15

Esa noche, como tantas otras, Lennox soñó con Chloris durante las pocas horas que durmió antes de levantarse para ir a reunirse con ella en el bosque. Al principio, los sueños fueron agradables, puramente carnales. Pero luego una abrumadora sensación de desesperación lo inundó al volver a ver su expresión en el momento en que él la había rechazado. Tras verle las cicatrices de la espalda, se había sentido profundamente herida en su orgullo. Lo había visto en sus preciosos ojos, empañados de tristeza y traición.

De vez en cuando, algún recuerdo más agradable apartaba esas imágenes. Eran instantes de sus encuentros secretos. El recuerdo que más se había clavado en su mente era la imagen de Chloris mirándolo a los ojos mientras se le ofrecía una vez más, aferrándose a su pecho. Ese precioso instante en que había dejado a un lado todas sus dudas y se había entregado por completo. Oyó su voz, susurrándole en la mente: «Tú me has enseñado lo que es ser una mujer. Una mujer saciada».

La lujuria se apoderó de él. Dio media vuelta en la cama, luchando contra el impulso de despertarse del todo, porque no quería desprenderse de la sensación del pelo de ella acariciándole la cara y el pecho. Era tan real, tan suave… Como le había dicho, quería tenerla en su cama todas las noches.

El cuerpo de Chloris cerca del suyo y sus cálidos labios hacían que el deseo de Lennox se desbocara.

Alargó las manos y la agarró por el pelo mientras profundizaba el beso. «Chloris…» El anhelo de poseerla, de reclamarla como suya y sólo suya, se estaba apoderando de él.

Pero aunque el pelo que tenía entre las manos era largo y sedoso, era liso y no se enredaba entre sus dedos.

Algo no encajaba.

Separándose, abrió los ojos y se encontró mirando a Ailsa. El corazón le dio un vuelco en el pecho.

—¿Qué haces?

Ella le acarició el pecho desnudo, mirándolo con descaro.

—Despertándote como a ti te gusta.

Con los sentidos llenos de la imagen y la esencia de Chloris, le pareció una broma. Pero la melena de Ailsa le cayó sobre el pecho cuando ella inclinó la cabeza para besarlo en el esternón. Luego siguió bajando las manos hasta llegar al pantalón y comenzó a desabrocharle los botones, pero él la detuvo agarrándole la mano. Tras apartarla, se sentó en la cama y apoyó la cabeza en las manos.

—¿Lennox?

—Un momento, por favor. —El hecho de haber confundido a Ailsa con Chloris le había dejado muy mal cuerpo.

Ella le apoyó la mano en la espalda, transmitiéndole una corriente de calor que le llegó hasta los huesos. Como siempre, se ofrecía a él tanto para su placer como para lo que necesitara, entregándose para aportar fuerza a su magia y a las actividades cotidianas.

Lennox se levantó, poniendo distancia entre ambos. No quería hacerle daño, pero no la deseaba.

Al volverse a mirarla, vio a una mujer frustrada.

Permanecía semitumbada donde la había dejado, con las manos apoyadas en la cama vacía y una mirada de incomprensión en los ojos. Era una joven muy hermosa. La melena oscura le llegaba hasta la cama y los ojos le ardían con un brillo místico y mágico, unos ojos que no podían ocultar la herencia de sus antepasados. Era una bruja muy poderosa para su edad, que necesitaba un líder fuerte que la guiara para que no se apartara del buen camino. Ailsa quería que él fuera su líder y algo más, pero Lennox sabía que no podía ser.

Tragando saliva, buscó la camisa y se la puso.

—Es por ella —lo acusó la muchacha—. Es Chloris Keavey la mujer que deseas.

—Ten cuidado con lo que dices —la advirtió él mientras se abrochaba los pantalones.

—No. Ten cuidado tú, Lennox —replicó ella con amargura, al tiempo que no perdía detalle del movimiento de sus dedos sobre los pantalones—. Eres tú quien está cegado por el deseo.

Cuando sus ojos se encontraron, los de la joven bruja ardían de rabia.

A Lennox se le ocurrió que ella lo sospechaba antes de despertarlo. Se lo había planteado ya la otra noche, en el claro del bosque. ¿Lo habría puesto a prueba? Se puso el chaleco.

—No estoy ligado a una sola mujer, lo sabes perfectamente.

—Hasta ahora —lo acusó Ailsa, levantándose de la cama por el lado opuesto—. Te unirás a ella, lo veo en tus ojos. Es por eso por lo que ya no me quieres en tu cama, porque ella es la única que quieres ver aquí.

Lennox maldijo entre dientes mientras se peleaba con los botones del chaleco. Ailsa decía la verdad. No podía negar su afirmación, así como tampoco podía acostarse con ella, porque era Chloris la dueña de su deseo. No es que la afirmación lo sorprendiera. Sabía que la amaba y que quería protegerla el resto de su vida, pero que un miembro del grupo se lo echara en cara no lo ayudaba, sobre todo en esos momentos, cuando su principal preocupación era convencer a Chloris de que abandonara a su marido y se fugara con él.

—Ni siquiera es una de los nuestros —siguió diciendo Ailsa, aparentemente dispuesta a clavar la daga hasta el fondo—. Sabes el riesgo que eso supone. Aunque ahora te quiera, ¿quién sabe lo que podría hacerte en el futuro?

—¡Ya basta! —gritó Lennox, irritado.

—¿Por qué? ¿Ya no puedo dar mi opinión?

Él la fulminó con la mirada desde el otro extremo de la habitación. La joven bruja era tan difícil de amarrar y tan decidida como un salmón nadando a contracorriente.

—Puedes dar tu opinión —concedió él—, pero ahora mismo tengo muchos problemas en la cabeza. Estoy preocupado por la señora Chloris. Ha sufrido mucho y ha corrido un gran riesgo acudiendo a nosotros a pedir ayuda. —Sacudió la cabeza al sentir un gran peso en las entrañas—. Es la vieja historia de siempre. Sufro por las mujeres, me preocupo por ellas. Siempre ha sido así. —Hizo una breve pausa, pero siguió hablando. Las cosas debían quedar claras entre ellos—. No descansaré hasta que encuentre a mis hermanas. Haré lo que crea más conveniente para ti y para el resto, pero no puedo ofrecerte nada más que mi protección. Siempre ha sido así y nada ha cambiado.

—Siempre ha sido así, pero ése no es el problema. —Ailsa se cruzó de brazos y lo miró muy seriamente—. Sé lo que sientes. Lo entiendo perfectamente porque yo también he perdido a seres queridos por culpa de la magia, pero lo tuyo es distinto, Lennox. Usas a tus hermanas como pretexto cuando te conviene.

La irritación del brujo se convirtió en furia.

—¡Cuidado con lo que dices!

Ella negó con la cabeza.

—Vas a escucharme te guste o no —replicó sin bajar la mirada—. Siempre dices que buscas respetabilidad, por nuestro bien. Y ¿puede saberse cómo piensas lograrla? ¿Acostándote con sus mujeres, acaso?

La ira hervía en el interior de Lennox. Quería que se callara de una vez.

—¿Sabes cómo te llaman en la ciudad? Te llaman el Libertino. Y no precisamente entre susurros de admiración, no. Los que lo dicen son los que no se fían de tu fachada de respetabilidad. Y no los culpo. Puede que la pasión sea la fuente que alimenta nuestra magia, pero no de la manera en que tú la obtienes. Seducir esposas para vengarte de tus enemigos no es una buena idea. Y ahora estás metido en una situación que no puede acabar bien, pero no quieres aceptarlo.

En otro momento, habría dejado pasar las palabras de Ailsa sin darles importancia, pero lo cierto era que sus acusaciones eran tan acertadas que tuvo que apretar los dientes para resistir el impulso de acercarse hasta ella y taparle la boca con la mano.

—¿Quieres callarte de una vez?

Ella negó con la cabeza, casi despidiendo llamas por los ojos.

—No hasta que me cuentes por qué lo haces. ¿Por qué corres riesgos acostándote con sus mujeres cuando tienes brujas leales que pueden satisfacerte de maneras que ellas ni siquiera conocen?

Era la segunda vez en un día que una mujer le plantaba cara mostrándole cuáles eran sus defectos; defectos que conocía pero que se negaba a admitir.

—Porque es fácil —confesó—. Hay días en los que el miedo por los nuestros me retuerce las entrañas, y odio a los que nos desprecian y nos echan en cara nuestras creencias. Los cazadores de brujas recorren el país expulsando a gente de sus tierras. La lista de vidas acabadas con crueldad no deja de crecer. No puedo soportarlo. Y cuando veo a esos hombres que nos miran por encima del hombro…

Hizo una pausa y suspiró, porque su confesión aligeró el peso que cargaba.

—No me siento orgulloso de ello, Ailsa, pero reconozco que muchas veces actúo movido por la necesidad de vengarme. Les he dado un montón de oportunidades para aceptarnos, y cada vez que rechazan una propuesta razonable los veo apedreando a mi madre y obligando a mis hermanas pequeñas a mirar cómo la mataban. No puedo evitarlo. Quiero que sientan el dolor que yo sentí cuando destrozaron a mi familia hasta hacerla pedazos.

Se quedaron mirando en silencio hasta que el labio inferior de Ailsa empezó a temblar. Rodeando la cama, la joven bruja se arrojó en los brazos de Lennox y lo estrechó con fuerza.

Él le devolvió el abrazo. Al oírla llorar suavemente contra su pecho, confirmó lo que ya sabía: los estaba haciendo infelices a todos.

—Todo cuanto me has dicho es cierto. Eres una brujita muy sensible y perceptiva —le dijo acariciándole el pelo—. Debes aliarte con alguien mejor que yo. Un día serás una bruja inmensamente poderosa y necesitarás a alguien que sepa guiarte.

Ella alzó el rostro y lo miró fijamente. Sus extraños ojos grises brillaban a causa de las lágrimas.

—Tú has sido un buen tutor y guardián. Quiero quedarme contigo.

Lennox le dirigió una sonrisa irónica. Estaba tratando de enmendar la brecha abierta entre ellos, pero sus acusaciones habían despertado en él la necesidad de arreglar las cosas de otra manera. La apartó de sí.

—Encontraremos al amante que te ha sido destinado. Sólo es cuestión de tiempo.

Lennox miró por la ventana. Estaba amaneciendo. Tenía que ir al encuentro de Chloris. Cogió su cinturón.

—Vas a reunirte con ella. —No era una pregunta.

—Es hora de pasar a la acción, Ailsa. Hoy el consejo hace pública la lista de comerciantes que han sido aceptados en el gremio. Quiero verla con mis propios ojos para comprobar si mis esfuerzos han servido de algo. Esta noche convocaré reunión. Si todos estamos de acuerdo, partiremos al norte en busca de un nuevo futuro. Pero antes tengo que arreglar las cosas con la señora Chloris por si decidimos marcharnos enseguida.

—¿Quieres que venga con nosotros?

—No será fácil convencerla, pero sí, me gustaría que viniera con nosotros.

Ailsa respiró hondo y levantó la barbilla.

—En ese caso, será mejor que te des prisa.

Aunque su apariencia era serena, Lennox vio un brillo de decepción en su mirada. Sin moverse del sitio, notó que se alejaba de él.

—¿Tienes dudas, Ailsa? ¿Tal vez te parece que ya no debería ser el líder del grupo?

Ella sonrió tristemente.

—Lennox, no puedo negar que te deseo. Te echaré de menos como amante si la eliges a ella, pero para mí siempre serás el maestro entre brujos que me devolvió a la vida cuando la muerte me arrebató a mi hermana. Te soy y te seré fiel. Iré allá adonde nos lleves.

En sus ojos había honestidad además del dolor.

—Sabes que haré todo cuanto esté en mi mano para asegurarme de que estás a salvo —replicó él.

La muchacha asintió en silencio.

—Seguiremos hablando esta tarde, cuando vuelva de la reunión del consejo municipal. —Le habría gustado quedarse para tranquilizarla, pero había dejado las cosas a medias con Chloris la noche anterior y tenía que asegurarse de que entendía lo importante que era para él antes de ir a la reunión.

Chloris lo observó acercarse al claro. Su alta figura se abría camino entre los árboles con facilidad, cubriendo rápidamente la distancia entre ambos. El día se presentaba cálido. El viento estaba demasiado perezoso para moverse. Lennox parecía formar parte de ese bello paisaje, de ese prado oculto en medio del bosque. Siempre lo recordaría así, caminando con decisión entre los árboles, como si fuera el rey del lugar. ¿Cómo era posible que la vida le hubiera permitido amar a alguien como él, aunque fuera por poco tiempo? Era un hombre muy atractivo, de gran talento, y más joven que ella. Aunque también era salvaje e impredecible.

Cuando estuvo cerca, Chloris lo recibió con una sonrisa, aunque levantó una mano para indicarle que deseaba guardar una cierta distancia entre ellos mientras hablaban. Se había preparado muy bien lo que iba a hacer y no podía flaquear. Sin embargo, al verlo tan cerca —al ver esa imagen adorada que le embriagaba los sentidos—, supo que no sería fácil. Aunque no importaba. Tenía que hacerlo.

La sonrisa de Lennox perdió brillo al verla levantar la mano, pero se detuvo ante ella y la saludó con una inclinación de la cabeza.

—¿Cómo estás hoy?

—Estoy bien, pero hay cosas que necesito saber y cosas que tengo que decir.

—Pregúntame lo que quieras. —La mirada de Lennox era melancólica.

—He oído muchas habladurías sobre ti y quiero saber qué hay de cierto en ellas. —Chloris apoyó la espalda en un árbol—. Dime, ¿a cuántas mujeres has seducido?

Él se revolvió, incómodo, lo que confirmó las sospechas de la joven de que Jean le había dicho la verdad. Era un mujeriego, un libertino que sólo se preocupaba por satisfacer su lujuria, aunque destrozara las reputaciones de las mujeres que se cruzaban en su camino. Y ella había caído en sus redes. Hasta Jean había querido probar su magia, estaba convencida. Era un tema que le preocupaba y, aunque le había costado tomar la decisión de preguntárselo directamente, necesitaba saber la respuesta. Al menos él no se había zafado de la pregunta con un comentario burlón. La respetaba lo suficiente como para tomársela en serio.

Lennox abrió la boca para responder, pero ella lo interrumpió apoyándole un dedo en los labios.

—Sólo la verdad. Te respetaré más si no me mientes.

Necesitaba saber la verdad para sacar fuerzas de ella. Sólo así podría resistirse a su absurdo plan de que se fugara con él.

Lennox estaba cada vez más apagado.

—No llevo la cuenta, pero ha habido muchas. Aunque, hasta que tú llegaste, para mí las mujeres sólo eran una fuente de fuerza vital que necesitaba para mi magia. Y eso, en el mejor de los casos. En otras ocasiones ni siquiera eso. Sólo eran amantes pasajeras, sin rostro, un desahogo momentáneo.

«¿Hasta que yo llegué?»

Lennox entornó los ojos y guardó silencio unos instantes, como si estuviera tratando de dar con las palabras que necesitaba.

—El acto sexual es la piedra angular de nuestras creencias. Nada es más poderoso. Y tengo la capacidad de recolectar ese poder y de usarlo para arreglar cosas que no van bien, para sanar y para influenciar a las personas. Y, sin embargo, hasta que tú llegaste no me había dado cuenta del auténtico valor de lo que pasa entre un hombre y una mujer; de la importancia de un acto aparentemente tan sencillo como es compartirse con otro cuando entre ambos hay un gran afecto, además de deseo.

Chloris respiró hondo. ¿Ese hombre, que parecía saberlo todo sobre lo que sucedía entre hombres y mujeres, estaba confesándole que no había entendido la trascendencia del acto en sí? Era casi imposible de creer.

—Te amo, Chloris. —Los ojos de Lennox le suplicaban comprensión. Esa conversación no le estaba resultando fácil—. Me has cambiado por completo. Los momentos que hemos pasado juntos son lo más valioso que me ha sucedido en la vida. Me has acercado a las creencias que marcan mi vida.

Sus palabras no la estaban ayudando en absoluto. Al contrario. Sabía que no podían tener una vida en común, pero su declaración no la ayudaba a alejarse de él.

—Te amaré siempre, te lo prometo.

Chloris sintió que estaba a punto de desmayarse.

—Deja tu vida atrás y empieza una nueva a mi lado —le pidió él, cogiéndola de la mano.

La joven cerró los ojos y los apretó con fuerza para contener las lágrimas.

—No puedo. Ya sabes que Tamhas no toleraría que abandonara a mi marido. Vendría a buscarme para poner fin a mi locura.

—Sí, lo sé. —Él le apretó la mano con más fuerza—. Hace tiempo que tengo previsto llevar a mi gente al norte, a un lugar donde nos acepten sin tantos problemas.

Sorprendida, Chloris se lo quedó mirando sin saber qué decir. Entreabrió los labios, pero Lennox siguió hablando.

—No quiero engañarte. Las cosas en el norte no serán tan fáciles. La vida en las Highlands es dura, no se parece a la que has llevado aquí. Pero tengo familia allí y sé que nos darán la bienvenida. Allí no persiguen a los que, como nosotros, creen en las leyes del mundo natural y se nutren de su vitalidad para curar y crear magia. Allí estaremos a salvo pero no tendremos lujos. —Con los ojos brillantes, añadió—: Será una vida sencilla pero honesta.

«Una vida honesta». Chloris entendió perfectamente lo que le estaba diciendo. Una vida honesta, distinta de la que ahora llevaba al fingir que era una esposa feliz, lo que no podía estar más lejos de la realidad.

—El viaje no será fácil. El peligro acecha donde uno menos se lo espera. Cuando nos marchemos de Saint Andrews, nuestros detractores lo verán como una prueba de culpabilidad y lo usarán contra nosotros. Avisarán a los cazadores de brujas y nos perseguirán para juzgarnos.

—Entonces es más seguro quedarse —murmuró ella, sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago al pensar que pudieran perseguirlos y capturarlos.

—Yo no diría eso —replicó él con una sonrisa irónica—. Los que se queden en el sur no lo tendrán más fácil. Se acerca una época convulsa. Los partidarios del rey Jacobo están inquietos. Se están preparando para volver a luchar y restablecer la monarquía de los Estuardo en el trono de Escocia. Los ingleses no lo aceptarán de buen grado, así que nuestro país volverá a ser escenario de crueles batallas.

Chloris se encogió al pensar que su tierra volvería a sufrir la violencia y el horror de la guerra. De niña había crecido oyendo a su padre contar historias de rencillas y resistencia. La mayoría de sus conocidos en Edimburgo no aceptaban de buen grado la unión con Inglaterra, pero no le habían llegado rumores de que se estuviera preparando una revuelta.

—¿Cómo sabes esas cosas?

—Cuando salgo de Saint Andrews, voy viajando de pueblo en pueblo y escucho a la gente. El rey Jacobo está en el exilio pero cuenta con el apoyo de numerosos jacobitas, lo que hace que la revuelta sea inevitable.

Estaban rodeados de incertidumbre pero, mientras lo miraba, Chloris estuvo segura de una cosa: lo amaba. Si lo que Lennox decía era cierto y la quería, ¿podía arriesgarse y fugarse con él, corriendo así el riesgo de que le rompiera el corazón? La dureza de la vida en las Highlands no la preocupaba. Más dura sería la vida si se quedaba con Gavin.

No obstante, había otros aspectos que considerar. Tal vez todo eso no fuera más que un capricho pasajero por parte de Lennox. Además, se recordó que, como líder de su grupo, tenía responsabilidades. Y nada le aseguraba que el resto de los brujos la admitieran.

—Si os acompañara, no aportaría más que problemas al grupo.

Él negó con la cabeza y le cogió la otra mano. Cuando Chloris lo miró a los ojos, dijo:

—No cuestionarán mi decisión. Además, siempre han sabido que nos iríamos al norte antes o después. No pondrán objeciones. Si vienes conmigo, partiremos inmediatamente.

—Si tu plan era marcharte, ¿por qué no os habéis ido antes?

—Lo único que nos ha retenido aquí ha sido la búsqueda de mis hermanas, que llevan años perdidas en las Lowlands.

Chloris se sintió consternada. No sólo por enterarse de que había perdido a sus hermanas y por el obvio dolor que eso le causaba, sino porque no se lo hubiera contado antes. Era una prueba más de que no lo conocía lo suficiente. Lo conocía como amante, pero había tantas otras facetas de él que desconocía… ¿Tendría alguna vez la oportunidad de descubrirlas todas?

—Lo siento mucho. Cuéntame más cosas sobre ellas. ¿Cómo es que se perdieron?

Lennox le soltó las manos. Respiró hondo y se pasó las manos por el pelo. Luego se volvió, dándole la espalda. No le resultaba fácil hablar de sus hermanas con ella. Chloris se preguntó por qué sería. ¿Tal vez porque no era como ellos? Imaginó que no le costaría tanto hablar de ello con los demás brujos y se sintió cada vez más alejada de él.

Momentos después, él se volvió hacia ella, pero su mirada se había vuelto distante.

—Cuando éramos niños, mataron a mi madre. La acusaron de brujería.

Chloris se cubrió la boca con la mano, impresionada por su revelación. Sacudiendo la cabeza, trató de asimilarlo.

—Oh, Lennox, lo siento tanto…

La historia de su familia tenía numerosas implicaciones. Chloris se sintió aún más asustada por él. Había estado yendo a Torquil House a escondidas una y otra vez para estar con ella, sin importarle el riesgo que corría. Y a Tamhas nada le gustaría más que ver a Lennox y a los suyos acabar del mismo modo que su madre. No le cabía ninguna duda. Lo que había descubierto la ayudaba a entender mejor al hombre que vivía bajo la fachada del brujo. Su naturaleza rebelde, su fuerza de voluntad y su gran tenacidad cobraban un nuevo sentido.

—Llevamos tiempo preparados para marcharnos, pero iba alargando el momento con la esperanza de encontrar a mis hermanas. No ha podido ser, pero te he encontrado a ti. —Lennox suspiró antes de sonreír débilmente—. Parece que el destino ha desempeñado un importante papel en nuestro encuentro. No creo que haya sido una casualidad. El hecho de no haber podido encontrar a mis hermanas es lo único que empaña el momento.

—La primera vez que vine a Somerled acababas de volver de viaje. ¿Habías estado buscando a tus hermanas?

—Sí. —Lennox se la quedó mirando en silencio unos momentos, durante los cuales la joven percibió la sinceridad de su afecto por ella. Realmente creía lo que decía—. Chloris, estamos destinados a estar juntos. No puedes quedarte con un hombre que te trata tan mal.

—Por desgracia, no soy la única mujer con ese problema, ya lo sabes.

Los ojos de Lennox se encendieron de furia.

—Pero no tolero que nadie trate así a las mujeres que están bajo mi protección.

Chloris entendía sus sentimientos, pero le parecía que Lennox era un soñador, al menos en lo tocante a su relación.

—Quieres convertirme en una de tus mujeres —susurró.

—Sí.

Ella bajó la mirada. Un gran peso se le instaló en el pecho. Las emociones eran cada vez más difíciles de controlar. Cuando Lennox quiso añadir algo, ella lo impidió poniéndole un dedo en los labios.

—No digas nada.

«Una de sus mujeres…» Como si ella pudiera algún día llegar a ser como esas mujeres llenas de talento. Se acordó de Ailsa, que le había abierto la puerta la primera vez que había ido a Somerled. Le había parecido una mujer rebelde y segura de sí misma, con los ojos del color de la niebla y los movimientos seguros de una persona que sabía mucho de la vida. Y, sin embargo, esas mujeres vivían bajo la amenaza de ser acusadas y ajusticiadas en cualquier momento.

No, sabía que Lennox se aburría con las que no eran como él. Las relaciones que había tenido con mujeres de Saint Andrews habían sido meros pasatiempos. Eso era lo que Jean le había dicho cuando le había advertido que se alejara del brujo. Siempre había sido así, y así sería entre ellos cuando pasara la novedad. Si accedía a acompañarlo, él pronto se cansaría de ella y la arrinconaría. Llevaba años sin querer examinar la realidad de su vida, pero ahora que por fin lo había hecho, no quería volver a engañarse. Le dolía en el alma porque anhelaba estar con él. Saber que él también la quería y que no podrían estar juntos se hacía durísimo, pero tenía que aceptarlo. Era una relación abocada al fracaso. Al parecer, la felicidad no tenía lugar en su vida.

—Es demasiado. —Chloris se volvió, cubriéndose la cara con las manos. Estaba a punto de echarse a llorar, y no quería hacerlo delante de él.

Lennox la rodeó con sus brazos en un movimiento rápido y fluido.

—¿Por qué? —le preguntó besándole la coronilla—. Seremos felices juntos, te lo prometo.

—Calla —susurró ella.

Tras cubrir las manos de Lennox con las suyas y apoyarle la cabeza en el hombro, se dio permiso para disfrutar de la sensación de consuelo que le suponía estar entre sus brazos escuchando promesas de amor que ninguno de los dos podía cumplir.

Él la obligó entonces a darse la vuelta.

—Hoy hay consejo municipal. Reúnete aquí conmigo mañana por la mañana y dame tu respuesta.

Chloris vio esperanza en sus ojos, aunque también un tinte de desesperación.

Quería decirle que sí. Lo deseaba con tantas fuerzas que sospechó que él podía estar influenciándola.

—No estarás usando la magia para convencerme, ¿no?

—No. Nunca la usaría para algo tan importante. Debes venir conmigo si así lo deseas. Si no es por voluntad propia, no tiene sentido.

Lennox quería hacer las cosas bien. Esperaba que ella lo comprendiera e hiciera lo mismo. Chloris ya había tomado una decisión. Haría las cosas bien, pero no como él esperaba. Sabía que no estaría contento, pero con el tiempo lo comprendería. Se enamoraría de una bruja y se emparejaría con ella. Entonces, sabría que Chloris había hecho lo correcto.

Pero en ese instante lo deseaba tanto que la frustración se apoderó de ella. Lo agarró por la camisa con una mano y lo atrajo hacia sí.

—Hazme el amor —le exigió levantándose la falda hasta los muslos con la otra mano.

Los ojos del brujo se iluminaron.

Chloris se sintió muy afligida al darse cuenta de que él pensaba que estaba accediendo a su propuesta.

Antes de poder negarlo, él la había levantado en brazos y la estaba llevando al centro del claro para tumbarla sobre la hierba.

—Sabía que tomarías una decisión sensata.

No, había tomado la única decisión posible.

Pero no podía negarse esa última oportunidad para el placer.