Nueve

«Te está domesticando y tú te estás dejando».

Victoria vio cómo Max se ponía de pie con un movimiento enormemente elegante mientras la examinaba con sus ojos tormentosos. Ella sabía que se estaba preguntando cómo arrebatarle el control, pero ella no estaba ya dispuesta a seguir con esos juegos. Ahora era más poderosa que él y había llegado el momento de hacérselo saber. La desigualdad de su relación —si es que iban a tenerla— había cambiado a su favor.

«Tú tienes tu propia magia, pero él no la respeta».

—Victoria…

Vio la sangre en las manos de Max provocada por los cristales rotos de la ventana. Con aire distraído, le curó los cortes con un hechizo que nunca antes había utilizado, pero que inexplicablemente se conocía de memoria.

«Lo has hecho más poderoso que nunca. ¿Y cómo te lo agradece? Subyugándote y convirtiéndote en su subordinada».

Levantó rápidamente la mano, le cogió de la corbata y, un momento después, estaban de vuelta en el ático de él.

El pecho de Max se movía con una respiración profunda.

—¿Qué te ha hecho, gatita? —preguntó en voz baja.

—No me apetece hablar, Max —contestó, lamiéndose los labios al pensar en todas las posibilidades que sugería su colección de juguetes. «Si de verdad te quisiera, dejaría que jugarais los dos»—. Quiero jugar.

—¿Sí? —Le agarró la cara entre sus manos y la estudió—. Puedes deshacerte de esto, cariño. Deja que te ayude.

—Puedes ayudarme ahora —dijo ella repitiendo lo que él le había dicho antes. «¿Por qué va a quedarse él con toda la diversión?»—. He querido verte atado a una cama desde la primera noche que nos conocimos.

—No es así como son las cosas, Victoria. No entre un hechicero y un Familiar y, desde luego, no entre nosotros. No eres tú la que habla.

—¡Sí que lo soy! —Se apartó de él. «Deberías escuchar a tu instinto, Victoria St. John. Te está diciendo lo que ya sabes»—. Has estado tratando de cambiarme desde que nos conocimos. ¡Quieres que sea algo que no soy!

Max apretó la mandíbula.

—Llevamos juntos casi dos años. No me pareces el tipo de mujer que aguanta tanto tiempo con un hombre si no te estuviese complaciendo.

—Eso era antes. —«Recuerda quién eras antes de que Westin te diera caza. Recuerda el poder que tenías. El Consejo Supremo permitió que Darius Whitacre muriera. ¿Alguna vez les hiciste pagar por ello? ¿Has utilizado a Westin del mismo modo que él te ha utilizado a ti?».

—¿Antes de qué?

—¡Antes de saber qué era lo que de verdad querías! —Le dio la espalda—. Jezebel ha supuesto toda una revelación para mí.

Max pudo imaginar cómo la cola de su gatita daba latigazos incansablemente. No necesitaba figurarse la oscuridad de su aura. Casi podía mascarla en el aire.

—Te quiero a ti.

Ella lo miró por encima del hombro con los astutos ojos de un gato.

—Puedes tenerme… si eres un chico bueno, Max.

Él cambió de táctica.

—De acuerdo. Primero, vamos a dar alcance a Xander Barnes. No ocupamos de él y luego tendremos todo el tiempo del mundo.

Victoria echó la cabeza hacia atrás, se rio y se acercó a la pared donde estaba expuesta la colección de flageladores y fustas de Max.

¿Ahora sí quieres que vaya a cazar contigo? ¿Después de prácticamente habértelo suplicado?

Max se pasó una mano por el pelo, frustrado ante su propia contribución al desastre al que se enfrentaba. Había dejado a Victoria expuesta tanto con respecto a la magia como física y emocionalmente. Incluso al principio de conocerse, nunca habían estado tan alejados. No podía soportarlo.

Pero tampoco podía permitir que afectara a su sensatez. Los Cazadores que dejaban que las emociones dominaran la razón estaban condenados al fracaso y él no podía fallar en esto.

—Cometo errores, Victoria —admitió—. En este caso, he subestimado lo mucho que necesito tu ayuda. Y he subestimado a Powell.

Ella se acercó a la cajonera donde Max guardaba los juguetes que le metía.

—No culpes a tu caza de nuestros problemas.

—Entonces, me parece que hay algo que me he perdido. ¿Por qué no me recuerdas lo que ha pasado hoy? ¿Qué es lo último que recuerdas antes de que yo volviera a casa?

—¡Recuerdo a tu amante sintiéndose bien acomodada en mi casa! ¡Llevaba puesto un maldito collar con tu nombre!

—¿Y cómo has llegado desde ahí hasta donde estamos ahora? —Le preguntó, clavando los ojos en un desmesurado atuendo de dominatriz que él no sabía que tuviera. Una vez más, Max no se había molestado en investigar cómo había ido todo entre ella y los Cazadores que antes habían sido designados para domesticarla.

Pero ni siquiera los celos podían hacer que el pene dejara de palpitarle al mirarla. A pesar de todas las cosas que habían salido mal —o quizá debido a ello y a su desesperada necesidad de volver a conectar—, se sentía enormemente atraído por aquella nueva faceta de ella.

Victoria sacó un consolador de cristal de un cajón y lo recorrió con sus dedos. Después, se lo llevó a los labios y lamió la punta. Max respondió con un gruñido.

—Me he dado cuenta de que debo empezar a hacer las cosas del modo en que yo quiero —dijo mirándole desde debajo de sus afiladas pestañas—. Las relaciones son cosa de dos, Max.

—Te he dado todo lo que tengo. —Extendió un brazo con su magia y chocó contra el muro de fuerza que irradiaba de Victoria. Estaba vaciándolo por momentos, un indicio irrefutable de que había sido contaminada con magia negra—. Y voy a seguir dándotelo hasta que me quede un último aliento.

—Todo excepto tu sumisión.

—No soy un interruptor, gatita.

Victoria empezó a dar rápidos golpecitos con el pie sobre el cemento.

—Puede que yo sí lo sea. ¿Significa eso que somos incompatibles?

—No pensabas eso hace una hora.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados y, a continuación, desapareció, volatilizándose ante sus ojos.

—¡Victoria! —gritó Max con los puños apretados.

Lo que Barnes había hecho era diabólicamente ingenioso, pues se había llevado el apoyo de Max mientras ella seguía con vida. La muerte habría sido más piadosa que el hecho de perderla por culpa de la magia negra. Y no podía llevarla al Consejo como había hecho con Jezebel; no sólo porque él se había debilitado hasta un nivel peligrosamente bajo, sino porque temía que la eliminaran para acabar con cualquier amenaza que él pudiese suponer.

Se devanó los sesos en busca de opciones y trató de reducir el número de hechizos que Barnes podría haber utilizado para convertir a Jezebel y a Victoria.

—Magia de sangre —murmuró, sabiendo lo poderosa que ésta podría ser.

Pero sólo mientras Barnes estuviese vivo.

«¿De verdad es Westin el hombre ideal para ti? ¿O existe alguien por ahí que se adapte mejor?».

Victoria se fue a recorrer discotecas. Nerviosa y empujada por deseos que no podía controlar, merodeó por la ciudad en busca de algo que pudiese entender. La irritaba sentir la necesidad de volver con Max. Una necesidad que la impulsaba y la estimulaba. Nunca se había sentido tan indecisa, como si estuviese en guerra consigo misma.

—Parece que tienes ganas de jugar, preciosa.

Volvió la cabeza hacia el hombre que le hablaba. Era alto y fuerte, de cabello rubio y mirada traviesa. Sus ojos lo recorrieron desde la cabeza hasta los pies, lo mismo que su magia. Era un humano.

Victoria sonrió y su mente se centró en lo divertido que podría ser dominar a un hombre tan fornido. Hacía mucho tiempo que no se le permitía llevar las riendas.

—¿Te apetece jugar? —ronroneó.

—Siempre. ¿Puedo invitarte a una copa?

Ella negó con la cabeza, pensando adónde podría llevarlo. La casa de Max sería lo ideal, pero la descartó. Su apartamento era una opción, sobre todo desde que Max había estimado oportuno llevar allí a su antigua amante. Pero un repentino e injustificado sentimiento de culpa la retuvo.

Maldita fuera.

—Vamos a algún sitio —dijo, tras decidir que lo mejor sería dejarle la decisión a él. Quizá tuviera sus propios juguetes.

Él sonrió y extendió la mano.

—Steve. Y me siento realmente afortunado por haberte conocido esta noche.

—Victoria. —Le acarició la palma de la mano con los dedos, pero su tacto carecía del calor y la conexión mágica que había llegado a sentir con Max. Una sensación de vacío apareció en su vientre. La música de la discoteca salía a todo volumen por los altavoces y ayudaba a que los clientes se tocaran. Parejas y tríos se retorcían unos contra otros en la pista de baile inundando el aire del olor de la excitación y de feromonas, pero ella se sentía curiosamente desconectada de todo aquello.

—Vamos, Vicky. —Él la cogió de la mano antes de que ella la dejara caer y entrelazaron sus dedos.

—Tengo una habitación a la vuelta de la esquina.

«Westin te tiene hechizada, Victoria. Whitacre no te controló nunca de esa forma».

Frunció el cejo y dejó que Steve la llevara entre la multitud hacia la salida. Nunca le había resultado más difícil hacer caso a su conciencia. Y la utilización por parte de Steve del apodo de «Vicky» lo empeoró todo aún más. Sólo Darius la había llamado así.

La voz de Max resonó en su mente. «No eres tú la que habla».

Apretó la mano sobre la de Steve. El hechicero le había distorsionado su forma de pensar… la había confundido. Nunca había estado más indecisa.

—¿Vives en la ciudad? —le preguntó Steve cuando salieron a la calle.

—Sí. —Se había mudado allí después de que Darius muriera, más cerca de la sede central de la magia en el país, para así poder tener más oportunidades de provocar al Consejo.

—Me gusta esto —continuó él, llenando así el vacío que había dejado la escueta respuesta de ella—. Para mí es la primera vez. Tendré que darle las gracias a mi jefe por sugerirme esta conferencia.

—Puede que yo también tenga que darle las gracias —dijo ella obligándose a concentrarse en el hombre con el que estaba.

Los ojos de él brillaron a la luz de las farolas.

—¿Tengo que preguntar si vas a ser amable conmigo?

—¿Es eso lo que quieres?

—No.

Victoria respondió con una sonrisa sincera.

—Bien. No estoy segura de poder ser amable esta noche.

Una ola de deseo recorrió el enorme cuerpo de él. Su piel se calentó con su roce.

—¿Estás teniendo una de esas noches, cariño?

Las fosas nasales de Victoria se dilataron y sus sentidos se llenaron del olor del deseo y la excitación de aquel hombre.

—Sí… se puede decir que es eso.