Max se puso a recorrer las calles. Barnes andaría cerca, porque sabía que Max en esos momentos era vulnerable, como nunca antes lo había sido. Aquella caza se había convertido para Barnes en un juego por el estaba dispuesto a correr el riesgo de ser capturado. Derrotar a Max no iba a hacer que el Consejo dejara de perseguirlo. Otros Cazadores vendrían después. Ni siquiera daría más tiempo al hechicero, pues Max estaba casi seguro de que el Consejo había ampliado ya la caza. Era probable que ya no confiaran en él y la susceptibilidad de Jezebel provocaría aún más alarma.
Ir en busca de Max era para Barnes una diversión, una oportunidad de llevar a cabo una pequeña venganza tras los años de encarcelación que había sufrido.
«Victoria, ¿dónde estás?».
Contuvo el deseo de buscarla. No tendría sentido mientras estuviese bajo la confusión de la magia de sangre. Cualquiera que fuese el hechizo de Barnes, sería imposible acabar con él mientras el hechicero siguiese con vida.
Pero no podía controlar el miedo que sentía por ella. Por ellos, como pareja, pues había aparecido una grieta de la que Barnes se había aprovechado. Durante todo ese tiempo, Max había creído que se trataba simplemente de una cuestión de aclimatación lo que provocaba la resistencia que Victoria mostraba en algunas ocasiones. Había supuesto que, en el fondo, ella era como todos los Familiares. Pero quizá Victoria fuese única más allá de la magia que Darius le había proporcionado. Quizá necesitara de verdad compartir el control en lugar de renunciar por completo a él.
¿Podría ser él el hombre que ella necesitara si ése fuera el caso?
—Westin, pareces muy triste.
Max se puso tenso, aminoró el paso y buscó a su presa. Una sonrisa irónica apareció en su boca al pensarlo. En realidad, era a él al que querían cazar.
—Ha sido un día duro.
Barnes salió de las sombras. Parecía bastante inofensivo en apariencia, como cualquier hombre de treinta años que hubiese salido a dar una vuelta, pero surgió de él una fuerza oscura que golpeó a Max con tal furia que casi le hizo tambalearse hacia atrás.
—Qué pena. Para mí ha sido un día estupendo.
Max asintió.
—Querías a Powell muerto.
—Al final, se habría convertido en una carga —contestó Barnes encogiéndose de hombros. Ahora vestía mejor. La primera vez que Max lo apresó era un gamberro. Ahora llevaba pantalones y camisas a medida con zapatos lustrosos y corbata—. Y fue lo suficientemente estúpido como para creerse más listo que yo.
—Yo también te he subestimado.
A Barnes le gustó aquello. Sonrió.
—Esperaba que supusieras un desafío mayor.
—Siento decepcionarte. —Max trató de conectar con Victoria para poder recuperar, al menos, un poco de su magia, pero no hubo ninguna señal al otro lado. Era como si se hubiese cortado por completo.
Un anciano que paseaba a su chihuahua pasó junto a ellos, rodeándolos a cierta distancia y mirándolos con recelo. El perro empezó a ladrar a Barnes y a tirar de su correa mientras mostraba sus dientes al hechicero. Barnes se agachó y sonrió. El perro gimoteó y se hizo pis.
—¡Remy! —le regañó el anciano—. Perro malo. Vamos.
El hechicero se puso de pie y empezó a reírse.
—El mundo está lleno de criaturas patéticas, ¿verdad, Westin?
—Asustar a perros pequeños es poco digno de ti —dijo Max, dejando que la varita que llevaba escondida en la manga de la camisa se deslizara hasta su mano. Se trataba de una herramienta de aprendizaje infantil que llevaba varios siglos sin utilizar y, en aquel entonces, sólo la había usado brevemente. Servía sólo para ayudar a concentrar la magia en el período de formación y no tenía ningún poder en sí misma, pero Max necesitaba toda la ayuda que pudiese conseguir. Había hecho uso de la mayor parte de la magia que le quedaba para acudir al Reino Transcendual en busca de ayuda.
Él no era el único que amaba a Victoria y que haría lo que fuera por mantenerla a salvo.
—No hay nada que sea poco digno de mí. Por eso soy tan poderoso ahora. —Barnes se restregó la mandíbula con una mano—. El Consejo se equivocó al poner normas con respecto a la magia. La magia está viva, respira. Enjaularla es un delito.
—A ti la magia no te importa una mierda. Es el poder lo que quieres. Estás ebrio de él.
—Creo que no hablarías con tanto desdén si aún conservaras el tuyo —le provocó Barnes con una intensa mirada.
—Y yo creo que tú no te mostrarías tan engreído si supieras que el Consejo está a punto de darme caza porque creen que Victoria me ha vuelto demasiado poderoso. Yo que tú habría pensado en un castigo mejor que éste. Ojo por ojo. En lugar de eso, les estás haciendo un favor.
A Barnes no le gustó aquello. Su sonrisa se desvaneció.
—Debes de tener impulsos suicidas, Westin.
—Puede ser. —Exageró su vulnerabilidad—. No quiero vivir sin Victoria y tú la has apartado de mí. Así que se trata de ti o de mí, Barnes.
—Bueno, creo que los dos sabemos cómo va a acabar eso.
Max adelantó la mano para lanzar la magia a través de la varita y golpear al hechizero en el pecho. Éste se tambaleó hacia atrás y se giró, pero enseguida se incorporó y contraatacó.
El peso del golpe levantó a Max del suelo y lo lanzó varios metros por el aire. Sin aliento y con un terrible dolor, enroscó su cuerpo para convertirse en un objetivo lo más pequeño posible. El siguiente golpe de magia lo golpeó en el corazón y los pulmones y le oscureció la visión. Lo que le rodeaba se volvió borroso y un estruendo le invadió los oídos. El siguiente golpe lo mataría.
«Victoria…». Cerró los ojos con fuerza mientras la angustia le retorcía el cuerpo. ¿Cómo iba ella a sobrevivir después de perder a los dos hechiceros a los que amaba? «Ponte a salvo, gatita —le susurró—. Te quiero».
—Ya hemos llegado —anunció Steve, deteniéndose delante de un Hotel Intercontinental. Puso la mano en la parte inferior de la espalda de Victoria y la hizo cruzar la puerta giratoria que tenía delante.
«Yo no te dejé con Westin para esto, Vicky».
Ella se detuvo de repente y la puerta le golpeó por detrás, empujándola hacia delante y haciendo que tropezara con Steve.
«¿Darius?», susurró, sorprendida de volver a escuchar aquella amada voz.
«Me dijiste que lo querías… que deseabas estar con él. Si has cambiado de opinión, haré que te vengas conmigo, cariño. Que me condenen si te dejo con otro».
—Tranquila —dijo Steve aprovechando la oportunidad para pasarle las manos por la espalda—. ¿Estás bien?
Ella negó con la cabeza. No. Estaba mucho menos que bien. Una angustiosa sensación de miedo se adueñó de sus sentidos. Abrió la boca para decirle que había cambiado de opinión…
Un dolor le atravesó el cuerpo haciendo que doblara la espalda y que se apretara con fuerza contra Steve.
«Ponte a salvo, gatita. Te quiero».
El terror la invadió. «¡Max!».
Por un instante pudo ver con claridad, como si en un momento la niebla se hubiese disipado y le permitiera tener una visión clara.
Max estaba muriéndose. Y el corazón se le empezó a romper.
Barnes lanzó un grito de furia y dolor. Los cristales se hicieron añicos a su alrededor. Max sintió que la magia se arremolinaba alrededor de ellos y, a continuación, explotaba con una fuerza estruendosa. Se oyó el grito de una mujer y a un hombre maldiciendo. Unos pasos retumbaban junto a la cabeza de Max.
El poder apareció en el interior de Max con la fuerza de un tornado, hizo desaparecer el dolor y le puso en marcha los órganos de su cuerpo. Se incorporó y vio a Masters agachado a su lado y lanzando descargas con tanta rapidez que Max no podía verlas todas. Pero a Barnes lo escudaba la magia negra, que lo mantenía envuelto en unas sombras ondulantes que le protegían del incesante ataque. Impresionado y profundamente agradecido de que el otro Cazador hubiese respondido al mensaje que Max le había dejado, éste hizo acopio de la magia que fluía por su cuerpo y se dispuso a unirse a la lucha.
El aura de Victoria palpitaba por todo su cuerpo. El poder se expandía procedente de ella en un círculo embravecido que aunaba más fuerza por momentos. Era oscura y humeante, más negra que blanca, y su potencia era tan virulenta que sentía como si la piel le quemara al tratar de contenerla. El viento se arremolinaba alrededor de él, sólo de él, y el pelo le azotaba con su furia. El poder fue aumentando en su interior.
La vio. Estaba de pie detrás de Barnes y sus ojos relucían en la noche, con los brazos levantados y extendidos, esperando que Max atacara para que ella pudiese aumentar su poder. Tenía las piernas abiertas y ancladas al cemento y sus hermosos rasgos mostraban una frialdad y una determinación que él nunca había visto antes. Estaba preparada para matar.
Barnes lanzó un ataque hacia Max con tal fuerza que el golpe le agitó los huesos, pero se mantuvo erguido e indemne, fortalecido por su propia furia. Victoria había acudido en su ayuda, pero no era la misma. Max no sabía si alguna vez volvería a serlo, ahora que estaba tan contaminada. No sabía si ella había vuelto a él para siempre o sólo para ese momento.
Lo único que sabía era que Barnes tenía que morir.
Masters gritó cuando un golpe le hizo caer de espaldas y rodar por el suelo. Max disparó. La bola de magia atravesó el velo que rodeaba a Barnes y lo lanzó hacia atrás… Fue directo al interior del arco de rayos que procedía de Victoria y le hizo lanzar bramidos de dolor. El hechicero se giró y avanzó hacia ella dando tumbos. Max reaccionó corriendo hacia delante para atacar. Masters apareció a su izquierda y disparó en el costado al hechicero. El triple ataque fue imposible de soportar.
Barnes explotó con una ráfaga de luz negra que resonó en todos los edificios que los rodeaban e hizo estallar las farolas. Sobrevino una oscuridad absoluta que apagó toda luz.
Victoria gritó el nombre de Max y éste respondió con otro grito. Se abalanzó tambaleante en dirección al sonido de su voz, moviéndose por instinto, y soltó un gruñido cuando el esbelto cuerpo de Victoria chocó contra el suyo.
Se la llevó de allí dejando todo atrás.