Tres

Max cortó otro trozo de vieira, la mojó en una deliciosa salsa de nata y, a continuación, la llevó hasta los exuberantes labios de Victoria. Ella ronroneó mientras masticaba, barriéndole con sus uñas la pierna al tragar. El orgullo y el placer recorrían el cuerpo de Max junto con el calor de dos dedos de buen whisky.

Ella negó con la cabeza cuando él cortó otro trozo.

—Ya está. No puedo comer un bocado más.

Max dejó el tenedor en la mesa, se inclinó hacia ella y le lamió una gota de nata de la comisura de su boca. Nunca había pensado en tener una Familiar. Nunca creyó que querría contar con esa responsabilidad. Pero cuidar de Victoria —darle de comer, bañarla, quererla— era su razón de ser.

—Has traído una película —le recordó—. ¿Quieres verla?

—¿Y tú? —La voz de Victoria sonó suave y ronca y sus mejillas se sonrojaron llenas de vitalidad.

Cuando se conocieron, ella estaba muy delgada, sufría por la ausencia de un dueño que cuidara de ella. Había perdido a su anterior hechicero, Darius, dos siglos antes, y el abandono le había pasado factura tanto en su apariencia como en su temperamento. Se había convertido casi en una salvaje, provocaba al Consejo Supremo con fortuitas travesuras y se burlaba de los numerosos Cazadores que habían enviado para que la domesticaran.

Atraído por aquel espíritu, Max se había esmerado en sus cuidados desde que Victoria pasó a ser suya, manteniendo la mano firme con la que se desarrollaban los Familiares, pero proporcionándole espacio suficiente para que continuara desafiándolo. Se trataba de un delicado equilibrio que contentaba a los dos. Él la amaba con cada centímetro de su cuerpo y la deseaba con una necesidad tan profunda que era insaciable.

—Vamos a verla —contestó él deseando retenerla mientras pensaba cuáles serían sus siguientes pasos. Ya había tenido más de un orgasmo antes. Había comprendido lo peligroso que era su búsqueda de Sirius y Xander. La magia que había vaciado en Victoria estaba contaminada y ella la había limpiado para él, haciéndole recuperar su ecuanimidad, pero ¿a qué coste para ella?

Victoria llevó el vino y las copas a la sala de estar mientras él quitaba las cosas de la mesa. Cuando se unió a ella en el amplio espacio de la sala de estar de su ático, vio velas encendidas en cada superficie y a su mujer acurrucada en el sofá con el mando a distancia en la mano. Dedicó un momento a estudiar su cuerpo, dorado a la luz de las velas y, a continuación, encendió la chimenea con un chasquido de dedos. Se echó en el sofá y sonrió mientras ella se arrimaba a él y ponía en marcha la película. La elección de ella de Los mercenarios 2 le hizo sonreír. Era muy… típico de ella. Recostándose sobre los cojines, le pasó los dedos por el pelo y pensó en cuál sería el modo más eficaz de hacer salir a su presa.

La película iba por la mitad cuando Victoria decidió que merecía una recompensa. Max sabía que para ella no resultaba fácil la sumisión, en parte por su naturaleza y en parte por Darius, que le había regalado su magia mientras yacía moribundo tras una batalla contra el Triunvirato. Ella era la Familiar más poderosa de la que el Consejo había tenido noticia y su apareamiento con él, el Cazador más consumado, la hizo aún más fuerte. Le resultaba difícil ceder el control y él valoraba enormemente el hecho de que lo hiciera.

Agradecido por su amor y confianza, le pasó la mano por la elegante curva de su espalda y, después, la deslizó por debajo del dobladillo de la bata para jugar con ella.

Victoria giró la cabeza para rozar su mejilla con la de él y Max sintió su aliento caliente contra su cuello cuando ella susurró:

—Ah, Max… Me encanta cuando me acaricias.

Él la subió a su regazo de cara a la televisión y le separó las piernas a cada lado de su propio cuerpo para abrirla y continuar con sus caricias exploradoras. Victoria dejó caer la cabeza sobre su hombro y su respiración se aceleró cuando él la separó para masajearle el clítoris. Max ladeó la cabeza y le lamió el lóbulo de la oreja con la lengua, mientras su verga se volvía dura y vibrante contra la curva de su trasero.

—A mí me encanta tocarte —contestó él en voz baja, deslizando un dedo en el interior de su suave y sedoso sexo.

Ella bajó el volumen del sonido envolvente con sus poderes y cubrió con una mano la que él deslizaba entre las dos mitades de su bata para colocarla sobre su pecho.

—Me necesitas, Max. No sólo en tu vida y en tu cama, sino en tu trabajo. Sobre todo, en una caza como ésta.

Max sacó su dedo lubricado y regresó con dos, embistiendo suavemente el interior de su trémulo útero.

—Irán a por ti para llegar hasta mí.

—Por supuesto que lo harán. —Tomó aire temblorosa mientras él la llevaba deliberadamente a un estado de excitación extrema, masajeando con sus dedos los tejidos sensibles de su interior—. Pero nosotros somos más fuertes juntos que por separado.

Lamiéndole la oreja, Max presionó la base de la mano contra su clítoris. Ella jadeó y se corrió, estremeciéndose encima de él. La sensación de tenerla retorciéndose en su regazo era deliciosa. Max se preguntó cómo había sobrevivido antes de encontrarla. Cuando miraba su pasado le parecía que no había más que sombras, recuerdos que carecían de claridad y definición. Parecía otro mundo lejos de la intensidad de esta existencia.

El resto de la película pasó en una neblina y Max sólo prestó atención al tesoro que tenía en sus brazos. Metía los dedos dentro de ella y los sacaba de un modo deliberadamente lento, con suavidad, haciendo que se corriera en repetidas ocasiones hasta que le suplicó que le diera su pene.

Cuando empezaron a pasar los títulos de crédito, él le colocó la mano en la mandíbula y le giró la cabeza. Tomó su boca con toda el ansia que surgía de su interior, la necesidad de ella que nunca quedaba del todo satisfecha. Victoria gimió mientras el beso se volvía descontrolado y codicioso y la lengua de él daba embistes profundos y rápidos, bebiéndose a lengüetazos su embriagadora saliva.

Victoria se dio la vuelta en sus brazos para mirarlo y sentarse a horcajadas, a la vez que introducía las manos entre su pelo. La respiración de Max se convirtió en un susurro que salía de sus pulmones y su miembro se humedeció ante la expectativa.

—Hora de jugar, gatita —dijo con voz ronca.

Victoria se echó hacia atrás para poder mirar los ojos entrecerrados de Max.

—Necesito más que esto. Necesito que tú me necesites, Max. Para todo. Sobre todo, para tu trabajo.

Las sombras recorrieron los ojos de él. El aire que los rodeaba se volvió más cargado, pesado y electrizado. La fuerza salía vibrante de él en oleadas, lamiendo los sentidos de Victoria como las olas del mar.

Max apretó los labios y los convirtió en una línea seria.

—No me está gustando cómo estás sacando esta conversación a la hora del recreo. No puedes controlarme arrastrándome de mi polla, Victoria. Pero sí puedes muy bien cabrearme si lo intentas.

Ella sintió el fajín de su bata reptando por sus muñecas y atándolas por la espalda. La respiración se le aceleró hasta que el pecho le empezó a subir y bajar con rapidez. La vulva se le volvió resbaladiza por el deseo y el cuerpo se preparó para la deliciosa invasión del de él. Cuando Max la agarró de la cadera, ella se estremeció y su deseo se intensificó con un fino atisbo de miedo. Sabía que él se moriría antes de hacerle daño, pero Max tenía un alma oscura, sus deseos sexuales eran atroces e insaciables y su necesidad de dominarla, una parte intrínseca de su relación amorosa.

Durante el tiempo que habían pasado juntos, él había tomado su cuerpo de maneras que ella jamás podría haber imaginado y la había llevado hasta su límite y más allá. Era un amante habilidoso, señor de los deseos de ella y de los de él mismo, y con un control inquebrantable.

Con poco esfuerzo, la levantó y la colocó, sujetándola por encima del ancho glande de su falo. Entró un poco en la tensa abertura de su sexo y, después, introdujo los pocos centímetros necesarios para que ella hundiera las rodillas en los cojines del sofá. Victoria ahogó un grito ante la provocadora plenitud y aquella tentadora presión estimuló la expectativa de sentir su grueso órgano deslizándose bien profundo.

—No te muevas —le advirtió él en tono amenazante, prohibiéndole bajar hasta su regazo—. Tendrás mi polla cuando yo te la dé.

Le subió la mano suavemente por la espalda, se la colocó en la nuca y la obligó a doblarse hacia delante para poder comerle la boca. Ella cerró los ojos mientras sus labios se tocaban y el ángulo de la penetración empujó con fuerza contra su punto G. Ella se apretó alrededor del suave prepucio, ansiosa por sentirlo adentrándose más hondo mientras la ensanchaba.

—Max —gimió ella, desesperada por empezar la fricción.

—Sácame la leche, gatita. Muéstrame cuánto la deseas.

Victoria apretó hacia abajo y se estremeció golosa mientras su sexo ansioso trataba de tirar de él hacia dentro.

Con un fuerte movimiento de caderas, Max la complació, tirando de ella sobre su intensa erección con una fuerza que la hizo gritar.

¡Max!

Él soltó un gruñido. Su hermoso rostro estaba enrojecido y tenso, y las líneas de expresión se le marcaban con el éxtasis de la unión de los dos. Movió la cadera hacia arriba y apretó hasta el fondo.

—¡Qué polvo tan bueno y excitante!

Con las muñecas atadas a la espalda y la postura inclinada, Victoria no tenía apoyo. Sólo podía descargar su peso sobre Max y dejar que él la usara como quisiera, dejar que la sujetara mientras la embestía.

El acto de darse de una forma tan absoluta a él, de entregar su cuerpo sin reservas, era tremendamente excitante. Se iba poniendo más húmeda por momentos y su vagina se estremecía con un placer desesperado a lo largo de su verga, que se iba sumergiendo. Los sonidos eróticos invadieron la habitación —los gruñidos de Max y los profundos ronroneos de ella, el sonido de la carne al golpear la carne y la suave absorción del cremoso sexo de Victoria mientras él la penetraba.

—Fóllame —le ordenó él mientras con sus manos la enderezaba para que se pusiese recta. Agarrándole los pezones entre el pulgar y el índice, él se balanceaba y estiraba mientras ella cabalgaba sobre su miembro. La endiablada absorción de la carne sensible de Victoria resonaba entre sus piernas. Él la pellizcó lo suficientemente fuerte como para hacerla gritar y, a continuación, colocó las manos sobre sus pechos, amasándolos para suavizar el escozor. Y mientras tanto, las caderas de ella golpeaban contra las suyas y la verga de Max tocaba fondo con cada profunda embestida.

Victoria sintió el soplido de su aliento en la piel cuando él susurró con tono excitante:

—Cómo me gustas… Tan húmeda y apretada. Tu coño me está estrujando como un puño. Me faltan pocos segundos para correrme con fuerza dentro de ti.

—Sí —jadeó ella mientras su sexo se movía con espasmos ante la expectativa, absorbiéndolo con avidez.

Max la rodeó con sus brazos como si fuese de acero. Con un gruñido salvaje, se corrió, con chorros tan fuertes que ella los sintió. La magia de él la golpeó como un mazo, invadiéndola con una avalancha, mientras la impureza de la magia negra le arrancaba a Victoria un grito de su garganta.

Sus poderes de Familiar intensificaron la magia de Max y se la devolvió. Él se apoderó de ella en cuanto le llegó y su respiración se convirtió en un siseo mientras su orgasmo era estimulado por la oleada de poder y su falo se hinchaba mientras bombeaba lleno de semen caliente y cremoso.

Victoria se estremeció por la necesidad de correrse, con su vagina preparada y dispuesta. Pero él no le había dicho que podía hacerlo y su cuerpo flotaba ante la expectativa de aquella orden.

Poniéndose de pie, Max se dio la vuelta y la echó sobre el sofá, cerniéndose sobre ella con su cuerpo grande y fuerte. Sus caderas arremetieron y clavó su grueso miembro bien dentro de ella. Se la benefició con violencia, sin apenas mantener el control, y por el modo en que la tomó, hizo que se sobrentendiera que exigía el orgasmo de ella. Se agarró al brazo del sofá y se metió con más fuerza dentro de ella, llevándola al orgasmo con largas y fluidas embestidas.

—Córrete —gruñó—. Córrete ahora.

Victoria arqueó la espalda mientras el placer la atravesaba, apretando su sexo y, después, sacudiéndose sobre él. Gritó, temblorosa y retorciéndose por el amor y el deseo y por una desesperada oleada de magia. La fuerza salió de ella con un estallido, apagó las velas y, después, las volvió a encender con resplandecientes llamas. Max se arqueó hacia arriba con la cabeza hacia atrás con un gruñido viril. Se convirtió en el ojo de la tormenta y su cuerpo en el nexo de aquella tempestad mágica.

Victoria se aferró a él mientras aquello lo devastaba, el ancla que necesitaba pero que se negaba a agarrar.