ocasiones, Dahlia se había acercado, propiciando cierta intimidad, pero Drizzt no había permitido ni permitiría que esa idea tomara cuerpo. No sabía muy bien por qué, porque no quería causarle dolor y además no podía negar la atracción que la elfa ejercía sobre él.

Lo que le resultó sorprendente fue darse cuenta de que eso no tenía que ver con el hecho de que ella lo hubiera traicionado con Artemis Entreri. No le guardaba rencor por eso. No, era algo más profundo, algo que tenía más que ver con la filosofía de Innovindil que con Dahlia y, sobre todo, tenía que ver consigo mismo.

Sabía que Dahlia no tenía tampoco encuentros con Entreri, pero a Drizzt esa información no lo reconfortaba y, la verdad, le parecía casi sin sentido en ese momento. La elfa seguía profundamente herida, y seguía centrada en Effron.

Sí, Effron, y todos sabían ya que Dahlia le había dado permiso para marcharse. Sin embargo, él seguía a bordo, aunque ya no bajo vigilancia constante en la bodega. No salía mucho a cubierta, lo cual era comprensible teniendo en cuenta todos los años que había pasado bajo la luz mortecina del Páramo de las Sombras, pero nadie se lo impedía cuando lo intentaba.

Ambargrís y Afafrenfere seguían encargados de su vigilancia, pero ahora desde lejos, porque todos tenían claro que ya no requería una atención tan intensa.

Dahlia iba todos los días a verlo, aunque sólo ellos sabían si hablaban o discutían, si se escupían el uno al otro o se limitaban a estarse sentados, juntos. Drizzt tampoco hablaba de ello con Dahlia, aunque tampoco dejaba de observarla todos los días cuando acudía ansiosamente al mamparo de popa, desapareciendo en la bodega, y todavía la observaba más atentamente cuando salía de haber pasado muchas horas con Effron.

El drow tenía la impresión de que estaba encontrando la paz.

Puede que sólo fueran sus propias esperanzas proyectadas sobre ella, o sobre Effron, lo que guiaba sus pensamientos.

Rogaba que su visión de lo que sucedía fuera sincera.

En una de esas ocasiones, encontrándose otra vez el barco al norte de Puerta de Baldur, y trazando una línea más directa y rápida hacia Luskan ya que la estación se les echaba encima, Effron y Dahlia salieron juntos dela bodega.

Ese hecho por sí mismo fue suficiente para llamar la atención de Drizzt, porque era la primera vez que veía’ semejante cosa en dos meses de navegación. Los dos se dirigieron al lateral del camarote del capitán y Dahlia le hizo señas a Drizzt de que bajara.

El drow echó una mirada a su alrededor, asegurándose de que no hubiera ningún barco a la vista, y bajó a cubierta. Mientras atravesaba la cubierta para reunirse con los otros dos se dio cuenta de que los ojos de Entreri estaban fijos en él y también los de Ambargrís y Afafrenfere.

—En todo el tiempo que llevo con vosotros, no has invocado nunca a tu pantera —dijo Effron.

Drizzt lo miró con curiosidad.

—A Guenhwyvar no le gusta el mar abierto —mintió—. Le gruñe a cualquier sombra que ve en cubierta.

—Ni una vez en toda la estación.

Drizzt tragó saliva y entrecerró los ojos mirando al joven tiflin. En eso Effron se equivocaba, porque Drizzt había llamado a Guenhwyvar a su lado varias veces, por la noche, aunque no por mucho tiempo porque la pantera parecía cada vez más agotada, ahora realmente enferma y consumida, como si su forma corpórea estuviera perdiendo fuerza vital.

—¿Qué es lo que sabes? —preguntó.

—Ella no está en el Plano Astral sino en el Páramo de las Sombras —dijo Effron. Drizzt lo miró atónito, Dahlia dio un respingo y también Ambargrís, que no andaba muy lejos.

—En la casa de lord Draygo Quick —añadió Effron.

—¿Al servicio de un señor netheriliano? —preguntó Drizzt con evidente escepticismo.

—No —aclaró Effron rápidamente—. Sólo lo sirve cuando la llamas a tu lado, porque él ve a través de sus ojos. Lleva meses observándote a través de sus ojos.

Drizzt miró a Dahlia que se limitó a encogerse de hombros. Era evidente que estaba tan desconcertada como él.

—¿Por qué me estás contando esto?

—Porque sé dónde está —dijo Effron— y te puedo llevar hasta ella.