Segunda parte

Los sacerdotes cristianos no tienen derecho a hablar del Dios verdadero. —El dios de las Sagradas Escrituras. —Un dios con cuerpo humano. —Un dios con pasiones humanas. —Un dios jefe de ladrones y asesinos. —Igualdad del dios cristiano y de los dioses paganos. —Un dios que cambia de opinión. —Un dios que se aburre. —Un dios que hace y deshace contratos. —Un dios impotente. —Un dios injusto. —Un dios cruel. —Un dios malvado. —Igualdad del dios de la Iglesia con los hombres La torre de Babel. —Un dios que se asusta. —Prueba palpable de que no existe semejante dios. —La falta de patriotismo.

I

Vosotros, que os llamáis sacerdotes cristianos, pero que nada eso tenéis, y a quienes podemos aplicar las palabras de Jesucristo a los sacerdotes judíos: En vano honran, a Dios enseñando doctrinas y mandamientos de hombres (San Mateo, Capítulo XV, Vers. 9).

Vosotros, ministros de Roma, no calumniéis a nuestro Dios haciéndole pasar ante vuestras ignorantes víctimas como el dios de vuestras Escrituras, que es el dios único a quien tenéis derecho para nombrar; pero si no lo hacéis, comprendiendo que si lo hicieseis quedarían descubiertos vuestras imposturas y vuestros engaños, nosotros lo haremos.

Según vuestras Sagradas Escrituras, vuestro dios, no sólo tiene cuerpo, sino que tiene cuerpo humano, puesto que en ellas se dice que dios hizo a los hombres a su imagen y semejanza (página 127 de este libro, versículos 26 y 27); y si alguna duda os queda, mirad en el Cap. III del Génesis, Vers. 8, y veréis que vuestro dios se paseaba en el Paraíso: por consiguiente, cuando os dicen vuestros sacerdotes que su dios no tiene cuerpo, mienten, advirtiéndonos que aquí no se trata de Jesucristo, porque Cristo no nació hasta muchos miles de años después de que había hombres, y, por consiguiente, Dios.

Vemos, pues, que vuestro dios tiene cuerpo, y, por lo tanto, el mosaico que le representa en el centro de la cúpula de la Basílica de San Pedro de Roma, bajo la figura de un hombre con larga barba blanca, está conforme con las Sagradas Escrituras.

Vuestro dios, no sólo tiene cuerpo humano, sino que tiene todas las pasiones humanas, y así vemos que se complace; que habla de igual a igual con los hombres; que discute con ellos; que cambia de idea, según las razones que éstos le exponen o las súplicas que le hacen; que los pone a pruebas con objeto de averiguar si resistirán a ellas; que viendo no serle posible gobernarlos, se arrepiente de haberlos creado (Génesis, Cap. VI, versículo 7); que determina destruirlos y los destruye, no castigando sólo a los culpables, sino allegando justos y pecadores por medio de un diluvio; que a pesar de eso no los puede hacer mejores, y los abrasa con fuego llovido del cielo.

¿Queréis saber cuál es la justicia de ese dios que vuestros sacerdotes os dicen infinitamente justo?

Pues ese dios, con objeto de establecer a los hebreos, que andaban errantes y viviendo como salvajes o poco menos, y pudiendo muy bien colocarles en cualquier parte de la tierra sin hacer daño a nadie, ordena que invadan países habitados por gentes que ningún daño les habían hecho y que nada sabían de ellos ni de su dios.

Los israelitas se lanzan, pues, sobre aquellos pueblos, y por orden expresa del Padre Eterno, por orden terminante del dios de los cristianos, degüellan hombres, mujeres y niños por millones, con el solo objeto de apoderarse de sus tierras, como si no hubiera sitio para ellos en todo el mundo, que entonces se hallaba medio despoblado.

Vosotros, que estáis acostumbrados a oír alabar la infinita bondad de vuestro dios, no lo creeréis; pero mirad en el Deuteronomio, Cap. XX, y veréis lo siguiente:

16. De las ciudades de estos pueblos que el Señor Dios te da por heredad, no dejarás persona alguna con vida.

17. Empezarás por destruir a los Hetheos, a los Amorreos, a los Cannaneos, a los Pherezeos, a los Hebeos y a los Jebuseos, porque así lo manda el Señor, así lo manda tu Dios Jehová.

Vemos, pues aquí al dios Jehová mandar una crueldad y una injusticia espantosa, digna del dios Marte o del dios Moloc, o de cualquiera de los otros dioses sangrientos de los paganos, con lo cual queda probado que el dios de la Iglesia no vale más que ninguno de aquéllos, y, por lo tanto, es falso.

Del mismo modo, si se nos dice que Jehová ha cambiado de ideas desde que Jesús nació, diremos que ésa es la prueba más evidente de que no es Dios, porque Dios es Inmutable y no puede cambiar de opinión.

Por consiguiente, cada vez que desde el púlpito os dicen vuestros sacerdotes que Dios es Inmutable, confiesan así que sus Sagradas Escrituras son falsas y ellos unos impostores.

Vemos que al Padre Eterno, no siéndole posible hacerse obedecer de los hombres se aburre; vemos que entra en arreglos con ellos, que hace pactos, que los rompe, que hace otros nuevos, que los vuelve a romper, que pasa mil, es de años en perpetuas disputas con los hombres, que, igualmente, por miles de años no se ocupa de más hombres que del Pueblo de Israel, que eran media docena de millones, mientras que todos los cientos de millones de seres humanos que poblaban la tierra no sabían una palabra de ese dios Jehová, que ahora se quiere hacer pasar por único verdadero y que entonces no era más que uno de innumerables dioses.

Resultado: el dios de la Escritura es un dios impotente, que no puede hacer lo que quiere; es un dios voluble, que cambia continuamente de opinión; es un dios cruel y vengativo, que se vale de su poder para hacer sufrir a los hombres, pero no para hacerlos mejores; es un dios injusto, que se concreta a la nación Judía con exclusión de las otras, a las que sus protegidos roban y asesinan por su orden. Semejante dios no puede ser Dios, porque un dios así no es Dios, sino un hombre, y un hombre poseído de las peores pasiones de la humanidad.

Para acabar de igualar a ese dios con nosotros, la Iglesia le confirió el titulo de rey; y como los reyes tienen corte, se le formó una corte celestial. A los hombres les agrada la música; pues a ese dios se le proveyó de orquesta y coros angélicos. Los hombres doblan la rodilla ante sus reyes; pues a ese dios le agrada hagan lo mismo ante él, igualándole así al emperador de Alemania o al rey de España. Entre los hombres, el oro y las piedras preciosas es lo más rico que se conoce; pues a ese dios se le hizo un trono de oro y piedras preciosas, y se le sentó en él. Por último, los reyes humanos tienen enemigos; pues a ese dios se le proporcionó mío en el diablo, con quien ha tenido y tiene continua guerra.

Para no cansaros más acumulando pruebas sobre pruebas de que vuestro dios no es el que os pintan en el púlpito vuestros sacerdotes, concluiremos este capítulo diciéndoos de qué manera refiero el espíritu santo en las Escrituras el origen de la diversidad de idiomas.

En los tiempos en los que aquéllas se compusieron, creían los hombres, según ya os lo hemos dicho, que la atmósfera era una cúpula solida, creencia, no sólo posible, sino natural, por parecer eso lo cierto; y tan es así, que muchos hay que todavía se imaginan que tal cosa existe.

La Biblia nos cuenta que los hombres determinaron edificar una ciudad y una torre que llegase al cielo. Esto ya es más dudoso; porque los hombres, antes de empezar semejante trabajo, habrían tenido buen cuidado de subir a las montañas, con lo cual habrían notado que desde su cumbre, ni el cielo parecía estar más cerca, ni el sol, ni la luna, ni las estrellas parecían mayores, lo cual les haría suponer que la altura de la torre tenía que ser inmensa. Además, habrían empezado a fabricarla en la cima de algún monte, siendo así que, según la Biblia, fue en una llanura.

Se dirá que los hombres siempre han sido, y continúan siendo muy dueños de tener la menor cantidad posible de sentido común, y que acaso empezaron a construir su torre; pero que Dios, que sabía no existir tal bóveda de cristal, y que los hombres no iban a subir a ninguna parte con ella, sino que, llegados a cierta altura (suponiendo fuese posible fabricar hasta semejante elevación), el frío y la falta de aire respirable les harían dejar la obra, le tendría sin ningún cuidado la torre de Babel. Pues nada de eso. He aquí las palabras de la Escritura:

Génesis

CAPÍTULO XI

5. Y descendió Dios para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

6. Y dijo Dios: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un lenguaje, y han comenzado a obrar, y nada les retraerá ahora de lo que han pensado hacer.

7. Ahora, pues, descendamos y confundamos allí sus lenguas para que ninguno entienda el habla de su compañero.

Es decir, que el Padre Eterno tomó la cosa por lo serio, como si realmente existiese la bóveda celeste, y se alarmó, temiendo que los hombres iban a invadir el cielo.

Que en aquellos tiempos, en que los conocimientos astronómicos eran casi nulos, se escribiesen éstos y otros mil disparates de que están llenas las Escrituras, nada tiene de extraño.

Que los doctores de la Iglesia nos digan que la Biblia está compuesta por inspiración divina, y que, por consiguiente, lo que parecen disparates no son disparates debidos a la ignorancia o mala fe de los que lo escribieron, sino que la razón humana no puede comprenderlos, haciendo así comulgar a los creyentes con ruedas de molino, es muy natural, porque el día que sus fieles abran los ojos, tendrán los sabios doctores que cambiar el oficio de echar bendiciones por alguno otro de más trabajo y menos utilidad.

Que el pueblo ignorante, y muchos que no se consideran inclusos en esta clase, crean aquello, porque un reverendo y anciano obispo lo afirme con mucha gravedad, tampoco es raro; porque así como hay quien imagina que el que viste un uniforme militar adquiere con él el valor, del mismo modo la mayoría de las gentes está persuadida de que los hombres, al vestir el uniforme de la Iglesia, no sólo quedan libres de todos los vicios humanos, sino que adquieren una inteligencia sobrenatural para comprender lo que los demás no comprenden.

Que en religión, como en el resto de los asuntos de la vida humana, unos engañen a otros por propia conveniencia, se comprende; pero que personas que saben que los altos dignatarios de la Iglesia, empezando por los papas mismos, son los primeros en comprender las ridiculeces que, para mantener en pié sus engaños, tienen que decir en encíclicas y pastorales, ni más ni menos que los jefes de los partidos políticos son los primeros en reírse de las frases altisonantes de sus programas y discursos y de sus promesas de reformas que saben ser imposibles; que hombres ilustrados y de clara inteligencia, hombres al parecer independientes, a quienes nada de las patrañas de su religión se oculta, continúen prestando el apoyo de su nombre a un engaño manifiesto, ayudando a conservar su patria en la ignorancia, el atraso y hasta barbarie en que se halla, es lo que no podemos menos de calificar, no ya de hipocresía, ni de mala fe, sino de falta completa de una de las cualidades más salientes de todo verdadero español: El Patriotismo.