El comportamiento descarado que caracterizaba a Leon delante de sus compañeros había desaparecido. El hombre había decidido adoptar esa cara sin expresión alguna, insolente, que había visto en tantísimos negros jóvenes, tanto entre los detenidos como en los que se cruzaba por la calle, su calle. Puede que llevase una placa que decía que era uno de ellos, pero era suficientemente listo como para saber que aquellos dos interrogadores de Yorkshire que se sentaban frente a él se sentían a otro nivel.
—Bueno, Leon —dijo Wharton de manera comunicativa—, lo que nos cuentas ya nos lo ha dicho la detective Hallam. Os encontrasteis a las cuatro y fuisteis a jugar a los bolos; luego, tomasteis algo en el Cardigan Arms; y, finalmente, os reunisteis con Simon McNeill en un restaurante indio. —Sonrió alentadoramente.
—Vamos, que ninguno de los dos matasteis a Shaz Bowman —comentó McCormick.
A Leon, el comisario jefe, le parecía un racista con la cara rosada, seca y carente de expresión; los ojos fríos y duros, y la boca húmeda y constantemente preparada para esgrimir una mueca despectiva.
—No, ninguno de los dos la matamos, tío. Era una de los nuestros. Puede que no llevemos mucho tiempo como equipo, pero estamos unidos. Estás perdiendo el tiempo con nosotros.
—Ya sabes que tenemos que revisarlo todo, chaval —dijo Wharton—. Vas a convertirte en psicólogo criminalista y sabes que el noventa por ciento de los asesinatos los cometen los familiares o los amantes. ¿Cómo estaba Simon cuando llegó?
—No sé a qué te refieres.
—A ver, ¿estaba agitado, herido, histérico?
—No, nada de eso. —Negó con la cabeza—. Estaba callado, pero lo achaqué a la ausencia de Shaz. Creo que la chica le gustaba y que estaba un poco desilusionado porque no hubiera venido.
—¿Por qué tienes la impresión de que le gustaba?
—Cosas. Ya sabes… —respondió mientras abría los brazos—. La manera en la que intentaba impresionarla. La manera en que se fijaba en ella. Siempre fomentaba que participara en la conversación. Se comportaba como todos los hombres que están interesados en una mujer. Sabes a lo que me refiero, ¿no?
—¿Crees que ella también estaba interesada en él?
—No creo que Shaz estuviera interesada en nadie. Al menos, no en ese sentido. Estaba demasiado obsesionada con el trabajo como para distraerse con esas cosas, creo yo. Simon no tenía ninguna oportunidad. No a menos que tuviera algo que le interesara enormemente, como la pista clara de algún asesino en serie.
—¿Os contó que había pasado a buscarla? —preguntó McCormick.
—No, no dijo nada. Pero tú tampoco lo harías, ¿no? Es decir, si creyeras que una mujer acaba de plantarte, no irías proclamándolo a los cuatro vientos, ¿no? Que no dijera nada me parece lo más normal del mundo. Lo raro sería que lo hubiera dicho y, así, que se hubiera convertido, posiblemente, en el hazmerreír de la unidad. —Encendió un cigarrillo y volvió a mirar a McCormick con aquella cara inexpresiva.
—¿Qué llevaba puesto? —preguntó Wharton.
Leon frunció el ceño. Se estaba esforzando por recordarlo.
—Hum… una chaqueta de cuero, un polo de color verde botella, vaqueros negros y unas Docs negras.
—¿No llevaba una camisa de franela?
—Cuando se encontró con nosotros, desde luego, no —respondió mientras negaba con la cabeza—. ¿Por? ¿Habéis encontrado fibras de franela en las ropas del cadáver?
—En las ropas no —respondió Wharton—. Creemos que…
—Sargento Wharton, no creo que debamos dar más detalles sobre las evidencias forenses. —La interrupción de McCormick fue muy firme—. ¿No os preocupó que la detective Bowman no apareciera a cenar?
—No, no nos preocupó —contestó después de encogerse de hombros y soltar una bocanada de humo—. Kay dijo que, probablemente, tuviera una oferta mejor. Yo pensé que estaría inmersa en su ordenador, haciendo los deberes.
—Era el ojito derecho del profesor, ¿no? —preguntó Wharton, todo sonrisas.
—No, era muy trabajadora, nada más. Oye, ¿no deberíais estar ahí afuera intentando capturar al cabrón que le hizo eso en vez de perder el tiempo con nosotros? No vais a encontrar al asesino entre los miembros de la unidad. Nos alistamos para combatir este tipo de mierdas, no para cometerlas, tíos.
—Entonces, cuanto antes acabemos con esto, mejor —soltó Wharton—. Leon, necesitamos tu ayuda. Eres un buen detective pero de no ser por tu instinto, que es lo mejor que tienes, no estarías en la unidad. Queremos saber qué te dice tu instinto. ¿Qué opinas de Tony Hill? ¿Sabías que él no te quería en la unidad?
Tony miraba la pantalla de color azul oscuro. Puede que McCormick y Wharton lo hubieran echado de la comisaría, pero o bien desconocían que los ordenadores estaban integrados en una red o bien no tenían ni idea de cómo excluirlo. El sistema era muy sencillo; y así tenía que ser, porque la gente que lo utilizaba tenía menos idea de ordenadores que los niños de siete años. Todos los ordenadores personales de la UNC estaban unidos mediante un procesador central y una unidad de almacenamiento. Con una sencilla conexión a Internet, cualquiera de la unidad podía entrar en su ordenador a pesar de estar fuera de la comisaría y acceder tanto a sus datos como al material general a disposición de toda la comisaría. Por razones de seguridad y para evitar filtraciones, todos ellos tenían nombres de usuario y contraseñas privadas y les habían pedido a los novatos que cambiaran la contraseña semanalmente. Se preguntó si alguno de ellos la habría cambiado alguna vez.
Lo que nadie sabía es que Tony tenía una lista con todos los nombres de usuario de los miembros de la unidad. Efectivamente, podía entrar en el ordenador central y hacer ver que era uno de sus chicos sin que el ordenador se diera cuenta. Ahora bien, sin la contraseña no llegaría muy lejos: estaría dentro del sistema, sí, pero no tendría acceso a la información privada.
Nada más llegar a casa, después de que lo interrogaran, había encendido el ordenador, entrado en el sistema, abierto la solicitud de Shaz y las respuestas que había dado en las pruebas de acceso (las había escaneado en cuanto la admitieron en la fuerza) y las había impreso junto con los informes que habían hecho Paul y él acerca de los avances de la mujer.
Luego, había salido del sistema y había vuelto a entrar como Shaz. Dos horas más tarde, después de tragarse una cafetera entera, aún no había conseguido entrar. Había probado todo lo que se le ocurría: «Shaz», «Sharon», «Bowman», «Robin», «Hood», «Guillermo», «Tell», «Archer», «Ambridge»… Había tecleado también el nombre de todos los protagonistas de culebrones y radionovelas epónimas. Había probado con el nombre de sus padres y con el de todas las ciudades, pueblos, instituciones y calles que había mencionado en su currículo. Incluso había probado con los evidentes «Jacko» y con «Vance», y con los no tan evidentes «Micky» y «Morgan». Pero ante él seguía la misma pantalla: «Bienvenido a la Unidad Nacional de Criminología. Por favor, introduzca su contraseña.». El cursor llevaba tanto tiempo parpadeando que, a esas alturas, lo único que sabía a ciencia cierta es que no era epiléptico.
Se puso de pie y empezó a rondar por la habitación. No se le ocurría nada.
—¡Basta! —musitó exasperado. Cogió la chaqueta de la silla en la que la había tirado al entrar, se la puso y fue al quiosco a por el periódico porque quizá eso le aclarase la mente—. No te engañes —se dijo mientras abría la puerta—, lo único que quieres es saber qué han dicho esos dos gilipollas en la última rueda de prensa.
Recorrió el camino de su casa, que separaba dos parterres llenos de mugrientos rosales que resistían como podían el empuje de los enemigos urbanos (tanto humanos como industriales). En cuanto llegó a la calle, vio que enfrente había dos hombres en un turismo anodino. Uno de ellos estaba saliendo del coche y el otro intentaba arrancarlo de manera excesivamente dramática. Tony, sorprendido, pensó que aquello tenía pinta de ser una vigilancia de lo más bisoña y novata. No podía creer que estuvieran gastando recursos humanos en seguirlo…
Cuando llegó a la esquina, se detuvo delante del Bric’n’Brac, una tienda de antigüedades y artículos de segunda mano con muy pocas pretensiones cuyo orgulloso propietario mantenía el cristal del escaparate muy limpio. El psicólogo usó aquel cristal reluciente a modo de espejo para ver lo que sucedía detrás de él. El tipo que había bajado del coche estaba en la parada de autobús, haciendo como que leía el horario. Si había algún comportamiento que dejase claro que el hombre no era del barrio, era justo aquel, pues los vecinos conocían demasiado bien las prácticas anárquicas de las empresas rivales de autobuses como para tener en cuenta los horarios.
Llegó hasta la esquina e hizo como si fuera a cruzar la calle para aprovechar y mirar hacia donde estaba el coche. Había dado la vuelta y lo seguía muy despacito a unos cincuenta metros. La cosa estaba muy clara. Si eso era lo mejor que podía ofrecer la policía local, el asesino de Shaz Bowman no tenía de qué preocuparse.
Llegó hasta el quiosco, desesperado por sus «supuestos» colegas, compró el periódico de la tarde y volvió a casa caminando lentamente y leyendo. Al menos, los jefes de esos dos no le habían dicho a la prensa nada que dejara en ridículo al cuerpo. De hecho, apenas habían dicho nada. O pretendían mantener la cosa bien oculta… o no tenían nada. Y tenía muy claro por cuál de las dos opciones se inclinaba.
Una vez en casa, con el pretexto de correr la cortina para que el reflejo del sol no lo molestase en la pantalla del ordenador, observó a los dos policías. Ambos estaban en el coche, que habían aparcado exactamente en el mismo lugar que antes. ¿Qué esperaban que hiciese? Si las consecuencias de esta situación no fueran tan molestas, le resultaría hasta divertido. Cogió el teléfono y marcó el número de móvil de Paul Bishop. Fue al grano en cuanto el comandante respondió.
—¿Paul? No te lo vas a creer: a McCormick y a Wharton se les ha metido en la cabeza que el asesino de Shaz es alguno de los de la unidad por el mero hecho de que somos las únicas personas de la ciudad que la conocían.
—Lo sé. —Tenía voz de deprimido—. Qué se le va a hacer. Es su investigación. Por si te sirve de consuelo, ya se han puesto en contacto con su antigua división para ver si había alguien allí que tuviera algo en contra de ella como para seguirla hasta aquí. Pero, de momento, nada. No obstante, su antigua sargento se ha puesto en contacto con ellos para decirles que actuó como intermediaria para concertar una cita entre Jacko Vance y Bowman el sábado por la mañana. Era tan terca que pretendía seguir adelante con aquello de Vance y las adolescentes desaparecidas.
—Vaya, gracias a Dios. —Soltó un suspiro de alivio—. Quizá así empiecen a tomarnos en serio. Porque… se estarán preguntando por qué Jacko Vance no ha llamado, a sabiendas de que la foto de Shaz está en todas las televisiones y periódicos, ¿no?
—No es tan sencillo. La esposa de Vance llamó a la policía para decirles que Bowman había estado en su casa el sábado por la mañana. Explicó que su marido aún no había leído los periódicos porque aún no se había despertado. Así que nadie está escondiendo nada.
—Pero, al menos, hablarán con él, ¿no?
—Seguramente.
—Y tendrán que considerarlo sospechoso.
Oyó cómo Bishop exhalaba.
—¿Quién sabe? Tony, el problema es que puedo hacerles sugerencias, pero no puedo evitar que lleven el caso como les salga de los huevos.
—Me han dicho que estabas de acuerdo con que la unidad quedase suspendida. ¿De verdad te han obligado a pasar por el aro?
—Bueno, Tony, ya sabes lo difícil que es la diplomacia concerniente a la unidad. Y el Ministerio del Interior está emperrado en que no causemos ni un solo problema. Ha sido una pequeña concesión. No han disuelto la unidad, no han reasignado a nadie. Sencillamente, hemos dejado de estar en activo hasta que el caso se resuelva o desaparezca de los titulares. Tómatelo como unas vacaciones.
—¡Pues menudas vacaciones si tengo que aguantar que me hayan puesto de vigilancia a los polis de Keystone! —Tony pasó a la razón inicial de su llamada.
—Será una broma.
—Ya me gustaría. Esta mañana, cuando he salido del interrogatorio en el que han dejado claro que soy el mayor sospechoso porque, de hecho, ya he asesinado antes, ya los tenía pegados al culo. ¡Son peores que Beavis y Butthead! Paul, ¡es intolerable! —Oyó que Bishop exhalaba un largo suspiro.
—Tienes razón, pero vamos a tener que aguantar las tortas hasta que se cansen de nosotros y empiecen a llevar la investigación como es debido.
—No estoy de acuerdo. —Su tono era cortante y autoritario—. Uno de los miembros de mi equipo está muerto y no nos dejan ayudarlos a encontrar al asesino. No han tardado nada en dejarme claro que no me consideran uno de ellos, que soy un extraño. Pues muy bien, eso hace que yo tampoco les deba nada. Si no los convences para que me quiten la vigilancia, mañana mismo daré una conferencia de prensa. Y te va a gustar tan poco como a McCormick y a Wharton. Es hora de mover ficha.
—Entendido. Déjamelo a mí. —Bishop volvió a suspirar.
Tony colgó el teléfono y descorrió la cortina. Encendió la lamparita de la mesa y se quedó frente a la ventana observando a sus vigilantes, desafiante. Repasó la información que le había conseguido Paul Bishop y la relacionó con lo que sabía de la escena del crimen. El asesino estaba enfadado porque Shaz había metido la nariz en sus asuntos. Eso dejaba claro que la mujer había tenido razón al pensar que había un asesino en serie de chicas adolescentes. Por lo visto, algo de lo que había hecho la mujer había asustado al asesino y la había convertido en la siguiente víctima. Y, aparentemente, lo único que había hecho que tuviera relación con su teoría era visitar a Jacko Vance pocas horas antes de morir.
Estaba claro que el asesino de Shaz Bowman no podía ser un admirador demente de la estrella televisiva. Ni el mejor de los acosadores podría descubrir en tan poco tiempo las razones que habían llevado a Shaz a visitar a Vance en su casa.
Tenía que descubrir más cosas del encuentro entre Bowman y Vance. Si el asesino era un miembro del equipo del presentador, era posible que estuviera en la entrevista. Pero si Jacko estaba solo cuando Shaz se enfrentó a él… el dedo lo señalaba directamente a él porque, aunque hubiera descolgado el teléfono para contarle las sospechas de Shaz a alguien en cuanto ella se hubiera marchado, era imposible que, en tan poco tiempo, esa otra persona hubiera seguido el rastro de la mujer, hubiera descubierto dónde vivía y la hubiera persuadido para que le abriera la puerta.
Mientras extraía aquella conclusión, los policías que lo vigilaban se marcharon. Tony se quitó la chaqueta y se dejó caer en la silla del ordenador. Era una victoria menor, pero le servía para renovar su afán de lucha. Ahora, tenía que demostrar que Shaz estaba en lo cierto con su teoría y que era eso lo que la había matado. ¿Qué contraseña tendría? ¿El nombre de un héroe de ficción? «Warshawski» y «Scarpetta» eran demasiado largos. «Kinsey», «Millhone», «Morse», «Wexford», «Dalziel», «Holmes», «Marple», «Poirot»… Nada. ¿Un villano de ficción? «Moriarty», «Hannibal», «Lecter». Tampoco.
Normalmente, el sonido de un coche subiendo la calle no le llamaría la atención pero, con el día que llevaba, que el motor de un coche se apagara junto a su casa era como una alarma. Miró afuera y se le cayó el alma a los pies. Las tres personas del mundo que menos quería ver en aquel momento se agolpaban en un Ford de color escarlata que le resultaba familiar. La pandilla, compuesta por Leon Jackson, Kay Hallam y Simon McNeill, enfiló el camino hacia su casa. Los policías vieron el ceño fruncido de Tony a través de la ventana y bajaron la cabeza, como avergonzados. El psicólogo les abrió la puerta a regañadientes, tras lo que dio media vuelta y volvió al estudio.
Lo siguieron, entraron en la pequeña sala y se pusieron cómodos sin esperar a que les diera permiso: Simon se sentó en el alféizar, Leon se apoyó en el archivador y Kay se sentó en la butaca que había en la esquina. Tony giró sobre la silla y los observó. Intentaba que no notaran la resignación que sentía.
—Ahora entiendo por qué la gente confiesa crímenes que no ha cometido —soltó con cierto tono de broma. Lo impresionaban a pesar de su juventud y sus dudas.
—Como no me tomabas en serio, he decidido traer refuerzos —dijo Simon, que estaba demasiado pálido. El psicólogo se dio cuenta por primera vez de que tenía el puente de la nariz sembrado de pecas.
—McCormick y Wharton vienen a por nosotros —comentó Leon—. Me han tenido allí toda la tarde. Solo les faltaba tirarme besitos. «Venga, Leon, a nosotros puedes decirnos lo que piensas realmente de Tony Hill y de Simon McNeill». Tío, son un par de cabronazos. «A McNeill le gustaba Bowman, pero ella estaba enamorada de Hill, así que la mató por celos, ¿no? ¿O era que Hill quería follarse a Bowman pero ella prefería quedar con McNeill y el psicólogo la mató en un arranque de ira?». Olían peor que una granja de cerdos. ¡Apestaban! —sacó los cigarrillos e hizo una pausa—. ¿Puedo?
—Sí. Usa el platillo. —Señaló un cactus de Navidad que había sobre una balda.
—¡Es como si no fueran capaces de ver más allá de sus narices! —comentó Kay al tiempo que se agachaba hacia delante tanto que los hombros casi le tocaban las rodillas—. Y mientras ellos intentan encontrar pruebas contra vosotros, ¡no avanzan en la dirección adecuada! ¡Ni se preocupan por lo que estaba investigando Shaz! ¡Piensan que su teoría del asesino en serie es la típica tontería que se nos ocurre a las mujeres porque tenemos las hormonas alteradas! Así que hemos decidido que si ellos no hacen lo que hay que hacer, vamos a tener que hacerlo nosotros.
—¿Me dejáis decir algo? —los interrumpió Tony.
—¡Faltaría más! —respondió Leon al tiempo que abría los brazos.
—Aprecio vuestra actitud, dice mucho de vosotros. Pero esto no es un ejercicio de clase. Esto no es Los cinco dan caza al psicópata. Este juego es el más peligroso del mundo en el más amplio sentido de la palabra. La última vez que traté con un asesino en serie, estuve a punto de morir. Y aunque respeto enormemente vuestro talento como oficiales de policía, ya por aquel entonces sabía mucho más del tema que vosotros tres juntos. No puedo cargar sobre mis hombros la responsabilidad de que trabajéis conmigo de manera extraoficial. —Se pasó una mano por el pelo.
—Sabemos que esto es la vida real —protestó Kay—. Y sabemos que eres el mejor. Por eso hemos venido. Podemos encargarnos de esas cosas que tú no puedes. Tenemos placa; tú, no. Los policías solo confían en otros policías. Nunca van a confiar en ti.
—Así que si no nos ayudas, tendremos que hacer todo lo posible sin ti —dijo Simon con los labios fruncidos y cara de terco.
El timbre estridente del teléfono fue un alivio.
—¿Hola? —respondió Tony con cuidado mientras miraba a los otros tres como si fueran una bomba a punto de estallar.
—Soy yo. —Era Carol—. Te llamaba para ver qué tal lo llevas.
—Preferiría contártelo en persona —respondió animadamente.
—¿No puedes hablar ahora?
—Estoy resolviendo un tema. ¿Te importa que nos veamos más tarde?
—¿En mi casa? ¿A las seis y media?
—Mejor a las siete. Tengo muchas cosas que hacer aquí.
—Aquí estaré. Buen viaje.
—Gracias. —Colgó con suavidad y cerró los ojos unos instantes. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo aislado que se había sentido. La existencia de policías como Carol y su terca esperanza de que algún día la mayoría se comportarían como ella era lo único que lo ayudaba a sobrellevar ese trabajo. Cuando abrió los ojos, los tres policías lo observaban ávidamente. Una idea empezaba a tomar forma en su mente—. ¿Y los otros dos? Son más sensatos, ¿verdad? —les preguntó sin rodeos.
—No tienen huevos —respondió Leon mientras dejaba escapar el humo—. Tienen miedo de hacer algo que ponga en peligro su ascenso.
—¿Qué más dan los ascensos cuando matan a alguien como Shaz y nadie hace nada para atrapar al asesino? ¿Quién quiere ser policía en un cuerpo así? —escupió Simon.
—Lo siento —dijo Tony—, pero la respuesta sigue siendo «no».
—De acuerdo —dijo Kay con una sonrisa cortante—. En ese caso, pasamos al plan B: las sombras. Pensamos seguirte a todas partes hasta que nos aceptes a bordo. Veinticuatro horas al día. Los tres, siguiéndote.
—Antes o después, cederás —añadió Leon mientras encendía otro cigarrillo con la colilla del anterior.
—De acuerdo. —Suspiró—. Como a mí no me vais a hacer caso, quizá se lo hagáis a alguien que ha vivido todo esto desde vuestro lado.
El reloj del salpicadero decía que eran las siete pasadas y en la radio sonaba una canción de The Archers que decía que el reloj retrasaba tres minutos. El coche de Tony avanzaba a trompicones por la carretera de piedra que llevaba hasta la casa de Carol porque la suspensión estaba en las últimas. El psicólogo tomó la última curva y se alegró al ver que había luz.
Cuando cerró la portezuela del coche, la mujer estaba en el quicio de la entrada. No recordaba la última vez que se había sentido tan feliz de ver a alguien, de entrar en su territorio. Las cejas levantadas ligeramente eran el único signo de que la mujer no esperaba tanta compañía.
—La tetera está puesta y hay cerveza en la nevera —los saludó mientras le estrechaba la mano gentilmente a Tony—. Qué, ¿son tus guardaespaldas?
—¡Qué va! En realidad, soy su rehén —comentó secamente mientras la seguía adentro. Los demás no esperaron a que los invitaran y entraron detrás de él—. ¿Te acuerdas de Kay, de Leon y de Simon? Me han dicho que me van a seguir a todas partes como piedras de molino hasta que deje que me ayuden a descubrir quién mató a Shaz. —Una vez en la sala de estar, la mujer les señaló el sofá y las sillas y los tres se sentaron—. Los he traído con la esperanza de que me ayudes a quitarles la idea de la cabeza.
—¿Quieren trabajar contigo en este caso? —Agitó la cabeza como si estuviera perpleja—. Dios, ¿es que estos chicos no se han enterado de lo que nos pasó a nosotros?
—Primero, un poco de café —dijo Tony al tiempo que le ponía la mano suavemente en el hombro y la guiaba hacia la cocina.
—Ahora venimos.
—Siento mucho no haberte avisado —dijo después de cerrar la puerta—, pero es que no me hacían ni caso. El problema es que la policía de Yorkshire Oeste está actuando como si Simon fuera el primer sospechoso; y yo, el segundo… y le sigo de cerca. Ninguno de los tres quiere aceptarlo… pero tú sabes lo que es trabajar en el caso de un asesino en serie y que la cosa se vuelva personal. No tienen experiencia para enfrentarse a esto. Vance, o alguien cercano a él, ha matado a la más brillante de todos ellos… No quiero más muertes sobre mi conciencia.
Carol puso café en el filtro y encendió la cafetera mientras hablaba:
—Tienes toda la razón. No obstante… a menos que me equivoque por completo con ellos, no van a parar les digamos lo que les digamos. La mejor manera de asegurarte de que no pierdes a ninguno más es tomar el control. Y la mejor manera de hacer eso es que trabajen para ti. Dales los trabajos pesados, pídeles que hagan todos esos trabajillos que les tocan las pelotas a los detectives novatos. Todo lo difícil, aquello que sea peligroso o que requiera de técnicas de interrogación complicadas lo haremos nosotros.
—¿Nosotros?
La mujer puso cara de asombro y se dio una palmada en la frente.
—¿Qué creías, que me ibas a dejar fuera? —Le dio un puñetazo suave en el brazo—. Pon las tazas, la leche y el azúcar en una bandeja y llévala al salón antes de que me cabree.
Hizo lo que le pedía. No sabía por qué pero, hasta cierto punto, se alegraba de haber pasado de ser el Llanero Solitario a ser el capitán de un equipo en cuestión de horas. Para cuando Carol llevó el café, ya les había explicado el trato a los demás y todos estaban satisfechos.
Abrió el portátil y lo colocó sobre la mesa de pino que tenía Carol. Conectó el módem a la línea telefónica y el cargador al enchufe más cercano. Mientras los demás se disponían de manera que pudieran ver la pantalla, Carol le preguntó:
—¿Tan mal ha ido el interrogatorio?
—He acabado yéndome —respondió sucintamente mientras observaba cómo arrancaba la máquina—. Se puede decir que han tenido una actitud… «hostil». En realidad no me consideran uno de los suyos, así que no creen que estemos en el mismo bando, ¿sabes? Por lo menos —ironizó—, el primer sospechoso sigue siendo Simon. Tuvo la mala suerte de haber quedado con Shaz para ir a tomar algo la misma noche en que la asesinaron. No obstante, yo soy el siguiente de una lista que, por lo visto, ha debido de confeccionar un idiota.
A pesar de que el hombre aparentaba serenidad, Carol sabía que estaba herido.
—Menudos cabrones —dijo la inspectora jefe al tiempo que dejaba la taza junto al ordenador—. Pero, claro, ¿qué quieres? ¡Son de Yorkshire! No puedo creer que no os hayan pedido ayuda.
—¡Y que lo digas! —Leon soltó una carcajada seca—. ¿Se puede fumar?
Carol lo miró y vio que no paraba de tamborilear con los dedos en el muslo. Sería mejor que fumase a que los pusiera a todos de los nervios.
—Hay un cenicero en el armario, encima de la tetera. Pero fuma solamente en esta habitación, por favor.
Mientras el hombre iba a la cocina, Carol se sentó al lado de Tony y observó cómo la pantalla iba cambiando mientras el psicólogo tecleaba. El hombre se abrió paso hasta el sistema de la UNC y entró con el usuario de Shaz. Luego, señaló el cursor en la ventanita de la contraseña y dijo:
—Con esto es con lo que llevo devanándome los sesos toda la tarde. Puedo entrar en el sistema como si fuera Shaz, pero soy incapaz de adivinar su contraseña. —Volvió a teclear las opciones de antes. Leon, Kay y Simon empezaron a hacerle sugerencias basándose en lo que sabían de su compañera.
Carol los escuchaba con atención mientras se cardaba el pelo de la nunca con los dedos. Cuando Tony y los otros tres se quedaron sin fuelle y sin ideas, dijo:
—Os habéis olvidado de lo obvio, ¿no creéis? ¿A quién admiraba Shaz? ¿Adónde quería llegar?
—¿A dirigir Nueva Scotland Yard? ¿Crees que debería probar con comisarios famosos?
Carol atrajo hacia sí el portátil y se inclinó sobre él.
—No, con criminólogos famosos. —Tecleó «Ressler», «Douglas» y «Leyton». Nada. Entonces, puso morritos y tecleó «TonyHill». La pantalla se quedó en negro unos instantes y apareció un menú—. ¡Mierda, tendría que haber aceptado apuestas! —soltó con ironía.
Los tres aprendices empezaron a aplaudirle y Leon incluso silbó y vitoreó. Tony movió la cabeza de lado a lado, sorprendido.
—¿Qué tengo que hacer para que entres en la UNC? —le preguntó—. En este puesto que tienes estás perdiendo el tiempo. Demasiada labor administrativa. Deberías usar toda esta inspiración para atrapar psicópatas.
—Claro —respondió Carol mientras le devolvía el portátil—. Si soy tan lista, ¿cómo es que no me di cuenta de que mi pirómano era un sinvergüenza y no un demente?
—Porque estabas sola. Siempre hay que actuar en equipo cuando se realiza un análisis psicológico. Yo creo que los criminólogos deberían trabajar en pareja: un detective y un psicólogo, puesto que sus habilidades son complementarias. —Llevó el cursor hasta «Directorio de archivos» y pulsó «Enter».
A Carol no le apetecía hablar de aquello mientras estuvieran acompañados, y mucho menos por aquel grupo de agentes sagaces. Sutilmente, dejó el tema de lado y explicó a Leon, Kay y Simon la teoría de Tony de que el pirómano era un bombero a media jornada con un motivo criminal convencional.
—Pero ¿cuál es el motivo? —preguntó Kay—. Eso es lo que hay que descubrir, ¿no?
—Si es criminal, siempre has de preguntarte quién sale beneficiado —señaló Leon—. Y como no hay propiedades compartidas ni seguros de por medio, quizá se trate de alguien del propio servicio de bomberos que no quiere que se hagan más recortes.
Tony levantó la cabeza de la lista de archivos que estaba revisando en la pantalla del ordenador y dijo:
—Buena idea. Aunque es enrevesada. Como defensor del principio de la navaja de Ockham, yo me quedo con la teoría más sencilla: deudas. —Volvió a fijar la vista en el listado.
—¿Deudas? —La voz de Carol estaba cargada de duda.
—Ajá… —Se giró para mirarla a los ojos—. Alguien que le debe dinero a todo Dios, que está empeñado hasta las cejas. O le han quitado la casa o están a punto de hacerlo; tiene un montón de sentencias para ejecutar pagos y roba a uno para pagar al otro.
—Pero ¿cuánto les pagan a los bomberos por una salida nocturna? ¿Cincuenta libras… cien como máximo…? ¿Y en función de cuánto tiempo estén fuera? No pensarás que alguien va a poner en peligro su libertad y la vida de sus colegas por esa pasta, ¿no? —inquirió Simon.
—Cuando estás contra las cuerdas, con acreedores constantemente pegados a los talones… —Tony se encogió de hombros—… Cien libras adicionales a la semana pueden marcar la diferencia entre que te rompan las piernas o las conserves intactas, que te embarguen el coche, que te corten la luz y que el banco te declare en bancarrota. Pagas veinte libras de una de las deudas que tienes, cincuenta de otra, uno de diez a este, otro de cinco a aquel… Si demuestras que tienes voluntad de pagar, te quitas a la gente de encima. Los juzgados no toman medidas drásticas si demuestras que lo estás intentando realmente. Toda persona que esté en su sano juicio sabe que no sirve más que para posponer lo inevitable, pero cuando estás de deudas hasta las cejas… dejas de pensar de forma cabal. La gente que está en una situación así se convence de que cuando pase esta mala racha, las cosas volverán a ser como antes. Nadie se engaña a sí mismo mejor que un mal pagador. He conocido a idiotas patéticos que debían veinte mil libras a un usurero pero que no despedían ni a la asistenta ni al jardinero porque eso sería como admitir que la vida se les había escapado de las manos. Carol, busca a alguien que esté al borde de la insolvencia. —Luego, volvió a centrarse en la pantalla del ordenador y dijo—. A ver… «PersonasDesaparecidas.001». Este debe de ser el trabajo que hizo para la unidad, ¿no creéis?
—Tiene pinta. Y «PersonasDesaparecidas-JV.001» será la investigación acerca de Jacko Vance.
—Vamos a ver. —Abrió el segundo archivo. Las palabras de Shaz se apilaban en la pantalla y sintió una especie de comunión con ella. Era como si aquellos extraordinarios ojos azules lo observaran por la espalda con aquella mirada inexorable—. Dios mío… esto no era un juego —susurró.
—Joder, Shazza. —Leon miró hacia arriba—. ¡Menuda bruja!
Aquello resumía a la perfección lo que sintieron todos los que estaban allí reunidos mientras observaban el informe que Shaz les enviaba desde la tumba.
Lista de factores criminales:
Jacko Vance
Ref.: Grupo de personas desaparecidas
Importancia del orden de nacimiento
Hijo único
Trabajo estable del padre
Ingeniero civil (pasaba a menudo largos periodos de tiempo fuera de casa).
Ausencia del padre
(Consultar más arriba).
Disciplina parental parece inconsistente
(Consultar más arriba). Además, parece que la madre sufrió depresión posparto, lo que la llevó a rechazar a J. V. y a ser estricta con él.
CI por encima de la media
Los profesores lo consideraban brillante, pero nunca consiguió los resultados académicos que se esperaban de él. Se enfrenta mal a los exámenes.
Diestro en el trabajo, pero historial irregular
Primero, como campeón de lanzamiento de jabalina y, después, como presentador de televisión. Perfeccionista; incapaz de contener las rabietas y dado a despedir a miembros jóvenes del equipo. De no ser por su historial deportivo y por su popularidad entre la audiencia, habría perdido varios contratos a lo largo de los años por su carácter arrogante y autoritario.
Social. Podría ser gregario y un buen conversador, pero incapaz de conectar emocionalmente
(Consultar más arriba). Se relaciona muy bien con los miembros del público a nivel superficial. Sin embargo, una de las razones por las que su matrimonio parece tan satisfactorio es porque da la impresión de que no mantenga ningún tipo de relación íntima ni con hombres ni con mujeres fuera del matrimonio.
Vive con su esposa
Esposa: Micky. Llevan juntos doce años. Es un matrimonio muy público: la pareja de oro de la televisión británica. Sin embargo, pasa mucho tiempo fuera de casa tanto por trabajo como por su enorme labor de voluntariado.
Control de las sensaciones mientras comete el crimen
(Desconocido). Vance es famoso en el negocio por ser capaz de mantener los nervios templados en situaciones de presión.
Ingesta de alcohol y drogas mientras comete el crimen
(Desconocido). No ha tenido problemas conocidos con la bebida. Solo se sabe que tuvo un ligero problema de adicción a los calmantes después del accidente en el que perdió el brazo.
Movilidad. Coche en buen estado
Vance tiene un Mercedes descapotable de color plateado y un Land Rover. Ambos coches son automáticos y están adaptados a su discapacidad.
Sigue los crímenes en los medios
Su situación es perfecta para hacerlo, pues tiene acceso directo a todo tipo de medios. Entre su círculo de amistades más próximas se encuentran varios periodistas.
Las víctimas comparten características
Sí. (Consultar el apéndice A acerca del grupo original de siete víctimas).
Conducta intachable
Millones de personas le confiarían su vida o la de sus hijas. En una encuesta realizada hace cuatro años, salió como la tercera persona que más confianza transmite en Gran Bretaña después de la Reina y del obispo de Liverpool.
Aspecto normal
No es posible comentar esto de forma objetiva. El brillo de la fama, su acicalamiento y los trajes caros hacen que sea imposible juzgarlo más allá de su fachada.
Enfermedad mental en la familia más inmediata
No se conoce ningún caso. La madre murió de cáncer hace ocho años.
Problemas de alcohol y drogas en la familia más inmediata No se conoce ningún caso.
Antecedentes penales de los padres Ninguno.
Abuso emocional
La madre lo machacaba diciéndole que era feo y torpe («Como tu padre»). Parece que la madre lo culpaba de las ausencias del padre.
Disfunción sexual: incapaz de mantener relaciones maduras y consentidas
No hay nada que apoye esta teoría: su matrimonio es muy público. Nada indica que Micky Morgan esté descontenta con su matrimonio o que tenga un amante (?). Consultar las columnas de prensa del corazón (?). Consultar con las patrullas locales. ¿Algún signo?
Madre fría y distante; poco cariño o calidez emocional cuando era niño
Implícito en ambos libros.
Punto de vista egocéntrico
Todas las señales apuntan a ello (incluso Micky Morgan siente adoración por él).
Le pegaban de pequeño
Micky Morgan, de acuerdo a los recuerdos del propio Vance, cuenta que, una vez, su padre volvió a casa después de un viaje de trabajo y le pegó por suspender la reválida. Se desconocen más casos.
Presenció situaciones sexuales estresantes en su niñez (como violaciones maritales, madre dedicada a la prostitución).
No se conoce ningún caso.
Padres separados en la infancia o en la adolescencia
Los padres se separaron cuando tenía doce años. De acuerdo a la biografía de Micky Morgan, su obsesión por el atletismo pretendía únicamente captar la atención de su padre.
Adolescencia autoerótica
No se conoce ningún caso.
Fantasías de violaciones
No se conoce ningún caso.
Obsesión con la pornografía No se conoce ningún caso.
Tendencias de voyeurismo
No se conoce ningún caso. No obstante, en el programa Las visitas de Vance se dedica a meter las narices en la vida de los demás.
Le molesta que sus relaciones sexuales y emocionales sean anormales
No se conoce ningún caso.
Obsesivo
Certificado tanto por sus colegas como por sus rivales.
Fobias irracionales
No se conoce ningún caso.
Mentiroso crónico
Varios casos de «reconstrucción» del pasado (comparar los dos libros).
Desencadenante
La primera novia de Jacko Vance fue Jillie Woodrow. Hasta entonces, no había tenido éxito con las chicas. Comenzaron su noviazgo cuando él tenía casi dieciséis años y ella, catorce. Aparte de su obsesivo entrenamiento deportivo, ella era lo único que le interesaba. Tenían una relación exclusiva, compulsiva y absorbente. Parece ser que él ejerció una influencia dominante sobre ella. Se prometieron en cuanto la chica cumplió los dieciséis años. Los padres de ella y la madre de él se opusieron; para aquel entonces, ya no tenía trato con su padre. Después del accidente en el que perdió el brazo, Micky Morgan relata que dejó marchar a Jillie porque ya no era el hombre con el que había convenido casarse. La versión de Tosh Barnes, sin embargo, postula que ella llevaba un tiempo buscando la manera de escapar de aquella relación claustrofóbica y que aprovechó la puerta que le abría el accidente. Según Barnes, ella aseguraba que le repelía aquella herida y la perspectiva de vivir con un hombre con una prótesis. Micky Morgan y Jacko Vance iniciaron su romance al poco tiempo. Justo antes de que se casaran, Jillie hizo unas declaraciones indiscretas en News of the World en las que revelaba que Jacko Vance la había obligado a tomar parte en rituales sadomasoquistas y que la había atado para practicar sexo a pesar de que ella le decía que aquello la asustaba. Vance intentó evitar que se publicara la historia y lo negó todo por activa y por pasiva. No consiguió un mandato judicial para evitar la publicación y tampoco demandó a nadie por libelo, para lo que alegó que no disponía del dinero necesario para afrontar un proceso judicial (cosa que, probablemente, fuera verdad en aquel momento de su carrera). Tanto el fin de la relación con Jillie, que tuvo lugar durante una circunstancia muy estresante, como las subsiguientes revelaciones de la mujer podrían haber sido potentes desencadenantes del primero de los crímenes de Vance.
—Joooder —soltó Carol cuando llegó al final del análisis—. Da qué pensar, ¿no creéis?
—¿Crees que Jacko Vance podría ser un asesino en serie? —le preguntó Kay.
—Desde luego, Shaz lo pensaba. Y empiezo a creer que quizá tuviera razón —comentó Tony apesadumbrado.
—Hay algo en todo esto que no me encaja —dijo Simon. Animado por la cara inquisitiva de Tony, prosiguió—: Si Vance es un sociópata, ¿cómo es posible que salvara a aquellos críos en el accidente múltiple y que intentara salvar también al camionero? ¿Por qué no se mantuvo al margen?
—Bien apuntado —comentó Tony—. Sabéis que no me gusta teorizar sin datos pero, por lo que sabemos hasta el momento, diría que Jacko pasó la mayor parte de sus años de formación desesperado por obtener aprobación y atención. Cuando el accidente tuvo lugar, hizo, automáticamente, aquello que lo exaltaría a ojos de los demás. No es anormal que lo que parece heroísmo sea, en realidad, una búsqueda desesperada de gloria. Y creo que esto es lo que ha pasado en este caso. Si todavía pensáis que estamos buscando en el lugar equivocado, dejadme que os cuente lo que me ha dicho el comandante Bishop esta tarde. —Les explicó lo de la reunión de Shaz con Vance y las conclusiones que él mismo había extraído de aquello.
—Tienes que poner en conocimiento de McCormick y de Wharton la existencia de este archivo —le dijo Carol.
—Después de cómo me han tratado… me temo que no.
—Pero tú lo que quieres es que atrapen al asesino de Shaz, ¿no es así?
—Quiero que lo atrapen —respondió con firmeza—. Pero la cuestión es que dudo que esos dos sepan qué hacer con esta información. Piénsalo, Carol, si les digo lo que hemos encontrado, lo primero que harán es negarse a creer lo que leen. Pensarán que hemos manipulado los archivos. Me imagino su entrevista con Vance. —Adoptó, con toda naturalidad, el tono pueblerino del Yorkshire de su infancia—: «Hola, señor Vance, sentimos mucho molestarlo, pero creemos que la chica que estuvo aquí el sábado pensaba que era usted un asesino en serie. Una chorrada, ya sabe, pero después de la manera en que la asesinaron esa misma noche, hemos pensado que lo mejor era venir a hablarlo con usted. Quizá usted se fijara en si la seguía algún loco o algo así».
—Seguro que no es para tanto —protestó Carol mientras se le escapaba la risa.
—Yo diría que incluso se ha quedado corto —masculló Leon.
—No van a interrogar a Vance —añadió Simon—. Estarán sobrecogidos y se pondrán de su parte. Lo único que van a hacer es protegerlo.
—Y Jack el Chuleta es un tipo muy, pero que muy listo —siguió Tony—. Ahora que sabe que la policía es consciente de que Shaz fue a visitarlo, el tipo se va a comportar como un angelito. Así que, parte de mí me dice que no les dé la información.
Se hizo el silencio y duró un buen rato.
—Y ahora, ¿qué? —soltó Simon.
Tony empezó a escribir algo en el bloc de notas que había sacado de la mochila del ordenador un rato antes.
—Si vamos a hacerlo, tenemos que hacerlo bien. Eso implica que yo voy a actuar como director y coordinador del equipo. Carol, ¿hay algún restaurante local que envíe comida a domicilio?
—¿Aquí? ¡Venga ya! —Resopló—. Pero tengo pan, queso, salami, atún y algo de lechuga. Equipo, echadme una mano. Vamos a preparar algo de comer mientras el líder reflexiona.
Cuando volvieron, quince minutos más tarde, con montañas de sándwiches y un bol lleno de patatas fritas, Tony ya estaba preparado. Repartidos por toda la habitación con botellas de cerveza y platos llenos de comida, lo escucharon mientras les explicaba qué quería que hicieran.
—Creo que estamos todos de acuerdo en que, por probabilidad, Shaz fue asesinada por el trabajo que había desarrollado desde que llegó a Leeds. No hay nada que indique que hubiera sufrido ningún tipo de amenaza personal hasta ese momento. Así que, como punto de partida, asumimos que Shaz Bowman había descubierto la existencia de un asesino en serie de chicas adolescentes. —Levantó las cejas pidiendo confirmación y los cuatro asintieron—. Jacko Vance es la conexión externa de todos estos casos. Shaz asumió que el asesino era él, pero no debemos dejar caer en saco roto la idea de que podría ser alguien de su equipo. No obstante, yo me inclino porque, efectivamente, sea el propio Jacko Vance.
—Adiós a la buena y sencilla teoría de Ockham —comentó Simon con ironía.
—No creas que esta es la teoría más descabellada —respondió Tony—. La fundamento en la gran extensión de tiempo a lo largo de la que han tenido lugar las siete muertes. No es probable que nadie haya pertenecido al equipo profesional de Vance durante tanto tiempo. Y aunque sea el caso, no me convence la idea de que tenga el mismo carisma que él como para atraer a jovencitas y conseguir que huyan de su casa.
»Tenemos el perfil de Vance que hizo Shaz. No obstante, resulta superficial porque, en principio, parece que únicamente tenía acceso a los datos públicos que se reflejan en las dos biografías; una de ellas escrita por su esposa; y la otra, por un periodista del corazón. Tenemos que hacer una investigación mucho más profunda para saber si este hombre, en efecto, podría ser el asesino en serie que estamos buscando. Pero trabajar de esta manera es inusual para un criminólogo. Lo habitual es que hagamos deducciones a partir de los crímenes. Esta vez vamos a tener que partir de un posible criminal en serie para llegar a unos asesinatos que son igual de hipotéticos. A decir verdad, no estoy muy seguro de que vayamos a conseguir nada. Para mí, trabajar así es una experiencia nueva. Debemos andarnos con mucho ojo antes de asomar la cabeza por la trinchera. —Todos asintieron.
Leon se puso de pie y se acercó a la puerta para fumar sin contaminar la comida de todos los demás. En cuanto llegó, dijo:
—Captamos el mensaje. ¿Y cuál es nuestra misión? En caso de que la aceptemos… claro está.
—Tenemos que encontrar a su antigua prometida, a Jillie Woodrow. La persona que la interrogase debería informarse también acerca de su vida pasada: familia, vecinos, amigos del colegio, profesores, policías que pudieran conocerla de aquella época y que sigan en activo o que se hayan jubilado hace poco. Simon, ¿crees que puedes encargarte de ello?
—¿Qué tengo que hacer exactamente? —Tenía cara de aprensión.
Tony señaló a Carol con los ojos.
—Investiga todo lo que puedas acerca de Jacko. El contexto de su pasado. Si necesitas una coartada, di que estamos investigando una serie de amenazas que está sufriendo y que pensamos que el origen podría estar en su pasado; excepto con Jillie, claro. A la gente le encanta el melodrama. Pero eso, con Jillie, no va a funcionar. Con ella podrías decir que estudiamos unas alegaciones que ha hecho una prostituta contra Jacko y que pensamos que podría tratarse de acusaciones maliciosas.
—De acuerdo. ¿Se os ocurre cómo dar con ella, ya que no tengo acceso al sistema?
—Enseguida voy con eso —respondió Tony—. Leon, quiero que empieces a indagar cómo era su vida cuando tuvo el accidente en el que perdió el brazo. Eso y los inicios de su carrera televisiva. A ver si puedes encontrar a su antiguo entrenador, a la gente con la que trataba cuando empezó con las retransmisiones deportivas, compañeros del equipo nacional… ese tipo de gente.
—¡A la orden! —respondió con seriedad por primera vez desde que lo conocía—. ¡No se va a arrepentir, señor!
—Kay, tu trabajo consistirá en interrogar a los padres de las chicas que conforman el grupo identificado por Shaz. Las típicas preguntas acerca de personas desaparecidas pero, al mismo tiempo, intenta extraer toda la información que puedas acerca de Jacko Vance.
—La policía local debería estar encantada de pasarte los casos —comentó Carol—. Seguro que se alegran de que alguien les quite de las espaldas la responsabilidad de casos que, probablemente, nunca vayan a resolver. Puede que incluso te den acceso completo.
—Y la inspectora jefe Jordan te preparará el camino —continuó Tony—. Ella os facilitará la tarea. Hablará con los mandos de las diferentes comisarías y os conseguirá la información necesaria para que llevéis a cabo vuestro trabajo: cosas como dónde se encuentran ahora Jillie Woodrow o el entrenador de Vance o si los padres de alguna de las víctimas se han mudado a Scunthorpe.
Carol se quedó mirando a Tony con la boca abierta durante un buen rato. Leon, Kay y Simon los miraban como adolescentes que saben que los adultos están a punto de hacer una travesura.
—De acuerdo —dijo con mucho sarcasmo la mujer—. Como tengo tan poco trabajo, será un placer encargarme de todo eso. ¿Y qué vas a hacer tú mientras nosotros nos encargamos del trabajo duro?
El psicólogo cogió un sándwich, miró de qué era, después miró a la inspectora jefe con una sonrisa de lo más sincera y respondió:
—Yo voy a sacudir el árbol.
Micky miró al detective Colin Wharton y le pareció un actorucho de una de esas series de policías terriblemente predecibles, descarnadas y dramáticas que hacían en el norte y que las cadenas usaban para rellenar los huecos que quedaban en la programación desde que daban las últimas noticias hasta que era hora de irse a la cama. Tenía las facciones curtidas y bien marcadas y era evidente que había sido guapo hasta que empezó a abusar de la bebida y de la comida basura. Ahora, sus facciones estaban deslavazadas y sus ojos azules tenían unas bolsas enormes. Imaginó que estaba casado en segundas nupcias y que el matrimonio no pasaba por buenos momentos; seguramente, los hijos del primer matrimonio se hubieran convertido en adolescentes infernales, e incluso era posible que estuviera preocupado por un dolor vago pero recurrente que no se le iba. Micky cruzó las piernas con recato y le sonrió como había sonreído a los cientos de invitados que había tenido en el estudio. Sabía que, con eso, se lo habría ganado, a él y al «detective Compinche», que estaba a un paso de pedirle un autógrafo. Consultó su reloj de pulsera.
—Seguro que Jacko llega en unos instantes. Debe de ser por el tráfico. Y lo mismo digo de Betsy, mi ayudante personal.
—Sí, ya lo ha mencionado, señora —dijo Wharton—. Si no le importa, podríamos empezar con usted. Ya hablaremos con la señora Thorne y con el señor Vance cuando lleguen. —Consultó la carpeta que tenía abierta sobre el regazo—. Me han dicho que habló usted con la detective Bowman el día antes de que muriera. ¿A qué se debió?
—Tenemos dos líneas de teléfono; una yo; y la otra, Jacko. No salen en el listín ni en los directorios, son privadas. Solamente las tiene un puñado de gente. Yo conecto la mía al móvil cuando estoy fuera de casa y resulta que la detective Bowman me llamó allí. Serían las ocho y media del viernes por la mañana. En aquel momento, estaba con una de mis redactoras, así que se lo podrá confirmar. —Hizo una pausa porque se dio cuenta de que estaba divagando y justificándose, actitudes que dejan en evidencia el nerviosismo de una persona.
—¿Y no era nadie conocido? —preguntó el policía.
—No, era una voz que no reconocía. Dijo que se trataba de la detective Sharon Bowman, de la Policía Metropolitana y que quería una cita con Jacko, mi marido.
—¿Y qué le dijo usted? —preguntó Wharton mientras asentía con la cabeza como si pretendiera alentarla.
—Le dije que me estaba llamando a mí, no a él. Se disculpó y dijo que le habían dicho que aquel era el número privado de mi marido. Me preguntó si podía hablar con él, pero le expliqué que estaba fuera de casa y me preguntó si podía dejarle un mensaje. No suelo hacer de secretaria para Jacko, pero como era la policía y no sabía de qué se trataba el asunto, pensé que lo mejor sería tomar nota de lo que quería y darle el recado a mi marido. —Puso esa sonrisa de modestia típica de una mujer que quiere mostrar su inseguridad ante la autoridad. No fue una buena actuación, pero no le dio la impresión de que Wharton lo notara.
—Muy bien hecho, señora —respondió—. ¿Cuál fue el mensaje?
—Dijo que solo era una formalidad, una investigación rutinaria, pero que quería hacerle unas preguntas en relación con un caso que tenía entre manos. Debido a sus demás quehaceres, me dijo que tendría que ser el sábado, pero que le daba igual la hora, que se adaptaría. Tampoco le importaba dónde quedar. Luego, me dejó un número de teléfono en el que encontrarla.
—¿Conserva el número? —una pregunta estándar más por parte del detective.
—Como puede ver —respondió Micky después de coger una agenda y mostrársela—. Usamos una página para cada día. Nos sirve para todo: mensajes telefónicos, ideas que se nos ocurren para el programa, cosas de casa… —se la tendió al tiempo que señalaba unas líneas que había arriba del todo.
—«Detective Sharon Bowman. Jacko. ¿Sábado? Elige tiempo y lugar. 307.4676: sargento Devine» —leyó Wharton. Aquello confirmaba la declaración telefónica que les había hecho la sargento Chris Devine, pero el hombre quería asegurarse—. ¿Era un teléfono de… Londres?
—Sí —asintió Micky—. 0171, el mismo prefijo que el nuestro, por eso no lo apunté. Aunque, ¿de dónde iba a ser si no? Al fin y al cabo, dijo que era de la Metropolitana.
—Ahora mismo estaba destacada en una unidad de Leeds —soltó—. Por eso vivía allí, señora Morgan.
—Pues claro… —dijo sin más—. No sé por qué, pero no lo había pensado. Qué curioso.
—Pues sí. Así que le dio el mensaje a su marido ¿y ya está?
—Dejé el mensaje en su buzón de voz. Más tarde, me contó que había quedado con ella el sábado por la mañana aquí, en casa. Sabía que no me importaría porque a Betsy y a mí nos habían invitado a viajar en el Le Shuttle. Ventajas de mi trabajo… —Volvió a ponerle una sonrisa enorme. Wharton se preguntó con amargura por qué las mujeres de su vida nunca parecían tan contentas cuando hablaban con él.
Antes de que le diera tiempo a hacer la siguiente pregunta, oyó pasos sobre el parqué del vestíbulo. Se dio media vuelta justo en el momento en que la puerta que tenía tras de sí se abría. Nunca había visto a Jacko Vance en persona y le pareció alguien con una energía tremenda que contenía en un traje de corte magistral. Tenía algo que hacía que fuera imposible apartar la mirada de él… a pesar de que estaba haciendo algo tan banal como cruzar la habitación y extender la mano izquierda a modo de bienvenida.
—El detective Wharton, supongo —dijo cálidamente e hizo como si no se hubiera dado cuenta de lo nervioso que se acababa de poner el policía, que se levantó solo a medias, extendió la mano equivocada, se cambió como pudo los papeles de mano y estrechó con torpeza la mano que le ofrecía—. Soy Jacko Vance —dijo con una humildad que, en opinión de Micky, era tan fingida como la suya propia—. ¡Qué asunto tan terrible! —Se alejó del detective, saludó con un asentimiento de cabeza al otro policía, que no sabía muy bien qué hacer, y se sentó en el sofá con su esposa, a la que le dio unas palmaditas en el muslo—. ¿Todo bien, Micky? —Puso la misma voz de preocupación que ponía con los enfermos terminales.
—Estábamos hablando de la llamada de la detective Bowman.
—Ah, claro. Siento llegar tarde, había un gran atasco en el West End. —Esgrimió una sonrisa familiar y modesta—. Bueno, oficial, ¿en qué puedo ayudarlo?
—La señora Morgan le pasó el mensaje que le había dado la detective Bowman, ¿no es así?
—Así es, sí —respondió con seguridad—. Llamé al número que había dejado y hablé con una sargento… cuyo nombre he olvidado por completo. Le dije que si la detective Bowman venía el sábado a casa, entre las nueve y media y las doce, la atendería encantado.
—Muy generoso por su parte, a sabiendas de lo ocupado que está.
—Intento ayudar a las autoridades en todo lo que puedo, oficial. Para mí no es ningún inconveniente. Además, ese día pensaba dedicarlo a ponerme al día con el papeleo y, cuando acabara, ir a mi casa de Northumberland para pasar allí la noche porque el domingo tenía que asistir a un acto benéfico en Sunderland. —Se apoyó a propósito en el brazo malo para recostarse y fingió que se resbalaba ligeramente con la intención de que su evidente discapacidad reforzase su inocencia.
—¿A qué hora llegó la detective Bowman?
—¿Qué hora era? —Vance puso cara rara y miró a Micky—. Vosotras os marchabais justo entonces ¿no?
—Efectivamente —confirmó la mujer—. Debían de ser, más o menos, las nueve y media. Betsy podría ser más precisa; es la única de la casa que tiene sentido del tiempo. —Añadió una sonrisa irónica, sorprendida de lo predispuestos que estaban aquellos policías a aceptar que dos celebridades televisivas que dirigían programas clave no fueran capaces de calcular el tiempo instintivamente y a la perfección—. Nos encontramos en la puerta. Jacko estaba arriba, hablando por teléfono, así que le pedí que lo esperase en esta habitación y nos marchamos.
—No la hice esperar más de dos minutos —siguió Vance sin complejos—. Se disculpó por estropearme el fin de semana, pero le expliqué que, en este trabajo, no tenemos fines de semana. Nos vemos obligados a aprovechar el poco tiempo que tenemos libre, ¿verdad, cariño? —La miró como un enamorado mientras le pasaba el brazo por los hombros.
—Cosa que tampoco sucede a menudo —suspiró Micky.
—¿Puede contarme qué es lo que quería la detective Bowman? —preguntó Wharton después de aclararse la garganta.
—¿Cómo? ¿Es que no lo sabe? —inquirió Micky en cuanto la periodista que llevaba dentro olió algo—. Un policía viene desde Yorkshire a Londres para interrogar a alguien tan importante como Jacko ¿y no saben en qué estaba trabajando? —Se inclinó hacia delante, con los antebrazos apoyados en los muslos y los brazos extendidos. Estaba estupefacta.
Wharton se revolvió incómodo en la silla y se quedó mirando fijamente un punto indeterminado de la pared entre los dos ventanales.
—La detective Bowman formaba parte de una nueva unidad. En realidad, no debería haber estado trabajando en ningún caso todavía. Nos hacemos a la idea de qué se traía entre manos, pero aún no lo hemos corroborado. Nos sería de gran ayuda que el señor Vance nos contara qué es lo que hablaron el sábado por la mañana. —Exhaló fuertemente por la nariz y los miró a ambos rápidamente con una mezcla de vergüenza y súplica.
—Por supuesto —dijo el presentador con tranquilidad—. La detective Bowman se deshizo en disculpas por invadir mi privacidad con sus preguntas, pero comentó que estaba trabajando en el caso de un grupo de adolescentes desaparecidas. En su opinión, cabía la posibilidad de que un mismo individuo las hubiera convencido a todas para que abandonasen su hogar. Por lo visto, algunas de estas chicas habían asistido a alguna de mis apariciones públicas poco antes de desaparecer y la detective se preguntaba si habría un loco acosando a mis admiradoras. Me dijo que quería enseñarme unas fotos por si había visto a aquellas chicas hablando con alguien en concreto.
—¿Se refiere a alguien de su equipo? —saltó Wharton, orgulloso de conocer la palabra adecuada.
—Siento mucho decepcionarlo, detective —dijo Vance tras proferir una sonora carcajada de barítono—. Pero no trabajo con un equipo como tal. Cada vez que grabo el programa, tengo un pequeño grupo de gente que colabora mano a mano conmigo. A veces, cuando hago bolos… apariciones públicas, vamos… suelen acompañarme mi productor o mi redactor bien para hacerme compañía, bien para apoyarme. Pero, por lo demás, lo que me gasto en guardaespaldas y demás sale de mi bolsillo. Y como la mayor parte de lo que hago está enfocado a conseguir dinero para obras de caridad, me parece estúpido gastar más de lo que es estrictamente necesario. Así que, como le expliqué a la detective Bowman, no hay un equipo fijo. Ahora bien, lo que sí que tengo es un nutrido y leal grupo de seguidores. Yo diría que habrá una veintena de admiradores que asisten a casi todos los eventos a los que voy. Es gente un poco extraña, pero siempre la había considerado inofensiva.
—Es típico entre famosos —añadió Micky casualmente—. ¡Si no tienes un séquito de gente rara, no eres nadie! Hombres mal vestidos, con anorak, y mujeres con jersey acrílico y pantalones de poliéster. Todos ellos con horribles cortes de pelo. En mi opinión, ninguno da el perfil del típico hombre con el que se escaparía una adolescente.
—Eso es exactamente lo que le dije a la detective Bowman —prosiguió Vance mientras se daba cuenta de lo naturales que eran ambos. Quizá fuera el momento de hacer un programa juntos. Hizo una anotación mental al respecto para hablarlo más tarde con su productor—. Me enseñó unas cuantas fotografías de las chicas que estaba buscando, pero no me sonaba ninguna de ellas —se encogió de hombros de una manera cautivadora—. Pero, claro… yo diría que firmo unos trescientos autógrafos en cada evento… Bueno, «firmar»… decir «garabatear» sería más acertado. —Miró su mano protésica con pesar—. Escribir es una de esas cosas que ya no puedo hacer adecuadamente.
Se hizo el silencio. A Wharton se le hizo tan largo como el Día del Recuerdo. Buscó una pregunta elocuente.
—¿Qué respondió a eso la detective Bowman, señor? Me refiero a que no reconociera a ninguna.
—Parecía que estuviera decepcionada, pero admitió que era una apuesta arriesgada. Le dije que sentía mucho no haberle servido de más ayuda y se marchó. Eso sería alrededor de las… de las diez y media, diría yo.
—Así que estuvo aquí como una hora. Parece demasiado tiempo para unas pocas preguntas —comentó Wharton. No es que sospechase, sencillamente, estaba siendo puntilloso.
—Pero es que no dedicamos todo el tiempo a las preguntas —respondió Vance—. Para empezar, la tuve esperando unos minutos; luego, hice café para ambos y estuvimos un rato hablando de banalidades. La gente siempre quiere enterarse de los cotilleos que surgen «entre bastidores» en Las visitas de Vance. También tuve que analizar las fotografías. Y me llevó tiempo, porque las adolescentes desaparecidas son un tema demasiado serio como para tomárselo a la ligera. Imagínese, sin que sus padres sepan nada de ellas en todo este tiempo… ¡años en algunos casos, según la detective Bowman! Además, podrían haberlas asesinado… Merecían mi atención.
—Lo entiendo, señor —contestó Wharton apesadumbrado y deseando no haber dicho nada—. Imagino que la detective no le contaría los planes que tenía para el resto del día, ¿verdad?
—No, lo siento —dijo mientras negaba con la cabeza—. Me dio la impresión de que tenía otra cita, pero no dijo ni dónde ni con quién.
—¿Por qué tuvo esa impresión, señor? —Wharton se puso en guardia ya que, quizá aquella información fuera lo primero de todo el interrogatorio que le servía para algo.
—Cuando acabé con las fotografías —empezó Vance después de fruncir el ceño unos instantes como si estuviera pensando—, le ofrecí otro café pero consultó su reloj y puso cara de sorpresa, como si no se hubiera dado cuenta del tiempo que había transcurrido. Dijo que tenía que irse, que se le había pasado el tiempo volando y se fue a los pocos minutos.
—Justo lo que yo pensaba, señor —respondió Wharton al tiempo que cerraba el bloc de notas—. Muchísimas gracias a ambos por su amabilidad y su tiempo. Si surge algo más, cosa que no creo que suceda, me pondré en contacto con ustedes. —Se puso de pie y le hizo el típico gesto de «¡Vámonos!» con la cabeza al otro agente.
—¿No tiene que hablar con Betsy? —preguntó Micky—. No creo que tarde.
—No creo que sea necesario. En confianza, creo que la visita de Bowman a su casa no tiene nada que ver con su muerte… pero tenemos que atar los cabos sueltos.
Vance fue a la puerta, la abrió y comentó:
—Es una pena que hayan tenido que venir hasta aquí para nada cuando el verdadero trabajo los espera en Yorkshire. —Esbozó una sonrisa comprensiva que añadía fuerza a la conmiseración de su voz.
Micky se despidió y observó desde la ventana cómo Jacko acompañaba a los policías hasta la calle. No tenía claro qué estaba ocultando su marido, pero lo conocía suficientemente bien como para saber que lo que acababa de escuchar solamente tenía algo que ver con «la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad». Cuando el hombre volvió a la habitación, estaba apoyada en la repisa de la chimenea.
—¿Vas a contarme a mí lo que no les has contado a ellos? —Le lanzó esa mirada perspicaz que siempre podía penetrar su capa de barniz.
—Eres una bruja. —Sonrió—. Sí, te lo voy a contar: reconocí a una de las chicas que me enseñó Bowman.
—¿Y eso? ¿Cómo es posible? ¿¡De qué!? —La mujer tenía los ojos como platos.
—No te asustes —respondió con desdén—. Es una tontería. Cuando desapareció, sus padres se pusieron en contacto con nosotros. Me dijeron que era mi mayor admiradora y bla, bla, bla; que nunca se perdía un programa y bla, bla, bla. Querían que hiciéramos un llamamiento para que la chica los llamase a casa.
—¿Y lo hiciste?
—Claro que no. No encajaba en el formato. Alguien del programa les escribió una carta mostrándoles nuestra comprensión y nos encargamos de que en un periódico saliera una noticia que decía algo así como: «Jacko implora a una desaparecida que llame a casa».
—¿Y por qué no se lo has contado a Wharton? ¡Si hiciste algo para la prensa, estará en algún lado! ¡Como den con ello, estarás metido en un lío de pelotas!
—¿Por qué? Ni siquiera saben lo que estaba haciendo Bowman. Eso quiere decir que ni siquiera deben de tener sus archivos, ¿no crees? Mira, Micky, no había visto a aquella chica jamás, no había hablado con ella jamás. Pero si le digo al detective Pesado que la reconocí… ¡coño, sabes que la policía tiene gravísimos problemas de filtraciones! Lo siguiente que pasaría es que saldría en todas las portadas: «¡Jacko implicado en un caso de asesinato!». No, gracias. Puedo vivir sin eso. No pueden conectarme con ninguna de las desaparecidas de Bowman. Soy el rey de los secretos, ¿recuerdas?
—Yo diría que eres el hombre de teflón. —Micky sacudió la cabeza. Admiraba su descaro—. Tengo que reconocer que, cuando se trata de engañar a la audiencia, no te llego ni a la suela del zapato.
Avanzó hasta donde estaba la mujer y la besó en la mejilla.
—Nunca te tires un farol con un jugador profesional.
Cuando Carol entró en su despacho al día siguiente, descubrió que su equipo la había pillado a contrapié y que ya la estaba esperando allí. Tommy Taylor estaba repanchingado en la silla que había frente a la suya, con las piernas bien abiertas para enfatizar su masculinidad, Lee había abierto la ventana y soltaba el humo hacia la calle para que se juntara con el del tráfico, y Di estaba, como siempre, apoyada en la pared con los brazos cruzados y vestida con un traje que le sentaba fatal. A Carol le encantaría llevársela de rebajas en enero, aunque fuera a rastras, para que se comprase algo de ropa que le sentase bien y la hiciera más delgada, en vez de esas mierdas caras que compraba.
La inspectora jefe se sentó tras el bastión defensivo que conformaba su mesa y abrió el maletín.
—Muy bien, el pirómano en serie.
—El que está como una jaula de grillos —añadió Lee.
—Pues, por lo visto, no es así —lo corrigió Carol—. Aparentemente, este pirómano está tan cuerdo como nosotros cuatro. Bueno, como yo, porque no pondría la mano en el fuego por vosotros tres. Según un psicólogo en cuyo juicio confío plenamente, este pirómano no es un psicópata. La persona que provoca estos incendios tiene un motivo criminal normal y corriente. Y eso señala a los bomberos a tiempo parcial de Jim Pendlebury. —Los tres la miraron como si, de repente, hubiera empezado a hablar en sueco.
—¿Cómo dice? —articuló Lee.
—Quiero que investiguéis en profundidad a estas personas —ordenó Carol mientras repartía copias de la lista que le había pasado el jefe de bomberos—. Y quiero que prestéis especial atención a los detalles financieros. Y no quiero que les llegue la más mínima noticia de que estamos interesados en ellos.
—¿Está acusando a los apagafuegos? —consiguió articular Tommy Taylor.
—Pensaba que hoy en día se les llamaba «bomberos» —dijo gentilmente—. Aún no estoy acusando a nadie, sargento; tan solo intento reunir la suficiente información como para tener algo en lo que basarme.
—Los bomberos mueren en los incendios. —Di Earnshaw disparaba con bala—. Sufren heridas, inhalan humo. ¿Por qué iba a provocarlos uno de ellos? Tendría que ser un verdadero psicópata y acaba usted de decir que el tipo que buscamos no está loco. ¿No cree que se contradice?
—No está loco —respondió Carol firmemente—. Puede que esté desesperado pero, desde luego, no tiene ninguna enfermedad mental. Buscamos a alguien que tiene tantas deudas que ha perdido el sentido de la percepción y no piensa más que en salir de la situación en la que está. No es que pretenda poner a sus compañeros en peligro, la cuestión es que no se para a pensar en las consecuencias de lo que hace.
—Lo que dice es toda una afrenta al cuerpo de bomberos —protestó Taylor mientras negaba con la cabeza para demostrar su escepticismo.
—No lo es más que decir que se dan casos de corrupción entre la policía. Y todos sabemos que se dan —respondió seca la inspectora jefe al tiempo que volvía a guardar los papeles del caso en el maletín—. ¿Qué hacéis aquí todavía?
Lee tiró el cigarrillo a la calle con un gesto elocuente y caminó lentamente y encorvado hasta la puerta.
—Ya voy —dijo.
—Y yo —dijo Taylor mientras se ponía de pie y se recolocaba ostentosamente sus atributos masculinos. Miró a Di Earnshaw y le hizo un gesto para que lo siguiera.
—Tranquilos, tranquilos, que no hay prisa —comentó Carol con sarcasmo.
Si las espaldas hablasen, la de Di Earnshaw la habría mandado a la mierda en ese mismo instante. Cuando cerraron la puerta tras de sí, la inspectora jefe se recostó en la silla y empezó a masajearse los nudos que tenía en el cuello. Iba a ser un día muy largo.
Tony cogió el teléfono instintivamente y murmuró:
—Soy Tony Hill, espere un minuto. —Siguió escribiendo en el ordenador antes siquiera de acabar la frase. Al rato, miró el auricular que tenía en la mano como si no supiera cómo había llegado hasta allí—. Disculpe, Tony Hill al aparato.
—Soy el detective Wharton —respondió una voz neutra.
—¿Para qué?
—¿Cómo dice? —Wharton no entendía nada.
—Le pregunto que para qué llama. ¿Tan extraño le parece?
—Ah, claro. Pues es, sencillamente, una llamada de cortesía. —La brusquedad con la que respondió se contradecía con sus palabras.
—Menuda novedad.
—No es necesario que se ponga a la defensiva. A mi jefe le gustaría que pasara por comisaría para seguir con el interrogatorio.
—Eso va a tener que discutirlo con mi abogado. Ya tuvieron ustedes una oportunidad. Bueno, ¿y dónde está la cortesía?
—Recibimos una llamada de la señora Micky Morgan, la presentadora de televisión que, no sé si usted lo sabe, pero es la esposa del señor Jacko Vance. Nos explicó que Bowman había estado en su casa el sábado por la mañana para interrogar a su marido; así que decidimos bajar a Londres a hablar con el señor Vance en persona. Y está limpio. Puede que Bowman dejase que la camarilla que conforman ustedes se riera de ella, pero no fue tan tonta como para cometer el mismo error delante del protagonista. Por lo visto, lo único que quería preguntarle es si se había fijado durante sus apariciones públicas en alguien que acosase a las chicas desaparecidas. Pero no es así; lo que no me sorprende, si tenemos en cuenta toda la gente que conoce a lo largo de la semana. ¿Ve, doctor Hill? Está limpio. Fueron ellos quienes se pusieron en contacto con nosotros, no al revés.
—¿Eso es todo? Jacko Vance les dice que se despidió de Shaz Bowman en el portal de su casa ¿¡y a ustedes ya les vale!?
—No tenemos razones para pensar lo contrario —respondió secamente el policía.
—¡Es la última persona que la vio con vida! ¿No se supone que es una de las personas que más merece la pena investigar?
—No cuando no tiene conexión con la víctima, su reputación nunca ha sido puesta en duda y, a pesar de ser el último que la vio, ¡lo hizo doce horas antes de que sucediera el crimen! —El tono de Wharton era muy ácido—. Además, ¿pretende hacerme creer que un discapacitado con un solo brazo es capaz de reducir a un policía entrenado y en pleno uso de sus capacidades físicas?
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—Adelante.
—¿Había alguien más cuando Shaz interrogó a Vance?
—La esposa del hombre le abrió la puerta, pero los dejó solos. Bowman lo entrevistó a solas. Pero eso no quiere decir que esté mintiendo, ¿sabe? Hace mucho que soy policía y sé muy bien cuándo me están mintiendo. Asúmalo, doctor, han errado el tiro. No voy a culparlo por hacernos perder el tiempo, pero ahora vamos a seguir investigando a la gente que la conocía.
—Gracias por avisarme. —No quería arriesgarse a decir nada más, así que colgó.
La ceguera del ser humano nunca dejaría de sorprenderlo. No es que Wharton fuera estúpido, el problema es que, a pesar de todos sus años de servicio en la policía, estaba condicionado a pensar que alguien como Jacko Vance no podía cometer crímenes violentos.
En cierta manera, había estado esperando aquella llamada. La policía no iba a vengar a Shaz Bowman ni a defender su trabajo, así que iba a tener que encargarse él. Y aquello le provocaba una satisfacción mordaz. Además, la respuesta de Wharton a su pregunta confirmaba que Vance era el primer sospechoso. Tenía que ser él. Tony ya había descartado a un admirador desquiciado y, a partir de ahora, podía eliminar a los miembros del equipo de Vance. Si nadie más había presenciado la entrevista, ¿cómo iban a seguirle el rastro nada más salir de la casa?
Cogió el teléfono y marcó el número que, en previsión de que sucedería justo lo que acababa de suceder, había pedido anteriormente en Información. Cuando respondieron en centralita, pidió que le pasaran con el despacho de producción de Al mediodía con Morgan. Se recostó en la silla con una sonrisa adusta en los labios y esperó a que respondieran.
John Brandon jugueteaba con el asa de la taza de café.
—No me gusta la idea, Carol —admitió. La mujer abrió la boca para responder, pero él levantó un dedo para que no dijera nada—. Ya sé que a ti tampoco te gusta. El mero hecho de señalar al cuerpo de bomberos es muy grave de por sí. Espero que no nos estemos equivocando.
—No es habitual que Tony Hill se equivoque, señor —le recordó—. Y si se fija en el análisis, tiene mucho más sentido que lo que se nos había ocurrido a los demás.
Brandon agitó la cabeza de lado a lado como si estuviera desesperado. Hoy tenía más aspecto de enterrador abatido que nunca.
—Lo sé, pero es que solo con pensar que puede tener razón, me deprimo. Poner tantas vidas en peligro a cambio de tan poco… Al menos, cuando un policía se corrompe no suele haber muertos. —Le dio un sorbo al café. El aroma de la bebida cruzó la mesa, llegó hasta la nariz de Carol e hizo que salivase. Normalmente, su jefe le ofrecía un café; que no estuviera compartiendo con ella aquel caldo tan fragante era una muestra latente de lo mucho que le había impactado la noticia—. Pues bueno, mantenme informado de todo lo que descubra tu equipo. Y te agradecería que me avisases antes de llevar a cabo algún arresto.
—De acuerdo. Hay otra cosa, señor.
—La noticia que acabas de darme ¿era la buena o la mala?
—Yo diría que era la mala. Pero eso dependerá de lo que piense acerca de lo que voy a decirle, señor —y sonrió, pero sin ánimo.
El comisario jefe suspiró y giró con la silla para mirar el estuario al otro lado de la ventana. «Como es normal, el jefe tiene la mejor vista», pensó Carol irrelevantemente mientras observaba cómo un remolcador pasaba de un lado al otro de la ventana.
—Vamos a ver.
—También tiene que ver con Tony Hill. Sabe que han asesinado a un miembro de su unidad, ¿verdad?
—¡Qué cosa tan horrible! —No se equivocaba—. Lo peor que te puede pasar en este trabajo es perder a un oficial. Pero perder a uno de esa manera… ¡debe de ser una pesadilla!
—Especialmente si eres alguien como Tony Hill, que ha tenido una experiencia parecida.
—Tienes razón… —La miró con astucia—. Aparte de que lo sintamos mucho, ¿qué tiene que ver eso con nosotros?
—Oficialmente: nada.
—¿Y extraoficialmente?
—Tony está teniendo problemas con la policía de Yorkshire Oeste. En vez de considerarlos un recurso efectivo, los consideran a él y a su equipo los principales sospechosos. Tony considera que han dejado de lado teorías más plausibles por razones arbitrarias y no está dispuesto a que el asesino de Shaz Bowman escape por la mera razón de que los detectives encargados del caso sean estrechos de miras.
—¿Lo ha expresado él con esas mismas palabras? —Se le escapó una sonrisa de oreja a oreja.
—No exactamente, señor. —La mujer esgrimió una sonrisa cómplice—. Pero era lo que quería decir.
—Entiendo que quiera hacer algo —comentó el hombre con cautela—, cualquier detective tendría esa reacción. Pero en la policía tenemos reglas para impedir que los agentes con algún interés personal en el caso se impliquen en el mismo. Y esas reglas son imprescindibles porque la proximidad de un caso puede hacer que pierdas la objetividad. ¿No crees que sería mejor dejar que los de Yorkshire Oeste se encarguen del caso a su manera?
—Si eso implica que van a dejar a un psicópata suelto por las calles, no. Por lo que he visto, el razonamiento de Tony no ha perdido la objetividad en ningún momento.
—Sigues sin decirme qué tiene que ver todo eso con nosotros.
—Necesita ayuda. Está trabajando con algunos miembros de su unidad, pero como están suspendidos, no tienen acceso a los canales oficiales. Además, necesita la opinión de un agente de policía experimentado para equilibrar su punto de vista. Y todo eso no lo va a conseguir de la policía de Yorkshire Oeste, que lo único que quiere es encontrar algún motivo para meterlos entre rejas a él o a alguno de los suyos.
—Nunca han querido que esa unidad estuviera con ellos, no me sorprende que quieran usarlo como excusa para deshacerse de ella para siempre. No obstante, es su caso y no nos han pedido ayuda.
—No, pero Tony sí. Y creo que se lo debo, señor. Lo único que haré es investigar un poco para proporcionarle a su equipo cosas como nombres y direcciones. Me gustaría servirle de tanta ayuda como sea posible… y preferiría hacerlo con su consentimiento.
—Cuando dices «servirle de ayuda»…
—No pienso entrometerme en la investigación del grupo de Yorkshire Oeste. La línea de investigación que pretende seguir Tony está muy alejada de la que sigue la policía. Ni siquiera sabrán que estoy haciendo algo. No voy a meterlo a usted en ningún problema de jurisdicciones.
—No, no vas a hacerlo. —Apuró el café y apartó la taza—. Carol, haz lo que consideres oportuno, pero lo vas a hacer por tu cuenta. Esta conversación no ha tenido lugar y si el tema llega arriba, negaré siquiera que te conozca.
—Gracias, señor. —Sonrió y se puso de pie.
—Inspectora jefe, no se meta en problemas —le dijo con brusquedad y le hizo un gesto con la mano para que se marchase. Mientras la mujer abría la puerta, añadió—. Si necesitas ayuda, ya sabes cuál es mi número.
Aquello era algo a lo que Carol esperaba no tener que recurrir nunca.
Sunderland era lo que más al norte quedaba; y Exmouth, lo que más al sur. Entre medio estaban Swindon, Grantham, Tamworth, Wigan y Halifax. En cada una de estas localidades, la desaparición de una adolescente había llamado la atención de Shaz Bowman. Kay Hallam sabía que iba a tener que hacer lo imposible por sacarle más jugo a unas investigaciones que debían aportar las pruebas circunstanciales con las que Tony pretendía sustentar el caso contra Jacko Vance. No era tarea fácil. Había pasado el tiempo —años, en algunos casos— y con él, habría disminuido la agudeza de los recuerdos de las personas. Y hacerlo sola tampoco era lo mejor. En una situación normal serían dos, tendrían un par de semanas para hacer el trabajo y los interrogatorios no los llevarían a cabo exhaustos de tanto conducir de un lado al otro del país.
Pero ahora no podían permitirse esos lujos. Y no es que le asustase el trabajo duro; quienquiera que hubiera matado a Shaz no merecía seguir en libertad ni un minuto más. Bastante duro le había resultado permanecer sentada, de brazos cruzados, mientras la inspectora jefe Carol Jordan indagaba por teléfono para conseguirle los datos que necesitaba. No sabía qué habría hecho aquella mujer exactamente pero, desde luego, lo había hecho muy bien. Sin duda, era un modelo.
—Si quieres tener éxito, júntate con personas que lo tengan y haz lo mismo que ellas —recitó Kay como un mantra. Aquella frase la había sacado de uno de esos cursos norteamericanos de superación.
Carol la había llamado al mediodía. La mujer había hablado con los departamentos de Homicidios de todas las localidades que tenía que visitar. En tres de los casos había llegado, incluso, a hablar con el detective que había estado a cargo de la investigación, aunque eso de «investigación» era mucho decir a sabiendas de que, en esos casos de adolescentes «que no querían que dieran con ellos», la policía local no solía pasar de hacer unas cuantas preguntas. Había conseguido que Kay tuviera acceso a los delgados archivos y que le dieran el número de teléfono y la dirección de los consternados padres.
Nada más colgar, Kay estudió un mapa de carreteras. Estimó que podía estar en Halifax a primera hora de la tarde y en Wigan antes de la noche. Después, tomaría la autopista a Midlands y dormiría de camino en un hotel. Desayunaría en Tamworth y seguiría hasta Exmouth, adonde llegaría a última hora de la tarde. Volvería a coger la autopista y pasaría la noche en Swindon. Por la mañana, cruzaría el país hasta Grantham. Pararía el día siguiente en Leeds para informar a Tony y saldría, después, para Sunderland. Aquello parecía una peli de carretera… ¡pero infernal! ¡Hasta Thelma y Louise resultaba más glamurosa!
Aunque, para qué negarlo, a diferencia de otros colegas, nunca había pensado que ese trabajo sería glamuroso. En su momento, Kay solo esperaba de la policía trabajo duro, estabilidad laboral y una paga decente. Que el trabajo de detective le resultase gratificante había sido toda una sorpresa. Y, además, se le daba bien gracias a que tenía mucho ojo para los detalles, cosa que sus compañeros eran incapaces de apreciar e incluso les parecía molesto. El trabajo de criminóloga le parecía el puesto adecuado para sacarle el máximo partido a su habilidad. Nunca había pensado que su primer caso le tocaría tan de cerca. Nadie se merecía lo que le habían hecho a Shaz Bowman y nadie merecía no pagar por ello.
Eso era lo que se repetía la mujer una y otra vez mientras conducía por las carreteras que recorrían Gran Bretaña. Se dio cuenta de que todas las localidades estaban cerca de una autopista o de alguna arteria secundaria de esas sembradas de restaurantes de comida basura que crecen alrededor de las estaciones de servicio. Se preguntaba si aquel sería un dato significativo. ¿Habría quedado Vance con las víctimas en áreas de servicio de esas en las que es tan fácil encontrarte con autoestopistas? No le gustó que aquello fuera lo único que se le ocurría después de dos días de trabajo. Eso y un patrón cogido por los pelos.
Las historias de los padres eran igual de deprimentes y la ausencia de detalles significativos era angustiosa; especialmente en lo que se refería a Vance. Había conseguido hablar con un par de amigas de las chicas desaparecidas pero tampoco habían sido de gran ayuda. Y no es que no quisieran ayudar, Kay tenía la virtud de ser una de esas personas con las que siempre quieres hablar. Su apariencia tímida e insignificante ocultaba su gran inteligencia… Es decir, que no suponía una amenaza para las demás mujeres y los hombres adoptaban un aire protector hacia ella. No, no es que estuvieran ocultándole nada; sencillamente, no había mucho que contar. Sí, las chicas desaparecidas estaban locas por Jacko; sí, habían asistido a una de sus apariciones públicas; y sí, estaban muy emocionadas al respecto. Pero poco se podía deducir de aquello.
Para cuando llegó a Grantham, iba con el piloto automático puesto. Aunque pasarse dos noches durmiendo en moteles con colchones muy blandos y oyendo el zumbido del pasar de los coches durante toda la noche —apagado, pero no eliminado, por el doble vidrio de las ventanas de la habitación— era mejor que no dormir, tampoco es que ayudase mucho a que los interrogatorios resultasen muy productivos. Bostezó abiertamente antes de llamar al timbre.
Aparentemente, Kenny y Denise Burton no notaron que estaba agotada. Habían pasado dos años, siete meses y tres días desde que Stacey había desaparecido y, por las ojeras que tenían los padres, era el mismo tiempo que llevaban ellos sin dormir adecuadamente. Parecían gemelos: ambos eran bajitos, rechonchos, con los dedos hinchados y tenían la piel pálida de no ver la luz del sol. Tras observar las fotos de su hija —delgada y con los ojos claros— que llenaban todas las paredes, era difícil creer en la genética como ciencia. Estaban sentados en una sala de estar que parecía un monumento al orden. A pesar de que había muchas cosas, cada una tenía su lugar. La habitación estaba abarrotada: vitrinas esquineras, hornacinas con baldas en las que almacenar innumerables adornos, una chimenea eléctrica con huequecitos para poner más adornos… El hecho de que aquella habitación fuera claustrofóbica y tuviera poco de convencional, unido al calor artificial y sofocante que daban las dos barritas de fuego eléctrico de la chimenea, hacía que a Kay le costase respirar. No le extrañaba que Stacey hubiera huido a las primeras de cambio.
—Era una chica adorable —dijo Denise con nostalgia. Kay odiaba aquella cantinela porque escondía todos los demás elementos de la personalidad de la adolescente que podían servirle de algo. Además, le recordaba desalentadoramente a su propia madre, preocupada por borrar la identidad real de Kay tras aquella frase anodina.
—No como otras —añadió el padre gravemente mientras se alisaba el pelo canoso sobre la calva, que empezaba a ser tan grande como para llamar la atención—. Si le decías que volviera a las diez, estaba en casa a las diez.
—Es imposible que se fuera por su propia voluntad —añadió la madre. La siguiente frase de la letanía la dijo en el momento adecuado y con la entonación adecuada—. No tenía razón alguna para hacerlo. Seguro que la engañaron. No puede haber otra explicación.
Kay evitó pensar en la obvia y dolorosa.
—Me gustaría hacerles algunas preguntas sobre los días anteriores a la desaparición de Stacey. Además de ir al colegio, ¿fue a algún lugar significativo aquellos días?
Kenny y Denise respondieron al unísono y sin pararse a pensarlo:
—Al cine.
—Con Kerry.
—El fin de semana antes de que se la llevaran.
—Tom Cruise.
—Le encanta Tom Cruise.
El desafiante presente de indicativo.
—También salió el lunes.
—Normalmente no le permitimos salir entre semana.
—Pero ese día era especial.
—Jacko Vance.
—Es su héroe.
—Iba a inaugurar un pub en el pueblo.
—De no ser por aquello, no la hubiéramos permitido entrar en un pub.
—Claro, solo tiene catorce años.
—Pero las llevaba la madre de Kerry, así que se lo permitimos.
—Y se lo pasó muy bien.
—Estaban en casa a la hora; justo cuando la mamá de Kerry dijo que la traería.
—Stacey estaba maravillada. Traía una foto firmada.
—Firmada para ella. Exclusiva y personalmente.
—La mañana en que desapareció la llevaba consigo. —Kenny y Denise hicieron una pausa mientras digerían la pena.
Kay aprovechó el momento.
—¿Cómo se comportó después de aquella noche?
—Estaba emocionadísima, ¿verdad, Kenny? Para ella, hablar con Jacko era como un sueño hecho realidad.
—¿Habló con él? —Kay se esforzó para que su tono pareciera indiferente. Con cada entrevista, el vago patrón que había ido esbozando iba cobrando más y más fuerza.
—Sí, y estaba como unos cascabeles —le confirmó el padre de Stacey.
—Siempre había querido salir en televisión. —De nuevo el contrapunto.
—Los otros policías dijeron que habría ido a Londres a probar suerte en el mundo de la tele —apuntó Kenny con desdén—. Seguro que no. Stacey no. Ella era muy sensata. Estaba de acuerdo con nosotros en acabar el colegio con sobresaliente y en que, después, ya veríamos.
—Podría trabajar en la tele perfectamente —comentó Denise con melancolía.
—Era suficientemente guapa.
—¿Les contó de qué había hablado con Jacko Vance? —Kay les cortó antes de que se embalaran de nuevo.
—No, solo que era muy cercano —dijo Denise—. No creo que le dijera nada especial, ¿verdad, Kenny?
—No tiene tiempo para tratar tan personalmente a todo el mundo. Es un hombre muy ocupado. Decenas de personas… ¡qué digo decenas, centenares! Querían que les firmara un autógrafo, intercambiar unas palabras con él y hacerse una foto a su lado.
Aquellas últimas palabras quedaron suspendidas en el aire como la imagen remanente de los fuegos artificiales.
—Hacerse una foto a su lado… —repitió Kay suavemente—. ¿Se sacó Stacey una foto con él?
—Se la sacó la mamá de Kerry —asintieron y respondieron al mismo tiempo.
—¿Podría verla? —El corazón le iba a toda velocidad y le sudaban las palmas de las manos.
Kenny cogió un álbum repujado de debajo de una mesita auxiliar que tenía un color desconocido en la naturaleza. Acostumbrado, pasó las páginas rápidamente hasta llegar a la última. Allí, había una enorme fotografía apaisada de unos veinticinco por veinte centímetros en la que un grupo de personas rodeaba a Jacko Vance. Aunque la imagen no estaba tomada desde el frente y las caras estaban un poco borrosas, como si hubiera una niebla, se veía claramente que la chica que había junto a la estrella de televisión, esa chica con la que, indudablemente, estaba hablando y sobre cuyo hombro tenía puesta la mano, esa chica sobre la que estaba inclinado levemente y que lo miraba con adoración… era Stacey Burton.
A Wharton, hablar con la sargento Chris Devine le había costado más de lo que esperaba. Cuando llamó a su despacho, le dijeron que había pedido dos días de permiso por motivos familiares tras su declaración telefónica para el Departamento de Homicidios. Parecía la única persona que sentía realmente lo de Shaz Bowman, que ni tan solo había sido el caso del agente que les había comunicado la noticia a sus padres, devastados.
Para cuando Chris le devolvió la llamada a raíz del mensaje que le había dejado en el contestador automático, Wharton estaba en Londres interrogando a Vance y a su esposa. Fue fácil quedar con ella en su apartamento una vez acabada la entrevista.
Al policía inflexible que llevaba dentro le había caído estupendamente la mujer porque, nada más abrir la puerta, sin saludarlos ni nada, había soltado:
—Espero sinceramente que atrapen al cabronazo que le ha hecho eso.
No se sintió intimidado por el montón de fotografías artísticas de mujeres bellas que tenía en las paredes. Ya había trabajado con bolleras y, en general, consideraba que eran menos problemáticas que la mayoría de las mujeres heterosexuales del cuerpo. Su subordinado no era tan confiado y decidió sentarse de cara a la pared de cristal de aquel moderno apartamento que daba a una antigua iglesia que se alzaba, menos incongruentemente, en el centro del Complejo Barbican.
—Yo también lo espero —respondió el policía mientras se sentaba en la esquina del futón y se preguntaba, fugazmente, cómo podría dormir la gente en aquellas cosas.
—¿Han ido a ver a Jacko Vance? —preguntó Chris mientras se sentaba en la butaca orejera que había frente al policía.
—Los entrevistamos ayer a él y a su mujer. Nos confirmaron lo que ya nos había dicho usted de la cita que tenía con él el día en que la asesinaron.
—Yo diría que Vance es uno de esos que lo anota todo —respondió ella mientras asentía y se retiraba el tupido pelo castaño de la cara.
—¿Por qué lo hizo? —empezó Wharton—. ¿Por qué ayudó a la detective Bowman a mantener el engaño de que seguía perteneciendo a la Metropolitana?
—¿Disculpe? —frunció el ceño exageradamente.
—La detective Bowman dejó su número directo del Departamento de Homicidios por lo que daba la impresión de que aún perteneciera a la Metropolitana.
—Es que todavía pertenecía a la Metropolitana. No obstante, no había ninguna intención oculta en el hecho de que dejara mi número. Durante el periodo de entrenamiento, los oficiales de la UNC no pueden atender llamadas en horas de trabajo, por lo que Shaz me pidió el favor de que le cogiera el recado. Nada más.
—¿Por qué a usted, sargento? ¿Por qué no al oficial de recepción de la comisaría a la que estaba asignada la unidad? ¿Por qué no le dejó el número de su casa y le pidió que llamara por la noche? —Wharton no se mostraba hostil, sencillamente, estaba interesado en obtener una respuesta.
—Supongo que se debió a que ya habíamos estado en contacto por este caso. —Sentía la ira aumentando en su interior pero no dejó que se trasluciera en su rostro. Después de tantos años en la policía, tenía tendencia a pensar que todas las frases llevaban segundas y había desarrollado la capacidad de no reaccionar a ellas.
—¿En serio? ¿Debido a?
Chris giró la cabeza y miró, por encima de Wharton, el cielo que se extendía al otro lado de la pared de cristal.
—Ya me había pedido ayuda. Necesitaba que le fotocopiara unos periódicos y fui a Colindale a hacerlo.
—¿Fue usted quién le envió aquel paquete enorme?
—Sí.
—Ya me han hablado de él. Debería de haber cientos de páginas en una caja de ese peso y ese tamaño, ¿no? Eso es mucho trabajo para una oficial que debe de estar tan atareada como usted. —Se inclinó hacia delante porque empezaba a parecerle que quizá aquí hubiera más tela que cortar de la que parecía a primera vista.
—Lo hice en mi tiempo libre, ¿de acuerdo?
—Es una inversión de tiempo muy grande por hacerle un favor a un mero detective —sugirió Wharton.
Chris apretó los labios momentáneamente. Con aquella nariz respingona, la mujer se parecía al enanito Gruñón más de lo que creía.
—Shaz y yo fuimos compañeras en el turno nocturno durante bastante tiempo. Éramos amigas además de colegas. Posiblemente era la policía joven con más talento con la que he tenido el placer de trabajar y, francamente, señor Wharton, no sé en qué va a ayudar a atrapar al asesino de Shaz que me esté usted interrogando porque no me importara pasar mi día libre ayudando a una compañera.
—Cuanto más sepamos, mejor. No se sabe dónde va a saltar la liebre —respondió el policía tras encogerse de hombros.
—Puede estar seguro de que yo no tengo nada que ver. Debería interesarse usted por Jacko Vance.
—¿No me diga que usted también cree en esa teoría? —Wharton no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica.
—Si se refiere a si creo que la teoría de Shaz de que Jacko Vance es un asesino en serie de chicas adolescentes es verdad: no, no lo creo. No he tenido oportunidad de estudiar las pruebas pero, desde luego, lo que está claro es que Jacko Vance me dijo que Shaz podía pasar por su casa el sábado por la mañana… y que esa misma noche la mujer estaba muerta. Aquí, en la Metropolitana, nos interesamos mucho por la última persona que ha visto a la víctima con vida. Y según la madre de Shaz no tienen ustedes constancia de que viera a nadie más una vez abandonó la casa de Vance. En mi caso, yo estaría muy interesada en Jacko Vance. ¿Qué opina la UNC?
—Seguro que coincide conmigo en que hasta que podamos descartar a sus colegas más inmediatos de las pesquisas, no podemos contar con ellos para el caso.
—¿¡No están contando ustedes con Tony Hill!? —La mujer lo miraba con la boca abierta.
—Pensamos que Sharon Bowman podría conocer a su asesino y la única gente que conocía en Leeds era la que componía la unidad en la que trabajaba. Es usted una detective experimentada, ¿no entiende que no podemos arriesgarnos a contaminar la investigación proporcionándoles a ninguno de ellos datos confidenciales sobre el caso?
—Tienen ustedes al psicólogo criminalista con más talento del país en la puerta de al lado, una persona que conocía a la víctima y en lo que estaba trabajando, ¿y lo ignoran? ¿Es que no quieren atrapar al asesino de Shaz? Seguro que Tony Hill también piensa que deberían seguir investigando a Jacko Vance.
—Entiendo que se ponga usted un poco emotiva con este caso. —Sonrió indulgentemente. Chris estaba de los nervios, pero no dijo nada y lo dejó continuar—: Pero le aseguro que cuando hablé ayer con Jacko Vance no hubo nada que me sugiriera que tuviera la más mínima relación con el asesinato. Según él, la detective Bowman tan solo quería saber si conocía a alguna de las chicas desaparecidas que componían su grupo de estudio y si las había visto en compañía de alguno de los admiradores que lo siguen por todo el país. Le respondió que no a ambas preguntas y eso fue todo.
—¿Y usted lo creyó sin más?
—¿Por qué no iba a hacerlo? —Se encogió de hombros—. ¿En qué se basa para creer que hay algo sospechoso?
Chris se puso de pie de forma abrupta, cogió un paquete de cigarrillos que había en una mesa esquinera y encendió uno; después, volvió a mirar a Wharton.
—Es la última persona que la vio con vida. —Su tono era muy duro.
—Con todos mis respetos, eso no lo sabemos. —Sonrió. Aquella sonrisa solo pretendía tranquilizar los ánimos de la mujer, pero los encendió—. Escribió la letra «T» en su diario justo debajo de la cita con Vance, como si tuviera pensado ir a alguna otra parte. ¿No sabrá usted a quién hace referencia esa «T», verdad, sargento?
La sargento le dio una calada larga al cigarrillo y, después, exhaló el humo también durante largo rato.
—Lo siento, pero no se me ocurre nadie.
—¿No cree que podría referirse a Tony Hill?
—Supongo que podría referirse a él, sí —respondió tras encogerse de hombros—. Pero podría referirse a cualquier cosa. Podría haber ido a Trocadero a jugar con láseres. A mí no me contó que tuviera otros planes.
—¿No vino aquí?