Dos

Xander Barnes se llevó la copa de vino a los labios y miró por las ventanas del restaurante hacia la terraza del café que había al otro lado de la calle. Allí, Max Westin daba de comer con la mano unos tentadores bocados a su preciosa Familiar.

—Tendremos que acabar con ella —pensó en voz alta—. Le está volviendo demasiado fuerte. Nunca podremos eliminarlo mientras la tenga a ella.

—Eh… —Sirius Powell estaba cortando su filete—. Antes de verlos juntos, habría estado de acuerdo, pero he cambiado de opinión. ¿Ves el modo en que la mira? La ama. Sería un desperdicio eliminar su punto débil con un simple golpe.

Xander se cruzó de brazos. Una suave brisa de la tarde le revolvió el pelo como los dedos de una amante.

—Entonces, tendremos que utilizarla en su contra.

—Sí. Eso creo.

—Tiene los poderes de Darius Whitacre.

Sirius sonrió y dejó los cubiertos en la mesa. Aquella Familiar era única gracias al anterior hechicero que le había transmitido su fuerza. Esa magia la hacía fuerte, lo cual hacía más fuerte a su vez a Max Westin, pero también era la causa de una nueva vulnerabilidad.

—Los poderes de Whitacre la hacen propensa a la magia negra. Sólo necesitamos proporcionarle un incentivo para que la utilice.

—Westin está aventurándose ya en ella para hacer que salgamos. Si ella no la ha probado todavía, lo hará pronto.

—Lo cual hará que quiera más —concluyó Sirius—. La magia de Darius no es su único punto débil. También lo es Westin. Considerando lo territoriales que son los Familiares, no va a querer que le recuerden de cuántas brujas ha disfrutado Westin.

Xander se rio silenciosamente.

—¿Quieres poner celosa a una Familiar? Eres muy malo.

Sirius jugueteó con la larga trenza rubia que le caía por el hombro.

—Y vamos a disfrutar de un gran espectáculo. ¿A quién deberíamos utilizar para ponernos manos a la obra?

—Jezebel Patridge —contestó Xander sin vacilar—. Ella y Westin tuvieron una relación ardiente e intensa durante un tiempo. Cuando él iba tras de mí, pensé utilizar su influencia, pero no dio resultado.

—¿Cómo piensas hacer que se involucre?

Sonriendo, Xander se recostó sobre el respaldo de la silla y le dio un sorbo a su vino.

—Con una nota del mismo Westin. Es bastante fácil de falsificar.

Sirius levantó la copa para brindar.

—Esto va a ser divertido.

Algo iba mal.

Victoria se apoyó en la puerta de la cocina y vio cómo Max preparaba la cena. Desde la primera noche en que él había entrado en su vida con la orden del Consejo Supremo de domesticarla, o bien matarla, la había estado cuidando. A cambio, Max no esperaba nada más que su amor, su confianza y su sumisión, y ella le daba todo eso a pesar de su temperamento de hembra alfa.

Sus ojos adoradores absorbían cada apetecible centímetro del cuerpo de él, desde lo alto de la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies. El cabello negro oscuro le colgaba hasta los hombros en una melena espesa y exuberante que servía de marco a un rostro tan salvajemente masculino que hacía que ella se estremeciera sólo con mirarlo. Tenía los ojos del color gris de una tormenta de verano y sus labios eran sencillamente divinos, firmes y hermosamente esculpidos.

Sus poderosos brazos y espalda exhibían su fuerza mientras se movía por la cocina, su cuerpo sin más adornos que unos pantalones de pijama de seda anchos. Sus pies descalzos constituían una pícara tentación para su sensibilidad felina, y hacían que ella cambiara de forma y se enroscara entre sus tobillos. Su piel era del color del más delicioso caramelo, de textura firme y suave como el satén. Su trasero duro conseguía que la boca se le hiciera agua y, cuando Max se giró hacia el fregadero, ella vio el inconfundible balanceo de su pesado pene y la vagina se le apretó deseoso de sentir cómo la embestía por dentro.

Los dos días que había estado sin él habían supuesto una auténtica tortura, pero las horas que habían pasado desde el almuerzo habían sido peor. Se había levantado un muro entre ellos desde que habían salido del despacho. Saber que él estaba en casa pero, a la vez, lejos era doloroso, tanto física como emocionalmente. Se había cerrado a ella de un modo que nunca antes había hecho. Aunque seguía siendo cariñoso y atento, no había duda de que estaba ocultándole la verdad de dónde había estado esos dos últimos días y qué había hecho. Durante la comida había hablado de todo excepto de lo que había decidido hacer con respecto a la reunión con el Consejo.

Max siempre había utilizado la magia gris. Pero lo que ella sentía ahora era mucho más peligroso. Y mucho más tentador.

Incluso en esos momentos podía sentir la oscuridad que envolvía el alma de Max y el control férreo que estaba ejerciendo por contenerla. La caza de brujos del poder de Sirius Powell y Xander Barnes le llevaría hasta el mismo límite. Aquella misión pondría a prueba las fuerzas de Max de muchas formas y a ella le correspondía apoyarlo mientras durara. Pero Victoria no podría hacerlo si él no le dejaba entrar.

Tras desabrocharse su bata de seda negra, Victoria se acercó a él y apretó su torso desnudo contra su espalda, envolviendo su pecho con sus brazos. Deslizó las manos por encima de sus abdominales marcados y sus firmes pectorales, apretando la carne caliente y dura con manos ávidas.

—Te quiero, Max —murmuró con los labios sobre su omóplato.

—Lo sé, gatita.

Ella bajó las manos y palpó entre la seda de los pantalones; luego desató el cordón para cogerle piel con piel el miembro cada vez más grueso.

—Te necesito.

Él se hinchó entre sus manos, lo que provocó en Victoria un ronroneo de placer. Se le pusieron duros los pezones y el sexo se le reblandeció, dispuesto. Lo acarició desde la base hasta la punta, haciendo que se pusiera más larga y más dura, preparándolo para darle placer.

De repente, él se apartó de la placa y se giró con agilidad. Tomó el control con una facilidad pasmosa, agarrando con una mano las de ella por detrás de la espalda. La excitación hizo que la piel de Victoria enrojeciera.

Max se inclinó sobre ella, con sus ojos tormentosos y ardientes. Pasó su mano libre por el centro de su cuerpo, desde el cuello hasta su sexo, colocando la palma de una forma posesiva sobre la carne vibrante que había entre las piernas de ella.

—¿Qué quieres, Victoria?

—A ti. —Se abrió de piernas, invitándolo a tocarla—. Siempre te he deseado, desde el momento en que entraste en mi vida.

Separándola, le acarició suavemente el clítoris.

—Me has tenido desde el principio.

Todo su cuerpo se ablandó y el corazón le palpitaba por estar sujeta y complacida.

—No siento que te tenga ahora.

Él movió sus hábiles dedos alrededor de la entrada a su cuerpo.

Ella ahogó un grito cuando él bajó la cabeza para lamer uno de sus pezones erectos; su lengua era un látigo de terciopelo.

—¿Por qué no me hablas de lo que ha pasado los dos últimos días?

El pelo sedoso de Max le acariciaba la curva de sus pechos. Con sus labios rodeó la punta hinchada y sus mejillas se hundieron mientras la chupaba. Metió dos dedos dentro de ella.

—Te he echado de menos —murmuró sobre la piel húmeda de Victoria—. Te follaría sin parar si pudiera. Me quedaría dentro de ti para siempre. Cuando no estoy dentro de ti, pienso en ello. Lo anhelo. No me siento completo cuando no soy una parte de ti.

—Sé una parte de mí ahora —susurró ella moviendo las caderas sobre las suaves embestidas de sus dedos. El fuego le recorría la piel, provocándole una capa de sudor. Su útero se apretó con la honda necesidad de estar conectada a él.

—Ahora estoy cocinando. —Su voz áspera sonó grave y firme y sus dedos se quedaron inmóviles… dejando que ella lo sintiera ahí, dejando que ansiara la fricción y la excitante oleada desfogue—. Cuando llegue el momento de jugar, te lo diré.

—Por favor, Max.

—¡Chis! Yo me encargo de ti. —Enrolló los dedos y le acarició el punto sensible de su interior una y otra vez. Ella llegó al orgasmo con un suave grito mientras temblaba entre sus brazos.

Max le proporcionó lo que quería sin dar nada de sí mismo.

Acarició con sus labios los de ella, que estaban separados, y sintió sus jadeos sobre su mandíbula.

—¿Mejor?

Victoria gimió cuando los dedos de Max salieron de ella.

—No. —Sin el placer de él, estaba vacía. Insatisfecha—. Me estás dejando fuera, Max.

Él deslizó su mirada por su rostro, tan lleno de amor y, sin embargo, cauteloso.

—Tienes que confiar en mí.

Victoria sintió cómo su pecho se tensaba dolorosamente.

—Eso no es justo.

—Acéptalo, Victoria —respondió él en un tono sereno de autoridad.

—Siempre hemos trabajado juntos —protestó.

—Y volveremos a hacerlo, cuando la situación lo requiera. —Le agarró el mentón con una mano—. Incluso con los poderes de Darius hay un límite a las cosas que puedes hacer. Y aumentar mi magia cuando voy en busca de dos granujas como Sirius y Xander puede resultar contraproducente.

—Entonces, ¡deja que te ayude en casa! Habla conmigo. No me dejes en la sombra.

Max metió la mano por debajo de su bata para colocarla sobre su nalga desnuda y atraerla con fuerza hacia él.

—Deja que cuide de ti. Eso es lo único que necesito.

Bajó la cabeza y tomó su boca, besándola con la pasión posesiva que la había seducido desde el principio. Sus labios firmes se sellaron sobre los de ella y deslizó la lengua bien dentro para acariciar la suya. En el pecho de Max retumbó un gruñido que vibró sobre los pechos de Victoria. El ligero vello de su pecho supuso un estímulo difícil de soportar. Max se había puesto duro y grueso, y su erección se presionaba contra la parte inferior del vientre de ella.

Le comió la boca, tomando posesión de ella, saboreándola con largos y profundos lametones. Introdujo los dedos entre los cortos cabellos de ella, colocando la palma de la mano sobre su cráneo y sujetándola con fuerza mientras bebía su sabor. Le hizo el amor con la lengua despacio, provocándola con la promesa de lo que de verdad ella deseaba.

Victoria gimió, perdida en sus brazos. Sentía los labios hinchados y calientes, los párpados pesados por los efectos narcóticos de la experta seducción de Max. Sus fervientes palabras resonaron en la mente de ella, sus declaraciones de obsesión incontrolada constituían un erótico contraste con su control absoluto al agarrarla.

Cuando ya estuvo sin aliento y dócil, él se separó. Le pasó la lengua por la carnosa curva de su boca.

—Primero a cenar.

Victoria asintió, pero su mente se aceleró. Ya había perdido a un hombre al que amaba. No estaba dispuesta a quedarse sentada mientras volvía a ocurrir lo mismo.