La creencia en que existen civilizaciones extraterrestres parte del llamado principio de mediocridad. Este principio postula que la Tierra es un planeta normal, que gira alrededor de una estrella normal, que se encuentra dentro de una galaxia normal. Es decir, que no hay nada especial en nuestro mundo que lo haga único. Es una conclusión lógica a la que nos aboca la sucesión de «giros copernicanos» que ha sufrido la ciencia a lo largo de su historia, y que nos ha ido sacando de la posición central que creíamos ocupar en el Universo.
Hemos comprobado que tanto nuestra estrella, el Sol, como nuestra Galaxia, son ejemplares típicos, similares en todo a esos otros millones que hemos observado con nuestros telescopios, y nada de especial parece haber en ellos. Todo indica que también nuestro planeta y nuestro Sistema Solar deben de ser ejemplares típicos de la fauna planetaria, aunque nuestro conocimiento de los planetas que giran alrededor de otras estrellas (los llamados planetas extrasolares, o exoplanetas) todavía está en sus comienzos. Si esto es cierto, si nuestro mundo es un ejemplo común en el Universo, por lógica debe existir una buena cantidad de planetas habitados, una fracción de los cuales contendrá seres inteligentes y civilizaciones. Éste es el argumento base que soporta el trabajo de todos los científicos que buscan de forma activa señales de la existencia de civilizaciones extraterrestres.
La mayor parte de la comunidad científica está de acuerdo con el principio de mediocridad, ya que en todas las ocasiones en que hemos creído que nuestro caso era especial, hemos descubierto con dolor que estábamos equivocados. Parece por tanto una guía útil de seguir. ¿Pero son en verdad la Tierra y el Sistema Solar casos representativos?