Victoria se corrió. No pudo controlarlo. Preparada y dispuesta como estaba, sólo hizo falta el brutal embiste de aquella gran verga dentro de su tierno sexo para hacerla estallar. La magia oscura la golpeó con la misma fuerza que lo hacía Max. Cada inmersión en su vulva iba acompañada por una oleada de poder. Ella se estremeció debajo de él al mismo tiempo que su sexo ordeñaba aquel miembro en movimiento y su visión se oscureció por un momento mientras la sangre le recorría el cuerpo caliente y a toda velocidad.
Agarrándola por la parte posterior de los muslos, Max la mantenía inmóvil y abierta para copular con ella de forma enloquecedora, un recipiente apresado para su deseo embravecido. Sus caderas se movían con fuerza entre las de ella y sus testículos golpeaban contra las curvas de su culo. El falo bombeaba dentro de la resbaladiza vagina zambulléndose y saliéndose, y su cuerpo se movía como una máquina de alto rendimiento bien engrasada.
—Mía —gruñó—. Mía.
—Max… por favor. —Victoria no sabía si le estaba suplicando que parara o que no lo hiciera nunca, pues su cuerpo se deleitaba con aquella forma brusca de tratarla y disfrutaba del acto de ser utilizada con el único propósito de proporcionarle placer a él. El miembro de Max se metía dentro de ella incansablemente, embestía a través del tejido codicioso y glotón, deslizándose frenéticamente entre la carne sensible.
Echó su cabeza oscura hacia atrás y el pelo le cayó entre sus anchos hombros mientras los músculos se le tensaban y el cuello se arqueaba a la vez que una descarga de candente semen se derramaba a chorros dentro de ella. Las manos y los pies de Victoria se doblaron con la necesidad de más movimiento y la respiración le agitaba el pecho mientras él se vaciaba sin perder el ritmo de las embestidas. Un rugido viril reverberó en la enorme habitación, un sonido de primitiva satisfacción masculina que hizo que ella volviera a correrse.
El cuerpo de Victoria seguía sacudiéndose por el poderoso orgasmo cuando él se salió de ella. La barra desapareció y Max le dio la vuelta para montarla por detrás y clavársela hasta el fondo. Postrada y abierta en la cama, y envuelta por el cuerpo enfebrecido y sudoroso de él, Victoria clavó las uñas en el edredón y lo mordió, sofocando los gritos de placer que no podía contener.
Puso los ojos en blanco y, a continuación, los cerró. Sus sentidos estaban inundados por el olor del diligente cuerpo de Max y por la sensación de sus músculos flexionándose contra ella mientras él sucumbía al instinto animal y lo perdía todo excepto la necesidad de cabalgarla y meterse dentro de ella. Su falo seguía manteniendo su desesperada rigidez y su magia vibraba dentro de ella, inundándola. El aura de Max estaba nublada y oscura, contaminada por la magia que había absorbido por el combate de ese mismo día. Entonces, ella comprendió su mal humor. Comprendió qué era lo que le estaba llevando hasta el límite.
Victoria se rindió y se abrió en todos los sentidos. Max lo notó y lanzó un gruñido, agarrando sus manos y entrelazando sus dedos con fuerza. La magia fluyó entre ellos y su esencia se purificó mientras se filtraba entre los dos.
Apretó la cara contra el recodo del cuello de ella, sus sudores se mezclaron y el pecho se le empezó a agitar por el esfuerzo. Copulaba con ella como un hombre poseído y quizá, en cierto sentido, lo estaba. Ella no podía hacer otra cosa que aceptarlo, tomarlo y correrse. Una y otra vez.
«Te quiero». Le abrió más la pierna con la rodilla para poder embestirla más adentro. «Te quiero».
Victoria apretó la mejilla contra la de él. «Lo sé».
Xander se incorporó y dejándose de apoyar en la puerta de una tienda a oscuras al otro lado de la calle del edificio de apartamentos donde Westin vivía con St. John. El hechicero había salido antes, hecho que evidenciaba el repentino vacío donde antes había vibrado la magia. Aun así, un rápido examen de reconocimiento había revelado que había dejado en la casa unas poderosas medidas de protección. Era de esperar.
Lo que Xander no esperaba era la absorción por parte de Westin de parte de la magia de Sirius. Aquello lo enfureció. Había manipulado con cuidado a Sirius para que creyera que él era el inteligente, dándole una falsa confianza. Xander había planeado cada palabra y acción con el fin de provocar al otro hechicero para que fuese el primero en golpear a Westin. Había aparecido deliberadamente en las sombras en el momento justo del ataque de Sirius, llamando la atención de Westin para conseguir, así, que el Cazador atacara y derrotara a su enemigo. El plan había sido que él, Xander, absorbiera el poder de Sirius, no Westin. De ese modo, él habría sido lo suficientemente poderoso como para atraer la atención de la Fuente de Toda Maldad. Podría haberse vuelto tan fuerte como lo había sido el Triunvirato.
Pero no todo estaba perdido. Westin vertería parte de esa magia interceptada en St. John, lo cual hacía que para Xander fuese también más fácil robarla. Aquella Familiar había sido antes una salvaje. Una dosis considerable de magia negra y un diminuto germen de duda sobre Westin haría que volviera a caer por ese precipicio. Sirius había sido útil para la elaboración de aquel plan. Si Xander pudiese convertir a St. John, ella se volvería incontrolable, salvaje, y Westin perdería la forma que ella le proporcionaba de aumentar su poder. Él también había detenido su caza por estar en desacuerdo con su amante y aquello era lo único que Xander necesitaba: una simple brecha.
—Ahí estás —murmuró cuando una encantadora rubia salió por la puerta giratoria del edificio de apartamentos como si él la hubiese hecho aparecer.
Vestida con un atuendo nuevo compuesto por unos pantalones de pitillo negros y una blusa azul sin mangas, Jezebel Patridge no hizo caso del saludo del portero y lanzó una mirada de odio al mundo que la rodeaba. Podría haber salvado en un momento la distancia entre el edificio y cualquier lugar al que quisiera ir, pero estaba claro que no tenía ni idea de adónde quería llegar y probablemente carecía de ningún deseo de marcharse. Quería estar con Westin. Irse no la iba a ayudar en nada. Pero era obvio que esperarle por allí cerca no le sentaba bien.
Xander salió de las sombras y lanzó un suave impulso de magia para llamar su atención. Cuando ella miró en su dirección, él se movió como si quisiese esconderse de ella y empezó a caminar a paso rápido. Huyendo. O eso es lo que ella creería.
Y Jezebel lo perseguiría. Al fin y al cabo, era una Cazadora. Y él un animal apartado de la manada que por esos días aparecía en la lista de los más buscados del Consejo.
Cinco minutos después, el cabello de Patridge estaba extendido como un halo dorado sobre el suelo frío y húmedo de un callejón, con el pecho abierto por un ataque doble de magia.
Xander se apretó la muñeca y sonrió mientras su sangre contaminada goteaba sobre la cavidad.
Max daba vueltas al pezón de Victoria con la lengua, moviendo suavemente la cadera mientras removía su verga en las profundidades de ella empapadas de semen. Victoria maulló y le acarició suavemente la espalda con los dedos. Estaba agotada, con el cuero cabelludo mojado por el sudor, la piel de un resplandeciente color rosado y las largas pestañas aleteando sobre sus ojos cerrados.
Él la acariciaba mientras se calmaba. Estaba tan agotado como ella por su feroz necesidad de dominarla. Por penetrarla hasta llegar a pensar que no podría aguantar más. Y ella le había dejado hacer.
A Max le daba rabia no haber visto su ansia como lo que era: la magia negra que había dentro de él en busca de una válvula de escape en su querida Familiar. Su alma gemela. La mujer a la que amaba más de lo que nunca se habría creído capaz de amar a nadie.
Ahora, la piel de Victoria sabía a esa impureza. Su esencia de vainilla se había vuelto más almizclada y más provocativa para sus sentidos. Estaba bajando en espiral por el desagüe y la estaba arrastrando con él.
Giró la cabeza y jugueteó con su otro pezón con suaves lengüetadas.
—¿Te hago daño? —preguntó con la voz ronca por las muchas veces que había lanzado rugidos de placer al correrse.
—No —susurró ella clavándole los dedos en el culo con la fuerza justa—. No pares.
Su miembro se deslizaba dentro y fuera de ella de forma pausada, siendo el bienestar de Victoria la principal preocupación que había en su mente. Se detendría si pudiera, pero necesitaba aquella conexión. Necesitaba estar seguro de que todo iba bien entre ellos. El olor de su piel, la suavidad de su cuerpo, su tacto… nada había sido en su vida tan necesario como ella.
Moviéndose con cuidado, empezó a acariciar con la cabeza del falo el sensible haz de nervios de su interior. Max sintió cómo aumentaba la tensión de ella y escuchó cómo contenía la respiración. Cuando Victoria se estremeció con un orgasmo, él gimió y la siguió, corriéndose junto a la delicada ondulación de su vagina.
Max jadeaba y se estremecía de placer cuando notó que la protección que rodeaba su ático sentía la presencia de alguna magia. Se puso de pie al instante, con el pene húmedo y semierecto mientras su cuerpo recibía las reservas de magia recién almacenadas para fortalecer los músculos que habían quedado debilitados tras varias horas de sexo duro.
«Has vuelto a superar nuestras expectativas —dijo el Consejo con una multitud de voces hablando a la vez de forma inquietante, una mente colectiva de los más poderosos hechiceros y brujas de todos los tiempos—. Has derrotado a Sirius con sorprendente rapidez».
—Era eso lo que queríais, ¿no? —contestó mientras se ponía unos vaqueros. Lanzó una mirada hacia la cama y vio que Victoria se había acurrucado de lado y se había dormido.
«Tus poderes son impresionantes. Nos gustaría ver una muestra de ellos».
—El hecho de que Powell esté muerto ya es suficiente muestra. —Se dirigió hacia la puerta del apartamento; en la mano del brazo derecho llevaba una bola de magia que se agitaba.
«No olvides que ha sido por nuestra paciencia por lo que no eres ahora un animal solitario y capturado».
—No olvidéis vosotros que seguiríais detrás de Powell y probablemente perdiendo a otros Cazadores de no ser por mí. La nuestra es una relación simbiótica, no un regalo.
«Ya veremos cuánto tiempo tardas en derrotar a Barnes», respondieron en tono despectivo.
—Sí —confirmó él extendiendo el brazo hacia el mango de la puerta—. Ya veremos.
La abrió y lanzó su brazo hacia atrás.
—¡Eh! —Gabriel levantó las dos manos en señal de rendición—. Relájate, asesino.
Max entrecerró los ojos para examinar al hombre al que siempre consideró un rival. Gabriel Masters sonrió y sus ojos de color avellana se iluminaron divertidos. El hechicero de pelo oscuro era del grado más alto, pero carecía de la destreza de Max. Aun así, tenía suficiente poder como para haber sido elegido el hechicero de Victoria… antes de que Max la hiciera suya.
—¿Qué haces aquí, Masters?
No eran amigos ni lo habían sido nunca. Al estar casi siempre los dos de caza, rara vez tenían la oportunidad de que sus caminos se cruzaran.
—¿No me invitas a entrar? —preguntó Masters.
Max dio un paso atrás e hizo una señal para que el otro pasara. Por toda la habitación hizo aparecer biombos para ocultar la cama donde dormía su gatita. A pesar de ello, el olor de sus feromonas estaba muy presente en el aire y Masters no era inmune a ellas. El hechicero se giró sin moverse del sitio y echó los hombros hacia atrás.
—Mía —le advirtió Max con voz grave.
—Es ella la razón por la que he venido —dijo Masters enfrentándose a él—. Ha corrido rápidamente el rumor de la derrota de hoy. Jezebel dice que te deshiciste de Powell con un solo golpe.
—¿Y qué pasa?
—Pues pasa que todos saben que tu Familiar te ha ayudado. No soy yo el único Cazador que se está pensando ahora hacerse con un Familiar.
—Tiene sus ventajas —admitió—. Pero los Familiares requieren muchísimo trabajo. Si se tratase de cualquier otra que no fuese Victoria, no creo que mereciera la pena el esfuerzo.
—Sí, puedo oler cuánto trabajo acarrea. —La sonrisa de Masters desapareció—. Algunos están preguntando si eres lo suficientemente fuerte ahora como para desafiar al Consejo Supremo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Max. Al Consejo no le iba a gustar aquello. Se tomaban las amenazas muy en serio. Si lo veían como una de ellas, tomarían medidas. Y el aumento de poder que le aportaba Victoria era lo que le daba ventaja.
—Yo me mantendría alejado de eso si pudiera —respondió lentamente, con cuidado de ocultar su inquietud—. Tengo aquí mismo todo lo que deseo.
—Tú sí. Puede que otros no.
Max cruzó los brazos sobre su pecho desnudo.
—No traigas la revolución a mi casa.
Masters sonrió irónicamente.
—¿Por qué no? Fuiste tú el primero que la trajiste al mundo de la magia.