El sargento que se encontraba en recepción echó una segunda cucharada de azúcar en la taza de té negro, removió el líquido con indiferencia y observó el manso remolino que se formaba como si de allí fuera a salir algo suficientemente interesante como para evitar que se pusiera con la enorme pila de papeles que tenía sobre la mesa. El torbellino fue deteniéndose hasta que desapareció por completo… y allí no sucedió nada. Exhaló un suspiro que le salía de lo más profundo de las tripas, cogió la primera carpeta y la abrió.

El «indulto» llegó cuando solo llevaba leídas dos páginas. Sonó el teléfono y lo cogió como una exhalación, como si su mano estuviera atada al aparato por una banda elástica que se había soltado de repente.

—Sargento Stone, policía de Glossop —dijo animadamente.

La persona que había al otro lado del teléfono estaba tan nerviosa que tartamudeaba como si estuviera hablando en staccato. Mientras cogía papel para apuntar, Peter Stone pensó mecánicamente que se trataba de una mujer, ni joven ni mayor.

—M-mi hija… Donna. No ha… no ha llegado a casa. S-solo tiene catorce años. No ha ido a casa de su amiga. N-no sé dónde e-está. ¡Ayúdeme! ¡Tiene que ayudarme! —Su voz se convirtió en un chillido aterrador.

—Entiendo que esto es duro para usted —respondió estoicamente. Él también tenía hijas y se negaba a dejar que su imaginación se desmandase y le mostrase los desastres a los que estaban expuestas porque, de lo contrario, nunca volvería a dormir—. Pero necesito que me dé algunos datos para que le envíe ayuda. —Su formalidad era deliberada, el intento premeditado de bajar el ritmo de la situación para que la persona que llamaba, que estaba histérica, se relajase—. Dígame, ¿cómo se llama usted?

—D-Doyle, Pauline Doyle. Mi hija s-se llama Donna; Donna Theresa Doyle. Vivimos en… en la calle Corunna; en el número 15 de la calle Corunna. Vivimos solas. Su padre está muerto, ¿sabe? Tuvo una hemorragia cerebral hace tres años y se murió así, de repente. ¿Qué le ha pasado a Donna? —Las lágrimas agitaban su voz. De vez en cuando, la mujer intentaba dejar de llorar para que la entendiera, pero le resultaba imposible dejar de sollozar.

—Lo que voy a hacer, señora Doyle, es enviar a una patrulla para que le tome declaración. Pero antes, dígame, ¿hace cuánto tiempo que ha desaparecido Donna?

—No lo sé —aulló—. Ha salido de casa por la mañana para ir al colegio y me ha dicho que, al salir de clase, iría a tomar el té a casa de su amiga Dawn. Por lo visto, están juntas en un proyecto de Ciencias. A las diez, al ver que no llegaba, he llamado a casa de Dawn y su madre me ha dicho que Donna no había estado en su casa. Cuando le ha preguntado a Dawn, la niña le ha dicho que Donna no ha ido al colegio en todo el día.

Stone miró el reloj: las once y cuarto. Eso significaba que la chica llevaba casi quince horas lejos de cualquier lugar en el que debería haber estado. Oficialmente, aún no había razón para preocuparse pero, después de doce años en ese trabajo, había desarrollado cierto instinto para lo significativo.

—No habrán discutido, ¿verdad, señora? —preguntó amablemente.

—Nooo… —sollozó la mujer y le dio el hipo. Stone oyó cómo respiraba profundamente para calmarse—. Ella es todo lo que me queda —dijo con voz suave y lastimera.

—Puede que haya una explicación sencilla, señora. No es extraño que las adolescentes desaparezcan una noche. Mire, ponga la tetera al fuego y haga algo de té porque en cuestión de diez minutos llegará a su casa una pareja de la policía, ¿de acuerdo?

—Gracias… —Pauline Doyle, desesperada, colgó el teléfono y se quedó mirando la foto de su hija que tenía sobre el televisor. Ella estaba desolada pero, en cambio, Donna le sonreía; y lo hacía con aquella sonrisa cómplice, insinuante, que dejaba claro que se encontraba a punto de cruzar la línea que separaba a las niñas de las mujeres. Se metió la mano entre los dientes para evitar los lloriqueos, se puso de pie tambaleándose, como pudo, y fue hasta la cocina, que estaba iluminada por una brillante luminiscencia fluorescente.

En aquellos momentos, Donna Doyle estaba ligeramente borracha. Pero estaba viva.