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PEQUEÑAS RENCILLAS PERSONALES

E

l joven tiflin se movía con lentitud por la residencia de Draygo Quick. Sabía que el señor netheriliano había acudido a una reunión con sus pares, pero habiendo vivido en la residencia durante todos estos años, Effron también tenía claro que Draygo no necesitaba estar allí para mantener el lugar bien protegido, tanto con custodias mágicas como con subordinados capaces y peligrosos.

Se pegó a una pared y contuvo la respiración al oír la conversación de un par de brujos. Reconoció las voces y supo que estos dos eran de su misma edad, aunque no comparables con él en habilidad. En caso de tener que enfrentarse a ellos, Effron confiaba en derrotarlos a los dos sin problema.

Sin embargo, ¿en qué situación lo dejaría eso frente a Draygo Quick?

Asustado por esa idea, el joven brujo buscó algún escondite o una vía de escape, pero estaba en un corredor largo y curvo con muy pocas habitaciones laterales, todas estancias privadas y, lo más probable, cerradas o protegidas. Escapar por donde había venido le llevaría demasiado tiempo.

Su indecisión decidió por él, ya que se dio cuenta de que tratar de desaparecer ahora no le permitiría avanzar lo suficiente para permanecer oculto. Los brujos estaban demasiado cerca.

Fue así que salió de su escondite y se les acercó como si no pasara nada.

Los dos lo saludaron con una inclinación de cabeza y siguieron con su conversación. Sólo una vez hicieron una pausa para indicarle a Effron que lord Draygo no estaba en casa.

—Ah —respondió Effron—. ¿Y sabéis cuando volverá?

Los dos se miraron y se encogieron de hombros al unísono.

—Le dejaré una nota —dijo Effron—. Si lo veis, os ruego que le digáis que quiero hablar con él.

Asintieron y siguieron su camino. Effron dio un suspiro de alivio. Draygo Quick no había informado a los residentes del enfrentamiento que habían tenido ni de que Effron ya no estaba bajo su tutela.

Sin embargo, su alivio duró poco, porque las instrucciones que había dado a los jóvenes aprendices sin duda le revelarían a Draygo Quick que él había estado en la residencia. Era probable que pudiera encontrar alguna explicación para esto si Draygo Quick se encontraba con él, pero después de todo, había ido allí a robar algo y ahora ese plan le parecía totalmente suicida.

A pesar de todo siguió adelante, tratando de encontrar una solución sobre la marcha, atravesando rápidamente el salón principal de la fortaleza, un amplio vestíbulo con un suelo de baldosas a cuadros negros y blancos. De allí pasó a la biblioteca principal, una habitación llena de pociones y con una mesa de trabajo de alquimia y un alambique, y después, a la ancha escalera de caracol que rodeaba la torre principal del castillo.

Después de un largo trecho, Effron se detuvo ante la puerta privada de Draygo Quick. Conocía la contraseña para superar con seguridad las custodias mágicas, pero también sabía que si Draygo Quick se hubiera molestado en cambiar la contraseña, los glifos sin duda atravesarían todas las defensas mágicas con que él mismo se había protegido. ¡Cuán escasas serían sus contramedidas contra el mero poder de Draygo Quick!

A punto estuvo de darse por vencido, pero se limitó a pronunciar con voz ronca la contraseña esperada y decididamente atravesó la puerta.

No se desintegró.

Sorprendido, aliviado, incluso estupefacto, Effron puso orden en sus pensamientos y cerró la puerta tras de sí antes de entrar corriendo en la estancia colindante que contenía la tan mentada colección de animales de Draygo Quick.

La jaula estaba sobre el pedestal, bajo la tela de seda, tal como había supuesto, pero los barrotes no resplandecían de poder y la jaula estaba vacía.

Effron se agachó y miró por entre los barrotes. No daba crédito a lo que veía. ¿Se habría escapado la pantera? ¿Cómo podía ser?

¿Y quién podría haber retirado las ataduras mágicas de la jaula?

Effron contuvo la respiración y enderezándose rápidamente se dio la vuelta, agitando su brazo inerte como un echarpe en medio de un vendaval. Pensó que se iba a encontrar a una furiosa pantera negra de trescientos kilos a sus espaldas.

Tras unos minutos en que se dedicó a escrutar minuciosamente toda la habitación en sombras, por fin pudo relajarse convencido de que estaba realmente solo. Se desplazó hacia una de las grandes vitrinas que había a lo largo de la pared y la abrió con cuidado, haciendo a un lado la niebla y examinando el gran número de frascos que había en los estantes interiores. Cada uno contenía una representación en miniatura de algún poderoso monstruo que, en realidad, era el cuerpo miniaturizado de esa criatura real en estasis.

El propio Effron había escogido esos ejemplares y los había mantenido como parte de sus deberes para Draygo Quick, de modo que reconoció de inmediato que no faltaba nada y que no se habían hecho nuevas adquisiciones.

Cerró la vitrina y volvió a la jaula vacía, ahora más tranquilo, tratando de organizar sus ideas sobre este giro inesperado. ¿Adónde habría ido la pantera? Se le pasaron por la cabeza miles de posibilidades, pero sólo dos le parecían posibles: o bien la pantera le había sido devuelta a Drizzt Do’Urden tras alguna negociación emprendida por Draygo Quick, o bien había muerto, asesinada o por muerte natural, tal vez como consecuencia de la ruptura de la conexión con el Plano Astral.

Tardó unos segundos en armarse de valor para afrontar las implicaciones de ambas posibilidades. Fuera como fuere, probablemente había perdido para siempre un valioso instrumento en su empeño de encontrar a su madre y matarla.

Volvió a pensar en el día anterior, cuando había visto a la Cambiante acercarse a la residencia de Draygo acompañada de un anciano de Toril. Ya había pensado entonces que la visita tenía que ver con la pantera, y esto no hacía más que confirmarlo.

—Un druida —dijo para sí, recordando la vestimenta del humano.

Miró la jaula vacía. ¿Qué sería exactamente lo que había hecho ese druida?

Se dio cuenta de que tenía que actuar con rapidez. Estaba claro que Draygo Quick se enteraría de su visita, y el anciano y marchito brujo no era famoso por su tendencia a la compasión. Abandonó rápidamente el castillo sin molestarse siquiera en ocultarse a los demás residentes con que se cruzó por el camino. Después de atravesar el patio de armas y dejar atrás la gran verja que rodea la fortaleza, tuvo que reconocer que sentía un gran alivio. Durante muchos años había considerado que este lugar era su casa, pero ahora sólo le inspiraba terror.

Pero ¿adónde iría ahora? Pensó en salir del reino de las sombras y dirigirse a Toril para empezar la búsqueda, aunque había contado con tener la pantera como instrumento de negociación. ¿Debería intentarlo de todos modos, sin el felino, y hacer como si nada de esto importara?

Tal como había sucedido con sus opciones respecto de los dos brujos que se tropezó en el pasillo y como consecuencia de ese encuentro, tuvo claro que la decisión ya estaba tomada.

Draygo Quick lo encontraría, no importaba adónde fuera.

Lo único que podía salvarlo era la información, de modo que se puso en camino de inmediato para encontrar a la más esquiva de todos los shadovar.

Lo estaba esperando, sentada en un banco delante de su modesta casa, rodeada de rosas negras y de sosos polemonios. A su lado corría una pequeña fuente y el agua interpretaba una fascinante melodía.

Effron no recordaba haber oído antes el canto del agua y se preguntaba si esto sería una custodia más o un engaño montado por la Cambiante.

Mientras se acercaba miró a la mujer; más probablemente no a ella, sino a su imagen.

—Te llevó más tiempo del que esperaba —lo saludó—. Al fin y al cabo, la morada de Draygo Quick no está tan lejos.

—¿La morada de Draygo Quick?

—Acabas de estar allí —respondió la Cambiante con aire de suficiencia.

Effron se disponía a protestar, pero la mujer le impuso silencio con gesto burlón.

—¿Pensabas robarla o simplemente hacerle daño para perjudicar de paso a lord Draygo?

—No sé de qué me hablas.

—Y yo estoy segura de que sí lo sabes. ¿En qué situación nos deja eso? Supongo que en el final de nuestra conversación, de modo que te ruego que te vayas.

Effron tuvo la sensación de que el suelo se elevaba en torno a él como para tragárselo. Necesitaba desesperadamente hablar con la Cambiante, pero su tono casi no había dejado lugar para el debate.

—¿Dónde está la pantera? —preguntó.

—Acabo de decirte que te vayas. —La voz llegó desde un lado, y la imagen que tenía ante sí reverberó y desapareció, un recordatorio nada sutil de que podía golpearlo desde el ángulo que se le antojara.

Effron se cubrió la cara con la mano buena. Se sentía tan pequeño y tan superado en ese momento terrible… Se había creído listo, e incluso osado, por ir a la residencia privada de Draygo Quick sin ser invitado y, sin embargo, esa persona que lo observaba desde un costado lo había descubierto todo. Tal como estaban las cosas, ¿qué posibilidades tenía de evitar el hacha del juicio de Draygo Quick?

—Todavía estás aquí —señaló la Cambiante, y su voz llegó ahora desde el otro lado.

—Robarla —admitió Effron. Sobrevino un largo silencio. No se atrevía a decir nada más, ni a moverse siquiera.

—Repítelo —le exigió la Cambiante, y al levantar la vista Effron la volvió a ver cómodamente sentada en el banco.

—Robarla —admitió.

—¿Te atreverías a traicionar de esa manera a Draygo Quick?

—No tenía elección —respondió Effron con un tono que revelaba desesperación—. Tengo que dar con ella. ¿No lo entiendes? ¡Y no puedo confiar en abrirme camino entre el número cada vez mayor de sus aliados!

La imagen de la Cambiante miró a un punto hacia la derecha del brujo, y él giró la cabeza justo a tiempo para ver un morral que volaba por los aires a sus espaldas. Giró siguiendo su movimiento y vio a la Cambiante, que ahora estaba detrás de él, recogiendo el mortal. Siguió girando hasta volver a verla otra vez sentada en el banco mientras hacía tintinear las monedas.

—Sí que tenías otra opción —comentó Draygo Quick saliendo de entre los arbustos de la izquierda, primero como un espectro y después plenamente tridimensional.

—Maestro —dijo Effron con un hilo de voz y una reverencia. Pensó que debería postrarse de rodillas e implorar clemencia, aunque lo más probable era que resultase inútil. Estaba pillado tras haber reconocido sus intenciones, y todo hacía suponer que no tenía ninguna vía de escape.

—Gracias —le dijo Draygo a la Cambiante.

—¿He terminado mi tarea? —preguntó ella.

Draygo asintió.

—Entonces, por favor, llévate a esta maltrecha criatura lejos de mi casa —dijo la Cambiante.

Effron la miró con expresión que revelaba a las claras cuánto lo habían herido sus duras palabras. Al fin y al cabo él había contratado sus servicios y le había pagado bien, incluso cuando le había fallado.

La mujer se volvió a mirarlo con un gesto de impotencia y a continuación desapareció sin más.

—Camina conmigo —le ofreció Draygo Quick, y el anciano brujo se puso en marcha por el cenagoso camino que llevaba a su casa.

Effron lo siguió, obediente, hasta que el viejo brujo le hizo señas de que se detuviera.

—¿Realmente creíste que podrías entrar en mi casa y robar algo tan valioso como Guenhwyvar?

—Robar no, tomar prestado —respondió Effron.

—Pensabas ofrecérsela al drow para apartarlo de Dahlia —conjeturó Draygo Quick.

—Lo que me proponía era amenazar al drow con destruirla si no se apartaba y se mantenía al margen —replicó Effron.

—¿No fue exactamente eso lo que hizo la Cambiante en el túnel de salida de Gauntlgrym? —preguntó el mago—. Y sin el menor resultado.

—Confío en que sería diferente si el que tiene a la pantera cuenta con los medios y tiene la intención de matarla ante el mismísimo Drizzt Do’Urden.

—¿O sea que ese era tu plan?

Effron asintió y Draygo Quick se rio de él.

—Tú no entiendes a este Drizzt Do’Urden.

—Tengo que intentarlo.

—En este momento, Guenhwyvar está con él —explicó Draygo.

Effron abrió mucho los ojos.

—¿Se la has devuelto? ¡Él mató a mi padre! ¡Él y sus amigos nos vencieron en Gauntlgrym! ¡Y antes de eso, en Neverwinter! ¡Destruyeron la espada! ¿Recompensarías a un enemigo declarado del Imperio de Netheril?

—Eso es demasiado suponer.

El tono tranquilo de la voz de Draygo aplacó la bravuconería de Effron.

El viejo brujo se paró y se volvió a mirar de frente a su antiguo estudiante.

—La pantera es mi espía dentro del grupo de Drizzt Me gustaría que él continuara. De hecho, insisto en que lo haga.

—¿Espía?

—Sé que te propones ir a por Dahlia. No puedo parar eso por descabellado que parezca, pero tal vez fui demasiado duro contigo. En tu corazón hay fuerzas en juego que no llego a entender, por eso te perdono esta transgresión.

Effron estuvo a punto de tropezar por el alivio y la sorpresa.

—Esto que voy a decirte es estrictamente confidencial, y si alguna vez revelas una sola palabra, te espera una muerte horrible —dijo Draygo Quick—. Drizzt Do’Urden es una curiosidad, y tal vez mucho más que eso, y tengo intención de averiguarlo. Él entre otros podría darnos las claves de sucesos importantes que afectarán a todo el impero y, sin duda, al mismísimo Páramo de las Sombras. Te ofrezco una oportunidad más, joven y necio brujo. Abandona esa idea de vengarte de Dahlia, al menos por ahora… tal vez en el futuro, si se separa de Drizzt Do’Urden, incluso te ayudaré a destruirla. Pero ahora no. La cuestión que tenemos por delante es demasiado importante para interponer pequeñas rencillas personales.

—Me diste permiso para ir tras ella —protestó Effron en voz baja.

—Te lo di sin pensar, y no me importó —dijo Draygo Quick sin vacilar—, pero ahora tengo más información y por eso te retiro la autorización. Vuelves a ser mi asistente, y espero un poco de gratitud por haberte perdonado.

Effron tuvo ganas de gritarle, o simplemente de expresar su frustración generalizada. Le habría gustado despreciar a ese viejo taimado y negarse a seguir sirviendo en su residencia.

Le habría gustado, pero no tenía valor para hacerlo. No tenía duda de que, de hacerlo, Draygo Quick lo barrería del mapa en ese mismo instante.

Para reforzar ese terror, el viejo brujo lo miró con esa mirada suya intensa, paralizadora, y Effron inclinó la cabeza.

—Gracias, maestro —dijo.

El otro lanzó una risita triunfal que a Effron le sonó a burla.

—Y ahora, de vuelta al trabajo Tienes mucho que hacer para recuperar mi estima.

Esa simple afirmación hirió profundamente a Effron, pero Draygo Quick lo cogió sin miramientos por la barbilla y lo obligó a sostenerle la mirada, una mirada que a Effron le pareció de loco.

—Y que esto quede bien claro, joven y necio Effron Alegni: si le infliges algún daño al explorador drow, te destruiré totalmente, y lo haré de tal modo que me estarás rogando que te mate durante muchos días hasta que finalmente lo haga.

Effron ni siquiera intentó soltarse a pesar de lo dolorosa que era la presión con que lo tenía sujeto, porque no le costaba nada imaginar un montón de cosas que podría hacerle y que le resultarían mucho más dolorosas.

—Esto es demasiado importante para pensar en pequeñas rencillas personales —repitió el viejo brujo—. ¿Me entiendes y estás de acuerdo conmigo?

—Sí, maestro —balbució Effron.

Draygo Quick lo soltó y otra vez se puso en marcha, pero cuando Effron se dispuso a acompañarlo, el viejo estiró el brazo y lo empujó hacia atrás.

Dos pasos por detrás.