Tony caminaba por Briggate con las manos en los bolsillos de la chaqueta para resguardarse del frío. Esquivaba bruscamente a los compradores de última hora y a los dependientes de las tiendas que ya habían cerrado, que corrían —cansados— para coger el autobús. Se merecía un trago. Había sido una tarde difícil. Por unos instantes, le había parecido que el espíritu de grupo que tanto había luchado por forjar desde el primer día podía irse al garete con el intercambio de opiniones que había habido tras la exposición de Shaz, que había acabado en una especie de discusión en la que se tiraron los platos a la cabeza los unos a los otros.

La primera respuesta a la tremenda hipótesis de Shaz había sido el silencio. Luego, Leon se había dado una palmada en la pierna y se había balanceado con la silla. «Shazza, nena, tienes más mierda en el cerebro que una depuradora, ¡pero eres lo mejor que tenemos en el pueblo! ¡Así se hace!», le había soltado.

—Calla un momento —le reprendió Simon—. ¿Por qué desestimas tan rápido su teoría? ¿Y si tiene razón?

—Sí, claro —respondió Leon con desdén—. Es evidente que Jacko Vance es un asesino psicópata en serie. Solo tienes que verlo en la tele o leer acerca de él en los periódicos. El maravilloso Jack, con un matrimonio de ensueño, la gloria de Inglaterra, el héroe que sacrificó su brazo y su medalla olímpica para que otros sobrevivieran. Muy a lo Jeffrey Dahmer… a lo Peter Sutcliffe. ¡No lo creo!

Tony había estado observando a Shaz durante el arrebato de Leon y había percibido que se le ensombrecían los ojos y que apretaba los labios. Su conclusión era que no sabía sobrellevar las burlas igual de bien que la crítica directa. Cuando Leon hizo una pausa para tomar aliento, Tony se metió por medio con unas palabras cargadas de ironía.

—Me encanta que los debates sean acalorados siempre que sean inteligentes. Leon, ¿por qué no dejas la arrogancia de lado y aportas argumentos coherentes para refutar la teoría de Shaz?

Leon, que era una persona incapaz de ocultar sus emociones, frunció el ceño. Encendió un cigarrillo tras el que atrincherarse y musitó algo.

—¿Te importa repetirlo? —pidió Carol con dulzura.

—He dicho que no creo que la personalidad de Jacko Vance encaje con los términos generales por los que clasificamos a los criminales en serie.

—Y eso, ¿cómo lo sabes? —le cortó Kay—. Lo único que vemos de Jacko Vance es la imagen que han creado los medios. Algunos asesinos en serie han sido especialmente encantadores y manipuladores; como Ted Bundy. Si pretendes ser un atleta de élite, tienes que desarrollar un autocontrol muy por encima de la media. Quizá eso sea lo único que veamos de Jacko Vance: un frontal completamente sintético que cubre la personalidad de un psicópata.

—¡Justo en el blanco! —exclamó Simon.

—Pero lleva casado más de diez años. ¿Acaso no se habría divorciado Micky de él si fuera un psicópata? Es decir, no se puede mantener una máscara tanto tiempo —objetó alguien.

—Sonia Sutcliffe mantuvo hasta el final que no sabía que su marido salía a matar prostitutas igual que otros hombres van al fútbol. Y Rosemary West aún defiende que no tenía ni idea de que Fred hubiera metido cadáveres en los cimientos de la ampliación de la casa —señaló Carol.

—Sí, piénsalo —intervino Simon rápidamente—. La gente con trabajos como los de Micky Morgan o Jacko Vance no son como el resto de nosotros. Jacko pasa la mitad del tiempo en la carretera rodando Las visitas de Vance y también pasa mucho tiempo con su trabajo de voluntario en el hospital. Y seguro que Micky tiene que llegar al estudio de madrugada para preparar el programa. Es posible que se vean incluso menos que los policías a sus hijos.

—Es un punto de vista interesante… —El comentario de Tony cortó un par de gritos—. ¿Qué te parece a ti, Shaz? Al fin y al cabo, es tu teoría.

—No veo que nadie esté dando argumentos para desbaratar a mi grupo de víctimas como una entidad significativa —empezó enfadada.

—Bueno… —le cortó Kay—. Me pregunto si realmente es tan significativa. Es decir, yo he encontrado a varios grupos cuya conexión es tan significativa como esa. Por ejemplo, el de las chicas que, según la policía, podrían haber sufrido abusos sexuales.

—No —respondió Shaz firmemente—, no tiene tantos factores comunes como este grupo. Merece la pena recordar que algunas de las cosas que las conectan son inusuales, lo suficiente como para que un detective se tome la molestia de anotarlas. Por ejemplo, que se llevaran su mejor ropa.

A Tony le gustó que Shaz no se sintiera intimidada por lo quisquillosa que podía llegar a ser Kay. No obstante, su refutación no impidió que siguieran pinchándola.

—Normal que lo tengas en cuenta —comentó Leon, que nunca permanecía mucho tiempo callado—. Es el único factor que indica que estás ante casos de fugados en vez de ante las víctimas de un asesino en serie. Menuda mierda de detective serías si no te hubieras dado cuenta de eso.

—¿Tan mierda como uno que ni siquiera ha sido capaz de reconocer el grupo? —le respondió beligerante.

Leon puso los ojos en blanco y apagó el cigarrillo.

—Mujeres… Cuando se os mete una idea en la cabeza…

—Joder, Leon, qué gilipollas eres a veces —le espetó Simon—. Por favor, centrémonos en el caso. Me pregunto si no será coincidencia que Vance visitara todas esas localidades. Es decir, no sabemos cuántas apariciones públicas hace por semana. Puede que se tire todo el tiempo en la carretera, en cuyo caso, que estuviera en esos lugares no implica gran cosa.

—Efectivamente —le apoyó Kay—. ¿Has mirado los periódicos locales de los lugares donde desaparecieron las chicas que no están en tu grupo para ver si Jacko también estuvo allí?

Shaz tenía los labios apretados tan fuertemente que respondió casi con la boca cerrada.

—No he tenido la oportunidad —admitió a regañadientes—. Quizá quieras encargarte tú de esa pequeña tarea.

—Si se tratase de una operación real, tendrías que seguir la sugerencia de Kay —señaló Carol—. Ahora bien, también tendrías los cadáveres y más tiempo para hacerlo, cosas que no tenías en este caso. He de decir que estoy impresionada con lo que has conseguido en tan poco tiempo y con tan pocos recursos. —Shaz se cuadró ante las alabanzas de la inspectora jefe, pero su cara fue cambiando cautelosamente cuando esta prosiguió—. Sin embargo, aunque la conexión es buena y sirve, apuntar directamente a Jacko Vance es como saltar al vacío. Si estas desapariciones son asesinatos y todos coinciden con su llegada a las poblaciones, es más probable que el asesino sea un miembro del equipo del programa o incluso algún admirador que coincidió con Vance en el pasado y considera que tienen algo pendiente. Lo más evidente sería que dicha persona se hubiera sentido rechazada por una gran admiradora de Jacko. Eso sería lo que yo investigaría antes de pensar que el propio Jacko está involucrado.

—Es un punto de vista —respondió Shaz enfadada consigo misma por haberse dejado llevar de aquella manera por su teoría de los titulares y no haber tenido aquella posibilidad en cuenta. Eso era lo más cerca que Tony la había visto de una concesión—. Pero ¿cree que merece la pena estudiar el grupo?

—Pues… yo… —Carol buscó a Tony desesperada y este no tardó en salir al rescate.

—No es más que un ejercicio, Shaz. No tenemos autoridad para abrir investigaciones.

—Pero es un grupo definido… —La mujer estaba devastada—. Siete desapariciones sospechosas. —Esas chicas tienen familia.

—Venga, Shazza, piensa un poco… —La atacó nuevamente Leon—. Se supone que nos dedicamos a aclararles las cosas a los polis de la calle, no a darles más trabajo. ¿De verdad piensas que nos van a dar las gracias cuando vean la de mierda que tienen que revolver por una teoría que pueden refutar con solo decir que es el producto de la mente calenturienta de un puñado de novatos que pertenecen a una unidad de la que nadie quiere saber nada?

—Vale —respondió Shaz amargamente—. Hagamos como que no he dicho nada, ¿eh? Bueno, ¿a quién le toca que lo quemen en la hoguera? ¿Simon? ¿Nos iluminas con tu sabiduría?

Tony había entendido la capitulación de Shaz como la señal para seguir adelante. Los análisis de los demás miembros de la escuadra no habían sido tan controvertidos, por lo que pudo darles consejos útiles y explicarles cómo salvar ciertos escollos a la hora de tamizar los datos que tienen y sacar conclusiones a partir de ellos. Según fue avanzando la tarde, notó que Shaz se iba recuperando de la reacción combativa que había provocado su teoría. Poco a poco, había dejado de tener cara de desolación y había pasado de sentirse alicaída a mostrar una resolución tozuda que al psicólogo le parecía un poco preocupante. En unos días, debería sacar tiempo para hablar con ella, para decirle que su análisis era muy bueno y para explicarle lo importante que es guardar para uno mismo las teorías más disparatadas hasta que no pueda respaldarlas con algo más sólido que una corazonada.

Dejó la calle principal y entró en el callejón en el que estaba el pub Whitelocks, una reliquia del pasado que, por alguna razón, sobrevivía a la muerte súbita que sufría el centro de la ciudad, cada día, a las cinco y media de la tarde. A decir verdad, ahora mismo, lo último que le apetecía era tomar una cerveza con Carol. Lo que había sucedido entre ambos hacía que sus encuentros nunca fueran sencillos y, además, esa noche tenía que decirle algo que, posiblemente, no le hiciera ninguna gracia.

Una vez en el bar, pidió una pinta de cerveza y buscó una mesa tranquila en un rincón alejado. Aunque no era de esos que eludían las obligaciones, la incapacidad de Shaz de considerar que lo más probable era que el asesino fuera alguno de los admiradores de Vance o algún miembro de su equipo le recordó lo importante que era estudiar bien los datos antes de exponer una teoría al duro escrutinio de los demás. Pensó que, por una vez, iba a aceptar su propio consejo —el que acababa de darle mentalmente a Shaz— y que no iba a decir nada de las ideas que le rondaban la cabeza hasta que tuviera más pruebas.

Carol había tardado media hora en escapar de las perspicaces preguntas de las dos mujeres de la UNC y tenía la sensación de que si no se hubiera empeñado en irse, la de los ojazos, la tal Shaz, la hubiera retenido allí y la habría dejado seca sonsacándole información pertinente… y no tan pertinente. Mientras empujaba la puerta de vidrio grabado del pub pensó que, seguramente, se hubiera cansado de esperarla y se hubiera ido.

Nada más acercarse a la barra vio que la saludaba con la mano. Estaba sentado en un rincón alejado forrado de paneles de madera y tenía los restos de una pinta de cerveza amarga delante.

La mujer articuló claramente un «¿Lo mismo?» en silencio e hizo un gesto con la mano para indicarle que se refería a la bebida. Tony puso un dedo índice encima del otro para formar una «t» y Carol sonrió. Al rato, la mujer puso un vaso de tubo de cerveza Tetley’s delante del psicólogo y se sentó frente a él con media pinta.

—Es que conduzco —se justificó sucintamente la mujer.

—Yo tomo el autobús. Salud —contestó levantando el vaso.

—Salud. Me alegro de verte.

—Y yo a ti.

La sonrisa que Carol esgrimió ante su respuesta fue un tanto irónica.

—Me pregunto si llegará el día en que podamos sentarnos a la misma mesa, tú y yo, sin que parezca que hay una tercera persona. —No pudo evitarlo. Era como si tuviera una costra que quisiera arrancarse, esperando que esta vez no sangrará.

—En realidad —empezó el hombre tras apartar la mirada—, creo que eres la única persona que hace que no me sienta así. Muchas gracias por venir. Imagino que no era la manera en la que querías que retomásemos nuestra…

—¿Relación de «conocidos»? —Tampoco pudo evitar darle una nota amarga a la última palabra.

—¿De amigos?

Entonces, fue ella la que apartó la mirada.

—Eso espero. «Amigos» me parece bien. —Ambos sabían que en realidad querían algo más pero, de momento, aquello les valía. Carol esgrimió una sonrisa frágil—. Conforman un grupo interesante tus «aprendices de criminólogos».

—¿Verdad que sí? Imagino que habrás notado qué tienen todos en común.

—Si la ambición fuera ilegal, estarían todos cumpliendo cadena perpetua… en la celda contigua a la de Paul Bishop.

Tony estuvo a punto de atragantarse con la cerveza y tuvo que soltar su último trago, pulverizado, por la boca. La nube de espuma de cerveza estuvo a punto de manchar la chaqueta de sarga de color crema que llevaba la inspectora jefe.

—Veo que no has perdido el instinto letal —farfulló.

—No hay de qué avergonzarse. Con ellos, no puedes fallar. Tienes el depósito lleno de aspiración de alto octanaje. Se nota en el ambiente tanto como la testosterona en una discoteca. ¿No te preocupa que consideren la UNC como un simple trampolín para que su carrera sea de lo más brillante?

—No —negó con la cabeza—. Puede que la mitad de ellos quiera usarla en un futuro como trampolín para llegar a otros trabajos que les parecen más importantes, sí. La otra mitad, no obstante, ¡cree que ya lo está haciendo! Ahora bien, sé a ciencia cierta que hay algunos que se van a enamorar de este trabajo y que nunca en la vida van a querer hacer otra cosa.

—Nombres.

—Simon, el de Glasgow; tiene ese tipo de mente escéptica que le impide confiar en nada. Dave, el sargento; le gusta la idea de que el trabajo sea metódico y lógico pero que, al mismo tiempo, haya espacio para divagar. Sin embargo, la verdadera estrella va a ser Shaz. Aún no lo sabe, pero ya le ha picado el gusanillo. ¿No te parece?

—Es obsesiva y adicta al trabajo —comentó al tiempo que asentía—; y está deseando ponerles las manos encima a las mentes retorcidas que hay por la calle —inclinó la cabeza a un lado—. ¿Sabes qué?

—¿Qué?

—Que me recuerda a ti.

Era evidente que Tony no tenía claro si el comentario debía ofenderlo o divertirlo.

—Qué curioso, a mí me recuerda a ti.

—¿¡Sí!? —exclamó sobresaltada.

—Fíjate en la presentación de esta tarde. El trabajo básico era sólido. Sin duda, las víctimas del grupo que ha presentado tienen tantas cosas en común que da qué pensar. —Separó las manos y abrió mucho los ojos—. Pero llegar de ahí a que Jacko Vance es un asesino en serie es un salto tan grande ¡como el que diste tú en el caso de Bradfield! Por virtuosa que fuera tu actuación…

—¡Pero yo tenía razón! —protestó Carol entre carcajadas.

—La tenías, efectivamente, pero rompiste todas las reglas de la lógica y de la probabilidad para llegar allí.

—Quizá Shaz también tenga razón y quizá las mujeres seamos mejores criminólogas que los hombres —le pinchó Carol.

—Nunca negaría la posibilidad de que las mujeres seáis mejores —gruñó Tony—, pero no puedo creer que te plantees siquiera lo de Shaz.

—En cuanto lleve seis meses en la calle —comentó torciendo el gesto—, se arrepentirá enormemente de haberlo sugerido.

—Sabiendo cómo sois los policías, quizá hasta le organicen una visita sorpresa del propio Vance.

—Como si lo viera —se estremeció—: Jacko Vance arrinconado contra la pared por esos ojos extraordinarios y Shaz: «¿Dónde se encontraba usted la noche del 17 de enero de 1993?». —Cuando terminaron de reír, añadió—: Tengo muchas ganas de ver qué conclusiones extrae con lo de mi pirómano.

—Hum.

—¡Por la Escuadra Paparrucha! —Levantó el vaso para brindar.

—¡Que llevemos mucho tiempo en el cielo para cuando el diablo se dé cuenta de que hemos muerto! —respondió irónicamente y apuró el vaso—. ¿Otra?

Carol, pensativa, consultó su reloj. No es que tuviera que ir a ninguna parte, tan solo quería ganar unos segundos para decidir si era mejor dejar las cosas en lo alto o arriesgarse a tomar otra y que acabaran volviendo a poner tierra de por medio. Era mejor no arriesgarse, así que negó pesarosa con la cabeza.

—No, me temo que no puedo. Quiero llegar antes de que los del turno de noche desaparezcan en la «dimensión desconocida». —Apuró la cerveza y se puso de pie—. Me alegro mucho de que hayamos hablado un rato.

—Y yo. Vuelve el lunes y tendremos algo para ti.

—Estupendo.

—Y conduce con cuidado —le dijo mientras se giraba para marcharse.

—Lo haré. Cuídate tú también.

Y se fue. Tony se quedó un rato allí sentado, mirando su vaso vacío y pensando por qué alguien provocaría incendios de no ser para obtener placer sexual. Al rato, se encendió una lucecita en su cabeza. Se levantó, salió del pub y se encaminó por las ruidosas calles.

No eran las risas de sus colegas lo que le picaba en los ojos como si se le hubiera metido champú; ni siquiera la palmadita metafórica y condescendiente de Carol Jordan; era la compasión de Tony. En vez de quedarse impresionado por la calidad de su trabajo y la agudeza de sus comentarios, el hombre había sido, sencillamente, amable. Sí, le había dicho que hacía falta valor para arriesgarse y que era estupendo que tuviera tanta iniciativa… pero también le había dicho que había caído en la trampa de las coincidencias y que se había dejado engañar por ellas. Habría sido mejor que fuera displicente, condescendiente… pero esa empatía compasiva había sido demasiado evidente como para que la mujer consiguiera esconder su terrible decepción. Incluso había explicado un par de anécdotas en las que él también había llegado a conclusiones erróneas cuando empezó en el mundo de los psicólogos criminalistas.

Aquello era una generosidad espiritual a la que Shaz no sabía cómo enfrentarse. Al ser la hija única —y accidental— de una pareja que estaba tan embebida en sí misma que ni a uno ni a otro le importaban demasiado las necesidades emocionales de la cría, había tenido que aprender a vivir sin esperar dulzura o indulgencia. Le echaban la bronca por portarse mal y la felicitaban vagamente cada vez que obtenía algún éxito pero, en general, lo que hacían era ignorarla. Su gran ambición tenía las raíces en aquella niñez, durante la que se había esforzado muchísimo por obtener el reconocimiento de sus padres, cosa que ansiaba. Por el contrario, solo había conseguido aprobación por parte de los profesores y la generosidad de sus valoraciones profesionales; y eso era lo único con lo que se sentía cómoda. La amabilidad genuina la desconcertaba y le molestaba. Podía sobrellevar la apreciación eficaz de Carol Jordan acerca de su trabajo… pero la condescendencia de Tony la desestabilizaba y la espoleaba a hacer algo con lo que borrarla de su mente.

La mañana después de la debacle, soportó las bromas de sus colegas e incluso participó en ellas en vez de lanzarles una fría mirada de color azul celeste y hacer trizas su autoconfianza. Bajo aquella superficie afable, sin embargo, su cabeza no paraba de dar vueltas y de buscar la manera de demostrar que estaba en lo cierto.

Rebuscar entre las fichas de las personas desaparecidas para encontrar otros casos que encajasen con el patrón quedaba descartado. Sabía, por los años que había pasado patrullando las calles que, al año, desaparecían unas doscientas cincuenta mil personas y que casi cien mil de ellas tenían menos de dieciocho años. Muchas de esas personas sencillamente desaparecían de su hogar por la presión que les producía o bien trabajar en algo que odiaban, o bien una familia que no les aportaba nada. Otras escapaban de vidas que se habían vuelto intolerables. A algunas las tentaban diciéndoles que la vida era jauja. Y solamente a unas cuantas las arrancaban de su mundo familiar y les hacían descender a los infiernos. Pero era imposible determinar qué persona encajaba en cada categoría con solo estudiar un informe. Aunque hubiera conseguido persuadir a sus dubitativos colegas de que se unieran a la búsqueda de otras posibles víctimas del asesino en serie de Shaz, habrían necesitado muchos más recursos de los que disponían.

Cuando Tony anunció que dedicarían la tarde al estudio privado, la mujer sintió que su impaciencia se relajaba. Al menos, ahora podría hacer algo. Rechazó la propuesta de Simon de ir a comer al pub y fue directa a la librería más grande de la ciudad. Minutos más tarde, estaba junto a la caja registradora con dos libros en las manos: Jack, una caja de sorpresas: la versión no autorizada, escrito por Tosh Barnes, un columnista de pluma corrosiva de la calle Fleet; y Corazón de león: la verdadera historia de un héroe, escrito por Micky Morgan, una versión revisada de la primera que había escrito nada más casarse. Tony había sugerido que, aunque tuviera razón con lo de la conexión externa, era más probable que el asesino fuera algún miembro del equipo de Vance o algún admirador. Esos libros le servirían para descartar al presentador o para proporcionarle datos que corroborasen su teoría.

Un viaje corto en autobús y ya estaba en casa. Abrió una lata de Coca-Cola light, se sentó a la mesa del despacho y se sumergió de lleno en la adorable aproximación de Micky Morgan a la brillante carrera de su marido. Un gran atleta, un héroe desinteresado, un luchador indomable, un presentador sin igual, un incansable voluntario y un marido sublime. Conforme leía, empezó a pensar que, de hecho, sería un placer demoler a una figura tan asquerosamente perfecta. Si su teoría era correcta, resultaría evidente que la fachada del hombre era falsa… aunque, desde luego, no tenía los pies de barro.

Fue todo un alivio llegar al final, aunque eso supusiera enfrentarse a la pregunta que había estado posponiendo. Se trataba del clásico recelo que aparecía en las investigaciones de asesinos en serie: ¿cómo era posible que la esposa no lo supiera? Aunque llevaran ritmos independientes, ¿cómo iba a compartir Micky Morgan el lecho y la vida con alguien que se dedicaba a secuestrar y a asesinar a niñas adolescentes sin darse cuenta de que estaba completamente desequilibrado? Y si lo sabía, o lo sospechaba, ¿cómo podría sentarse delante de las cámaras día tras día y entrevistar, sin mostrar sino compasión y compostura profesionales, a gente a la que la vida había convertido en triunfadores o fracasados? Eran preguntas que no tenían respuesta; a menos que Tony estuviera en lo cierto y el asesino no fuera Jacko.

Dejó a un lado todos esos recelos y cogió el otro libro, que resultó ser una versión irreverente del mismo mito, sin más. Solamente cambiaban las anécdotas y, entre ellas, la más siniestra de todas no pasaba de decir que cuando Jacko Vance se «vestía de profesional», se convertía en alguien tan perfeccionista que era capaz de lanzarle los improperios más corrosivos hasta al más pintado. No obstante, aquello no significaba, ni por asomo, que se tratase de un maniaco homicida.

Ahora bien, para ella, que estaba buscando elementos que encajasen con el retrato robot de un asesino en serie, había pequeñas pistas e indicios que sugerían que no tenía por qué descartar su teoría. Sin lugar a dudas, en su caso había más factores a favor que en el de una persona normal; por lo que, para Shaz, Jacko Vance seguía siendo el sospechoso principal. Puede que se tratase de una persona de su entorno pero, hasta el momento, no había encontrado nada que contradijera su teoría.

Shaz había tomado notas mientras leía ambos libros. Cuando acabó con la investigación preliminar, encendió el portátil y abrió un archivo que había creado anteriormente, durante la clase de criminología. El archivo se llamaba: «Lista de factores criminales» y contenía, exactamente, lo que sugería el nombre: una lista de indicadores potenciales que le revelasen a un investigador si un sospechoso era o no un candidato firme. Hizo una copia del archivo y, después, con sus notas como guía, y volviendo de vez en cuando a los libros, fue leyendo el directorio. Cuando acabó, le faltaba ronronear de satisfacción. No estaba loca. Lo que acababa de encontrar era algo que compondría la primera parte del nuevo informe que iba a presentarle a Tony Hill y que el psicólogo no podría ignorar. Lo imprimió y, mientras lo repasaba, sonrió satisfecha.

Shaz estaba especialmente contenta con el párrafo final. Conciso, concreto, pero con todos los detalles que necesitaban los lectores avezados. Le gustaría leer artículos que hablasen de Jacko y Micky, especialmente los de la prensa rosa y los de las columnas; pero pedir ese material a las bibliotecas haría saltar demasiadas alarmas. Con una historia tan gorda, no podía confiar en nadie.

No sabía si presentarle a Tony ese nuevo análisis. Era consciente de que no sería suficiente como para que cambiase de parecer… pero alguien estaba asesinando a chicas adolescentes y de acuerdo a las probabilidades, al largo periodo de tiempo durante el que llevaba sucediendo y al gran número de indicadores que había en el trasfondo de Jacko Vance, estaba segura de que él era el culpable. En algún lugar habría algo que dejase al descubierto sus debilidades… e iba a descubrirlo.