Una vez tomada la decisión, solo faltaban los detalles. Lo primero era llevar a cabo la propuesta oficial durante el maratón televisivo anual que más millones recaudaba para ayudar a los niños; así, el golpe de efecto sería inmejorable. Jacko había clavado una rodilla en tierra delante de ocho millones de espectadores y le había pedido a Micky que se casara con él. Ella, en un primer momento, se mostró adecuadamente sorprendida; y después, conmovida. Había dado el «sí quiero» con lágrimas en los ojos. ¿Por qué no iban a aprovechar para televisar cualquier momento crucial de su relación?

La boda tuvo lugar en el registro civil, claro está, pero eso no impidió que derrochasen todo lo que pudieron en una fiesta sobre la que los columnistas de la prensa rosa escribieron ríos y ríos de tinta. Betsy y el agente de Jacko fueron los testigos y ambos hicieron las veces de «guardaespaldas» para asegurarse de que ninguno de los contrayentes bebiera tanto champán como para desvelar el secreto. Luego, vino la luna de miel: una isla privada en las Seychelles. Betsy y Micky dormían en una cabaña; y Jacko, en la otra. En multitud de ocasiones, lo vieron en la playa con una mujer diferente cada vez, aunque nunca les presentó a nadie ni les sentó a nadie a la mesa a la hora de comer.

La última noche cenaron juntos a la luz de la luna del océano Índico.

—¿Ya se han ido tus amigas? —le preguntó Betsy, envalentonada tras la quinta copa de champán.

—No eran amigas mías —respondió con cautela y sonrió de manera muy extraña—. De hecho, ni siquiera eran ayudantes personales. No duermo con mis amigas. Para mí el sexo es, meramente, una transacción. Después del accidente, de lo de Jillie, me prometí que nunca volvería a estar en una posición en la que alguien pudiera arrebatarme cualquier cosa que me importara.

—Eso es muy triste —comentó Micky—. Que no estés preparado para aceptar los riesgos hace que te pierdas muchas cosas.

La mirada del hombre se tornó ausente e impenetrable, como cuando los cristales tintados de una limusina empiezan a elevarse para que no veas quién va dentro. Estaba segura de que esa mirada no la habían visto jamás ni sus espectadores ni los pacientes terminales a los que tanto tiempo y energía dedicaba. Si los mandamases hubieran llegado a ver la oscuridad que escondía aquella mirada, nunca habrían dejado que se acercase a menos de cien kilómetros de los enfermos y de los moribundos. Lo único que veía la gente era su encanto. De hecho, ella tampoco había llegado a ver mucho más. Ahora bien, lo poco que había visto… o se lo había dejado ver él deliberadamente o el hombre desconocía cuánto lo conocía ella en realidad. Hasta Betsy le decía que exageraba cuando le hablaba de la oscuridad que había en el interior de su marido. Solamente ella sabía que estaba en lo cierto.

—Corro muchos riesgos. Lo único que hago es reducir la posibilidad de sufrir daños. —Jacko miraba a los ojos de su esposa, serio—. Fíjate, por ejemplo, en este matrimonio: es un riesgo, pero nunca lo habría afrontado si no estuviera seguro de que vosotras tenéis mucho más que perder que yo en caso de que algún día se descubra la farsa. Vamos, que yo me encuentro en una posición más segura.

—Puede ser —reconoció Micky mientras inclinaba la copa—. Pero sigo pensando que es muy triste que le hayas cerrado las puertas al amor; cosa que, por otro lado, hiciste nada más romper con Jillie y empezar a juguetear conmigo.

—Esto no es un juego —respondió sin expresión alguna en la cara pero con intensidad en la mirada—. Ahora bien, si lo que te preocupa es que me falten mimitos, tranquila, sé cómo satisfacer mis propias necesidades. Y descuida, que nunca vas a tener que avergonzarte de cómo lo hago. Soy el rey de los secretos. —Se puso la mano izquierda sobre el corazón y sonrió con solemnidad.

Aquella conversación siempre había angustiado a Micky, pero el hombre nunca le había dado motivos para que se la echase en cara. A veces, sin embargo, cuando veía en sus ojos alguna expresión que le recordaba la primera vez que había presenciado su furia contenida (en aquella habitación esterilizada del hospital), se preguntaba qué acecharía en el mundo oculto de Jacko para que necesitase ser «el rey de los secretos». No obstante, jamás se le hubiera pasado por la cabeza que el secreto que guardaba fuese que era un asesino.

Después de pasar una mala noche, con el sueño irregular, Shaz se había dado cuenta de que el problema de trabajar sola era que no llegaba a todo. El día no tenía suficientes horas. Y ella no tenía autoridad para pedir que se llevase a cabo una investigación minuciosa de los antecedentes ni acceso a la red de información de las comisarías de los lugares en los que había crecido o vivido Jacko Vance. Ni siquiera tenía a alguien con quien cotillear al respecto. Si quería progresar significativamente, solo había un camino: hacer que las cosas sucedieran. Y eso implicaba pedir más favores.

Cogió el teléfono y llamó a Chris Devine. El contestador automático saltó al tercer tono y se sintió aliviada por no tener que explicarle la tarea aparentemente demencial que llevaba entre manos. En cuanto oyó el pitido, dijo:

—¿Chris? Soy Shaz. Gracias por la ayuda que me brindaste el otro día. Me resultó muy útil. Pero… necesito otro favor. ¿Podrías conseguirme el número personal de Jacko Vance? Estaré toda la tarde en casa. Eres un cielo, ¡gracias!

—Espera —soltó Chris al otro lado de la línea.

Shaz se llevó tal susto que casi se le cae la taza de café al suelo.

—¿Hola? ¿Chris?

—Me has pillado en la ducha. ¿En qué estás metida? —El tono de la mujer era muy afectuoso y Shaz no estaba segura de merecerlo.

—Quiero hacerle unas preguntas y no tengo su número.

—¿Y les pasa algo malo a los canales oficiales, muñeca?

—Ejem… —Se aclaró la garganta—… Es que no se trata exactamente de un interrogatorio oficial.

—Uf, será mejor que te esfuerces un poquito más. No tendrá que ver con la tala de media docena de árboles de la que fui responsable el otro día por ayudarte, ¿no?

—Más o menos. ¿Recuerdas el ejercicio del que te hablé? Bueno, pues resulta que mi grupo de chicas podría ser real. Creo que hay un asesino en serie que está matando a adolescentes… y que tiene alguna conexión con Jacko Vance.

—¿Con Jacko Vance? ¿Ese Jacko Vance? ¿El de Las visitas de Vance? ¿Qué tiene que ver ese tipo con un asesino en serie?

—Eso es lo que quiero descubrir. El problema es que no vamos a ocuparnos oficialmente del caso, por lo que nadie va a echarme una mano hasta que no tenga algo más concreto.

—Rebobina, muñeca, que no me estoy enterando. Dices que el caso tiene conexión con Jacko pero ¿a qué te refieres con «conexión»? —El tono de la mujer era de preocupación, así que era hora de dar marcha atrás y de seguir el consejo de sus colegas.

—Podría no ser nada; pero la cuestión es que, un par de días antes de que las chicas desaparecieran, Jacko había grabado o asistido a algún evento en la localidad en la que vivían. Es demasiada coincidencia y creo que alguien del equipo o algún admirador chalado mataba a las chicas porque se acercaban mucho a Jacko… o algo así.

—A ver si lo he entendido: ¿quieres hablar con Jacko Vance para ver si se ha fijado en que hay un maníaco con ojos de loco a su alrededor? ¿Y quieres hacerlo de forma extraoficial? —La voz de Chris estaba cargada de incredulidad y preocupación.

—Eso es.

—Estás loca, Bowman.

—Creía que eso era parte de mi encanto.

—No jodas, muñeca, como la cagues, el encanto no te va a sacar del entuerto.

—¿Crees que no lo sé? Bueno, ¿me vas a ayudar o no?

Al otro lado, se hizo el silencio durante un buen rato. Shaz no quiso forzar a la mujer, a pesar de que los nervios la estaban corroyendo por dentro. Finalmente, Chris respondió:

—Si no te ayudo yo, se lo pedirás a otra, ¿verdad?

—Tengo que hacerlo. Si estoy en lo cierto, hay alguien en la calle que está asesinando a niñas. No puedo obviarlo.

—Lo que me preocupa es que no estés en lo cierto. ¿Quieres que te acompañe para proporcionarte apoyo y que el asunto parezca más oficial?

—No. —La oferta era tentadora, pero se negó—. Si me caigo con todo el equipo, no quiero arrastrarte. No obstante, podrías ayudarme en otra cosa.

—Si tiene algo que ver con fotocopiar, olvídalo —gruñó.

—Podrías cubrirme las espaldas. Es probable que tenga que dejarle un número para que me devuelva la llamada. Ya sabes cómo es esa gente, no confía en nadie. El problema es que durante la formación no puedo atender llamadas porque siempre estamos en charlas, sesiones de grupo o cualquier otra cosa. Si le dejo el número de tu despacho… cuando llame para ver quién soy se encontrará, al menos, con un número de la policía.

—De acuerdo —suspiró—. Dame cinco minutos.

Chris colgó y Shaz soportó la espera estoicamente. A veces envidiaba a los fumadores… aunque no lo suficiente como para empezar a fumar. Miraba atentamente el minutero de su reloj de pulsera y apretó los labios cuando pasaron seis minutos. Nada más sonar el teléfono, respondió antes de que dejase de sonar el primer tono.

—¿Tienes un bolígrafo?

—Sí.

—Pues apunta —y seguidamente le cantó un número que le había sacado a algún oficial de la comisaría de Notting Hill; un número que, supuestamente, era secreto y no estaba en los listines—. Por cierto, yo no te lo he dado.

—Muchas gracias. Te debo una.

—Desafortunadamente, me debes muchas más de las que serás capaz de devolverme jamás —respondió Chris con pesar—. Pero no te preocupes. Hablamos.

—Te mantendré informada. Adiós.

Mientras miraba el pedazo de papel, esbozó una sonrisa de triunfo. «Ronda, ronda… ¡el que no se haya escondido que se esconda!», pensó mientras volvía a descolgar el teléfono. Las ocho y media de la mañana tampoco era una hora demasiado intempestiva como para llamar.

El teléfono sonó un par de veces y, a continuación, una voz automática le dijo: «Su llamada ha sido desviada». A continuación, oyó una serie de clics, un sonido vacío y, por fin, el trino inconfundible de un teléfono móvil.

—¿Sí?

Reconoció la voz inmediatamente y le resultó un tanto desconcertante que estuviera escuchando por teléfono algo que estaba acostumbrada a escuchar por televisión. Ahora bien, lo que realmente le sorprendió fue que no se tratase de la persona que esperaba.

—¿Señora Morgan? —preguntó vacilante.

—Al habla. ¿Quién es?

—Soy la detective Sharon Bowman, de la policía metropolitana. Siento muchísimo molestarla, pero tengo que hablar con su marido.

—Me temo que, en estos momentos, no está en casa. Y yo tampoco. De hecho, se ha equivocado usted de número. Este es mi número personal, él tiene otro.

—Siento mucho haberla molestado. —Notó cómo se ruborizaba.

—No se preocupe. ¿Puedo ayudarla yo, detective?

—Me temo que no, señora Morgan… a menos que me dé un número para que contacte con él.

—Si no le importa, prefiero no hacerlo —dijo tras dudar unos instantes—. Si le parece bien, puedo darle un mensaje.

«Tendré que conformarme con eso», pensó decepcionada. Los ricos hacían las cosas a su manera. Además, ya había quedado en eso con Chris.

—Creo que su marido podría tener información sobre una investigación que estamos llevando a cabo. Sé que es una persona muy ocupada, pero podría reunirme con él mañana a cualquier hora y donde le viniera mejor. Voy a estar fuera de la oficina durante todo el día, así que si puede decirle que llame a este número… —Le dictó el teléfono directo de Chris—. Dígale que pregunte por la sargento Devine, y que le diga a ella cómo quedar.

Micky le repitió el número.

—¿Es correcto? ¿Mañana? No se preocupe, detective Bowman, le daré el recado.

—Siento haberla molestado —respondió con brusquedad.

—No se preocupe —respondió la mujer después de soltar esa risita tan suya—. No ha sido una molestia. Siempre es un placer ayudar a la policía; aunque, claro, si ve mi programa, eso ya lo sabe.

Era un comentario al que Shaz no pudo resistirse.

—Es un programa magnífico. La veo siempre que puedo.

—La adulación siempre es de gran utilidad para que no se me olvide dar los mensajes. —Su tono de voz era tan seductor como siempre lograba que sonara al mediodía.

—Quedo a la espera de su llamada. —Nunca había sido tan sincera.