Nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Los pecados de los padres; por fin, los hijos vengan en los padres los pecados de los padres. Sus hijos y los hijos de sus hijos; ése era el Futuro, padre, en manos no previstas.
Tú sabías que no podía ser: un cambio en las condiciones objetivas de la lucha percibido antes de que lo percibieran los líderes. Lenin sabía; la forma en que ocurrió después de la revolución de 1905: como siempre ocurre, la práctica avanzó por delante de la teoría. Las viejas frases se resquebrajan y el significado se despliega, húmedo y nuevo. Parecen saber qué es lo que debe hacerse. Ya no van a la escuela y son «constantemente reeducados por su actividad política». Los padres que forman comités para mediar entre sus hijos y la policía también son detenidos y proscritos. Podría ocurrirle a Fats; ahora un peso pesado negro puede ganarle el título a un peso pesado blanco, y equipos blancos y negros juegan juntos en los campos de fútbol, pero esto no es lo que aceptarán los hijos. Le ha ocurrido incluso a Daphne Mkhonza, que solía asistir a los almuerzos de Flora. En Johanesburgo hay nuevos nightclubs donde la vestimenta de moda proporciona igualdad a los consumidores y aparentemente privilegia la sociabilidad blanca y negra de nuevo estilo cuando hay una redada policial. Pero no son éstos los placeres que reivindican los hijos. Los negros con ansias de ser hombres de tercera clase, concejales no europeos que participaban de las Juntas Consultivas y juntas escolares establecidas por los blancos, han renunciado ante la amenaza del justo castigo de una generación. Los que eran Tío Tom y evitaban a los Mosutsanyana, Kotane, Luthuli, Mandela, Kgosana, Skobukwe que iban a la cárcel por el CNA y el CP finalmente han comenzado a verse tal como son, tal como los ven sus hijos. Han sido radicalizados —como dirían los fieles— por sus hijos, actúan en consecuencia, son arrestados y detenidos. La Rosa original estaba convencida de que la auténtica iniciativa revolucionaria debía surgir del pueblo. ¿Me pusiste su nombre por eso? Esta vez surge de los hijos del pueblo, que enseñan a los padres… El CNA, el CP, el CPB y el resto, todas las siglas se apresuran a reivindicar, a ponerse al día: la teoría en persecución de los acontecimientos.
Es bastante evidente el tipo de educación contra la que se han rebelado los hijos; no saben escribir y no pueden formular su exaltación ni su angustia. Pero saben por qué están muriendo. Tenías razón. Dan vuelta la cara y cierran los ojos, gritan Eie-na[18] cuando les dan una inyección, pero siguen andando hacia la policía y las ametralladoras. Tú sabes cómo comprenden qué es lo que quieren. Sabes cómo expresarlo. Derechos, no concesiones. Su país, no ghettos asignados en él, ni «patrias» tribales parceladas. La riqueza creada con el trabajo de sus padres y madres, y transformada en dividendos del blanco. El poder sobre su propia vida en lugar de un destino inventado, decretado e impuesto por los gobiernos blancos. Bien, ¿quién entre aquellos a quienes no les gustaba tu vocabulario, tus métodos, lo ha dicho más sinceramente? ¿Quienes son ellos para hacerte responsable de Stalin y negarte a Cristo?
Hay algo sublime en ti… no podría decírselo a nadie más. No en tu biografía. Habrías encontrado en tu propia persona lo que ocurrió a los negros en Bambata, en Bulhoek, en Bondelswart, en Sharpeville. Pero esta vez están más juntos que nunca, como no lo estuvieron en la derrota de las guerras del Kaffir, en el lugar de Bambata, en Bulhoek, en el lugar de Bondelswart, en Sharpeville. ¿Se trata de algo que les es peculiar? Me usaste como visitante de la cárcel, como correo, como todo aquello para lo que servía, pero… ¿te habrías visto a ti mismo observándonos a Tony y a mí, tomados de la mano, acercándonos a las ametralladoras? Nunca me lo dirás. Nunca lo sabrás. A nosotros no nos es dado (no te inquietes, la referencia corresponde a un punto de mira cerebral, no a un Dios miserable; no me he vuelto religiosa, no me he vuelto nada, soy lo que siempre he sido) saber qué nos hace miedosos o audaces. Tú tienes que haber tenido miedo alguna vez, de lo contrario no habrías tenido tu tierna lucidez. Pero eras un poco como los hijos negros: poseías esa exaltación.
Huí. Baasie me resultó repulsivo y me dejé penetrar por la repugnancia: el regate entre la diverticulitis, el cáncer de mama, el estreñimiento, la impotencia, los huesos y la obesidad. Me asusté. Te reirías. Sabías mucho de esas cosas; cuando alguien ha muerto le atribuimos omnipotencia. Tuve miedo. Tal vez me creas. Nadie más me creería. Si intentara decirlo, cosa que no haré. Y el resultado no es el tradicional, según el cual no me «defiendo» de quien piensa mal de mí; por el contrario, se me adjudica un mérito que no merezco. Cuando aparecí detrás de él en la calle, Dick dijo: Sabía que eras tú. Esperaban a tu hija. El hombre de Francia era el único con el que podía hablar y cuando se planteó la cuestión fue el único tema en el que no pude abrirme. No es que él carezca de capacidad para imaginar… ¿qué? Este sitio, todos nosotros aquí. Lee mucho acerca de nosotros. Nuestro destino aleatorio, lo llama. Sabe proyectar. Tenía mucha imaginación… una especie de escritor, además de profesor (pero él se burla de las pretensiones académicas de este título). Una vez mientras me secaba después de la ducha, de pronto se le ocurrió la idea de un libro de ciencia ficción que produciría dinero. Supongamos que ocurriera que a través de los productos químicos utilizados para matar insectos nocivos, aumentar las cosechas, etcétera, perdiéramos la capa de aceites naturales de la piel que nos hace impermeables, como el aceite de las plumas de los patos… supongamos que empezáramos a absorber agua, nos saturáramos y nos pudriéramos… En otro nivel, incluso podría interpretarse como una alegoría de la explotación capitalista del pueblo mediante el abuso de los recursos naturales…
—Jamás lo habría pensado.
J. B. Marks, tu primera elección como padrino, murió en Moscú mientras estabas preso. Logré transmitírtelo. Ahora, una vez más, tengo la impresión de pasarte fragmentos de noticias como hacía a través de la rejilla de alambre. No veré a Ivy; ha desaparecido, cumpliendo órdenes, antes del juicio de Greer. Si se hubiera quedado la habrían encausado nuevamente; en la acusación la mencionaron como co-conspiradora in absentia. El fiscal aseguró que fue ella quien reclutó a Orde; Theo alegó que el sentido de agravio de su cliente por la injusticia, unido a la experiencia de un periodista político en este país donde los intentos de cambios constitucionales son constantemente derrotados, lo llevó a las manos de personas que entendían su agravio.
Y así, por fin, tú. Es a ti…
El aire está denso de verano, entretejido de vida, pájaros, libélulas, mariposas, formas oscilantes de cocuyos que son moscas enanas viajeras. Después de las lluvias abundantes, los edificios de hormigón tienen bajo el sol un rubor matinal que a mis ojos los vuelve orgánicos. La carretera atraviesa la plaza John Vorster al nivel del quinto piso y en las ventanas de las salas con el mobiliario básico desde donde han saltado algunos, veo mientras conduzco margaritas en tiestos sobre los alféizares. A tu lucidez no se le escapaba nada, en la celda ni alrededor de la piscina. Una lucidez sublime. Tengo una ligera idea de ello. No pienses que estoy melancólica… deprimida. La felicidad no es moral ni productiva, ¿no? Sé que es posible ser feliz mientras (supongo que así fue) se hace daño a alguien. De ello se desprende naturalmente que es posible sentirse muy vivo cuando flotan en el aire cosas terribles: miedo y dolor y amenazadora valentía.
He ido a ver a los Nel. Se pusieron contentos al verme. Siempre había sido bien recibida. Hay una «Holiday Inn» donde ahora van casi todos los viajantes. Pero la venta de bebidas alcohólicas no se ha visto afectada. La federación de Mujeres celebra su reunión anual en una sala privada de la «Holiday Inn», me ha contado tía Velma (distraída por un momento de su problema), aunque es un establecimiento autorizado para despachar bebidas alcohólicas. Y el jefe de la «patria» cercana va a almorzar en el restaurante con los asesores blancos de minería, que estudian la posibilidad de que haya estaño y cromo en su «país».
Los Nel están perplejos. Yo no sabía que podía ser un estado de ánimo tan aplastante. Están sobre todo… desconcertados. Estaban tan orgullosos de ella, que ocupaba un puesto cuasigubernamental, que hablaba un idioma extranjero; el cerebro de tu rama de la familia, pero puesto al servicio de su país en la promoción de nuestros productos agrícolas. Tan orgullosos de Marie, de su vida sofisticada… todo el tiempo imaginando París como los Champs-Elysées de las reproducciones que suelen venderse a los hoteles rurales.
En la granja pedí que me pusieran en una de las glorietas y no en la finca principal. No argumentaron que estaba ofendiendo su hospitalidad; cuando la gente tiene problemas, de alguna forma se vuelve más comprensiva acerca de las necesidades o de los caprichos, ¿verdad? Andando de noche después de las lluvias, la finca, los cobertizos se desvían de mi vista en una neblina que se puede lamer con los labios. El vino todavía no está servido en la mesa pero el tío Coen nos hizo beber coñac. Me movía insegura pisando la hierba empapada, choqué contra el aljibe, creía que sólo tenía las piernas afectadas, pero supongo que también lo estaba mi cabeza. Apoyé la oreja en el costado de la pared de piedra del granero, en cuya cavidad anidan las abejas, y las oí hormiguear. Capa tras capa de noche las ocultaban. Caminé alrededor, no a través, de las sombras de muros y cobertizos, y sobre los capós de coches aparcados unas luces tendían sábanas de oscuridad y brillo. Como parpadeantes pestañas a mi alrededor: calor, humedad e insectos. Pisé estrellas en los charcos. Es tan fácil sentirse próxima a la tierra, ¿verdad? No es extraño que se hagan todo tipo de sospechosas demandas populares sobre esa base. Los fuertes reflectores que los granjeros de las inmediaciones han colocado en lo más alto de sus fincas aparecen a través de los negros árboles. Unos focos avanzan por el nuevo camino; las tierras de labrantío se funden con la aldea. Pero ésta está demasiado lejos para oír un grito de socorro. Si surgen ahora desde atrás de los grandes y añosos árboles de jeringuilla —en cuyas ramas quedaban los lazos de alambre de los juegos de los chicos y donde cuelga el ángulo de hierro que sonará a las seis de la mañana para marcar el inicio de la jornada—, si saltan sin hacer ruido y me ponen en la espalda una ametralladora rusa o cubana, o sencillamente cogen (¿ha llegado la hora?), una guadaña o incluso una azada… sería una solución. No está mal. Pero no me ocurriría, no te preocupes. Me acosté en la glorieta y dormí como lo hacía de niña, apartando de una patada las gruesas mantas rosadas, con una almohada apelmazada bajo el cuello. Cualquiera podría haber entrado y haberme contemplado: no me habría movido.