—Demasiado fácil —dijo Xander con los ojos puestos en la Familiar de espalda rígida mientras ésta entraba por la puerta del Hotel St. John. Una entrada a la que él había lanzado un hechizo que provocaba inquietud.
Sirius volvió la cabeza para seguir a Westin mientras cruzaba la calle. Tenía más de una cuenta que saldar. Quería darle al Consejo Supremo donde más le dolía, y convertir a su chico de oro en un señor oscuro sería un golpe devastador. Westin ya les había adelantado buena parte del trabajo al atravesar el Reino Transcendual. Su aura estaba contaminada por ese esfuerzo. Debía ser un animal solitario… al que cazar… Pero Westin siempre se salía con la suya. El Consejo tenía más miedo de perderlo que de conservarlo.
—Necesitaremos algo más que ese pequeño enfado —murmuró Sirius—. Tenemos la oportunidad de mancillar a esa Familiar. Si metemos la pata, Westin se dará cuenta y tomará medidas. No tendremos una segunda oportunidad.
—¿Se te ocurre algo?
—Él necesita tener un motivo para no dejar que Patridge siga su camino. La mantendrá cerca si cree que es un objetivo.
—¿Quieres enfrentarte a los dos a la vez? —Xander miró a Sirius con los ojos abiertos como platos—. ¡Así se habla!
Sirius se trasladó a un lugar por delante de Westin y su bombón y se quedó entre las sombras. Extendiendo una mano espectral —formada por codiciosos rizos de humo gris—, lanzó un hechizo con el que creó un charco oscuro en la acera. Se revolvía suavemente y formaba ondas al notar que su presa se acercaba. Xander se unió a él justo cuando Jezebel Patridge pisaba el engañoso charco de agua de apariencia superficial.
Ella gritó cuando el agua le subió por el cuerpo como una manga, abrazando ávidamente las curvas que Westin conocía de una manera tan íntima. De la garganta de Sirius salió una carcajada…
Westin se giró de pronto. Extendió las manos y lanzó una bola de energía desde las yemas de sus dedos que golpeó a Sirius en el pecho con certera precisión. Lo lanzó hacia el interior de las sombras dando vueltas. Y después, más lejos, al olvido.
Arianna se acomodó en el asiento que había delante de la mesa de Victoria y cruzó sus piernas envueltas en pantalones vaqueros. Aquella bruja llevaba su pelo rojizo muy corto y de punta. Los ojos marrones muy maquillados con lápiz de ojos y los labios pintados de color borgoña acentuaban la palidez de su piel inmaculada. También hacía que la gente la tomara por una delincuente carente de talento.
Lo cierto era que Arianna era la mejor ayudante que había tenido nunca Victoria. Ya se tratara de alguna información o de algún objeto, ella lo encontraría.
—Westin ha estado follando con Jezebel Patridge de vez en cuando durante los últimos veinte años, más o menos —le informó la bruja, dejándose caer con su habitual pose desgarbada.
Victoria aguantó la respiración y, a continuación, la expulsó con fuerza.
—¿Veinte años?
—Nada serio, por lo que yo sé. La mayoría de la gente con la que he hablado los describe como amigos con derecho a roce. Lo cierto es que él no ha sido ningún monógamo. Ha estado saltando de cama en cama todo el tiempo. Aunque no siempre ha sido en camas, por lo que me han dicho.
Aquello no hizo que Victoria se sintiera mejor.
—Veinte años es mucho tiempo.
—Sí. —Arianna se encogió de hombros—. No hay historias truculentas de ninguna ruptura desagradable ni cosas así. Me da la impresión de que se trata más de una decisión de los dos de tomarse un descanso que de una separación.
Victoria se apartó de la mesa, se puso de pie y empezó a andar. Su necesidad felina de deambular cuando se sentía enjaulada había hecho acto de presencia con una venganza. Todo parecía estar enrarecido. El personal del hotel estaba siendo dirigido de manera desordenada por las preguntas y peticiones de los huéspedes. Victoria se preguntó si la inquietud que ella sentía estaba afectando a todos los que la rodeaban o si era lo contrario.
—Además, Patridge se ha convertido en una especie de experta en Westin y en su técnica. Ha impartido clases en la academia en las que analizaba los métodos que él utilizó para capturar a Barnes y Powell, así que la información que he recopilado viene, sobre todo, de ella.
Ello significaba que Jezebel podría ser realmente útil para Max en una caza de esos mismos granujas, y pensar en eso no tranquilizaba a Victoria. Había investigado a Max cuando se conocieron, pero sólo superficialmente. Se daba cuenta de que, de forma inconsciente —pero probablemente también deliberada—, había evitado indagar sobre su vida personal. Incluso entonces, ella no había podido soportar la idea de que él estuviese con otra.
—¿Han realizado cazas juntos en el pasado? —preguntó Victoria, deteniéndose en la ventana para contemplar la jungla urbana que se extendía ante ella. La niebla se cernía sobre la ciudad oscureciendo las plantas superiores de los rascacielos que salpicaban el paisaje en varios kilómetros. Por debajo, el tráfico se deslizaba por las calles en filas infinitas y la cacofonía de la ciudad bañaba sus aguzados sentidos felinos.
—No que yo haya podido saber. Oye, no te vuelvas loca con esto. Ningún tío lo merece. Además, los compromisos deben cumplirse por parte de los dos. Casi nunca se oye hablar de parejas que se anden fastidiando el uno al otro.
—Casi nunca se oye hablar tampoco de parejas compuestas por un Cazador y una Familiar —repuso Victoria con frialdad, volviendo la cara de nuevo hacia la pelirroja.
—Cierto. —Arianna se puso de pie y sacó de su bolsillo una unidad de memoria USB. Se la lanzó a Victoria—. Pero él no vale una mierda si no sabe tenerla guardada dentro de los pantalones por ti.
Victoria cogió el dispositivo y cerró la mano en un puño alrededor de él. El nivel de experiencia de Max había quedado claro desde el momento en que ella le echó el ojo. Cada centímetro de su cuerpo exudaba pecado y sexo. Desde su forma de moverse hasta la seguridad que había en sus ojos. Y cuando la tocaba, su destreza la volvía loca.
Max Westin hacía el amor como los dioses.
Aun así, los hombres que jugaban a veces se terminaban descarriando y, claramente, Jezebel tenía algo que a Max le había gustado disfrutar una y otra vez. Durante décadas.
—Te pasaré la factura —dijo Arianna antes de salir.
Reponiéndose, Victoria se sentó a la mesa y conectó la memoria USB. Estaba deslizando la flecha para pulsar sobre el fichero cuando sintió los primeros hormigueos de la magia de Max introduciéndose en la suya. Sin mayor aviso, la intensidad de la atracción estalló. La absorbió la fuerza como un fuerte torbellino, tirando de ella hasta que cayó de la silla sobre el suelo.
—Maldita sea. —Jezebel se quedó mirando la humeante taza de té que sostenía entre sus manos—. Ese asalto no debía haberme asustado tanto.
Max estaba de pie junto ella, con lúgubres pensamientos.
Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo. Jezebel llevaba puesta una de las batas de Max. Se había desecho de su ropa porque estaba contaminada. Se había duchado, pero su pelo y su maquillaje estaban tan perfectos como siempre, retocados con un sencillo conjuro.
Él miró el reloj de pared. Sabía que Victoria saldría del hotel en una hora. No podía arriesgarse a que volviera a casa sola y sin protección, por muchos poderes que tuviera.
—Tengo que irme.
—¡No vayas a por ellos sin mí! —protestó Jezebel poniéndose de pie, movimiento que hizo que la bata que llevaba se abriera y dejara ver su pierna desnuda.
En el pasado, aquella visión habría removido el deseo de Max y le habría puesto dura la verga, pero ahora tenía poco efecto sobre él. Sus pensamientos estaban con Victoria.
No estaban del todo concentrados en mantenerla a salvo.
Animado por el hecho de hacer uso de toda la fuerza de su magia, su deseo estaba candente y su mente pasaba de una visión erótica a otra. Quería a su mujer desnuda y atada, con su ágil cuerpo tendido y abierto para su disfrute. Sólo entonces estaría ella abierta a la oleada de magia que repondría lo que él había tomado de ella antes. Y también le repondría a él, lo que aumentaría las reservas que necesitaba para derrotar a su presa de una vez por todas.
—Voy a por Victoria —dijo con la voz ronca por lo profundo de su deseo.
Jezebel apretó los labios al oír cómo mencionaba a su Familiar.
—Voy contigo.
—No es una buena idea. —Su gatita ya se había alterado bastante con Jezebel. Pero más importante era el hecho de que cuando él pusiera sus manos sobre Victoria, no la iba a soltar hasta que hubiese derramado hasta la última gota dentro de ella. Estaba claro que Jezebel no iba a estar conforme con tener que esperar mientras él lo hacía.
—¿Es que no sabe cómo eres, Max? —preguntó ella con la mirada resplandeciente… e igual de dura—. Los celos son inútiles contigo.
—Ya no soy el hombre con el que solías follar, Jezebel.
—Entonces, ¿es que ella te ha domesticado a ti? —le provocó en voz baja—. Qué pena.
Max torció la boca y se alejó. Decidió no molestarse en ponerse el chaleco y la chaqueta. Tenía la sangre caliente por la caza y eso hacía que prefiriera la piel desnuda a ir vestido.
—Jezebel, tú y yo podemos ser amigos o no. Tú decides.
Ella se materializó desnuda y de rodillas delante de él, con la cabeza inclinada en una postura de sumisión que sabía que sería un estímulo para su naturaleza dominante. Se colocó las manos en las rodillas mientras su cuerpo esperaba sus órdenes.
—Mientras me metas la polla dentro, puedes llamarme lo que quieras. La necesito, Max. Me siento vacía sin ella.
Max respiró hondo. Su cuerpo estaba duro y dolorido y la magia negra seguía aferrada levemente a Jezebel, invocando la oscuridad que había dentro de él. La mente del Cazador conservaba recuerdos ardientes de su pasado con Jezebel, una verdadera sumisa, lo que provocó una reacción reticente ante la visión de su capitulación. Aunque Victoria se rendía al final, no era sin mostrar cierta resistencia. Le daba el control a él porque decidía complacerlo, no porque se viera forzada de verdad a hacerlo.
Pero ella era la única mujer a la que él quería. La única que podía apaciguar a la bestia que había dentro de él.
Se dirigió rápidamente al despacho de Victoria, instigado por la idea de someter su carácter desafiante por naturaleza. En ese sentido, Jezebel tenía razón: a Max le encantaban los desafíos.
Su gatita estaba sentada tras su mesa con una expresión de concentración en su precioso rostro mientras leía algo en la pantalla. Tenía sus largas y esbeltas piernas cruzadas a la altura de los tobillos por debajo de la mesa y unos pendientes de diamante relucían con un fuego de múltiples tonalidades en sus orejas. Él apareció detrás de ella, leyendo por encima de su hombro, intrigado al darse cuenta de que estaba investigándolo a él.
Oh, dioses, cómo la amaba. Le encantaba que estuviese tan consumida por él como él lo estaba por ella.
—Quiero tu coño —dijo con brusquedad impulsado por su necesidad—. Y tu culo.
Victoria giró la cabeza hacia él y se puso de pie.
—Max, ¿qué carajo ha pasado hoy?
Él chasqueó los dedos y le quitó la ropa, dejándola tan desnuda como había estado Jezebel. Las dos mujeres no podían ser más distintas, no sólo en su apariencia, sino también en el efecto que provocaban en él. Mientras el deseo se le despertaba de manera instintiva con Jezebel, lo que Victoria le provocaba era un tipo de ansia completamente distinto. Voraz. Insaciable. Que le llegaba hasta el alma. Que estaba provocado tanto por su amor por ella como por el deseo por su cuerpo.
—De rodillas —le ordenó.
—Max…
—Ahora.
Victoria apretó la mandíbula antes de echar la silla a un lado y obedecer. Aquel indicio de rebelión fue un nuevo impulso para Max. Le tocó el hombro y la llevó hasta su ático al otro lado de la ciudad, un lugar donde él ya no residía pero que mantenía como cuarto de juegos.
—Muy bien, gatita. Es hora de jugar.