MI AMIGO EL VAMPIRO
E
l cambio de perspectiva le resultaba bastante desorientador a Draygo Quick. Primero estaba de pie en medio de su habitación, observando cómo la pantera se transformaba en niebla y acto seguido se encontraba viajando por el éter, dando vueltas vertiginosas, transportados sus sentidos por Guenhwyvar.
No tardó en encontrarse junto al explorador drow y a Dahlia en Toril, pero pegado al suelo, andando. Podía oírlos a los dos, pero no volverse a mirarlos. No tenía un control absoluto sobre los músculos de la pantera, sino que sólo podía ver, oír, oler y sentir a través de ella, y eso daba lugar a una experiencia extraña, incorpórea y, sobre todo, fuera de control, para el viejo brujo.
Una realidad distorsionada, en realidad, ya que los ojos de la pantera no tenían la misma visión del mundo que un humano. Todo parecía alargado, con distancias más claramente definidas. La claridad del cristalino daba lugar a un efecto mareante, amplificador, de las hierbas y las ramas y las hojas caídas, como si cientos de espejos reflejaran la luz del sol y la aumentaran muchas veces para alterar completamente el color del mundo.
Los sonidos llenaban totalmente la mente de Draygo Quick. Algunos llegaban amortiguados, como la llamada de un pájaro a lo lejos, y de repente se volvían estridentes al girar la pantera las orejas. Cuando eso pasaba, otros sonidos quedaban amortiguados. A Draygo le daba la impresión de que la pantera podía fijar el oído direccionalmente en un sentido u otro, amplificando regiones de sonido hasta prácticamente excluir otras zonas.
Entonces, de pronto se movía rápidamente, persiguiendo algo, y el terreno y la maleza baja pasaban a tal velocidad que Draygo cerraba los ojos por reflejo para tratar de no verlo. Sin embargo, no podía cerrar los ojos de Guenhwyvar, por lo que sus acciones no tenían efecto alguno. A punto estuvo de interrumpir la conexión, pero entonces, y de forma repentina, tuvo a la vista la presa de la pantera.
Humanos y tiflin —fanáticos ashmadai— saltaron, alarmados, recogiendo sus cetros y tropezando los unos con los otros.
Un destello enceguecedor desgarró el aire por encima de él, y un ashmadai voló por los aires.
Entonces el brujo sintió como que volaba también al dar Guenhwyvar un gran salto. Vio a una mujer que se arrojaba a un lado, a otra que se volvía y gritaba, y pasó volando junto a las dos hasta chocar contra el pecho de un corpulento guerrero tiflin. Draygo Quick sintió el impacto cuando dicho guerrero trató de golpear con su cetro el flanco dela pantera, pero más que nada sintió en la boca el sabor del sudor y la carne cuando Guenhwyvar le dio un mordisco. La pantera había cerrado los ojos, pero pudo sentir de forma palpable el desgarro de la carne y el crujido del hueso, y el olor —¡menudo olor!— pudo más que él: a cobre y caliente.
El olor de la sangre que salía a borbotones.
Otra vez la sensación de ir volando, y de repente volvió a ver. Vio al drow girando a su lado, moviendo vertiginosamente las cimitarras en el aire. Dahlia pasó disparada, y oyó un gruñido y un quejido, así como el golpe de su bastón sobre el cráneo de una mujer. La pantera impactó contra otro hombre y lo derribó al suelo, rompiendo ramas y aplastando la maleza. En cuando aterrizaron, Guenhwyvar dio media vuelta y volvió a saltar. Draygo Quick ni siquiera se dio cuenta de que estaba moviendo en el aire las manos imitando el movimiento de las garras de Guenhwyvar que desgarraban la carne del hombre.
Otro salto repentino, un ashmadai caía delante de ellos. El destello de una cimitarra, justo ante los ojos de Draygo, que dio un grito y trató de protegerse la cara con los brazos, en un intento desesperado de dejar fuera el torbellino apabullante de imágenes, sonidos y olores.
Se sintió caer, caer, en un agujero enorme y oscuro.
—… si nos condujo hasta aquí fue porque había algo. —Le llegó la voz de Drizzt, sacándolo de la oscuridad y devolviéndolo a los sentidos de la pantera—. Algo poderoso…
La última palabra se perdió cuando Guenhwyvar giró las orejas para escuchar un grito distante. ¿Había escapado alguno de la banda de ashmadai?
—¿… trabajando con el vampiro? —preguntó Dahlia.
La pantera se alejó de un salto, trepando por el tronco de un árbol, y todo lo que Draygo Quick consiguió oír fue:
—… es mucho peor que eso.
—¡Vamos, vuelve, estúpido felino! —gritó inútilmente la mente del brujo.
La elfa y el drow seguían hablando allá abajo, pero la pantera estaba atenta a algo distante, y Draygo Quick oyó con más intensidad la respiración de un guerrero ashmadai que huía que las voces de ellos. Mentalmente le rogaba a Guenhwyvar, pero, por supuesto, la pantera no podía oírlo.
La pantera saltó del árbol y el brujo gritó horrorizado al ver que el suelo subía rápidamente a su encuentro. La impresión fue tal que cortó su conexión con Guenhwyvar, pero al volver su conciencia a su habitación del Páramo de las Sombras, oyó la voz de Drizzt que decía:
—¿Qué sabemos del destino de Valindra Shadowmantle?
—Lord Draygo —llamó Effron en voz baja, entrando en las habitaciones privadas del anciano brujo. Miró todo en derredor. El lugar parecía totalmente vacío. Sin embargo, todo hacía pensar que Draygo Quick estaba allí. Incluso lo había llamado.
Avanzó lento y cuidadoso, andando sobre baldosas de cristal soplado como siempre que se aproximaba a este malvado peligroso y vengativo. Effron no había dado saltos de alegría cuando llegó el emisario de Draygo Quick con el mensaje.
Pasó de largo por la estancia lateral donde se encontraba Guenhwyvar, resistiéndose a la tentación de entrar por temor a que lo descubriesen y lo acusaran otra vez de tratar de robar la pantera.
—¿Lord Draygo? —repitió entrando en la habitación principal.
Seguía vacía. Effron volvió otra vez a la habitación lateral. Se armó de valor, llegó hasta la puerta y suavemente giró el pestillo y gritó, ahora más alto:
—¡Lord Draygo!
¡Cuándo miró dentro se quedó helado al ver a lord Draygo sentado en el suelo! El escaso pelo que le quedaba estaba desordenado en curiosos mechones y miraba a Effron con mirada ausente. Siempre había visto a Draygo Quick muy compuesto y atildado, con el pelo bien peinado y la ropa, ya fueran túnicas o bombachos y chalecos elegantes, siempre limpios y planchados.
Draygo Quick lo estuvo mirando durante unos segundos antes de dar muestras de haber reparado en su presencia.
—Ah, Effron, que bueno que hayas venido —dijo por fin, y empezó a levantarse del suelo.
El joven tiflin corrió a ayudarlo.
El marchito brujo se pasó las manos por la cabeza para alisarse el ralo pelo y le dirigió una sonrisa de dientes amarillos.
—Vaya cabalgada, chico —exclamó.
Effron no entendía. Examinó la habitación con la vista hasta llegar a la jaula. Sus barrotes relucían y no había pantera en su interior.
—He estado en Toril —explicó Draygo—. A través de los sentidos de la gran pantera.
Effron lo miró sin entender del todo.
—Estoy unido a la criatura mediante la intervención de un incauto druida —explicó el brujo—. O sea que puedo ver por sus ojos, oír por sus oídos, oler e incluso sentir a través de ella. Es una experiencia de lo más estimulante. ¡Te lo aseguro! —Se rio, pero rápidamente volvió a su expresión sobria y puso cara seria—. Jamás había experimentado antes una matanza de ese modo. El olor… fue… personal. —Alzó la vista para mirar a Effron—. Y hermoso.
—¡Maestro!
Draygo Quick sacudió la cabeza, casi como para salir de un trance.
—No importa Al menos ahora no, aunque tengo intención de explorar más esto.
—Sí, maestro —dijo Effron, y volvió a mirar la jaula vacía—. ¿Y yo qué pinto en esto?
—¿Que qué pintas?
—Me dijeron que querías verme, en seguida.
Durante un momento, Draygo Quick pareció un poco aturullado, algo que Effron no había visto jamás en él. No pudo evitar otra mirada a la jaula vacía, tratando de imaginar qué experiencia fantástica o aterradora habría tenido.
—Ah, eso, sí —dijo el viejo brujo una vez que se hubo recompuesto—. Quieres una oportunidad para redimirte y voy a ofrecerte una. Tenía pensada una dirección, pero ahora, muy recientemente por cierto —miró la jaula y sonrió—, me ha llegado una nueva información. ¿Qué sabes de esa tal Valindra Shadowmantle?
—¿La lich? —preguntó Effron—. La he visto de lejos. Está bastante loca y es el doble de peligrosa.
—Ve y vuelve a espiarla, esta vez para mí —le dijo su mentor—. Quiero conocer sus movimientos y saber lo que se propone, y si representa alguna seria amenaza para la región de Neverwinter.
—¿Maestro? —aquello no entusiasmaba en absoluto a Effron, y su voz lo dejaba muy claro.
—Ve, ve —le dijo Draygo Quick, acompañando sus palabras con un gesto de sus manos sarmentosas—. Averigua lo que puedas y vuelve con un informe completo. Y déjame que te lo advierta una vez más, mi joven e impetuoso protegido, cuidado con tus tejemanejes con Dahlia y sus compañeros, especialmente con sus compañeros. Dahlia carece de importancia en este momento.
Effron se puso tenso.
—Tal vez para ti no —reconoció el brujo—, pero tus necesidades y tus deseos no son lo más importante aquí, y palidecen junto a la cuestión preponderante que es, con toda probabilidad, Drizzt Do’Urden. De modo que te advierto, y no quiero discusiones ni desobediencia: mantente apartado de ellos.
Effron permaneció varios segundos sin pestañear siquiera.
—Hazlo y, cuando sea el momento oportuno, te ayudaré a tomarte tu venganza —prometió el viejo brujo.
Con eso tendría que bastar, porque realmente no le dejaba opción. Effron tenía que admitir, al menos para sus adentros, que sin algo de ayuda era poco lo que podía hacer contra adversarios como Dahlia, Drizzt Do’Urden y Barrabus el Gris, cualquiera de los cuales podía ser un enemigo formidable.
—Valindra Shadowmantle —dijo en voz baja—. Por supuesto.
Effron ni siquiera se había marchado de la habitación cuando Draygo Quick se volvió a sentar en el suelo, cerró los ojos y respiró hondo varias veces a fin de calmarse y prepararse para emprender un viaje de vuelta a los sentidos de la pantera. Por fin, una vez despejada su mente y fortalecido, recuperó la conexión.
Una imagen tomó forma en su mente, sorprendentemente clara teniendo en cuenta la oscuridad. Había caído la noche —¿tanto tiempo había pasado?— y el viejo brujo se encontró desorientado dentro de los sentidos de la pantera. Los ojos de la pantera recogían la poca luz que había y la ampliaban varias veces, dando a las ramas de los árboles un aspecto extraño y sombrío. Unas líneas definidas, contrastantes, faltas de color, delimitaban los bordes de las ramitas que se balanceaban con la brisa nocturna.
Podía oír los latidos de sus dos compañeros, de forma clara y distinta. ¡Qué curioso, porque cuando Guenhwyvar volvió la cabeza no sólo vio a Dahlia y a Drizzt, sino también a un tercer compañero, un enano de aspecto sucio vestido con una armadura rugosa y un casco con un pincho tan largo que hacía la mitad de su estatura!
Ese era aquel cuyo latido no había registrado, comprendió Draygo Quick, y teniendo en cuenta la conversación previa, ya sabía por qué. Esto podía ponerse interesante, pensó. Podía ser importante.
—Vuelve a casa, Guen —dijo Drizzt entonces… y todo se convirtió en una niebla gris y remolinos de vapor.
De regreso en su habitación, Draygo Quick maldijo su suerte. Dahlia y el drow se habían encontrado con un viejo amigo al parecer, un enano convertido en vampiro, y a él le interesaba ver en qué desembocaba todo aquello. Si Drizzt Do’Urden se aliaba con un vampiro, aunque fuese un antiguo amigo convertido a la oscuridad, eso podía constituir una clave importantísima para saber qué diosa aceptaría a ese drow particular como discípulo elegido. ¿Aceptaría Mielikki, la diosa de la naturaleza, a una criatura tan alejada de lo natural?
¿Y no le encantaría a Lloth semejante unión?
Draygo Quick no pudo hacer otra cosa que suspirar y recordarse que debía ser paciente. Guenhwyvar había vuelto a su jaula, pero Drizzt la volvería a llamar.
—Volveré a tener hambre —afirmó amargamente Thibbledorf Pwent. Después de que Drizzt y Dahlia lo encontraran en el bosque, había vuelto a su guarida, una cueva en las colinas—. Y es posible que esta vez no encuentre ningún goblin.
—No —insistió Drizzt, o más bien rogó realmente, aunque había tratado de ocultar su desesperación a Dahlia, y en especial a Pwent. No lo había conseguido, lo supo cuando miró a la elfa.
—¿No? —fue la respuesta del enano—. Eso no lo sabes, elfo. —Caminó hacia la boca de la cueva y se dejó caer en el suelo. Parecía aún más desanimado que Drizzt—. He muerto. Debería seguir muerto. Tal vez debería quedarme aquí mismo y esperar a que salga el sol.
Drizzt no dudaba de su resolución. Al fin y al cabo, era Pwent.
Más allá de donde estaba el enano, la atmósfera se volvió levemente más clara al aparecer por el este la luminosidad previa al amanecer.
—Tal vez fuera lo mejor —dijo Dahlia, pasando a su lado y saliendo al aire libre—. Es poco probable que te meriendes a algún pobre niño cuando sólo seas polvo —añadió con ligereza.
—Cuando seas polvo —dijo Drizzt para sus adentros, y no pudo evitar una mueca mientras miraba alejarse a Dahlia.
Ella no tenía ni idea de la pérdida que esto implicaba, ni de la indignación que sentía. Que el orgulloso y leal batallador hubiera quedado reducido a ese desgraciado destino era más de lo que Drizzt podía soportar.
Y daba la impresión de que a Dahlia no le importaba lo más mínimo. De hecho, el acento que había puesto en esa última palabra, «polvo», había hecho que Drizzt se removiera incómodo. Se acercó a donde estaba su amigo y le apoyó una mano en el fornido hombro.
—Tiene que haber una manera —dijo.
—Pues no, no la hay —afirmó Pwent.
—No hay vuelta atrás en la maldición del vampirismo —dijo Dahlia con bastante frialdad—. He conocido a criaturas así, abundaban en Thay. Muchas intentaron volver a la luz. ¡Ya lo creo que lo intentaron! El más poderoso de los Magos Rojos, y los sacerdotes con mayor autoridad, buscaron esas respuestas, pero no hay vuelta atrás.
Drizzt la miró con frialdad, pero la elfa se limitó a encogerse de hombros.
El drow se preguntó qué podría hacer. Se trataba de Pwent, el leal Pwent. Thibbledorf Pwent, que había acudido con Stokely Silverstream y sus muchachos desde el Valle del Viento Helado para ayudar a combatir en Gauntlgrym. Thibbledorf Pwent, que había cruzado a Bruenor a hombros por la sima del primordial y después había ayudado a su amado rey a tirar de la palanca para volver a encerrar a la bestia feroz en su agujero.
Thibbledorf Pwent, el héroe.
Thibbledorf Pwent, el vampiro.
Drizzt buscó dentro de su propio corazón. ¿Qué habría hecho él de haberse encontrado en semejante aflicción? La lógica del enano era innegable. Pwent era un vampiro, y en la naturaleza de un vampiro está beber sangre hasta hartarse. Seguramente el olor a sangre superaría a cualquier código moral porque así eran las cosas. No había forma de evitar esa verdad de la maldición y además, ay, no había cura para esa aflicción
—¿Es esa la forma en que le pondrías fin, amigo mío? —preguntó en voz baja—. ¿Eliges arder?
—Yo morí con mi rey, en Gauntlgrym. Simplemente me permitiré volver con él.
—No puedo decir nada —respondió Drizzt.
—Mi rey —respondió el enano—. Me estará esperando al lado de Moradin, y todavía no he hecho nada por lo que Moradin pueda rechazarme, pero lo haré. Sé que lo haré si no le pongo fin a esto ahora mismo.
Drizzt trató de centrarse en las palabras, pero un pensamiento desconcertante había surgido en su mente cuando Pwent mencionó a su rey.
—¿Y Bruenor no se… levantará? —preguntó el drow con voz vacilante. Casi no podía mirar a Pwent, su viejo amigo, en ese estado lamentable, pero ver a Bruenor Battlehammer, el que había sido su amigo dilecto durante más de un siglo, pasando por lo mismo sería más de lo que su corazón podía soportar, estaba seguro.
—No, elfo —lo tranquilizó Pwent—. Él sigue en su tumba, donde tú lo pusiste. La suya fue una muerte natural y para siempre jamás, y una muerte heroica. No como la mía.
—Nadie cuestiona la heroicidad de Thibbledorf Pwent, en la lucha por Gauntlgrym y en otras cien antes de esa —dijo Drizzt—. Tu leyenda es grande y extendida; tu legado está asegurado.
Pwent asintió y agradeció con un gruñido, pero no habló de lo obvio: de que su legado sólo estaría asegurado si se desviaba del curso actual. Y sólo había una manera de conseguir eso.
Apoyó su gruesa mano encima de la de Drizzt y repitió:
—Ah, mi rey.
—Que así sea —dijo Drizzt, y le costó pronunciar esas palabras.
—Debemos ponernos en marcha —le gritó Dahlia—. ¡Quiero volver a Neverwinter, y pronto!
—Adiós, amigo mío —dijo Drizzt, y salió andando de la cueva—. Que puedas festejarlo y alzar un jarro de cerveza al lado del rey Bruenor en la Patria Enana.
—También por el clan Battlehammer y por ti, elfo —respondió Pwent, y Drizzt encontró algo de consuelo en el tono sereno de su voz, como si aquello lo tuviera muy asumido y lo aceptara como su mejor, o su única, opción. No obstante, el corazón de Drizzt no podría haber estado más apesadumbrado cuando abandonó la cueva.
Hizo un alto fuera y se volvió a mirar la oscura entrada, aunque ahora ya no podía ver a Pwent. Pensó que debía quedarse y presenciar eso. Le debía eso al batallador que tanto les había dado a Bruenor y a él durante décadas. Pwent había estado a la altura de ellos en la última batalla de Gauntlgrym. ¿Y ahora Drizzt podía irse sin más y dejar que él se transformara en cenizas al salir el sol?
—Vamos —le dijo Dahlia, y él le echó una mirada cargada de furia.
—No puedes hacer nada por él —explicó Dahlia acercándose para cogerlo de la mano—. Moralmente, él ha tomado la decisión acertada. ¿Vas a discutir eso? Si es así, ve y alístalo en nuestro grupo. Un vampiro puede ser un compañero poderoso, yo bien lo sé.
Drizzt se la quedó mirando, sin entender muy bien qué era lo que se proponía y no del todo dispuesto a no tomarle la palabra ni a descartar la posibilidad de llevar con ellos a Thibbledorf Pwent. ¿No le debía eso al menos a su viejo amigo?
—Pero tiene que alimentarse —añadió Dahlia—. Y si no puede encontrar otro alimento que no sea carne de goblin, se tirará al cuello de un elfo o de un humano. No hay otra posibilidad. No puede resistirse a alimentarse, si pudiera encontrarías grandes y poderosas comunidades de vampiros y ¿qué rey podría resistirse a ellos o a sus tentaciones de inmortalidad?
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Tengo mucha experiencia con estas criaturas —explicó Dahlia—. Thay está lleno de ellas.
Drizzt volvió a mirar la entrada de la cueva.
—No hay nada que hacer por él —susurró Dahlia, y cuando Drizzt se volvió a mirarla descubrió auténtica simpatía en sus ojos azules, hacia él y hacia Pwent, y se alegró de que así fuera—. Nadie más que él puede hacer algo. Él puede poner fin a ese tormento, y ha tomado su decisión antes de que la maldición haga más estragos en su mente y lo suma en la oscuridad. Ya he visto esto: jóvenes vampiros, muertos recientemente, que se destruían antes de que el sufrimiento hiciera carne en ellos.
Drizzt respiró hondo, pero no apartó la mirada de la cueva, incluso pareció por un momento que pensaba volver.
—Permítele este momento —susurró Dahlia—. Volverá a morir como un héroe, ya que son pocos los que se encuentran en esa situación y se resisten a las oscuras tentaciones tal como él se propone hacer ahora.
Drizzt asintió y supo que tenía que conformarse con eso, que tenía que aceptar la pequeña victoria y aferrarse a ella. En su mente estableció un paralelismo entre Pwent y Artemis Entreri, y pensó en la afirmación de Dahlia de que Pwent realmente se alimentaria de un elfo o un humano o de cualquier otra persona de bien. Esa era ahora su naturaleza, y era una exigencia poderosa, irresistible.
¿Y qué decir de Entreri? Había matado a muchos. ¿Seguiría matando, y no sólo a los que lo merecían, y no sólo por servir a un bien mayor?
Ay, ahí estaba siempre la cuestión, reconoció Drizzt. Y él siempre tenía la esperanza de que Entreri encontrara la manera de triunfar sobre esa cruel naturaleza.
Qué irónico que Thibbledorf Pwent tuviera que sacrificarse, sin esperanza, mientras que Entreri seguía respirando. Qué trágico que el peligro insuperable tuviera que padecerlo Pwent, mientras que quedaban esperanzas para Entreri.
La realidad resultaba un trago amargo.