A primera hora de la mañana, Max se levantó de la cama con cuidado de no despertar a Victoria, que dormía profundamente. Puede que ella aún no se hubiese dado cuenta, pero la estaba vaciando y su magia estaba aprovechándose ávidamente de la de ella. Así era como actuaba la magia negra parasitaria. Era voraz y aniquiladora de almas y convertía a los hechiceros y brujas en adictos a los que no les importaba nada aparte de su próxima dosis.
Max se puso los pantalones y se ató el cordón mientras salía a la sala de estar. Durante la siguiente hora, aumentó la protección alrededor del apartamento, reforzando la seguridad para proteger su posesión más valiosa. Había estado a punto de perder a Victoria en la batalla contra el Triunvirato y casi había perdido la cabeza en el proceso. Esa noche había cruzado una línea al utilizar tanto la magia blanca como la negra para traerla de vuelta del Reino Transcendual. En ese momento, cambió, mancillado por aquella violación de una ley sagrada. El Consejo decidió no renegar de él, pues era demasiado valioso para Ellos como hechicero capaz de hacer lo que fuese necesario.
Una vez protegido su hogar, entró en el dormitorio. La mujer que dormía en su cama estaba estirazada como un gato, con los brazos por encima de la cabeza y las piernas extendidas. Unos suaves ronroneos retumbaban en el aire y llenaban a Max de una felicidad que no había conocido antes de ella. La sábana de satén de oscuro color púrpura envolvía su piel pálida y cubría su terso vientre, aunque dejaba al aire un pecho y una pierna.
No debió haber regresado a casa para verla después de comenzar la caza. Debería haber permanecido fuera hasta que hubiese terminado.
—Max.
Forzando una sonrisa, se inclinó sobre Victoria y besó su suave boca.
—¿Por qué te has levantado?
Él acarició su nariz contra la de ella y, a continuación, se incorporó.
—Estaba pensando qué darte para desayunar.
—Mmm… —Adoptó su sonrisa de gata, una provocación a la que el cuerpo de él reaccionó al instante.
—¿Quieres ducharte antes o después? —Max disfrutaba de Victoria de cualquier forma, pero desnuda y mojada era una de sus favoritas.
—Quiero quedarme en la cama todo el día contigo.
Max respiró hondo, pues deseaba lo mismo, pero sabía que no podía permitirse el lujo de perder un día entero. Mientras Powell y Barnes estuviesen en la calle, Victoria corría peligro.
—Pronto, gatita.
Victoria entrecerró los ojos.
—¿Vas a empezar la caza?
—No hay momento mejor que éste. —Se dirigió a la cocina con la esperanza de evitar una pelea.
Se dio cuenta de que había sido en vano cuando un gato negro y meloso corrió a su lado y se sentó rápidamente en el umbral de la cocina. Victoria no podía seguir el ritmo de él en su forma humana, pero le había ganado en la felina.
—Cariño —dijo él con tono serio moviéndose para no pisarla y recibiendo un golpe.
Ella cambió de forma y apareció ante él en toda su gloriosa desnudez.
A él se le cortó la respiración, como ocurría siempre que la veía desnuda. Nunca había deseado más a ninguna mujer.
Con un movimiento impaciente de los dedos, la cubrió con una bata de seda roja y le gustó cómo ese color contrastaba con su piel cremosa y su pelo negro.
—No vamos a discutir sobre esto otra vez.
—Al menos, dime adónde vas y cuánto tiempo vas a estar fuera.
Max la miró sorprendido.
—Eso ha sonado como una orden.
—Quizá lo sea. Max, tú me seguiste cuando yo traté de salir de tu vida. Me reclamaste. Si no querías problemas, deberías haber dejado que el Consejo me apareara con Gabriel, como era su intención…
«¡Victoria!». La magia salió de él junto con unos agrios celos. No podía imaginársela con ningún otro, le ponía furioso.
—Me estás presionando, gatita.
Al ver el temor en sus ojos, Max tiró de ella para acercársela y la besó en la frente.
—Están cerca —dijo en voz baja—. Muy cerca. Necesito saber que estás a salvo o les proporcionaré una oportunidad que, de otro modo, no existiría.
—Yo también los noto —contestó ella acurrucándose en sus brazos—. Eres fuerte, Max. El hechicero más fuerte que he conocido. Pero ¡son dos contra uno! Al menos, conmigo puedes igualar las posibilidades.
—Puedo igualarlas sin ponerte en peligro.
—Con la magia negra. ¡Eso es demasiado peligroso!
Max apoyó el mentón sobre la cabeza de ella.
—Los iguales se atraen. Tengo que hacer que se acerquen.
—¡Por eso es aún más importante que yo esté contigo! —Se apartó para mirarlo y sus ojos esmeralda le suplicaban—. Puedo dejarte encerrado.
—O yo puedo corromper la magia de Darius y lanzarte demasiado lejos.
—¿Es a eso a lo que tienes miedo?
Max la soltó y le pasó una mano por el pelo.
—Entre otras cosas.
—Nunca he tenido nada que perder.
Victoria le colocó la mano en la mejilla y se puso de puntillas para juntar su boca con la de él. Clavó su lengua sobre los labios de Max y dejó en ellos su sabor.
—No te preocupes por mí —murmuró.
—No puedo evitarlo. —La agarró de la muñeca y sintió lo frágil que era. A pesar de todo su poder, era vulnerable y delicada—. No lo voy a conseguir sin ti, Victoria. Lo eres todo para mí.
—Max…
La besó, silenciando así las súplicas que trataban de debilitar su determinación.
Victoria se esforzó por aceptar la decisión de Max, combatiendo la sensación premonitoria que la perturbaba. Lo último que deseaba era distraer en modo alguno la atención de Max de su caza, a pesar de estar segura de que no debería ir solo.
Max le subió la cremallera de la falda y, a continuación, le pasó las manos por la cadera. Le acarició la nuca con los labios y ella cerró los ojos. Estaba tan acostumbrada a que cuidaran de ella que se había sentido perdida los dos días que Max había estado fuera.
—¿Lista? —preguntó él.
Victoria asintió, aunque era mentira. Max la llevaría al trabajo y, después, desaparecería y ella no tenía ni idea de cuándo estaría de vuelta —si es que volvía—. No era propio de ella aceptar no salirse con la suya. Max era el único que le había dicho alguna vez que no. Aprendió a aceptarlo porque sabía que la recompensa haría que el sufrimiento de la negativa mereciera la pena, pero esta vez no veía ninguna recompensa más allá de esperar y rezar porque él regresara a ella con vida y sin corromper.
Entrelazó su mano con la de ella y, en un abrir y cerrar de ojos, estaban en la esquina del St. John. Victoria volvió a quedarse anonadada ante la envergadura de los poderes de él… y eso la excitó. Max hacía uso de su magia con gran facilidad. Sin ningún esfuerzo. Y lo hacía con un aire de dominio que le resultaba sensual y enormemente atractivo.
—No bajes la guardia —dijo Max en voz baja.
—Por supuesto que no.
La besó en la frente, en los párpados, en la punta de la nariz y, después, por fin en la boca. Su olor era maravilloso y su aspecto aún mejor. Alto, fuerte y esbelto, con sus anchos hombros envueltos en un Armani entallado. Aquel traje negro de tres piezas hacía juego con su pelo oscuro, enmarcando un rostro esculpido que aún seguía haciendo que a ella se le cortara la respiración al verlo sonreír.
—Deja de preocuparte —le advirtió él.
Abrumada por el miedo, Victoria lo agarró de la corbata.
—Deja esta caza. No vayas.
—Victoria…
—Pueden enviar a otro.
—Yo no quiero que envíen a otro.
Ella se quedó inmóvil.
—¿Por qué? ¿Es que el Consejo Supremo te ha amenazado? ¿Me han amenazado a mí?
—No. —Le puso la mano en el cuello y sus ojos plateados le recorrieron el rostro—. Yo me dedico a cazar, Victoria. Siempre lo has sabido.
—Sí, pero habrá otras ocasiones. No tienes por qué aceptar…
—No tan estimulante como ésta.
Ella se quedó mirándolo y la respiración y el pulso se le aceleraron.
—¿Preferirías esta caza a mí?
—No digas eso. —Su expresión se endureció—. Soy quien soy. No me querrías de otro modo.
—¡Te quiero vivo!
—Tú quieres a un depredador como tú. Has derrotado a todos los Cazadores que te han acechado antes de que yo apareciera. Los derrotaste y los echaste a un lado. —La agarró de los brazos y la puso de puntillas—. Me dedico a cazar y a atrapar a otros. Yo te cacé a ti. Y me quedé contigo. Y volveré a casa contigo. No intentes atarme, gatita. Yo no lo aceptaría y tú no lo querrías.
«Te quiero».
Ella lo miró atentamente a los ojos mientras sus palabras recorrían la mente de él.
«Yo también te quiero».
Max la envolvió en sus brazos. La sostuvo cerca y a ella no le importó que estuviesen abrazados en la calle mientras la gente pasaba a su lado. No quería soltarlo.
—Vamos —dijo Max por fin apartándose—. Cuanto antes empiece, antes habré terminado.
—Ya has empezado.
El pecho de Max se expandió al respirar honda y lentamente. Un reconocimiento silencioso.
Con la mano en el codo, le hizo doblar la esquina y se detuvo de pronto. Victoria dio un traspiés a su lado e hizo acopio de sus poderes para enfrentarse a la amenaza. No era lo que se esperaba.
Ella no era lo que Victoria se esperaba.
Menuda y voluptuosa, aquella rubia que aguardaba delante del St. John estaba claramente esperando a Max, como evidenció la amplia curva que se formó en sus labios rosados cuando lo vio. El cuerpo de Max se puso tenso al verla e hizo que a Victoria le crecieran las garras mientras un gruñido grave resonaba en su pecho.
Aquella mujer era una bruja. Y poderosa. Victoria pudo sentir la magia que desprendía. Con altísimos zapatos de tacón de aguja y un vestido cruzado azul sin mangas, aquella bruja atraía las miradas de todos los hombres que la tenían en su campo de visión.
—Por fin vienes —dijo la rubia, acercándose a ellos con un andar lento y seductor mientras balanceaba su cabello largo hasta la cintura—. Siempre te gusta hacerme esperar. No es que me haya quejado nunca.
Ignoró a Victoria por completo.
—Jezebel —contestó Max con voz cansina—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Cuando escuché tu nombre unido a los de Powell y Barnes, no había nada que pudiera mantenerme alejada. Una caza doble como ésta aparece una vez en la vida. —Sonrió y sus ojos azules resplandecieron con un reconocimiento femenino mientras lo recorría con la mirada de la cabeza a los pies—. Teniendo en cuenta todo el tiempo que dura nuestra vida, querido, es mucho decir.
Se detuvo delante de Max y le pasó la mano por la corbata, sin tener en cuenta el hecho de que él tuviese la mano entrelazada con la de otra mujer. Max la agarró de la muñeca, lo cual hizo que la sonrisa de ella se ensanchara.
—Jezebel, permite que te presente a Victoria. Cariño, ésta es Jezebel… una vieja amiga.
Victoria se enfureció, consciente de lo buena «amiga» exactamente que Jezebel había sido de Max. Saltaba a la vista la sensualidad que había entre los dos, igual que su química.
«¿Te has follado a ésta?», preguntó.
«Guarda tus garras, gatita».
Jezebel dirigió la mirada a Victoria por primera vez.
—Una Familiar. Qué curioso. Me habían dicho que te habías emparejado con una, pero no me lo podía creer.
—Pues créetelo —gruñó Victoria enfatizando sus palabras con un repentino soplo de aire que hizo que la rubia se tambaleara hacia atrás sobre sus tacones.
—Victoria —le advirtió Max. «No puedes enfrentarte a ella. Es muy poderosa».
«No me importa. ¡Está hablando de mí como si yo no estuviese presente!».
«Está tratando de hacerte enfadar —respondió él con seriedad—, y tú se lo estás permitiendo».
Jezebel se rio con una carcajada y se apartó el pelo.
—No está nada domesticada, ¿verdad? Conociéndote, Max, eso te parecerá un entretenimiento estimulante.
Victoria esperó a que él dijese algo en su defensa.
—Deja que lleve a Victoria hasta la puerta y después hablamos —dijo en su lugar.
«Si te vas con esa puta, me voy a enfadar».
«Ya lo estás», repuso él.
«¡Max!».
Sintió el destello de magia que cortó el flujo de pensamientos que compartían y notó un nudo en el estómago. Max estaba cambiando. Y lo que era peor, estaba desconectándose de ella mientras lo hacía.
Su beso superficial en la frente y un rápido «te quiero» no consiguieron aliviar el miedo que ella sentía de estar perdiéndolo.
Victoria vio a través de las puertas giratorias del St. John cómo Jezebel tomaba a Max del brazo y cruzaba con él la calle. Formaban una pareja llamativa. Max, alto y oscuro, y Jezebel, pequeña y dorada. Había también una familiaridad natural en el modo en que se movían juntos.
Max había estado con ella durante un período de tiempo considerable en algún momento.
Furiosa por los celos y el sentimiento de posesión territorial, Victoria se dio la vuelta y se dirigió a los ascensores, decidida a descubrir exactamente qué tipo de amenaza suponía Jezebel.