7

El viejo y nudoso roble la llamaba desde el bosque con la rama rota que pendía en dirección al estrecho sendero de tierra, frecuentado por personas y animales. En algún momento de la noche, Chloris había pensado que el encuentro con Lennox había sido un sueño, pero la referencia al roble era demasiado precisa y la había ayudado a recordar, a pesar de lo aturdida que estaba por las emociones de la noche anterior y la falta de sueño. Su instinto le decía que saliera huyendo de allí, pero ya estaba metida de lleno en el asunto y quería seguir hasta el final. Además, no era sólo su cerebro el que se lo pedía, sino que otras partes de su cuerpo lo exigían también. Sin embargo, se movía con lentitud, llena de dudas. No entendía por qué sentía esas ansias irresistibles de volver a verlo. Si lo único que quería era completar el ritual para lograr su objetivo, ¿por qué levantaba tanto el cuello, ansiosa por ver si estaba allí?

Desmontó y miró a su alrededor.

Ni rastro del brujo.

El cielo estaba despejado y el sol estaba ya alto, pero el aire primaveral todavía era un poco fresco. El musgo que crecía en las zonas umbrías bajo el manto del bosque estaba cubierto de rocío. Unos pájaros empezaron a cantar no muy lejos de allí, lo que le infundió valor. Se acercó al árbol.

En ese preciso momento, Lennox salió inesperadamente de detrás del roble, silencioso, sigiloso.

Al verlo aparecer, Chloris se detuvo en seco.

—Señora Chloris —la saludó él con una inclinación de la cabeza.

Sobresaltada por la súbita aparición, sujetó las riendas de su yegua con fuerza y rezó, pidiendo sensatez para enfrentarse a ese hombre y a sus peticiones. No iba a ser fácil. Lo sabía. Lo único que había hecho que la noche anterior fuera tolerable había sido que estaban lejos de las miradas curiosas, pero ahora estaban en campo abierto, a plena luz del día. La noche anterior había tenido que recordarse continuamente que estaban llevando a cabo un ritual de sanación, no charlando en su cama con intenciones poco claras. Esa mañana, el brujo se había presentado sin chaqueta. Tampoco llevaba chaleco ni pañuelo en el cuello, por lo que la amplia camisa quedaba entreabierta, dejando al descubierto su ancho y poderoso pecho.

Se lo veía totalmente a sus anchas en ese entorno salvaje. Había apoyado una mano en el rugoso tronco del roble y la estaba contemplando de arriba abajo.

—La luz de la mañana la favorece.

Chloris respiró hondo y trató de cambiar el tono de la conversación.

—Los cumplidos son innecesarios para nuestro trato, señor.

—No, no lo son —replicó él con un brillo travieso y sugerente en la mirada—. Su belleza pálida es muy atractiva, pero algo ha puesto color en sus mejillas. ¿El paseo matutino? Montar de buena mañana puede ser muy… estimulante.

Chloris le dirigió una sonrisa irónica.

—Sabe perfectamente que el ritual mágico que realizó anoche me dejó en un estado… delicado. Me advirtió de ello, así que ya sabía que sus efectos serían duraderos.

Él siguió observándola atentamente mientras se acercaba.

—Despertar sus instintos carnales más profundos puede ayudarla a lograr sus anhelos de fertilidad.

Con la ayuda de la luz del día y la fuerza de voluntad que llevaba invocando desde que se había despertado, la joven alzó la barbilla, decidida a mantener a raya sus díscolas emociones esa vez.

—Ya veo que es cierto lo que dicen de su gente, que no les parece vergonzoso buscar la gratificación de la carne.

Él se limitó a sonreír.

Maldito fuera. La encontraba divertida. Y eso no era lo peor. Lo más grave era que, al sonreír, aún parecía más canalla. Y eso tenía el desgraciado efecto de hacerlo parecer todavía más atractivo.

Chloris apartó la mirada. La situación era arriesgada. Se arrepentía de haberse enfrentado a él tan abiertamente. Su intención había sido parecer atrevida, demostrarle que era fuerte y que no se dejaba manipular con facilidad. Se había metido en esa situación con un objetivo muy definido, pero cada vez tenía más claro que él estaba obteniendo algo más que su tarifa por eso. Disfrutaba demasiado al verla incómoda. No quería seguir adelante con la mente embotada por las dudas. Prefería plantearle la cuestión directamente y así saber a qué atenerse. O, al menos, de eso había tratado de convencerse mientras acudía a la cita.

—Sí, es verdad, porque no hay nada más poderoso que la fuerza vital que los amantes intercambian durante sus encuentros. Y creemos que esa fuerza que nos regala la naturaleza debe ser reverenciada, respetada y cultivada.

Chloris deseó haber permanecido en silencio. La manera directa y honesta en la que él se refería a las cuestiones carnales la dejaba sin palabras. Cada vez que le hacía una pregunta sobre esos temas, su respuesta era tan franca, tan carente de artificios y de vergüenza, que era ella la que terminaba sintiéndose desnuda ante él.

Lennox pestañeó y le cogió la mano.

Ella se resistió cuando el brujo trató de acercarla a él.

—Dese prisa: se aproxima un carruaje —la advirtió él con los ojos brillantes.

Asustada, Chloris se apresuró a seguirlo. Al mirar hacia atrás, vio con gran alivio que la yegua los seguía.

—Nos ocultaremos aquí —dijo él, señalando en dirección a un enorme roble.

Con la espalda pegada al árbol, quedaba totalmente oculta. Lennox estaba ante ella, con un brazo apoyado en el tronco junto a su cabeza en un gesto protector. La expresión de su rostro mostraba preocupación. Qué raro. Parecía preocuparse por ella.

Momentos más tarde, un carruaje pasó por el camino.

—Gracias —susurró ella cuando el vehículo se hubo alejado.

La luz llegaba por detrás de la cabeza del brujo. Las sombras proyectadas por los árboles creaban un efecto dramático. Incapaz de hacer otra cosa que no fuera contemplarlo, a Chloris empezó a darle vueltas la cabeza.

—Vamos —susurró él, apoyándole una mano en la parte baja de la espalda para animarla a caminar—. Nos esconderemos en el bosque.

El roce de su mano la alteró. De pronto, sus pies parecían de plomo. Se volvió hacia la yegua y vio que estaba pastando.

—Ha encontrado hierba fresca y dulce. No se marchará.

Chloris se lo quedó mirando, asombrada. ¿Cómo podía estar tan seguro? ¿Tan en comunión estaba con su entorno?

Cuando él le sonrió, como si supiera lo que estaba pensando, se convenció de que así era.

Y, tras armarse de valor, le devolvió la sonrisa y lo siguió.

—Es una buena hora —dijo él mirando las copas de los árboles que los cubrían—. La luz del sol caerá pronto sobre un prado de campánulas, hacia allí —añadió al tiempo que señalaba un lugar del bosque con la cabeza.

Había algo en su modo de hablar que delataba el profundo vínculo que sentía con ese lugar. Era curioso, porque, por su apariencia física, podría pasar perfectamente por un caballero rico y refinado. Sin embargo, allí, en mitad del bosque, se notaba mucho más cómodo y a sus anchas.

—Creo que es un lugar perfecto para que florezca —afirmó con una sonrisa de medio lado.

«Florecer… Sí, creo que eso haré».

—No tenga miedo, señora Chloris. Yo la cuidaré. —Lennox se llevó su mano enguantada a los labios y la besó. Incluso a través del cuero, le llegó su calor.

El olor de los helechos y las flores se intensificó de pronto.

Más afectada por la preocupación que él mostraba por su bienestar que por su encantamiento, Chloris quedó desarmada. Le hablaba en un tono suave y persuasivo, y le dirigía una mirada llena de certeza y de ánimo. No le cabía duda de que Lennox deseaba tanto como ella que floreciera como mujer. Tuvo la sensación de que se sentía orgulloso de su labor y de sus logros, a pesar de la naturaleza prohibida de éstos.

Entonces, él volvió a ponerse en marcha sin soltarle la mano.

—El camino es irregular. Permítame que la guíe.

El contacto de la mano del brujo hizo que se aguzaran todos sus sentidos. De pronto, el canto de los pájaros le llegó con más claridad. Sonaba más vibrante, más musical. El aroma de los arbustos se tornó más intenso. Se dio cuenta de que era él quien obraba ese efecto en su cuerpo. Era su habilidad, su magia. Tuvo la sensación de que veía las cosas a través de sus ojos. Era asombroso. Y Chloris pronto se olvidó de su decisión de mantener la cabeza fría.

«Estoy cayendo presa de su embrujo otra vez».

Cuando él se volvió hacia ella con una mirada ardiente, le confirmó sus sospechas.

—Ya hemos llegado. Es allí.

Entre los árboles se veía un prado escondido, cubierto casi por entero de campánulas. El campo quedaba protegido por los árboles que lo rodeaban. La brisa sólo alcanzaba las ramas más altas. La luz del sol se colaba entre las hojas, salpicando las flores. La luz y las sombras cambiantes creaban un efecto mágico, como si el prado fuera una criatura viva que se movía y respiraba. Chloris lo contempló maravillada.

—Oh, señor Lennox, es un lugar precioso.

—Por favor, llámeme simplemente Lennox.

—Lennox —susurró ella, disfrutando de la intimidad entre ambos.

—¿Está lista?

Chloris asintió, tan excitada que le costaba respirar. Si la experiencia se parecía en algo a la de la noche anterior en su habitación, y además sucedía en un lugar tan privado y hermoso, sabía que el resultado sería mágico.

Lennox tiró de ella y la condujo hasta el centro del prado alfombrado de flores color violeta. Las altas hierbas se le enganchaban en la falda. Mientras avanzaban entre las flores, el aroma se extendió a su alrededor, estimulándole aún más los sentidos. Chloris aspiró hondo.

Cuando él se detuvo, la sujetó por los hombros para colocarla frente a sí. Luego empezó a recitar algo en su lenguaje secreto moviéndose a su alrededor mientras ella permanecía quieta.

Chloris pestañeó y rápidamente se sintió transportada.

Cuantas más vueltas daba el brujo a su alrededor, más ligada se sentía a él y a su extraña cantinela. El viento sonaba con más fuerza al pasar entre las hojas de los árboles, igual que el canto de los pájaros. El aroma del musgo y las campánulas se volvió más intenso. El pulso se le aceleró y la piel le cosquilleó, pero esta vez, en lugar de resistirse, se entregó a las sensaciones.

Notó como si una columna de vitalidad se alzara desde su interior, como una nube de vapor que le calentara todos los rincones del cuerpo.

Olvidándose de todo, alzó la mirada hacia las copas de los árboles y notó el sol en la cara. Sintió que se hundía y se elevaba al mismo tiempo; como si se uniera a las raíces profundas pero también a las ramas más altas. Le pareció que se había fundido con el bosque y que podía respirar como él. Luego sintió los dedos de él en su pelo, deshaciéndole el recogido.

«Lennox».

El deseo de poseerlo le calentó la sangre, haciendo que le latiera aceleradamente en las venas.

El brujo tenía los ojos brillantes de lujuria. Lo miró demudada. La magia también lo afectaba a él, era evidente. Vibrando como una hoja, Chloris se aferró a su camisa. Las piernas le temblaban. Cuando las rodillas le fallaron, él la levantó en brazos.

—Mejor túmbese —le indicó con la voz ronca.

Eso era exactamente lo que deseaba hacer: tumbarse. Tumbarse a su lado. ¿Cómo lo había sabido?

Cuando ella asintió, Lennox la depositó delicadamente sobre las flores. Chloris sintió que se hundía en el suelo. Fue una sensación muy agradable.

—Descanse. Yo la sujeto.

La voz del brujo era relajante, y ella se entregó por completo, reposando en el mullido lecho de flores color violeta. Los carnosos tallos y pétalos que la rodeaban formaban un lecho demasiado aromático y tentador para resistirse. Al notar que él se tendía a su lado, se volvió en su dirección y sus miradas se encontraron.

Chloris levantó la mano y le rozó la mandíbula.

—¿Necesita volver a besarme… para que funcione?

—Oh, sí, no lo dude.

La mirada que él le dirigió —cargada de deseo pero al mismo tiempo de melancolía— avivó el anhelo de la joven.

Lennox se inclinó entonces sobre ella y la besó, cubriéndola con su cuerpo musculoso, aumentando la necesidad de ambos. Era un beso hambriento y Chloris respondió del mismo modo. Se aferró a él moviéndose bajo su cuerpo, arqueando las caderas. Cuando sintió su largo miembro clavándosele en el muslo, gimió de deseo. El vientre se le contrajo como si quisiera atraerlo hacia sí, como si quisiera abrazar esa parte de su cuerpo que podía unirlos por completo.

Lennox se apoyó en los antebrazos, mirándola fijamente, pero no se alejó.

Y ella no le pidió que lo hiciera.

Sintió un latido desbocado entre las piernas y los pliegues de su sexo se humedecieron anhelantes. La necesidad de alivio se hizo casi insoportable. El sol estaba detrás de la cabeza de él, y Chloris se esforzaba por distinguir sus rasgos entre las sombras. Necesitaba más. Lo necesitaba a él. Sólo podía pensar en cómo sería tener esa rígida parte de su cuerpo clavándose en su interior.

—Es una auténtica tentación —susurró él.

Chloris luchó contra el impulso de levantarse la falda y rogarle que la tomara. Agarrando la tela con los puños, se preguntó de dónde habría salido esa idea. ¿Sería culpa de un hechizo?

Los ojos del brujo se encendieron. ¿Sabría qué estaba pensando?

—Confíe en mí. Si nota algún cambio, dígamelo.

—¿Un cambio? Sí, noto un cambio, pero lo que siento sobre todo es deseo. —Abrumada, lo miró fijamente—. Lo que yo busco es fertilidad. No entiendo por qué siento esta… esta lujuria.

—¿No lo entiende? —Él se inclinó un poco más hacia ella y le apoyó una mano en la cintura—. Pues es muy fácil de entender. Veo la vitalidad en sus ojos y el rubor que le colorea las mejillas. Su naturaleza femenina está floreciendo. —Movió la mano hasta que quedó apoyada sobre la parte baja de su vientre.

Chloris la sintió a través de las distintas capas de ropa, como si la estuviera marcando a fuego con su contacto. Gimió en voz alta, porque su mano estaba tan cerca del lugar que tanto la deseaba que se estaba volviendo loca.

—No debería haber venido. Ya me advirtieron de que era peligroso.

Él alzó una ceja.

—¿Ah, sí? Pero no ha hecho caso y ha venido igualmente, corriendo el riesgo de caer en la tentación contra la que la habían prevenido.

Ella no respondió, porque lo único que quería en ese momento era retorcerse bajo el cuerpo del brujo, y necesitaba todas sus energías para contenerse.

Al abrir los ojos un instante, vio su propio deseo reflejado en los de él. Obviamente, el deseo era mutuo. Darse cuenta de ello la impresionó mucho, ya que nunca antes había experimentado nada semejante, y le pareció algo sincero, adecuado y muy poderoso.

—La excitación —siguió diciendo él— forma parte del proceso de apertura. Debe abrir sus partes más profundas para florecer y recibir a sus amantes libremente… aquí.

Chloris volvió a gemir. Lennox tenía la mano apoyada justamente encima de sus partes íntimas, y había presionado con ella al decir eso. Se humedeció todavía más entre los muslos. Jamás había sentido nada parecido. Ese hombre era el causante de todas las sensaciones que la asaltaban. Lo deseaba desesperadamente. Volviendo la cara hacia un lado, cerró los ojos con fuerza tratando de calmar el latido desbocado de su corazón.

—Ah, creo que ya entiendo cuál es su problema, señora Chloris.

Ella se volvió a mirarlo.

La sonrisa descarada que él le dirigió le provocó una nueva punzada en el vientre.

—¿Su deseo está fuera de control?

A pesar de estar muerta de vergüenza, consiguió asentir con la cabeza.

Lennox hizo descender un poco más la mano y aplicó una pizca más de presión, justo sobre su ingle.

—¡Oh, Dios mío! —Chloris bajó la vista y abrió los labios sorprendida. Pero al ver que su mano seguía acariciándola justo en el lugar en que la tela del vestido se le hundía entre las piernas no pudo seguir protestando.

Pronto la presión que él aplicaba obtuvo una reacción. Sintió una punzada de placer seguida de un intenso calor, como si las entrañas se le estuvieran fundiendo. Incapaz de resistirse, permitió que siguiera tocándola, impresionada por el inmenso goce que un simple contacto le proporcionaba.

—Hay una manera muy placentera de aliviar esta tensión. Estoy seguro de que sabe a qué me refiero —añadió él con una sonrisa traviesa, sin dejar de acariciarla.

Chloris echó la cabeza hacia atrás y sintió que tenía lágrimas en las mejillas. Ese hombre estaba a punto de hacerle el amor y ella quería que lo hiciera. Lo necesitaba desesperadamente. Nunca había sentido nada igual.

—No quiero serle infiel a mi marido.

—Jamás se me ocurriría invadir el territorio de su marido, a menos que usted me lo pidiera. —A pesar del estado alterado en que se encontraba, a Chloris no se le escapó el leve sarcasmo que teñía sus palabras—. Jamás tomaría a una mujer, casada o soltera, a menos que ella estuviera decidida a hacerlo y me lo pidiera.

A pesar de que Chloris había estado a punto de hacer precisamente eso, sus palabras la sorprendieron.

—¿Le sorprende comprobar que alguien como yo pueda tener un código de honor? —preguntó él, divertido.

Ella no salía de su asombro. Cada vez que pensaba que entendía las motivaciones del brujo, él volvía a sorprenderla. Lennox tenía los párpados entornados, pero eso no apagaba el brillo de sus ojos azules. Las oscuras pestañas sólo parecían enfatizar el fuego que ardía en ellos. ¿Podía fiarse de él? Todo cuanto decía parecía contradecir sus actos, unos actos que la habían dejado en tal estado de excitación que estaba a punto de rogarle, tal como él había sugerido.

—Sólo estaba proponiendo un ligero alivio —dijo él, sin dejar de masajearla.

La voluminosa falda no lograba protegerla. Sus emociones iban a la deriva en un mar de fruición. Su mente estaba envuelta en una neblina sensual. El contacto de su mano le provocaba oleadas de placer que se extendían por las ingles y las piernas. ¿Qué notaría si estuviera desnuda? Una nueva oleada de calor la recorrió de abajo arriba al pensar en ello.

—Me tomaré su silencio como una aprobación. —Lennox le levantó entonces la falda hasta la cintura y le cubrió el monte de Venus con su palma caliente.

Ella estaba a punto de protestar cuando uno de los dedos de él se abrió paso entre sus pliegues húmedos y la acarició. Y volvió a acariciarla. Y otra vez, deslizándose con facilidad sobre su botón hinchado gracias a sus abundantes fluidos. ¡Qué placer! La joven se incorporó y se recostó contra el pecho de él, echándole los brazos al cuello. Mientras Lennox le separaba más los pliegues, Chloris se frotó contra su mano.

Estaba a punto de estallar.

En ese momento, él introdujo un dedo en su interior.

—Oh, sí, ya veo que esto es lo que necesitaba.

Chloris le dirigió una mirada de advertencia, pero cuando él empujó el dedo más adentro y le apoyó el pulgar en el sensible botón, echó la cabeza hacia atrás, incapaz de seguir resistiéndose. El éxtasis la pilló por sorpresa. Moviendo las caderas adelante y atrás, gimió en voz alta.

Lennox le besó el cuello hasta que ella pudo volver a pensar con claridad. Al percatarse de lo que había sucedido, se apartó y se tumbó de espaldas a él. Y, aunque estaba muerta de vergüenza, seguía anhelando más. Lo quería a él. Aunque acababa de alcanzar el éxtasis, la tensión volvía a crecer en su interior.

—¿Qué le ocurre, señora? ¿No la he aliviado? —Lennox inclinó la cabeza para besarla en el hombro, animándola a sincerarse con él.

—Sí, pero al parecer no ha sido suficiente —admitió ella, tratando de cubrirse con la falda.

—No se esconda: es usted preciosa —dijo él, tumbándose a su espalda y pegándose a ella.

—Por favor, no puedo soportarlo. Mi lujuria me avergüenza.

—No era mi intención avergonzarla. Nunca haría algo así.

Ella se volvió a mirarlo por encima del hombro.

—Pero ahora que la he visto de este modo —siguió diciendo con la mirada tormentosa—, creo que la favorece muchísimo… y me estimula enormemente. —La besó en la mejilla.

¿Por qué volvía a excitarse? Su cuerpo respondía a sus palabras como si fueran una invitación al placer.

Al volverse hacia él, comprobó que le estaba dirigiendo una mirada hambrienta mientras su erección se le clavaba en las nalgas. Estaba listo para ella. Chloris se sintió desfallecer de deseo.

—Está empeorando las cosas —titubeó.

—Es posible, pero sé que puedo hacerla disfrutar.

—No lo dudo, es usted un seductor experto.

Chloris frunció los labios. No había pretendido que sonara como un halago. Mientras tanto, su cuerpo traicionero respondía con ansia. Era una mujer casada. ¿Qué le estaba pasando? Había perdido el juicio por completo.

Lennox rio entre dientes, acariciándole lánguidamente los pezones por encima del corpiño. Ella se retorció y trató de apartarse, pero no pudo. Él suspiró y le acarició el cuerpo por encima del vestido, entreteniéndose en los pechos.

A continuación, se inclinó sobre ella y le recorrió la oreja con la lengua, dejando a su paso una estela de fuego. La mente de Chloris protestaba, pero la joven era incapaz de expresar esas protestas en voz alta porque su cuerpo no respondía a sus órdenes. Tener a Lennox jugando con ella —con su cuerpo grande y masculino presionándola con tanta determinación, con su boca recorriéndola de arriba abajo— la había dejado sin palabras, impotente, víctima de su propio deseo.

Pegándose a su espalda, él le acarició la cadera y, tras deslizar una mano bajo la falda, volvió a levantársela.

—Está lista y deseosa de tener a un hombre en su interior.

—Por favor, no diga eso.

«Porque es verdad».

—La deseo, Chloris —la persuadió él—. Está tan húmeda, tan caliente… —dijo con la mano entre sus piernas—. Noto su necesidad en la palma de la mano.

Los dedos de Lennox acariciándole los pliegues la dejaron tan inerte como una muñeca de trapo. Tenía el corazón desbocado. Todo su cuerpo clamaba a gritos que lo aceptara.

—Dígame que no lo desea y no insistiré.

Ella lo deseaba. Lo deseaba desesperadamente.

—Lennox, por favor.

—Por favor, ¿qué? ¿Es esto lo que quiere? —Cambiando ligeramente de postura, él le dejó sentir su dura erección contra la parte trasera del muslo.

Cómo le gustaría refregarse contra ella, librarse de la frustración con un arma tan poderosa. Echando la cabeza hacia atrás, la joven se rindió a él sin ofrecer ningún tipo de resistencia.

Manteniéndola firmemente sujeta, Lennox se incorporó un poco para besarla en la boca. No la dejó moverse, obligándola a permanecer de lado. Un instante después, su mano regresó a la parte inferior del muslo y le levantó la pierna. La punta de su erección trató de clavarse en ella por detrás. Era una postura lasciva e inesperada. Cuando él presionó con más fuerza, abriéndose camino en su interior, Chloris ahogó una exclamación.

—¿Es esto lo que necesita?

—Sí —exclamó ella—. ¡Sí, sí, sí!

—En ese caso, se lo daré. —Con embestidas largas y profundas, Lennox reclamó su cuerpo.

Chloris jadeó, respirando con dificultad a causa de la intensa avalancha de placer que su invasión le estaba provocando. Cuando él le sujetó el muslo y lo dobló, llevándolo hacia sus pechos y hundiéndose más profundamente en su interior, sintió que el cuerpo entero le empezaba a arder.

La cabalgó con fuerza y decisión y ella lo agradeció. Aturdida por las sensaciones y las emociones desconocidas, su cuerpo tomó el mando.

—Oh, sí —susurró él—. Su cuerpo me abraza, dándome la bienvenida. No ha podido resistirse a esto, y me alegro mucho de que sea así.

Ella apretó los labios con fuerza.

Él la penetró más profundamente y más deprisa, entrando y saliendo una y otra vez. Las caderas de Chloris parecían tener vida propia, respondiendo a cada embestida con la misma intensidad.

Sintió la punta de su verga clavándose en lo más profundo de su vientre y desatando una ardiente marea de placer que se extendía desde allí hacia el exterior. Empezó a gritar de éxtasis, pero se contuvo mordiéndose el labio inferior. Los músculos internos de su vientre se contrajeron alrededor de él mientras experimentaba un placer tan intenso que le pareció que se levantaba del suelo. Un líquido caliente se le escurrió por los muslos.

El sexo de él creció aún más y Chloris se retorció porque las sensaciones le resultaban demasiado intensas. Él susurró su nombre en un tono torturado, retirándose de su interior justo antes de derramar su semilla.

El poder del momento que habían compartido la dejó aturdida. Temblaba por dentro y por fuera.

«¿Qué he hecho?», se repetía mentalmente. Sentía que estaba perdiendo el control, como si el hechizo del brujo la estuviera llevando a la locura.

Pero incluso sabiendo que sus actos podían tener graves consecuencias, fue incapaz de arrepentirse. No podía arrepentirse sintiendo el brazo de Lennox rodearle la cintura y agarrarla por detrás mientras le susurraba al oído palabras de afecto y de admiración. ¿Cómo arrepentirse si eso era lo más parecido al amor que había conocido en su vida?