Tamhas Keavey dio un sorbo a su cerveza y miró en dirección a la puerta de la taberna con el cejo fruncido. Pasaba ya un rato de la hora convenida y no había ni rastro de maese MacDougal. Debía esperarlo. Como jefe del consejo municipal, a menudo MacDougal tenía que acudir a resolver asuntos urgentes.
Cuando finalmente el jefe del consejo llegó, Tamhas hizo un gesto para que le sirvieran otra cerveza y se levantó para recibirlo.
—Mis disculpas, amigo mío —se excusó MacDougal, tomando asiento—. Me temo que los asuntos del consejo tienen preferencia sobre las reuniones sociales.
Tamhas forzó una sonrisa.
—Yo también quiero hablarte sobre un tema del consejo.
MacDougal frunció el cejo.
—En ese caso, deberíamos hablarlo en la próxima reunión.
—Es importante que te ponga al corriente de una sospecha que tengo, una sobre la que todavía no puedo hablar abiertamente.
Guardaron silencio mientras la tabernera dejaba sobre la mesa una jarra de cerveza y un segundo vaso. Mientras la joven llenaba el de MacDougal, Tamhas observó con satisfacción que el jefe del consejo parecía curioso a pesar de sus reservas.
Cuando la tabernera se hubo marchado, MacDougal le indicó que siguiera hablando con un movimiento de la cabeza.
—Se trata de Lennox Fingal —declaró Tamhas.
MacDougal volvió a fruncir el cejo.
—Expresaste tus dudas sobre maese Fingal en la última reunión del consejo, y ya alcanzamos un compromiso al respecto.
—Pero las preocupaciones que tengo son de peso. No pueden esperar. Créeme, no es sólo el consejo lo que me preocupa. Tengo miedo por nuestra ciudad. Y por nuestras familias.
—¿Miedo? ¿Tienes miedo de maese Fingal?
Tamhas se revolvió en su silla, inquieto.
—Temo por los inocentes porque creo que Lennox Fingal es un malhechor. Y estoy dispuesto a asumir la defensa de la ciudad.
—Maese Fingal no me ha dado ninguna razón para arrepentirme de la decisión a la que llegamos en el último consejo. Y sus hombres trabajan bien. Son muy hábiles en su labor.
—¡Es una farsa! —Tamhas hizo una pausa para tranquilizarse. No podía perder el control—. Es un disfraz de respetabilidad tras el que ocultarse. Ese hombre es un aliado del diablo, un seguidor de la oscuridad. ¡En esa casa del bosque se practica la brujería!
MacDougal frunció los labios mientras lo contemplaba con curiosidad.
—No pensaba que fueras tan retrógrado, Keavey.
Tamhas agarró la jarra de cerveza con tanta fuerza que parecía que quisiera romperla.
—No soy retrógrado. Estoy pensando en el futuro. Pienso en el bienestar de nuestro país y de nuestras familias.
—No me refería a eso. —MacDougal empujó la jarra de cerveza hacia el centro de la mesa, claramente disgustado—. No hay ninguna evidencia de brujería en Saint Andrews; sólo habladurías. Entiendo que estés receloso de los que no llevan mucho tiempo en el condado, me parece una precaución natural. Pero somos hombres prudentes y responsables. Como miembros del consejo debemos dar ejemplo a los demás. Somos líderes y, como tales, debemos pensar cuidadosamente antes de actuar. Una acusación de brujería contra uno de nuestros ciudadanos perjudicaría la reputación de la ciudad entera.
La frustración de Tamhas fue en aumento.
—Pero la brujería lleva siglos campando a sus anchas por Escocia. ¿Por qué Saint Andrews iba a ser diferente?
—Somos la capital espiritual de Escocia. Por algo será.
Tamhas gesticuló con los brazos, enfurecido.
—¡Precisamente por eso! Somos una tentación de primer orden para esa gente.
—No podemos permitir que el buen nombre de la ciudad se vea ensuciado por las habladurías.
—¿Estás diciendo que serías capaz de ignorar todos los actos monstruosos de esas personas para salvaguardar la reputación de la ciudad?
—No, no estoy diciendo eso. —Inclinándose hacia adelante, MacDougal bajó la voz y añadió—: Pero harían falta pruebas más contundentes y habría que llevar las cosas con discreción.
La tensión que había ido escalando entre ellos disminuyó un grado.
—Hoy en día hay que actuar con mucha cautela —siguió diciendo MacDougal—. Numerosos dirigentes en todos los estamentos de poder dudan de la existencia de la brujería. Son muchos los que cuestionan las sentencias de muerte que se han dictado tan a menudo a lo largo de la historia.
—Pues los que las cuestionan son unos idiotas —exclamó Tamhas—. Yo he visto colgar a tres y todos eran maléficos.
MacDougal lo observó en silencio, y Tamhas se arrepintió de haber hablado cuando estaban tan cerca de alcanzar un acuerdo.
—Si maese Fingal tiene malas intenciones, lo veremos con el paso del tiempo. Y ése será el momento de tomar una decisión y de actuar, no antes. —MacDougal se dispuso a marcharse sin haber probado la cerveza—. De momento, estaremos atentos a su conducta en el consejo. Cuando el verano llegue a su fin, revocaremos la invitación o serán reconocidos como carroceros oficiales de la ciudad.
Tamhas apretó los dientes con fuerza. Era evidente que MacDougal estaba tratando de aplacarle los ánimos para quitárselo de encima, pero de momento no podía hacer nada más. Si quería que el consejo actuara, necesitaba pruebas irrefutables.
«Pruebas que pienso conseguir».
La siguiente ocasión en que los brujos unieron sus poderes para realizar un ritual fue a petición de un granjero local que necesitaba una buena cosecha. Griffin estaba pasando por una mala racha tras la muerte de su hijo mayor, y había acudido a Somerled. Necesitaba una buena cosecha o probablemente perdería su contrato de arrendamiento.
Lennox se acercó al claro del bosque donde se reunían para los aquelarres. El sol se acercaba ya a la línea del horizonte y el cielo se teñía de tonos rojizos y rosados. Las sombras que los árboles proyectaban sobre el claro eran muy alargadas. Cuando Lennox ocupó su lugar y miró a los que estaban reunidos a su alrededor, vio que le devolvían miradas de inquietud. Algo no iba bien.
—Sólo somos doce —señaló.
—Nathan sigue explorando la zona —lo informó Glenna—, para asegurarse de que nadie nos observa. —La curva de la boca de la mujer indicaba que estaba disgustada.
—Si hubiera extraños en los alrededores, lo sabría. —Lennox había recorrido el bosque a caballo mientras los demás preparaban y encendían la hoguera en el centro del claro.
Glenna asintió, pero la expresión de preocupación no la abandonó.
—¿Qué te preocupa?
Ésta se volvió hacia Ailsa y luego hacia Nathan, que en ese instante se acercaba entre los árboles para reunirse con ellos. Fue Ailsa la que habló al fin. Cuando lo hizo, Lennox vio que estaba tan preocupada como la otra mujer.
—Los hombres de Keavey, los que visitan a los arrendatarios que quedan más lejos de su casa. Llevan dos días atravesando el bosque en vez de rodearlo cuando regresan a Torquil House.
—¿Cruzan el bosque?
—La primera vez no le di importancia, pero esta tarde estaba frente a la casa y los he visto pasar de nuevo. Unos matorrales entre los árboles me ocultaban de la vista. Al oír voces, me volví y los vi vigilando a Nathan de lejos.
Ailsa le dirigió una mirada atormentada que a Lennox no le costó interpretar. Los horribles recuerdos de las cosas que había visto la torturaban. Cuando la conoció tenía siempre esa expresión, y volvía a tenerla cada vez que veía peligrar su libertad o su capacidad de poner en práctica sus poderes innatos. Sabía que había gente que estaría encantada de llevarla a la horca.
—Estaban tratando de ver qué recogía Nathan. Al darme cuenta, creé una distracción en los árboles y siguieron su camino. Pero me temo que seguirán viniendo. Nos están vigilando, Lennox —dijo, afligida.
—No temas, Ailsa, estas tierras están protegidas por mi magia.
—¿Tu magia es lo bastante fuerte para protegernos a todos? —terció Glenna.
—Fortaleceré el hechizo en el bosque esta misma noche. Por mucho que observen, no verán nada. En nuestros dominios estamos a salvo. —Se volvió en círculo, mirándolos a los ojos uno a uno para tranquilizarlos mientras les hacía esa promesa—. Pero si salís del bosque para ir a cualquier otro sitio, no bajéis la guardia.
A continuación, Lennox abrió los brazos y los demás lo imitaron y se cogieron de las manos.
—Démonos prisa y hagamos un llamamiento a la naturaleza para que derrame sus bienes en las tierras del granjero Griffin.
El líder del aquelarre sintió que las preocupaciones de los suyos disminuían mientras unían fuerzas para llevar a cabo la petición.
Echando la cabeza hacia atrás, Lennox respiró hondo, permitiendo que las mareas del tiempo y la naturaleza fluyeran a través de él. Bajo los pies sintió la riqueza de la tierra y canalizó todos sus pensamientos hacia ella. Cuando empezó a canturrear las antiguas palabras en voz alta, el resto del grupo lo imitó. Algunos permanecían muy quietos, otros se tambaleaban ligeramente. La esencia de cada uno de los reunidos se propagaba en círculos que desembocaban en él, y de ahí pasaba al suelo a través de sus pies. Cuando ésta se volvió fuerte y poderosa, Lennox alzó los brazos, se arrodilló y luego clavó las manos en la tierra. El círculo se cerró a su espalda y algo parecido a un relámpago le recorrió la columna vertebral. Un flujo de luz y color le inundó el cuerpo y manó desde sus dedos hacia la tierra. Luego bajó la cabeza, ofreciéndose así humildemente y pidiendo a cambio que la naturaleza sonriera al buen granjero que les había pedido ayuda. Una vez más, la energía de todos los reunidos se concentró y pasó a la tierra.
Sólo cuando quedó satisfecho con el resultado, dio por terminado el rito y se levantó.
Al mirar a su alrededor vio que la ceremonia había devuelto el buen humor y la unidad al grupo. Contento con el efecto obtenido, les dio las gracias a todos. Glenna sonrió y los hombres abrazaron a las mujeres.
—¿Quieres que me quede? —preguntó Nathan.
—Ocúpate de los otros. Llévalos a Somerled.
Siguiendo las instrucciones de Nathan, los demás se dispersaron y regresaron a la casa del bosque. Todos excepto Ailsa.
Al llegar a su lado, Lennox vio que el terror de sus ojos se había aplacado, pero ahora iba acompañado de una súplica. Le estaba suplicando comprensión.
—¿Estás sufriendo, Ailsa?
—Sí, me temo que sí.
—¿Quieres marcharte de Somerled?
Ella negó con la cabeza. Durante un rato, permaneció en silencio y, cuando finalmente habló, la voz le tembló.
—Lennox, tú viniste a rescatarme. Cuando acusaron a mi hermana y la llevaron al patíbulo, viniste a buscarme. Me tomaste de la mano y me llevaste a un lugar seguro cuando pensaba que mi vida había acabado.
La mujer que estaba ante él le estaba hablando con humildad. Se le hacía raro verla así esos días, ya que con la protección del grupo se había convertido en una mujer fuerte y bulliciosa.
—Sé lo que se siente cuando pierdes a un ser querido —dijo él.
Ella asintió y, al hacerlo, notó que una lágrima le resbalaba por la mejilla.
—Era cuestión de tiempo que los habitantes de Berwick se me echaran encima, igual que habían hecho con mi hermana. Si no hubieras venido a buscarme, nadie me habría protegido. Me salvaste, Lennox.
Él se dio cuenta de que la lealtad de la joven era profunda, puesto que no estaba basada en la responsabilidad, sino en el agradecimiento. Le estaba abriendo su corazón como nunca la había visto hacerlo con nadie. Era una muchacha rebelde y respondona, y la emocionaba verla tan humilde.
Agarrándole la cara entre las manos, le secó las lágrimas con los pulgares.
—Ésa es mi misión. Cuando oigo contar historias de brujas o brujos, voy enseguida a ver si puedo ayudarlos. Y, si no llego a tiempo, trato de ayudar a los que se han quedado solos.
Ailsa lo cogió de la mano. Le temblaba el labio inferior.
—Cuando era niño tuve que huir corriendo de mis perseguidores. Si alguien se hubiera ocupado de mí, tal vez ahora ya habría localizado a mis hermanas, pero nadie lo hizo. No quiero que nadie pase por lo que yo tuve que pasar, pero casi todos vosotros lo habéis hecho.
Ailsa bajó los ojos. Lennox sabía lo que deseaba oír. Quería que le dijera que ella era especial para él, más importante que los demás.
—Ailsa, yo siempre trataré de protegerte, pero debes ser fuerte.
Cuando la muchacha alzó la cabeza, los ojos le brillaban.
—Lennox, tú lo eres todo para mí; eres mi señor.
—Chis, calla —la interrumpió él, dándole un beso en la frente, cuidándola como había cuidado a todos los que había rescatado y llevado a la seguridad de Somerled. No les había pedido su lealtad, pero ellos estaban encantados de ofrecérsela libremente. Confiaban plenamente en él, en el hombre que los guiaba, los protegía y hacía medrar su negocio.
—El miedo es una emoción muy fuerte —susurró la joven—. Estamos conectados y, cuando uno se siente amenazado, todos nos sentimos así. Pero estos últimos días estás distante. Parece que sólo te preocupa el consejo.
Lo que Ailsa decía era la pura verdad. Últimamente sus prioridades estaban muy divididas. Y el destino había decidido gastarle una broma al llevar a Chloris a su vida. Sus sentimientos estaban cobrando voluntad propia y estaban afectando a sus objetivos y a sus actos.
—Lo sé, Ailsa, me doy cuenta. —Lennox suspiró—. No es fácil de explicar, pero una parte de mí quiere estar en el consejo para que nos conozcan y nos valoren por lo que podemos aportar. Para que dejen de tenernos miedo.
Los ojos de la muchacha brillaron furiosos a la luz de la luna.
—Esa parte de ti acabará con nosotros.
—No, no te preocupes, no dejaré que eso suceda. A nuestro alrededor la gente ha empezado a cuestionarse las ejecuciones. Unos dicen que no creen en la brujería. Otros aseguran que la ley contra la brujería fue escrita por un demente que tenía miedo de todo. Yo pretendo llegar a un tercer grupo de gente. Quiero que nos conozcan y nos acepten como somos. Si no lo consigo, nos iremos a las Highlands.
Ella lo miró con solemnidad.
—Eres un hombre fuerte, pero tus emociones son más fuertes que tú.
—¿Te gustaría cambiarme? ¿Querrías que fuera de otra manera?
Ailsa negó con la cabeza.
—Muy bien. Pues en ese caso, vuelve a casa. Tengo muchas cosas que hacer.
Ella lo miró, dudosa.
—¿Quieres que te caliente la cama para cuando vuelvas? —Su tono de voz delataba la tensión que sentía. Llevaban varios días sin dormir juntos. ¿Lo estaría poniendo a prueba?
—Volveré tarde —repuso él, negando con la cabeza.