El capítulo anterior nos ha mostrado que la vida en la Tierra surgió con sorprendente rapidez y facilidad en cuanto se dieron las condiciones adecuadas para mantener agua líquida. Vimos que hay pruebas de la presencia de esa valiosa sustancia en al menos otros dos cuerpos del Sistema Solar, y hay esperanzadores indicios de que, quizá, la vida en el Sistema Solar no se circunscriba a la Tierra. También vimos que los sistemas planetarios no son rarezas de la naturaleza, sino que parecen abundar a lo largo y ancho del Universo, y que la vida es mucho más resistente de lo que se creía, lo que amplía los límites de lo que se considera un «mundo habitable». Todos estos hechos, a pesar de que aún no se sabe lo suficiente, hacen que numerosos científicos se muestren razonablemente optimistas sobre la existencia de muchos mundos habitados en nuestra Galaxia.

Por supuesto, aunque la vida abundase en el Universo, vida no es sinónimo de inteligencia. Quizá, después de todo, no haya otras civilizaciones. Pero como vimos en la introducción, los inmensos beneficios que podría reportar esta búsqueda de tener resultados positivos hacen que merezca sobradamente la pena el esfuerzo, aunque no haya garantía de éxito. En realidad, incluso si llegáramos a conocer que estamos solos, sería un resultado que tendría enormes repercusiones en nuestra sociedad. Por este motivo, centenares de científicos en todo el mundo están buscando de forma activa cualquier muestra de civilización más allá de nuestro Sistema Solar. Científicos cuyo trabajo se agrupa bajo las siglas de SETI: Search of Extra Terrestrial Intelligence. La Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre.