Europa, la más pequeña de las cuatro lunas de Júpiter que descubriera Galileo Galilei, desde que la observaran las sondas Voyager, ha atraído especulaciones sobre que esté habitada. Ello se debe a que lo que mejor se aprecia de esta luna es el agua, o mejor dicho, el hielo de agua que recubre completamente este interesante satélite, convirtiéndolo en una lisa y preciosa bola blanca. Europa es el cuerpo del Sistema Solar que, junto con la Tierra, muestra de manera más manifiesta poseer grandes cantidades de esta preciosa sustancia, indispensable para la vida como la conocemos.
Desde los años ochenta se ha postulado que las fuerzas de marea que Júpiter induce en Europa, aunque si bien no tan potentes como las de Io (por estar más lejos de Júpiter), podrían calentar el interior de este satélite lo suficiente como para que, bajo la capa de hielo, el agua se mantuviera en estado líquido. Recientemente, dos interesantes observaciones han llevado a los científicos a concluir que quizá se trate de algo más que una teoría.
Por una parte, las imágenes de alta resolución que se tomaron de la superficie de Europa con la sonda Galileo muestran unas formaciones de hielo que tienen todo el aspecto de icebergs sobre un mar congelado, como si en algún momento dado la dinámica del satélite hubiera roto la corteza de hielo, y durante un tiempo corto los bloques fracturados de hielo hubieran flotado, desplazándose y girando, hasta que de nuevo el agua subyacente se volvió a congelar (la temperatura superficial de Europa ronda los 200 ºC bajo cero), restaurando la corteza de hielo y sellando la fractura.
Icebergs terrestres vistos desde arriba (izquierda) e imagen de la sonda Galileo de la región del Caos de Conamara, en el satélite Europa (derecha), de notable parecido. Como se puede ver, en ambos casos los fragmentos de hielo se pueden encajar entre sí como si fueran piezas de un puzzle. Cortesía de NASA/JPL-Caltech.
La segunda observación se debe también a la sonda espacial Galileo. Esta sonda descubrió que Europa posee un débil campo magnético, que va cambiando de dirección según el satélite orbita alrededor de Júpiter, alineándose con el campo magnético mucho más potente de este último. Pero la sorprendente movilidad del campo magnético de Europa sólo se puede explicar con la presencia de algún líquido conductor de la electricidad, que sea la causa de la plasticidad de este campo magnético. El mejor candidato no es otro que el agua salada. Por tanto, ambas pruebas apuntan a que bajo la corteza helada de Europa hay grandes acumulaciones de agua salada líquida. Además, no se trataría de pequeños lagos subterráneos de agua salada; las características que presenta este campo magnético hablan más bien de un océano subterráneo de extensión casi global.
Si esto es así, seguramente el calentamiento debido a las fuerzas de marea jovianas provocará también un activo vulcanismo submarino, lo que probablemente generará chimeneas hidrotermales en el fondo de este océano europano. Por lo que conocemos de sus equivalentes terrestres, la investigación de estas chimeneas submarinas sería decisiva para confirmar o refutar la importancia que tuvieran las chimeneas hidrotermales en el origen de la vida en la Tierra. Incluso podríamos encontrarnos con la extraordinaria sorpresa de que en las chimeneas europanas se haya dado la génesis autóctona de vida orgánica. Lamentablemente, la ambiciosa misión JIMO de la NASA, que estaba diseñada para penetrar con un proyectil la gruesa capa de hielo de Europa y explorar el hipotético océano subterráneo, y que tantas cosas podría habernos revelado, fue cancelada, por lo que tendremos que conformarnos con datos indirectos que calmen nuestra curiosidad durante algunas décadas.
Otra luna interesante desde el punto de vista biológico es Titán, el satélite más grande del planeta Saturno. De hecho, es tan grande que su tamaño es comparable al del planeta Marte. Titán, con una temperatura superficial de 180 ºC bajo cero, posee una misteriosa y densa atmósfera (mucho más densa que la terrestre), compuesta de nitrógeno, argón y metano; una atmósfera muy reductora, como lo era la del experimento de Miller. Por eso se ha dicho de ella (con más acierto publicitario que científico) que es una réplica exacta de la atmósfera que tenía la Tierra durante la época en que surgió la vida, aunque como hemos visto, no se sabe con seguridad qué atmósfera tuvo la Tierra en aquel entonces. Pero no cabe duda de que muy posiblemente Titán posee una interesante y rica química orgánica, cuyo estudio podría ser relevante para esclarecer algunos puntos oscuros de la química prebiótica terrestre.
La luna Titán de Saturno, a la izquierda (imagen de la sonda Cassini), y la luna Europa de Júpiter, a la derecha (imagen de la sonda Galileo). Ambas lunas están representadas a escala, de acuerdo con sus tamaños relativos. Cortesía Cassini/Galileo-NASA.
Parte del misterio de la atmósfera de Titán radica en la presencia del metano atmosférico. Ciertamente, había metano en la nebulosa primordial que dio lugar a nuestro Sistema Solar, y se ha detectado metano en las regiones de formación estelar. ¿Dónde está el misterio, entonces? El misterio es que todavía haya hoy día metano, pues el metano es una molécula que la radiación ultravioleta solar rompe con facilidad (lo que recibe el nombre de fotólisis). Estas moléculas rotas de metano se recombinan fácilmente entre ellas para dar lugar a hidrocarburos más complejos, con lo que poco a poco va disminuyendo la concentración de metano atmosférico. Si hoy día seguimos encontrando metano en una atmósfera, se debe a que alguna otra fuente lo está reponiendo.
En el caso de los planetas gigantes como Júpiter o Saturno, la presencia continuada de metano se debe a un ciclo cerrado de fotólisis y regeneración: en la alta atmósfera, el metano se rompe y se recombina para dar hidrocarburos más pesados que poco a poco se hunden a capas más profundas y calientes. Conforme estos hidrocarburos profundizan más, la elevada temperatura ambiente los descompone de nuevo en moléculas de metano, más ligeras, que son transportadas a las capas altas, con lo que se recupera el metano perdido. Pero semejante ciclo no es posible en los mundos rocosos como la Tierra o Titán. ¿De dónde procede entonces el metano? En el caso de la Tierra, el metano que existe en nuestra atmósfera se debe a la acción de los seres vivos; es un producto de desecho de la digestión bacteriana. Sin vida, no quedaría nada de metano en la atmósfera terrestre.
¿Y en Titán? Casi es inevitable pensar que en esa atmósfera tan reductora no se hayan formado exóticos organismos que, como en la Tierra, sean los causantes del metano atmosférico. Pero con unas temperaturas superficiales tan bajas, es imposible tener agua líquida. En su lugar se ha barajado la hipótesis de que haya lagos o mares de amoniaco, o de mezclas de amoniaco y metano, que con esa presión atmosférica y temperatura pueden permanecer líquidos en la superficie, desempeñando un papel equivalente al del agua.
Para resolver el enigma del metano de Titán, una sonda europea llamada Huygens aterrizó el 14 de enero del 2005 en el satélite. La Huygens viajó hasta Saturno cogida de la mano de la sonda Cassini, la cual, cuando llegó a las cercanías de Titán, la dejó caer en el interior del satélite. La sonda Huygens fue tomando datos atmosféricos e imágenes durante todo el descenso, hasta que aterrizó en la superficie con un suave ploch. Las imágenes que tomó mostraron un mundo con paisajes sorprendentemente parecidos a los de la Tierra, con montañas, valles y unas curiosas formaciones que tienen toda la pinta de ser ríos. Por su parte, los datos tomados por la sonda mostraron no sólo metano atmosférico, sino también evidencias de metano líquido superficial: tras el impacto, la sonda detectó un incremento de los niveles de metano de un 40%, lo que revela la presencia de metano líquido mezclado con el material de la superficie; la sonda había aterrizado sobre barro de metano. Por su parte, las imágenes obtenidas desde el espacio por el radar de la nave Cassini, si bien no muestran océanos, sí que revelan la presencia de lagos superficiales de alguna sustancia líquida.
No obstante, si la única fuente de metano fueran charcos y lagos superficiales, hace cientos de millones de años que debería haberse perdido ya todo. La combinación de los datos de la Huygens con los que ha tomado de Titán la sonda Cassini llevan a concluir que, ciertamente, el origen del metano no es biológico, sino que es repuesto por procesos geológicos, algún tipo de vulcanismo que libera metano del interior, un metano que habría sido atrapado cuando esta luna se formó.
Pero si de buscar pistas sobre la aparición de la vida en otros mundos se trata, el rey indiscutible es Marte, objetivo de tantísimas investigaciones astrobiológicas. Desde que el polémico Percival Lowell publicara en 1908 el libro Mars as the abode of life, en el que describía sus fantásticas teorías sobre una civilización de marcianos cavadores de canales, Marte ha excitado la imaginación de varias generaciones de científicos, escritores de ciencia ficción y guionistas de Hollywood. La martemanía llegó al punto en que, incluso entre la comunidad científica, se dio por hecho que Marte era una segunda Tierra y estaba habitado; hasta el extremo de que, en nuestro lenguaje cotidiano, la palabra marciano se ha convertido en un sinónimo de extraterrestre. Y es que parte del atractivo de nuestro vecino planeta reside en que muestra sorprendentes similitudes con la Tierra: la duración del día solar marciano es casi la misma que la del nuestro (24 h 39 min frente a 24 h); la inclinación de su eje respecto al plano de su órbita es también muy similar a la del eje de nuestro planeta (24° 28’ frente a 23° 27’), lo que causa que tenga también estaciones; y presenta además casquetes polares, claramente visibles desde la Tierra con un sencillo telescopio. Además, ambos planetas tienen un tamaño comparable (su diámetro viene a ser la mitad del de la Tierra).
Imagen del planeta Marte tomada por el telescopio espacial Hubble. Se aprecia claramente el casquete polar sur, y arriba, al centro, el monte Olimpo, el mayor volcán del Sistema Solar. A la derecha, cerca del borde, se puede ver el Valle del Mariner. Cortesía del Hubble Space Telescope-NASA/ESA.
La verdad es que se pusieron demasiadas esperanzas en nuestro rojizo vecino. Las primeras imágenes de buena resolución que se obtuvieron de la superficie de Marte, tomadas por la sonda Mariner 4 en 1965, fueron un auténtico cubo de agua fría para estas fantásticas expectativas. Estas imágenes mostraron un mundo desértico que era dolorosamente parecido a la Luna. Años después, en 1971, la nave Mariner 9 se puso en órbita alrededor de Marte, con lo que se convirtió en el primer satélite artificial de este planeta. Desde esta órbita trazó un mapa fotográfico de todo el planeta, el primer mapa completo de su superficie, que serviría para buscar lugares de aterrizaje para futuras misiones. Este mapa corroboraba ampliamente lo que habían mostrado seis años antes las imágenes de la Mariner 4: en la superficie del planeta no había agua ni mares, ni mucho menos canales o ciudades marcianas. De hecho, tampoco había prácticamente aire, pues la presión atmosférica de Marte resulta ser un 1% de la de la Tierra. Con presiones atmosféricas tan bajas resulta completamente imposible tener agua líquida, pues hierve al instante y se convierte en vapor de agua.
Sin embargo, la Mariner 9, así como los posteriores orbitadores de las Viking I y II (que llegaron a Marte en 1976), sí que encontraron numerosas pruebas de la existencia pasada de agua líquida en la superficie: múltiples cauces secos de ríos y estructuras en forma de isla, formadas por el agua que fluía en el Marte primitivo. Muchos de estos cauces son de enormes dimensiones, lo que sólo se explica con una larga historia de presencia de agua líquida superficial. Todo ello nos hablaba de un tremendo cambio climático que debió padecer el planeta en algún momento de su historia, y que lo hizo evolucionar de un mundo con presión atmosférica elevada, ríos y tal vez mares, y donde quizá incluso llegó a surgir la vida, al seco y frío desierto actual.
A los datos procedentes de las misiones Viking y Mariner, se han unido los procedentes de una batería de sondas espaciales, llegadas a Marte en tiempos más recientes: las Mars Global Surveyor (1997-NASA), Mars Odyssey (2001-NASA), Mars Express (2003-esa), los rover gemelos Spirit y Opportunity (2004-NASA) y, últimamente, la Mars Reconnaissance Orbiter (2006-NASA), todas ellas todavía en funcionamiento en el momento de escribirse estas líneas, salvo la Mars Global Surveyor, que dejó de emitir datos recientemente, en noviembre del 2006. Estas misiones han mostrado que la geología marciana es una de las más complejas del Sistema Solar. Marte aún posee amplias regiones de su superficie que datan de los inicios del Sistema Solar, la época del Gran Bombardeo. Junto a ellas, encontramos terrenos modernos, con los ejemplos mayores de actividad geológica del Sistema Solar: los volcanes más grandes, los cañones más profundos… Sorprendentemente, los terrenos antiguos y modernos no aparecen mezclados al azar, sino que están claramente separados: los terrenos antiguos marcianos, que constituyen 2/3 de su superficie, aparecen mayoritariamente en el hemisferio sur, mientras que el tercio restante, con las zonas más modernas, ocupan el hemisferio norte. Precisamente en este hemisferio norte, la Mars Global Surveyor ha encontrado pruebas sorprendentes de la existencia ¡de un antiguo mar! El altímetro de esta misión ha descubierto que, en esa zona, la superficie es extremadamente plana y que el límite con las tierras altas es una superficie equipotencial horizontal. Es decir, la costa de un antiguo mar: el océano Boreal.
Mapa de alturas de Marte obtenido por la Mars Global Surveyor. En la zona norte, en tonos claros se muestran los terrenos más bajos, donde habría estado el océano Boreal. Se aprecian varios ríos antiguos que desembocarían en él. A la izquierda, en blanco, se aprecian cuatro montañas (la superior izquierda es el monte Olimpo) y abajo a la derecha, el valle del Mariner, cuyo interior se encuentra a la misma altura que los terrenos nórdicos del presunto océano y que conecta con él. Cortesía de MOLA/MGS-NASA.
Los dos rover marcianos, en su exploración de más de dos años de la superficie de Marte, también nos hablan de un pasado con abundante agua líquida, y han encontrado a su paso numerosas pruebas geológicas y químicas que sólo se pueden explicar con la presencia de agua superficial, no durante un corto período de tiempo, sino durante millones de años: estratos sedimentarios, concreciones de materiales inicialmente disueltos en agua que después precipitaron sobre roca porosa, y abundantes minerales (como la jarosita) que sólo se pueden formar en presencia de agua líquida.
Pero ¿dónde está el agua? De todas las regiones de Marte, el único lugar donde hay agua de manera evidente es en los casquetes polares. Sin embargo, un rápido cálculo basta para darse cuenta de que en los casquetes no hay ni de lejos agua suficiente para explicar todas las muestras de actividad hídrica encontradas en el planeta. Para encontrarla, la Mars Odyssey cuenta con un detector de neutrones con el que es capaz de detectar la presencia de agua, aunque esté bajo tierra. El mecanismo que utiliza es muy ingenioso, y merece la pena detenerse brevemente a explicarlo. Los neutrones que detecta este instrumento proceden del Sol. Cuando estos neutrones llegan al suelo marciano, chocan con los átomos del suelo (si bien débilmente, pues los neutrones, como indica su nombre, no tienen carga eléctrica). Si el choque es contra un núcleo atómico de un tamaño respetable, como silicio, hierro, carbono…, el neutrón rebota hacia atrás prácticamente con la misma energía que llevaba. Pero si choca con un núcleo de hidrógeno que está compuesto solamente por un protón, como tiene una masa equiparable a la del neutrón, este último pierde buena parte de la energía en el choque, como si de dos bolas de billar se tratara, con lo que los neutrones rebotan con mucha menos energía que en el primer caso (o no rebotan en absoluto). Así, si en una zona de Marte hay abundancia de hidrógeno, el detector de la Mars Odyssey medirá menos neutrones que en otras zonas. Por supuesto, lo que se detecta así son átomos hidrógeno, pero la molécula con hidrógeno más probable que puede haber en Marte es, precisamente, la de agua.
Datos del detector de neutrones de la Mars Odyssey. En tonos claros, las zonas donde se ha detectado la presencia de agua subterránea. Cortesía de Mars Odyssey-NASA.
Los datos de la Mars Odyssey son reveladores y demuestran que en latitudes en torno a los 60° norte y en buena parte del hemisferio sur hay una inmensa abundancia de hielo bajo el suelo marciano a una profundidad de poco más de un metro, con toda seguridad en forma de un terreno helado similar al permafrost. Hay de hecho agua más que suficiente para llenar la cuenca del hipotético océano Boreal.
Y sin embargo no han acabado las sorpresas con Marte, pues hay indicios que apuntan a que parte de esa agua subterránea puede ser ¡agua líquida! Las imágenes de alta resolución de la Mars Globar Surveyor descubrieron en el año 2000, en las paredes de cráteres y cañones, la existencia de erosiones con todo el aspecto de haber sido formadas por torrentes de agua. Pero lo que más sorprendía de estas torrenteras era que son muy recientes, y pueden tener incluso menos de mil años de antigüedad, ya que en algunos casos habían borrado a su paso dunas de arena que, debido a los vientos, están en perpetuo movimiento. Estas enigmáticas torrenteras se encuentran principalmente entre los 30° y 60° sur, en buena parte coincidiendo con localizaciones en las que la Mars Odyssey ha detectado hielo bajo la superficie.
Torrenteras marcianas en la ladera de un cráter. Abajo a la derecha, torrentera que ha borrado a su paso parte de un conjunto de dunas. Arriba a la derecha, una misma torrentera, observada en dos ocasiones distintas, muestra, en la imagen del 2005, lo que parece ser agua líquida manando. Cortesía de MOC/MGS-NASA.
Si son lo que parecen ser, una explicación sería que son producidas por la emergencia repentina de agua subterránea líquida a elevadas presiones. Debido a la dinámica del planeta, en ocasiones estos ríos subterráneos romperían en la superficie liberando grandes cantidades de agua líquida, la cual, mientras herviría y se helaría al mismo tiempo, aún permanecería líquida el tiempo suficiente para crear estas torrenteras; hasta que se volvería a formar un nuevo tapón de hielo que sellaría la emanación de agua. Si esta teoría es correcta, sólo es cuestión de tiempo que pillemos in fraganti el agua líquida en acción, mientras mana en una de estas torrenteras. Y parece ser que esto ya ha ocurrido: en abril del 2005, cuando una torrentera marciana que ya había sido fotografiada fue fotografiada de nuevo, mostraba un extraño cambio. La torrentera, que en la imagen anterior del 2001 se veía oscura, en la nueva imagen mostraba lo que parecía ¡agua manando! Si se confirma que en efecto es agua, y no torrentes de arena (como apunta otra hipótesis), la presencia de agua líquida subterránea en Marte tendría extraordinarias implicaciones biológicas.
Y suma y sigue, porque cuanto más estudiamos Marte, más sorpresas encontramos. En el 2004 el espectrómetro de la Mars Express encontró en la atmósfera de Marte ni más ni menos que ¡gas metano! Este descubrimiento, que ha sido confirmado desde la Tierra por telescopios en Hawai y Chile, ha supuesto una sorpresa totalmente inesperada. La Mars Express encontró que este metano no se halla distribuido de manera uniforme por toda la atmósfera, sino que se concentra en zonas de latitud intermedia; precisamente coincidiendo con zonas donde se han localizado torrenteras. De hecho, los mapas de presencia de metano realizados por la Mars Express se solapan perfectamente con los de presencia de agua de la Mars Odyssey.
Y de nuevo surge la pregunta, ¿de dónde procede este metano? Dado que es un gas tan inestable a la radiación ultravioleta solar, algo lo debe estar reponiendo en la atmósfera de manera continua. Si bien se podría explicar la presencia de este gas por vulcanismo (emanaciones de metano subterráneo atrapado en el planeta), el no haber encontrado asociado a este metano la más mínima traza de sulfuro hace que su origen volcánico quede completamente descartado. En esta ocasión, resulta extraordinariamente difícil justificar la presencia de este gas en la atmósfera marciana mediante un mecanismo geológico. ¿Estaremos viendo por fin la huella de una actividad biológica extraterrestre?
La verdad es que no es la primera vez que tenemos indicios de que pueda existir en la actualidad alguna forma de vida en Marte. Las naves Viking, que aterrizaron en la superficie marciana en 1976, llevaban a bordo experimentos destinados a revelar la presencia de posibles organismos en el suelo marciano. Hasta la fecha, son los únicos experimentos de estas características que se han realizado en Marte; ninguno de los rover marcianos lleva a bordo (inexplicablemente) experimentos biológicos; y la malhadada sonda Beagle II, que llevaba a bordo diversos experimentos para buscar vida marciana, acabó estrellándose contra Marte.
Lo interesante de los experimentos de las naves Viking es que ni confirmaron ni refutaron la presencia de vida en Marte, sino que dieron resultados ambiguos. El que dio los resultados más estimulantes fue el experimento lr de liberación de gases. El experimento consistía en tomar una muestra de terreno marciano e introducirla en una sopa de nutrientes que llevaban a bordo las Viking. Estos nutrientes estaban marcados con carbono 14, radiactivo y por tanto fácil de detectar. Si en la muestra de terreno había organismos marcianos, se esperaba que se comieran los nutrientes de la sopa y que liberaran como producto de la digestión gas dióxido de carbono, que los sensores de la Viking podrían detectar. Cuando se realizó el experimento, se detectó…
… que de la sopa de nutrientes se liberaba dióxido de carbono. Un tanto a favor de la posible presencia de organismos marcianos. Pero podría ocurrir que se tratara simplemente de la química del suelo, por lo que el experimento lr tenía una segunda parte: consistía en repetir de nuevo el experimento, pero calentando la muestra de tierra marciana a 200 ºC antes de introducirla en la sopa de nutrientes, a fin de matar los posibles organismos que hubiera en la muestra. De esta manera, si los responsables de la liberación de dióxido de carbono eran organismos, al haberlos destruido previamente, no debería haber liberación de dióxido de carbono en la segunda parte del experimento. En cambio, si era un resultado de la química del terreno, debería seguir emitiéndose CO2. Cuando se realizó esta segunda parte del experimento, se encontró…
… que en esta ocasión ¡no se emitía dióxido de carbono! Dos tantos para la vida. Este mismo resultado fue corroborado por las dos Viking, localizadas en partes diferentes del planeta, todas las veces que se realizó el experimento. ¿Se había encontrado por tanto vida marciana? A pesar del éxito del experimento, la NASA declaró oficialmente no haber encontrado organismos, debido a dos motivos. Por una parte, algunos tipos de arcillas, como la montmorillonita de la que tratamos antes, pueden producir reacciones químicas similares. Por otra parte, otro experimento a bordo de las Viking, destinado a buscar materia orgánica en la superficie de Marte, dio un resultado negativo: no se encontró materia orgánica en el suelo marciano. Por tanto, no podía haber organismos. Pero como se supo muchísimo más tarde, ese resultado no significaba nada, ya que el experimento de detección de materia orgánica, sencillamente, no funcionaba: cuando posteriormente lo probaron sobre el suelo de la Antártida, donde sabemos que sí hay organismos y materia orgánica, tampoco fue capaz de encontrar nada. Lástima que no lo probaran antes.
Otro resultado del experimento lr apuntaba también a un posible origen orgánico. Las sondas Viking, que estaban diseñadas para durar unas semanas en el suelo de Marte, estuvieron finalmente en funcionamiento durante dos años. A lo largo de este dilatado período, el experimento lr se realizó con regularidad, midiendo la emisión de CO2. Con sorpresa se vio que la intensidad de la emisión de dióxido de carbono seguía una pauta día/noche, se reducía la actividad cuando las temperaturas disminuían al anochecer y aumentaba con la salida del Sol. Difícilmente podría explicarse este comportamiento si el responsable de la emisión fuera una arcilla del terreno. Sin embargo, era compatible con que los responsables fueran organismos: lo que se estaría viendo sería el resultado de un ciclo biológico circadiano.
Módulo de aterrizaje (lander) de las misiones Viking I y II. Cortesía de NASA/JPL.
Lamentablemente, para saberlo tendremos que volver allí con nuevos experimentos biológicos. Por otra parte, la excelente calidad de las imágenes de la Mars Globar Surveyor continuamente muestra nuevas estructuras y características de la superficie marciana, que crean verdaderos quebraderos de cabeza a los científicos. Una de estas estructuras son unas manchas negras estacionales que aparecen cerca de las zonas polares con la llegada de la primavera marciana, principalmente sobre dunas heladas o en el interior de cráteres. Las oscuras manchas, con un tamaño característico de pocos metros, surgen sobre la capa de escarcha y van creciendo de tamaño con el transcurso de los meses. Las hay de diferentes tipos y morfologías. En algunos lugares del planeta presentan una estructura diferenciada, con una zona central más oscura y un halo gris alrededor; tienen de hecho un aspecto que recuerda bastante a las manchas que aparecen sobre la piel de los plátanos cuando éstos maduran. Otras presentan formas más exóticas y asemejan una red neuronal, o se disponen en forma de abanico. Hoy día hay varias teorías para explicar la aparición de estas manchas, pero ninguna termina de convencer. Algunos científicos creen que se trata simplemente de zonas de deshielo donde se ha evaporado la capa de escarcha, dejando ver el terreno que hay debajo, que parece oscuro por contraste. Pero esto no explica la forma y distribución que presentan estas manchas. Otra hipótesis cree que su origen son erupciones de dióxido de carbono que, con la llegada del calor, sublima de hielo a gas de forma explosiva, arrastrando a su paso arena y polvo del suelo. Este material al caer es el que crearía las manchas oscuras. De nuevo, esta teoría no acaba de explicar bien por qué estas manchas aparecen principalmente en el interior de los cráteres. En tercer lugar, un grupo e investigadores húngaros defiende una sugerente (aunque poco popular) posibilidad: que estas manchas sean colonias de microorganismos marcianos que aprovechan la bonanza del tiempo de deshielo para reproducirse rápidamente, a la espera de la próxima primavera.
Manchas oscuras aparecen sobre la escarcha marciana al llegar la primavera. ¿Pruebas de actividad biológica? Cortesía de MOC/MGS-NASA.
Posiblemente todas estas pistas e indicaciones de una presunta actividad biológica en el Marte actual resulten ser de nuevo vanas esperanzas. Tal vez estamos viendo una nueva versión de los «canales marcianos» y nos estamos dejando arrastrar por nuestras ilusiones. Pero tal vez no. Quizá futuras misiones encuentren que hay vida en Marte. Un segundo caso de vida en el Sistema Solar sin duda dispararía espectacularmente las posibilidades de que la vida sea la norma del Universo, de que siempre que se disponga de agua líquida y de una fuente de energía, se dé el milagro de la vida.
Eso sí, siempre que esa vida marciana fuera diferente de la nuestra. Pues podríamos toparnos con la sorpresa de que la vida que encontráramos en Marte estuviera basada en la misma química orgánica y que contase con el mismo dna y código genético. ¿Cómo sería esto posible? Si la vida terrestre y la marciana hubieran aparecido y evolucionado independientemente en ambos mundos, desde luego sería imposible algo así. Por tanto la única respuesta posible sería que estuviéramos emparentados. Y ello podría ser así.
La panspermia es una antigua teoría que trataba de explicar el origen de la vida terrestre trasladando el problema a otro lugar: la vida habría llegado a la Tierra procedente del espacio. Históricamente ha habido distintas variantes de esta teoría: desde la que consideraba que naves espaciales sembradoras de vida llegaron en un pasado remoto, pasando por la que postulaba que organismos bien formados cayeron del cielo fertilizando la Tierra (quizá bacterias, como defendía el astrónomo británico Fred Hoyle), hasta las más conservadoras, que defendían que los compuestos químicos a partir de los cuales se formó la vida no se pudieron crear en la Tierra, sino que cayeron a lomos de cometas y meteoritos (aunque la vida luego sí se formara aquí). Completamente desacreditada durante décadas, ya que en realidad no explicaba nada, recientes descubrimientos han hecho replantearse la posibilidad de que la vida pueda, después de todo, caer de los cielos.
Por una parte, se han encontrado seres vivos que son increíblemente resistentes a las condiciones más adversas. Cuando la sonda lunar Surveyor 3 fue lanzada a la Luna en 1967, portaba inadvertidamente a bordo en torno a un centenar de polizones: bacterias Streptococcus mitis en forma de esporas. Dos años después, la nave tripulada Apollo XII alunizaba y los astronautas recogían la cámara de televisión de la Surveyor 3, para traerla de vuelta a la Tierra en condiciones estériles (por si acaso portaba posibles microorganismos lunares). Al abrir el interior de la cámara de televisión para ser sometida a un análisis biológico, no encontraron exóticos microorganismos lunares, sino esporas de estreptococo, presuntamente muertas. Cuando pusieron estas esporas viajeras en un caldo de cultivo, la sorpresa fue rotunda: desarrollaron bacterias viables que comenzaron a multiplicarse. Estos organismos habían sobrevivido tras más de dos años sometidos a las peores condiciones para la vida: en el vacío, sin nutrientes ni agua, con temperaturas que oscilaban entre los 150 ºC sobre cero y los 200 ºC bajo cero, y sometidos a un intenso bombardeo de radiación proveniente del Sol. Desde entonces, la lista de organismos que son capaces de resistir las duras condiciones del espacio ha aumentado. No sólo diferentes tipos de bacterias, sino incluso organismos pluricelulares como líquenes, y hasta animales invertebrados como los tardígrados.
Por otra parte, se sabe que es posible el intercambio de material entre los cuerpos del Sistema Solar: el impacto violento de un meteorito contra un planeta o satélite puede arrancarle material a este último que, si sale con la suficiente velocidad, escapará de su campo gravitatorio y quedará errante por el Sistema Solar. Con el tiempo podría incluso colisionar con otro planeta. Sabemos que esto puede ocurrir porque ya ha ocurrido: en la Tierra se han encontrado meteoritos que (su composición química e isotópica no deja lugar a dudas) provienen de Marte y de la Luna. En la época del Gran Bombardeo, tal tipo de intercambio debió ser frecuente. ¿Es posible que en alguno de los fragmentos arrancados a los planetas viajaran, como polizones, organismos vivos que sobrevivieran al viaje, hasta caer en un nuevo planeta?
Por ello no es del todo descabellado pensar que, si la vida apareció en la Tierra tan tempranamente, habiendo todavía una importante actividad meteorítica en el Sistema Solar, pudieran llegar a Marte organismos terrestres a bordo de fragmentos de la Tierra, fertilizando un mundo lleno de agua líquida, dispuesto a recibirlos. Aunque también habría que plantearse el escenario opuesto: que la vida se hubiera originado en otro planeta del Sistema Solar (puede que en Marte) y luego llegara a la Tierra transportada en meteoritos. Tal vez esto explica por qué la vida apareció tan pronto, en cuanto el Gran Bombardeo terminó. Quizá, después de todo, los marcianos seamos nosotros.
Deinococcus radiodurans, una bacteria extremófila que tolera vivir bajo dosis de radiaciones letales para otros organismos. Cortesía de Luis R. Comolli & Cristina E. Siegerist.
A la anterior lista de organismos resistentes a condiciones hostiles, hay que añadir un conjunto curioso de organismos unicelulares que no sólo soportan bien condiciones extremas de temperatura, presión, salinidad, radiactividad o acidez, sino que las buscan. Algunos sólo se encuentran a gusto a temperaturas entre los 80 y 120 ºC, habitando en sistemas hidrotermales. Otros viven en el hielo, a temperaturas de 12 ºC bajo cero. Los hay que evitan la humedad y viven tan a gusto en condiciones de sequedad increíbles. Todo este conjunto de organismos, bautizados con el nombre de extremófilos debido a su «gusto» por las condiciones extremas, nos demuestra que las condiciones idóneas de presión, temperatura, composición atmosférica, fuente de energía, etc. para que el lector se sienta lo bastante cómodo como para no morir, resultan en realidad ser sólo un minúsculo subconjunto de las condiciones en las que la vida puede darse sin problemas. La existencia de tales organismos ensancha considerablemente las condiciones físicas y químicas para que un mundo pueda ser considerado habitable, lo que aumenta las posibilidades de que la vida en el Universo sea algo común.