Epílogo

Seis días después…

—Como lo vuelvas a hacer, te voy a dar azotes en el culo hasta que se te ponga rojo —gruñó Max poniéndose encima de ella en su cama cubierta de terciopelo.

—¿Se supone que eso es una amenaza?

Victoria ronroneó mientras él giraba las caderas y apretaba su magnífica verga contra ella.

—No tienes ni idea, gatita. —Se retiró y embistió hasta el fondo y el prepucio grande y ancho de su miembro acarició un punto sensible dentro de ella—. Pensé que iba a perder la cabeza en aquel callejón. Así habría sido si Darius no te llega a traer de vuelta.

—Siempre iré corriendo hacia ti, Max.

Agarrándole la cadera con una mano, él respondió a su burla embistiendo su sexo con empujones fuertes y feroces.

—Córrete por mí ahora —dijo con brusquedad.

Ella llegó al orgasmo con un maullido, jadeando mientras un acalorado placer recorría con una explosión todos sus sentidos con un resplandor cegador.

Un murmullo provocador vibró en el pecho de él.

—Joder, ese sonido me pone muy cachondo.

—¿Después de casi una semana sin nada más que duchas, comida y sexo? —preguntó ella sin aliento—. Eres insaciable.

—Simplemente estoy disfrutando de mi regalo de Navidad, gatita. Además, a ti te encanta.

Max se quedó mirándola con sus ojos de color gris tormenta y ella supo que nunca lo había amado tanto. Durante la última semana la había tenido todo el rato a su lado, preparándole sus comidas favoritas, dándole de comer con la mano y lavándole el pelo y el cuerpo. Para una Familiar, aquello era el paraíso y ella lo absorbía como si fuera la luz del sol tras un invierno largo y gris.

—Max…

Embestía de forma rítmica, sumergiéndose hasta el fondo y lentamente para darle a ella tiempo para recuperarse, haciéndole sentir cada palpitante centímetro de él.

Victoria arqueó el cuello, clavó las uñas en su espalda y su vagina palpitó alrededor de él con un placer desesperado y muy intenso.

—Ah, sí —murmuró él con una sonrisa maliciosa a un lado de su preciosa boca—. Definitivamente, está claro que te encanta.

—Te quiero. —Le ofreció su boca y él la tomó con una pasión arrebatadora.

—Yo también te quiero.

Satisfecha por fin, los labios de Victoria se curvaron sobre los de él con una sonrisa felina.