Chloris tenía un inmenso anhelo de volver a ver al líder de los brujos. Y ese anhelo le pesaba tanto como la culpabilidad. Durante todo el día había sido presa de pensamientos macabros al darse cuenta de que probablemente no volvería a verlo. Y la idea la estaba afectando más de lo que podía esperar.
La conversación durante la cena no la había ayudado en absoluto.
Tamhas había hablado sobre asuntos del consejo, haciendo comentarios despectivos sobre Lennox de vez en cuando, lo que la había hecho sentir aún más incómoda. La opinión que su primo tenía de Lennox era tan negativa que tuvo que morderse la lengua para no llevarle la contraria. Lennox no era perfecto, era evidente, Chloris no estaba tan aturdida por los encantos del brujo como para no darse cuenta, pero creía que Tamhas no estaba siendo justo. Además, él tampoco era ningún santo. Cada vez que sus miradas se cruzaban, veía que la observaba con demasiada confianza, como si se estuviera acordando de la conversación que habían mantenido esa misma mañana.
Recordó que le había sucedido lo mismo con Eithne. Parecía que tuviera una desconfianza automática hacia cualquiera que tuviese la capacidad de sanar a los demás o de proporcionarles consuelo cuando no había cura posible. Tamhas había oído muchas historias sobre brujos y brujas y tenía una actitud muy cerrada sobre el tema.
Cuando Chloris se levantó y dijo que iba a acostarse, Jean frunció el cejo.
—Estás un poco pálida esta noche —comentó.
—Estoy bien, no te preocupes.
Jean no parecía convencida. Se levantó y le apoyó una mano en la mejilla.
—No, no tienes fiebre. Menos mal. Si te encuentras mal, avísame enseguida, buscaremos un médico.
—Por favor, no te preocupes. Me encuentro bien. Sólo estoy un poco cansada. —Se volvió hacia Tamhas.
Éste frunció los labios y clavó la vista en la copa de Oporto que estaba bebiendo. Tal vez se lo estuviera imaginando, pero Chloris habría jurado que parecía ligeramente arrepentido. Probablemente creía que estaba pálida por su culpa. Bueno, pues no era así, aunque no iba a hacer nada para sacarlo de su error.
Subió a su habitación a toda prisa, contenta de alejarse de esa situación tan incómoda. Ahora que había terminado su relación con Lennox, esperaba que las cosas fueran más fáciles.
Al entrar en la alcoba localizó la vela que estaba en un estante cerca de la puerta y la encendió con el pedernal antes de llevarla hasta la repisa de la chimenea y dejarla junto al espejito colocado allí para reflejar la luz. El fuego ardía con poca fuerza. Se quedó mirando las llamas y mientras lo hacía sintió que el vello de la nuca se le erizaba. Volviéndose bruscamente, examinó la estancia en penumbra.
Entonces lo vio. Estaba allí, en su habitación.
Sorprendida por su presencia, se llevó la mano al cuello.
—Lennox…
—Tenía que venir. Quería asegurarme de que estabas a salvo.
Aunque no le veía bien los ojos, oyó la preocupación en su voz.
Había venido, lo que demostraba que se preocupaba por ella, que le importaba. Las emociones le inundaron el pecho. Había deseado tanto verlo, y ahora estaba allí.
—¿Recibiste mi carta? —Se estaban tuteando y no parecían darse cuenta.
—Así es —respondió él saliendo de entre las sombras.
—No deberías haber venido. Es demasiado peligroso. —Estaba a punto de abalanzarse sobre él para reprenderlo por haberse arriesgado tanto cuando oyó que las tablas del suelo crujían en el pasillo, justo delante de la puerta—. Oh, no, es la doncella. Viene a avivar el fuego y a abrir la cama.
—No te preocupes. Actúa con normalidad.
Aunque su voz denotaba calma, Chloris estaba muy asustada. Sin embargo, un instante después, le costó verlo. Se había retirado hacia la parte más oscura de la habitación. Pestañeó varias veces. Era casi imposible distinguirlo. Alguien llamó entonces a la puerta y abrió sin esperar respuesta. Si distraía a la doncella, tal vez no lo viera. Se volvió hacia ella con una sonrisa.
—Señora Chloris. —La sirvienta hizo un rápida reverencia antes de acercarse al fuego para remover las brasas y añadir un par de troncos más de la cesta.
Chloris no se creía lo que estaba sucediendo. Lennox estaba en su habitación. El riesgo de que lo descubrieran era enorme. Miró de reojo hacia el rincón donde lo había visto por última vez. Por suerte, no distinguió nada.
—¿Necesita que la ayude a desvestirse, señora? —le preguntó la muchacha, incorporándose. Aunque conocía la respuesta, siempre se lo preguntaba. Era su obligación.
—No, gracias —dijo ella con un hilo de voz. Estaba tan nerviosa que casi no podía hablar. Se obligó a sonreír una vez más.
La joven se limpió las manos en el delantal.
—En ese caso, le abriré la cama.
—No, tampoco hace falta, de verdad. —Normalmente dejaba que lo hiciera, pero esa noche no quería arriesgarse a que se acercara tanto al escondite de Lennox.
La doncella no necesitó que se lo dijera dos veces. Con una nueva reverencia, se despidió.
—Buenas noches, señora.
Cuando la puerta se cerró y el sonido de las tablas que crujían se alejó pasillo abajo, Chloris se volvió y echó a correr hacia él.
Lennox la tomó entre sus brazos.
—No deberías haber venido —lo reprendió ella—. Es demasiado arriesgado.
—Tenía que hacerlo. No puedo creer que hayas puesto fin al tratamiento voluntariamente.
Ella alzó la cara para mirarlo a los ojos, que la observaban intensamente.
—Esto ya no es sólo un tratamiento. Es algo más. Ni siquiera tú puedes negarlo.
Él se echó a reír.
—Eres una mujer honesta, además de valiente. Es una de las cosas que más me atraen de ti.
—¿Te parece que soy valiente por aceptar que nos hemos convertido en amantes a pesar de que ésa no era mi intención inicial?
—Sí —respondió él. A continuación, le tomó la mano, se la llevó a los labios y la besó con suavidad—. Nos hemos convertido en amantes, y no me negarás que lo deseabas tanto como yo.
Su atrevido comentario sirvió para que Chloris recordara lo placentero que había sido. Le costó responder, porque de pronto su cuerpo se sintió asaltado bruscamente por la cercanía de él. Aspiró su aroma, cálido, masculino e impregnado de distintos olores propios del bosque.
—Lennox, por favor.
Con la otra mano, le rodeó la espalda y la acercó a él mientras agachaba la cabeza y la besaba en la boca. Le cubrió los labios con los suyos, firmes y persuasivos. Bajando las manos hasta las caderas de Chloris, siguió besándola apasionadamente, con fuerza, forzándola a recibirlo en su interior.
Agarrándolo por los hombros, ella gimió dentro de su boca, incapaz de resistirse a las sensaciones que sus labios despertaban en ella.
—Esto es demasiado bueno, no lo niegues —susurró él, separándose un poco para mirarla a los ojos. Tenía la voz ronca, pero no había perdido ni un ápice de decisión—. No me marcharé hasta que lo hayamos hecho otra vez.
—Pero… es imposible. La doncella podría volver.
Lennox le agarró el pelo suelto con una mano y le echó la cabeza hacia atrás para obligarla a mirarlo a los ojos.
—Lo necesitas tanto como yo.
Era la pura verdad, y la avalancha de calor que hizo que se le ruborizaran las mejillas de vergüenza palideció al chocar contra la corriente de calor provocada por el deseo que ese hombre le despertaba en el vientre. Chloris asintió.
Él sonrió.
—No te arrepentirás.
—No lo haré, si te das prisa y escapas antes de que mi primo te encuentre bajo su techo —replicó ella.
Lennox ahogó una carcajada.
—Que trate de detenerme si quiere. No lo lograría, porque ahora mismo en lo único en lo que puedo pensar es en estar dentro de ti. Probarte ayer fue un aperitivo que sólo hizo que tuviera más hambre de ti.
No estaba mintiendo. Chloris veía ese apetito reflejado en su rostro. Y no podía negarse a satisfacerlo porque ella sentía lo mismo. Apenas lograba controlar la respiración. Tenía el pulso disparado. El corsé la estaba asfixiando.
—Date prisa —susurró aferrándose a sus caderas.
Él la empujó hacia las sombras, arrinconándola contra la pared, más allá de la cama con dosel. Le sujetó la cabeza con una mano, acariciándole el pelo al mismo tiempo.
Al amparo de la oscuridad, su deseo se intensificó. Chloris tenía tantas ganas de sentirlo dentro de sí que más que deseo era necesidad. Echó la cabeza hacia atrás, dispuesta a recibir sus besos fieros y hambrientos. En el rincón en penumbra quedaban ocultos de la luz de la vela. Y, aunque no podía verlo, sentía su pasión envolviéndola.
Se subió la falda y levantó un pie del suelo, acariciando la pierna de Lennox con la rodilla.
—Me has vuelto loca con tus hechizos y tu encanto endiablado.
—Si quieres otorgarme el mérito, no seré yo quien me oponga, Chloris, pero estoy seguro de que ya eras así antes de conocerme. Sólo ha hecho falta que alguien liberara lo que albergabas en tu interior.
Deshaciendo el nudo que le sujetaba los pantalones, Lennox liberó su miembro. Chloris quiso agarrarlo, pero antes de poder hacerlo, el brujo la sujetó por las nalgas y la levantó del suelo, animándola a rodearle las caderas con las piernas. Aferrarse a él de esa manera la hizo sentir tan descarada y femenina que notó que le faltaba el aire.
Lennox dio un paso hacia la pared y Chloris se apoyó en ella, agarrándose al mismo tiempo de las cortinas de terciopelo que cubrían la cama con dosel. Entre las piernas abiertas sintió el duro miembro de él presionar contra su carne extendida. Se mordió el labio inferior para mantener a raya las emociones. Estaban a punto de hacerlo allí, en su habitación, en casa de su primo. Tamhas lo mandaría ahorcar si los descubría. Apretó los ojos con fuerza. Aunque sabía que estaba mal y que era peligroso, no podía hacer otra cosa más que rendirse. Su cuerpo lo necesitaba demasiado.
Lennox parecía sereno y concentrado, lo que la hizo dudar aún más de que eso fuera una buena idea. ¿Cómo podía haber caído en esa trampa sensual tan rápidamente y tan hasta el fondo? Había perdido el juicio tan completamente que estaba corriendo riesgos exagerados para poder estar con él. ¿Por qué?
«Porque nunca he conocido nada igual».
Notó que las lágrimas le rodaban por las mejillas y se apresuró a enjugárselas, enojada. Pero al sentir que el miembro de Lennox se abría camino entre sus partes más sensibles se olvidó de las lágrimas y hasta de cómo respirar. La respiración se le alteró, acelerándose bruscamente. Era como si su erección, que la masajeaba íntimamente, le estuviera inyectando vida en el sensible botón de la entrada.
—Agárrate fuerte, porque tengo que estar dentro de ti, ahora.
Chloris lo entendía, porque ella sentía lo mismo. Eso no era magia ni búsqueda de la fertilidad; era pura necesidad, que se había apoderado de ambos. Gimiendo, se aferró a él, apoyándose con más fuerza en la pared. Lennox la mantenía firmemente sujeta por las nalgas. Cuando la punta de su verga entró en su interior, abriéndose camino con lentitud, Chloris contuvo el aliento un instante con la boca abierta antes de empezar a respirar más deprisa.
—Estás tan húmeda… Mi polla está empapada con tus preciosos jugos.
Chloris sintió que el cuerpo entero se le encendía y empezaba a arder.
—Lennox…
—Oh, sí. Estás preciosa esta noche, con o sin lágrimas.
Su ronco tono de voz y el modo en que su aliento le rozaba la cara la estaban volviendo loca. Se aferró a él con desesperación.
—Por favor… Por favor, Lennox…
Cambiando de postura, él se clavó más profundamente en su interior.
—Lléname —murmuró ella.
Cuando él se clavó hasta el fondo, Chloris no pudo acallar un gemido de placer.
Lennox le cubrió la boca con la suya para silenciarla antes de hundirse un poco más en su interior. Estaba dentro de ella, su sangre latía dentro de su cuerpo. Las caderas de la joven estaban inclinadas hacia arriba para acogerlo; su suave carne se ablandaba para fundirse con su mástil duro y ardiente. Una sensación intensa nació en lo más hondo de su cuerpo y se extendió hacia el exterior. Era maravilloso. Ella le agarró la cabeza con las dos manos mientras arqueaba las caderas para albergarlo mejor dentro de sí.
Luego gimió de éxtasis, dejando caer la cabeza contra la pared. Él hundió la cara en su hombro. Cuando las paredes de su vaina se contrajeron alrededor del miembro de Lennox, éste maldijo en voz alta. Se retiró ligeramente con la intención de clavarse aún más adentro. Ella imitó su movimiento, apoyándose en sus hombros para poder elevarse un poco y dejarse caer. Lennox aceleró entonces el ritmo de las embestidas y Chloris concentró sus esfuerzos en respirar. Apretó con fuerza los puños, agarrándose a la tela de su chaqueta. Volvió a contraerse, rodeando con fuerza su miembro palpitante.
Él liberó una de las manos y la deslizó entre ambos para acariciarla. Ella volvió a gritar de éxtasis mientras la recorría otra oleada de placer.
—Sí, oh, sí, Chloris… —Las embestidas de él se volvieron más urgentes y desesperadas.
Chloris quería más, lo quería todo. Respondió dejándose caer sobre él, disfrutando del placer mezclado con dolor que sus embestidas le provocaban. Quería experimentarlo todo, porque esas sensaciones hacían que se sintiera más viva que nunca. Le acarició la espalda por encima de la ropa y, mientras lo hacía, Lennox susurró su nombre y se retiró bruscamente.
De pronto, la joven se vio en el suelo, y le costó unos momentos encontrar el equilibrio porque las piernas no sostenían su propio peso. Al bajar la vista, advirtió que él se estaba derramando en la mano. Esa imagen le provocó una sensación de pérdida insoportable. Tras apoyar la otra mano en la pared, Lennox pegó la cabeza a la de ella mientras aspiraba hondo para recobrar el aliento.
En el silencio de la habitación, lo único que se oía eran sus respiraciones agitadas.
Poco después, Lennox buscó la boca de ella y la besó, pero su tierno beso fue interrumpido por un ruido procedente del pasillo, justo detrás de la puerta. Las tablas de madera del suelo volvían a crujir, lo que indicaba que alguien se acercaba. Chloris reaccionó atrayéndolo más hacia las sombras que proyectaba la cama. Casi había olvidado dónde estaban. Habían discutido y luego habían hecho el amor apasionadamente. ¿Los habría oído alguien?
Oyeron pasos que se aproximaban. Chloris contuvo el aliento con una mano apoyada en el pecho de Lennox, en un gesto de protección, y la vista clavada en la puerta. Oyó que él susurraba algo, pero no entendió lo que decía. Al volver la mirada hacia él, vio un brillo extraño en sus ojos, aunque enseguida volvieron a la normalidad. Le sonrió para darle ánimos y se llevó un dedo a los labios.
—No digas nada.
Alguien llamó a la puerta y un segundo después Jean entró en la habitación. Llevaba los hombros cubiertos por un grueso chal abierto por delante que dejaba al descubierto casi todo el camisón. Echó un vistazo a la cama vacía.
El corazón de Chloris le martilleaba en el pecho. Recordó lo preocupada que se había mostrado Jean durante la cena. Era evidente que no había logrado tranquilizarla. Y se arrepintió de no haber echado a Lennox de la habitación en cuanto lo vio. Estaban a punto de ser sorprendidos. Al cabo de pocos segundos, se descubriría que estaba escondiendo al líder de los brujos en su habitación en plena noche. Jean gritaría pidiendo auxilio, y el primo Tamhas encontraría a Lennox bajo su techo.
Jean cogió entonces el candelabro que descansaba sobre la chimenea y lo elevó, mirando hacia la cama. Chloris no se atrevía a respirar siquiera. Volviendo a dejar la vela en su sitio, Jean dio media vuelta y salió de la estancia, cerrando la puerta con suavidad.
—¿No nos ha visto?
—No, me he asegurado de que no nos viera.
Chloris se dio cuenta de que las cortinas cerradas habían impedido que Jean los viera al otro lado de la cama. La mujer de Tamhas se había imaginado que estaba durmiendo y no había querido molestarla. Sin embargo, recordaba perfectamente que las cortinas estaban abiertas cuando había visto a Lennox en la habitación. Y ninguno de ellos se había tomado la molestia de cerrarlas.
—¿Has usado la magia para que no nos viera?
—Sí, he cerrado las cortinas y he aumentado la oscuridad a nuestro alrededor, pero ésta ha sido la primera vez que he empleado la magia esta noche.
Chloris se lo quedó mirando, confundida. Al principio pensó que se estaba refiriendo a la anterior interrupción, cuando él se había escondido entre las sombras y ella había distraído a la doncella, pero lentamente se fue dando cuenta de que se refería a que la magia no había tenido nada que ver con su apasionado encuentro. Se había debido única y exclusivamente al deseo que sentían el uno por el otro. No había habido ningún ritual al amanecer, ningún cántico y, sin embargo, habían hecho el amor con la misma intensidad que el día anterior en el prado cubierto de campánulas. En realidad había sido una experiencia mucho más intensa, porque habían acudido el uno al otro abiertamente, y porque había podido mirarlo a los ojos mientras sus cuerpos se fundían el uno con el otro.
Lennox le acarició el cabello con una mano y sonrió.
—Pareces sorprendida.
—Lo estoy. Cuando me hiciste el amor el otro día… pensaba que habías usado la magia. —Se ruborizó intensamente.
—Fue mágico, eso es innegable, pero sólo porque nuestro deseo y apetito mutuo están a la misma altura. —Tras decir esto le acarició el rostro delicadamente con los dedos, mirándola a los ojos como si se estuviera planteando la importancia de su conexión.
Chloris trató de entender qué había pasado. Había acudido a él en busca de un ritual mágico que remediara su problema de infertilidad, pero lo que había sucedido entre ellos esa noche tenía una motivación totalmente distinta. Había sido una necesidad mutua que exigía ser saciada. ¿Sería posible? ¿O sería parte de su repertorio de seducción, una actuación que repetía con todas las mujeres que acudían buscando su ayuda? Quería creer en su sinceridad, pero le costaba después de todo lo que le habían contado de él.
Por su lado, ella no podía esconder que lo deseaba. Cuando lo tenía delante, era incapaz de negarle nada. Antes de él, no había conocido a ningún otro amante aparte de Gavin. Cuando se acostaba con ella, sus movimientos eran fríos y desinteresados en el mejor de los casos. Había asumido que, para un hombre experimentado como Lennox, todos los encuentros debían de ser así, con cualquier mujer que escogiera. Le costaba creer que se considerara a la misma altura que ella. Y el modo en que la estaba mirando le despertaba aún más dudas.
En ese instante, él se inclinó y la besó. Fue un beso suave. Una confirmación, no una exigencia.
Chloris le devolvió el beso echándole los brazos al cuello, saboreando su abrazo. Nunca había conocido una felicidad tan grande. Quería disfrutar de cada segundo mientras durara.
—Tienes que irte. Parece que todo está tranquilo —dijo ella, a su pesar, cuando él rompió el beso. La necesidad de protegerlo se impuso a todo lo demás—. Prométeme que no volverás aquí. Es demasiado peligroso.
—Te lo prometo, si tú me prometes reunirte conmigo en el viejo roble por las mañanas —replicó él, mirándola fijamente mientras esperaba su respuesta.
La joven sintió la fuerza de su voluntad. Estaba tratando de convencerla para que aceptara. Como si pudiera negarse. Negarse sería ir en contra de sus propios deseos. Su respuesta instintiva fue decirle que sí. Quería volver a reunirse con él, aunque al hacerlo estuviera rompiendo los votos que juró ante Dios; igual que los había roto su marido años atrás, cuando tuvo una amante. Lennox le había aportado una fuente de felicidad como nunca se la había imaginado. No obstante, tenía miedo, porque Tamhas le había demostrado que el odio que sentía hacia él era feroz, y porque Jean le había contado que su primo estaba esperando una buena excusa para expulsar a los brujos que vivían cerca de Saint Andrews. Chloris no quería ponerlos en peligro. Si se reunía con él en el bosque, el riesgo sería mucho menor que si los descubrían en Torquil House. ¿Se atrevería a buscar unos cuantos instantes de felicidad junto a Lennox antes de regresar a Edimburgo?
—Por favor, Chloris —murmuró él—, di que sí.
—Sí, iré.
La tensión desapareció de inmediato del rostro de Lennox, quien le dirigió una sonrisa amplia y contagiosa. Chloris rio en voz baja antes de ponerse de puntillas y sujetarle la cara entre las manos para besarlo en la boca. La emoción que le llenó el pecho debería haberla preocupado, pero no lo hizo. No mientras él la abrazaba con fuerza y todo en el mundo parecía ser como debía ser. Sabía que las dudas la asaltarían después, cuando se quedara a solas, pero eso sería más tarde.