Victoria se puso tensa cuando se dio cuenta de adónde la había llevado Max. Al contrario que el apartamento que él compartía con ella ahora, con su cálida gama de suelos de madera de tonos miel y de paredes de colores crema, el antiguo piso de soltero de Max era de estilo industrial. Un suelo de cemento pulido enfriaba las rodillas desnudas de Victoria y los conductos de aire vistos por encima de su cabeza y las paredes de color gris claro los rodeaban, junto con una impresionante colección de objetos sexuales.
El sexo se le contrajo lleno de deseo, pues su cuerpo estaba entrenado para anticipar los placeres que iba a disfrutar en aquel espacio tan familiar. Pero la rabia y los celos hervían en su interior. No quería jugar. Quería pelea.
—¿Dónde está Jezebel? —preguntó, manteniendo la cabeza hacia atrás para mirarlo desafiante.
La boca de Max se curvó con una lenta y sensual sonrisa.
—Tus celos me ponen la polla tan dura que me duele.
—¿¡Estás seguro de que tu excitación no se debe al hecho de haber visto a la mujer a la que te has estado follando durante veinte años!?
Max empezó a desnudarse. Se desabrochó los botones de la camisa de uno en uno, mostrando centímetro a centímetro la dura amplitud de su pecho.
—Ahora mismo podría estar dentro de ella —contestó con voz lenta, mirando con los párpados pesados por la excitación que se apretaba contra la cremallera de sus pantalones—. Está desnuda en nuestro apartamento. De rodillas y desesperada por mi polla.
Victoria ahogó un grito y, a continuación, se movió para levantarse.
—¿Qué coño…?
Con un despreocupado movimiento de la mano, él la desnudó y la mandó a la cama, que estaba al otro lado de la habitación. Una barra de prácticas de bondage apareció sobre el satén rojo, junto a ella, y un gran estremecimiento le recorrió el cuerpo al verlo. Pronto estaría indefensa y expuesta, con el cuerpo sujeto y dispuesto para servirle a él. Antes de Max, nunca se había imaginado que ansiaría ese grado de vulnerabilidad y pérdida de control. Ahora, no podía imaginarse sin ello. Él le decía qué tenía que hacer y sentir. Y, a cambio, ella alcanzaría orgasmos hasta volverse loca de placer.
—No puedes echarme en cara mi pasado —repuso él, con voz tensa y grave—. Me gusta follar. A ti también. Durante el resto de nuestras vidas vamos a follar solamente el uno con el otro. Lo demás no importa.
Se acercó a ella con ese caminar tan extremadamente sensual y que prometía darle todo lo que ella pudiera soportar, con sus músculos formando ondas por todo su cuerpo. Tenía una erección gruesa y larga y su ancho prepucio resplandecía por la excitación. Se curvaba hacia el ombligo, con un tamaño suficiente como para hacer que ella apretara las piernas ante el ansia que le despertaba. Victoria se incorporó y se sentó sobre sus piernas enroscadas, deseando tenerlo pero también deseando que le diera respuestas.
Le resultaba más difícil permanecer concentrada en la conversación de lo que le gustaría admitir. Sabía exactamente qué se sentía con aquel pene dentro de ella, cómo la abría y le frotaba todos los puntos más sensibles, cómo ella se retorcía bajo aquel cuerpo tan duro y le suplicaba que se lo diera todo.
—Max…
—Debería estar de caza.
Llegó a los pies de la cama y ella vio el sudor que resplandecía sobre los acerados surcos de su abdomen. Una gota cremosa y reluciente de líquido preseminal se deslizaba hermosamente a lo largo de su miembro de gruesas venas.
Eso lo hacía más sensual.
—Pero en lugar de estar allí, me falta el aire por todo lo que te deseo —continuó—. No puedo pensar. Estoy deseando meter mi polla dentro de ti y correrme hasta que las pelotas dejen de dolerme.
—¿Te ha puesto ella así de caliente? —preguntó Victoria en voz baja.
—Nunca. —Cogió la barra apretando el puño y, de repente, el cromo brillante parecía peligroso al estar sostenido por aquel brazo tan hermosamente definido—. Nunca he sentido esto por nadie. Lo sabes. Deja de dudar de mí, Victoria. Está empezando a hincharme los huevos.
Ella tomó aire rápidamente, sus pezones duros y ansiosos. Él estaba allí de pie, esperando, un hombre impresionante completamente en celo, con la expresión severa por la necesidad de montarla.
—Ya sabes qué tienes que hacer —dijo con voz ronca—. No me hagas esperar.
Victoria se giró y se tendió boca abajo, extendiendo las piernas para colocarse la barra. El pulso se le aceleró, estimulándole la respiración y el deseo. Aun así, no pudo evitar decir:
—Ella querrá que vuelvas.
Su antigua amante estaba en la casa, desnuda y dispuesta. ¿Qué excusa podría haber para eso?
—No me importa lo que quiera ella. Sólo me importas tú. —Una suave cinta de cuero envolvió el tobillo de ella apretándolo—. Tu magia está en mí. Te siento. Te huelo. —Deslizó la mano con veneración por la parte posterior de su pierna hacia arriba—. Te saboreo.
Ella gimió.
—¿Por qué está en nuestra casa?
—¿Por qué estás tan obsesionada con ella? —Dejó caer la mano con fuerza sobre su nalga. El sonido de la carne contra la carne retumbó como un trueno. Ella gritó y se retorció, con la piel ardiendo por el azote—. Sabes que te quiero demasiado. No hay sitio para nadie más.
Su voz vibraba de la emoción y Victoria apretó los ojos al cerrarlos. La mano de él le golpeó con fuerza la otra nalga y el calor le recorrió las piernas, hinchándole los labios de su sexo.
—No sabes cuál es vuestro aspecto cuando estáis juntos —se quejó ella—. Lo evidente es que os gusta follar juntos. No lo comprenderás a menos que me veas con alguno de los Cazadores que vino antes que tú. Si vieras cómo me miran, de un modo que deja claro que saben lo que se siente si les mamo la polla… si están dentro de mí…
—Victoria —gruñó él justo antes de doblarse y hundir los dientes en su cadera. Castigándola. Marcándola.
Victoria gimoteó, tan excitada que el cuerpo le dolía.
—Odio que ella sepa lo que se siente contigo. Los sonidos que haces. Odio que la desearas tanto.
—No tanto como a ti —susurró él, acariciándole la mejilla con la suya—. Ni por asomo.
El otro puño de cuero se abrochó por arte de magia en el tobillo.
—Hoy han ido a por ella —le explicó él con voz áspera—. La han atacado en la calle a plena luz del día estando yo a su lado.
A Victoria se le cortó la respiración.
—Te dije que esta caza era peligrosa. Te dije que irían a por quienes me rodean. Podrías haber sido tú…
La voz se le quebró. Deslizando las manos suavemente por debajo de su torso, las colocó sobre sus pechos, tiró de ella hacia arriba para que se pusiera de rodillas. Él se montó sobre la cama mientras le tiraba y le exprimía los pezones, Victoria sintió el pecho de él caliente y duro sobre su hombro y su pelo como una suave caricia sobre su cuello. Arqueó la espalda apretando sus ansiosos pechos contra las manos de Max y dejó que su equilibrio dependiera por completo de la fuerza de él.
—Podrías haber sido tú —repitió él con los labios sobre el cuello de ella—. Y yo no podría haberlo soportado, Victoria.
—Deja que te ayude. Por favor.
—Me ayudas ahora. —Le agarró con fuerza la nuca y la echó hacia delante, sujetándola por la cintura mientras ella se doblaba para apretar la mejilla contra la cama.
Extendió los brazos entre las piernas desplegadas y quedaron al instante atados a la barra con unos puños de cuero. Se quedó indefensa e incapaz de moverse, con las caderas arqueadas hacia arriba y el sexo abierto y en posición para darle placer a él. Para la más profunda de las penetraciones.
Victoria gritó de la excitación y ante la expectativa. Cuanto más sujeta estaba, más caliente se ponía Max. Y cuanto más caliente se ponía él, más lo deseaba ella.
Max se incorporó y chasqueó los dedos. Fue el único aviso que ella tuvo antes de que el latigazo de un flagelador le quemara la parte posterior de sus muslos. Victoria gimió sobre el edredón, absorbiendo el pico del dolor con el sexo apretado. Dentro de ella, algo se rebeló. Pero no era más fuerte que su deseo. Max la llevaba a lugares a los que no quería ir y a los que, sin embargo, estaba deseando llegar.
Él le acarició la piel caliente y dolorida.
—Deja de pelearte conmigo.
—Fóllame.
El flagelador volvió a bajar. Ella apretó los dientes ante aquel placer/dolor. Max hacía uso de la perfecta cantidad de fuerza con destreza y meticulosidad. Victoria no pudo evitar preguntarse cuánta experiencia tenía, cuánta oscuridad había en él que le hacía necesitar una innegable subyugación.
—Deja de analizarme. —La voz de Max sonaba grave y controlada, tranquila y autoritaria. Le asestó otro azote, golpeándole sobre una carne nueva con una precisión certera. Cuando hubo terminado, las marcas pasajeras que le dejó formaban un dibujo claramente artístico—. Deja de dudar de mí.
—Max… —La súplica de su voz procedía de un manantial interno que sólo él había conseguido abrir.
—Deja de cuestionarme. Sólo he pasado dos días fuera, Victoria. Y pareces haber olvidado lo que me prometiste. —Las correas de gamuza golpearon sobre sus nalgas—. Servirme, obedecerme y complacerme. Nunca cuestionar una orden ni negarme nada. Nunca decirme que no.
—Te doy más de lo que nunca he dado a nadie.
El fustigador cayó con más fuerza. No lo suficiente como para lastimarla, pero sí como para que le prestara más atención. Al sonido de su respiración regular e impasible. A los latidos desbocados del corazón de ella.
Para hacer que se pusiera más húmeda. Más necesitada.
—Estás demasiado concentrada en tu vulnerabilidad —dijo él canturreando en voz baja mientras le masajeaba la carne ardiente con sus suaves dedos—. Era un regalo que me prometiste cuando pedí tenerte, pero lo cierto es que nunca me lo has dado, ¿verdad? Pero yo sí he cumplido lo que te prometí. Quererte… valorarte… mantenerte a salvo.
—Tu vida es peligrosa, Max. Tú eres peligroso. Forma parte de lo que eres.
—¿Sigues todavía discutiendo conmigo, gatita?
Ella se puso tensa, pero él le contagió su juego. Pasó del dolor al placer. Sus hábiles dedos planearon por encima de su vulva expuesta. Victoria se estremeció cuando aquella sensación le recorrió el cuerpo, tensándole la piel. Se le escapó un jadeo mientras le frotaba el clítoris y daba vueltas alrededor de él ejerciendo una ligerísima presión.
—¡Qué coño tan bonito! —murmuró, soltando su aliento caliente sobre los brillantes pliegues de ella. La provocó con la lengua, lamiendo el borde de su sexo—. Suave, apretado y cremoso. Voy a follármelo con fuerza y a tener el más delicioso de los orgasmos dentro de él. Voy a bombear hasta llenarte de semen denso y suave.
—Sí. Max… por favor.
Él se incorporó, la besó en los labios y le dio la vuelta para ponerla boca arriba. Victoria quedó tumbada con las piernas abiertas.
—No te corras.
Ella lanzó un gemido y tragó saliva.
—Te he obedecido.
Los ojos plateados de Max la miraron desde un rostro marcado por el deseo. Había en su mirada un salvajismo que ella no había visto antes.
—En la práctica, pero ¿es lo que querías?
Ella sintió un hormigueo de alarma en todo su cuerpo.
—¿Qué ha pasado hoy, Max?
Sujetando la parte posterior de la pierna de Victoria, Max se cogió el miembro con la mano y lo pasó entre los labios de su sexo, cubriéndolo con el líquido preseminal que le salía copiosamente de la punta. Lo tenía grande y duro, mucho más grueso de lo que ella había visto antes. Las venas le recorrían todo el miembro lo mismo que por sus antebrazos en tensión, su cuerpo listo para aparearse con la fuerza que había prometido.
—He derrotado a uno de ellos —espetó con los dientes apretados.
A continuación, embistió con su pene dentro de ella y su magia la azotó por dentro con igual fuerza.
La boca de Victoria se abrió con un grito silencioso. Poseída por él. Devastada.