Rosa Burger no volvió a la ciudad donde su padre había sido juzgado y encarcelado de por vida hasta más de un año después de su muerte. Estas circunstancias para visitar la ciudad no dieron lugar a otras: Lionel no tiene sepultura allí. Pero cuando ese verano ya se había dividido por el cambio del año viejo al año nuevo en el último dígito de los calendarios de escritorio de la empresa de Barry Eckhard, fue tres veces a la ciudad y a tres domicilios distintos, durante febrero y marzo. Después de un período de varias semanas, hizo una nueva serie de visitas (el 13 y el 30 de abril, el 7 y el 24 de mayo), pero todas al mismo domicilio. Se sabía que había conducido su coche a la ciudad en estas fechas y a estos destinos por la vigilancia a que habían sido y eran sometidos todos sus movimientos desde el día en que una chica de catorce años, con las arterias de la ingle dolorosamente cargadas de sangre menstrual, permaneció ante las puertas de la prisión con una bolsa de agua caliente y un edredón en la mano. No es seguro que Vigilancia siempre pudiera descubrir ciertos propósitos ocultos en estos movimientos —el trozo de papel con el mensaje de la niña a su madre escondido alrededor del tapón de la bolsa de agua caliente—, aunque por razones de contraestrategia se sabe que la gente como Lionel Burger no vacila en volver a sus hijos expertos en estratagemas y embustes desde que aprenden a andar. En breve se localizó la nueva conyuntura que explicaba sus visitas: correspondía a una categoría señalada por lo que tenían en común las identidades dispares de la gente que iba a ver. Personas cuyas ideas convertían a su padre en enemigo. Afrikaners cuya historia, sangre e idioma lo convertían en hermano.
La hija de Burger quería algo, entonces. Algo que no estaba a disposición de los de su misma ideología. La habían «nombrado» oficialmente entre ellos, en lo alto de la lista, no sólo alfabéticamente. Aunque no estaba proscrita, el hecho de ser nombrada como comunista limitaba las asociaciones y los movimientos más deseosos. Tal vez esperaba un favor de alguien relacionado con ella; pero desde el asunto con el hippie contra el que nada descubrieron, y los lascivos fines de semana con el periodista escandinavo (el Ministerio del Interior había recibido instrucciones de no volver a concederle una visa, el Correo había recibido instrucciones de abrir todas las cartas dirigidas a él), parecía vivir apartada, con excepción de los viejos contactos que se dan por supuestos entre esa gente, y que Vigilancia siempre logra descubrir siguiendo su estela desde el epicentro por el temblor de una víctima recién atrapada. Tal vez buscaba un desahogo de sus restricciones, estaba harta de ser dactilógrafa y había vuelto a surgir la idea de ir a trabajar en el Transkei con esos dos médicos ingleses. Fuera lo que fuese, lo deseaba tanto como para buscar a destacados nacionalistas que, debió de calcular, tenían con ella alguna obligación que equilibraba la lápida de los temores y resistencias que podía provocar su acercamiento.
Sólo cuando en abril y mayo retornó a uno de los tres domicilios se vislumbró la naturaleza exacta de lo que andaba buscando. El domicilio que tenía en mente —ya fuera porque la habían rechazado en los otros o porque ella misma había eliminado todos salvo el más útil— fue el de Brandt Vermeulen, uno de los «Nuevos Afrikaners» de una antigua y distinguida familia afrikaner. En cada país las familias llegan a distinguirse por diferentes razones. Donde no hay Almanaque de Gotha, la construcción de ferrocarriles y la excavación de pozos de petróleo se transforma en un linaje; donde nadie puede remontarse hasta Argenteuil o las Cruzadas, las guerras coloniales sustituyen a la heráldica. El tatarabuelo de Brandt Vermeulen fue asesinado por Dingaan con el partido de Piet Retief, su abuelo materno fue general en la guerra de los boers, hubo un tío poeta cuyo septuagésimo cumpleaños había sido conmemorado con la emisión de un sello y otro tío estuvo internado durante la segunda guerra mundial junto con Vorster —por sus inclinaciones pronazis—; incluso hay un primo que fue condecorado postumamente por su valor en combate contra Rommel en El Alamein. Cornelius Vermeulen, un Moderador de la Iglesia Holandesa Reformada, fue ministro del primer gobierno del Partido Nacional después del triunfo de los afrikaners en 1948 —cuando su hijo Brandt tenía ocho años— y retuvo el cargo en los sucesivos gobiernos de Strydom, Verwoerd y Vorster antes de retirarse a una de las granjas de la familia en el municipio Bethal del Transvaal.
Los hijos de familias distinguidas, también suelen apartarse del medio y las actividades tradicionales en discordia con aquello a que los ha confinado su nivel específico en la sociedad. Así como el hijo de un próspero tendero rural judío o indio se hace médico y abogado en la ciudad, o el hijo de un jefe de turno en las minas de oro se dedica a los negocios, Brandt Vermeulen abandonó granja, iglesia y reuniones directivas de su partido, largándose a Leyden y Princeton para estudiar política, filosofía y economía, y a París y Nueva York para ver arte moderno. No volvió europeizado o norteamericanizado por ideas foráneas de igualdad y libertad, para destruir aquello por lo que había muerto su tatarabuelo a manos de un kaffir, ni aquello por lo que el general boer había luchado contra los ingleses; regresó con el vocabulario y la sofisticación necesarios para transformar el destino poco a poco, cercenado el dominio del blanco sobre el negro en términos que orientaba la generación de finales del siglo veinte, intelectuales nacionalistas que se postularían como la primera evolución social auténtica de la centuria, dado que el liberalismo europeo decimonónico mostró su agotamiento en el fracaso de la integración racial donde lo intentó, y el comunismo —acusando al afrikaner de esclavizar a los negros con la bendición de Dios—, esclavizó a blancos y amarillos junto con los negros, negando la existencia de Dios. El y sus partidarios fueron los primeros que contaron con la sofisticación suficiente para reír ante las cosas de las que se supone sólo pueden reírse quienes denigran al pueblo afrikaner: la condena de las Iglesias Reformadas con respecto a lo impío de practicar deportes o asistir a sesiones cinematográficas los domingos, el dictamen del comité de censura respecto a que los pechos blancos en la portada de una revista eran pornografía, en tanto que los negros eran arte étnico. No le horrorizaba como a la generación de su padre el contacto abierto con los negros y consideraba que debía desecharse la Ley de Inmoralidad como reliquia de una anticuada culpabilidad libidinosa con respecto al sexo, pues en la nueva sociedad de naciones separadas —cada una con la bandera de su propia piel—, emergería la implantación del semen blanco en una vagina negra, metamorfoseando todo reconocimiento de su origen, como el nacimiento de otra nación. Era director de una de las primeras compañías de seguros que había penetrado el dominio anglosajón y judío de las finanzas cuando todavía iba a la escuela, pero su pasatiempo era una editorial de arte a la que se entregaba con el riesgo de perder en ella su parte de los beneficios de una granja vinícola heredada de la familia de su madre. En los simposios, donde era invariablemente elegido por los liberales blancos para que aportara enfoques fascinantemente atroces para ellos, era alentado en el estrado junto con los delegados negros, y ampliamente citado en los informes de prensa. No os veo a través de los cristales del temor y la culpa… mi sensibilidad, como la de mis colegas nacionalistas afrikaners, apunta a una positiva y fructífera interacción entre nación y nación, y no a la rivalidad racial. Ello excluirá que se comparta el poder político en un mismo país. Francamente, los afrikaners no lo aceptarán… Preveo un futuro en el que las diferentes naciones podrán alcanzar la coexistencia pacífica por medio de encarnizadas negociaciones…
Un periódico de lengua inglesa divulgó su nombre como miembro de la mafia política afrikaner cuyos cofrades dirigen el país desde el interior del parlamento; fue entrevistado por esta cuestión, a la que respondió sonriente: ¿Por qué únicamente cofradía? ¿Por qué no el Ku-Klux-Klan o la Liga de los Partidarios del Imperio? O sea que no se descubrió hasta dónde llegaba su influencia en las altas esferas. Tenía amigos íntimos en varios ministerios. Una elegante composición fotográfica, muy distinta a la usual publicación «Ven-a-la-soleada-Sudáfrica», apareció con su pie de imprenta en todas las embajadas del país; en el departamento de Información había quienes encontraban «dinámicas» sus ideas acerca de la forma de mejorar la imagen del país sin desviarse de los principios ni ser tan ingenuos como para mentir en este sentido.
Pero su amigo más íntimo estaba en el Ministerio del Interior. El ministerio donde se conceden los pasaportes; entonces de eso se trataba. Para Vigilancia era casi increíble que a la hija de Burger se le pasara por la imaginación que conseguiría un pasaporte, pero lo más interesante era averiguar por qué lo intentaba. Durante el período de abril en que visitó al amigo de los departamentos de Información e Interior, el régimen portugués fue derrocado en Lisboa, y lo que en última instancia provocó su caída se gestó en el motín de las tropas portuguesas que se negaron a combatir al Frelimo en su última guerra colonial; existía la posibilidad de que la chica no hubiera hecho nada desde el encarcelamiento de su padre, a la espera de ser útil en una situación como ésta: así se presentaba «limpia»; quería salir del país porque era necesario montar nuevas líneas de crecientes contactos para aprovechar plenamente las bases que ofrecería Samora Machel para la infiltración desde un Mozambique marxista, ahora establecido justo al otro lado de la frontera que solían cruzar los sudafricanos que a diferencia de ella tenían pasaporte, para comer langostinos y practicar la pesca con arpón. Se sabía con certeza que quienes compartían sus ideas siempre habían tenido vinculaciones con el Frelimo (por eso habían detenido a la Terblanche y a su hija la primera semana de mayo, dejando suelto al viejo para ver con quién se ponía en contacto). La reunión de miles de negros, africanos e indios en solidaridad con el Frelimo, celebrada en la Fuente de Currie, en Durban, sacó a la luz esta relación; el interrogatorio de la gente que había estado allí proveería nuevas pistas que sin duda remitirían a los viejos focos. En Tanzania estaba su hermanastro, a quien también vigilaban alguno de los que alistaban para su entrenamiento militar como Combatientes de la Libertad, que ya había sido reclutado y recibía su pequeño estipendio estuviera donde estuviese. El hecho de que no hubiera información de tratos con el hermanastro más allá de las dos cartas posteriores a la muerte de su padre y de que se supiera que no tenía el domicilio de ella después que se mudó al piso de la ciudad, no significaba que no estuviera preparado, por intermedio de un tercero, para establecer contacto con ella en cualquier lugar del extranjero, o para recibirla bajo otra identidad en Dar es Salaam. La hija de su padre: ésa era capaz de intentar cualquier cosa. Pero lo más inquietante era su actividad en el país, sugerida por el hecho de que intentaría salir y volver a entrar; no tenía la menor esperanza de conseguir lo que nunca le habían dado, lo que se le había negado de una vez por todas cuando intentó abandonar a sus padres para correr tras el hombre que amaba.