Sección XXIX

La pequeña Rôse tiene un amante.

Paso menos tiempo contigo: tú comprendes muy bien este tipo de prioridad. Fuiste tú quien dijo, Chabalier, para qué volver a casa, quédate esta noche y partiremos temprano por la mañana. Las pequeñas expediciones para mostrarme algo del lugar son organizadas por vosotros dos ahora. La gran cama del dormitorio que me diste —la habitación cuya sensación mantendré en los momentos anteriores a tenerte que abrir los ojos en otros lugares, así como Dick Terblanche sabía las proporciones de la mesa del comedor de su abuelo aunque era incapaz de recordar una poesía durante su confinamiento en solitario—, la cama de mi encantadora habitación está destinada a dos personas. Una vez cerrada la pesada puerta negra, no deja pasar los sonidos que tú misma has conocido tan bien. Si son audibles a través de las ventanas, se mezclan con el tráfico nocturno de motos y ruiseñores. Cuando los tres desayunamos juntos bajo el sol antes de que él se vaya a trabajar, noto que te maquillas los ojos y te cepillas el pelo por respeto a la presencia masculina y como delicadeza estética de diferenciación de la etapa de la vida de una mujer perfectamente laxa y descuidada de la sensualidad. No puedo dejar de bostezar hasta que se me llenan los ojos de lágrimas, sedienta y hambrienta (compras croissants rellenos con pasta de almendras para satisfacerme y mimarme), volcando en un gesto hacia ti una historia de amor con la que puedo darme el lujo de ser generosa. Bernard me dice:

—Estoy lleno de semen para ti —no tiene nada que ver con la pasión que fue necesario aprender para engañar a los carceleros y tú no eres una verdadera revolucionaria que espera descifrar mis endechas mientras informo como es debido.

Con Solvig, con la vieja Bobby (que divaga sobre sus injusticias desesperanzadamente filosóficas en un inglés brillante: «En una época le hacía toda la correspondencia a Henry Torren. ¡Diez francos la hora! Por ese precio ni siquiera conseguirías a alguien para que te fregara el suelo. ¡Con los millones que tiene! Aunque en realidad no me importa. No quiero nada distinto. Su abuela usaba zuecos y una manopla de muletón, te digo la verdad, querida»), con todas las que tu grupúsculo que una vez vivieron con sus amantes: imagino vuestras voces, desde la terraza o la cocina, una conversación sobre las perspectivas que me esperan y que tan bien conocéis.