Igualdad de las Religiones. —El fraude está en las ceremonias del culto. —El Dios verdadero descrito por los sacerdotes cristianos. —El Dios verdadero no es el dios de las Escrituras. —Cómo los sacerdotes ponen al Dios verdadero en lugar del falso. —Ejemplo de la perfecta casada. —Cómo da Dios sus órdenes. —Todo culto que tiene templos y sacerdotes, es falso. —Los bandidos devotos. —Cómo los sacerdotes ligan la Moral verdadera a ceremonias mecánicas. —El influjo de educación. —Impotencia de la razón para sobreponerse de por sí a la superstición. —El verdadero y único progreso posible. —El mar de la superstición y el río de La Verdad.
De seguro suponéis que nosotros Jamás entramos en un templo; os equivocáis, porque pocos hombres han visitado, como lo hemos hecho nosotros, tantos y de tan diversas religiones. A nosotros nos gusta aprender, y una de las cosas que hemos estudiado ha sido las diferentes maneras cómo los sacerdotes de las varias religiones se valen del sentimiento de Dios, innato en el hombre, para engañarle y explotarle, haciéndole creer que a Dios se le adora con éstas o las otras ceremonias, porque la Religión no es más que una y verdadera, el engaño está en el culto, o sea en el modo de adorar.
Así, pues, muchas veces, al entrar en una Iglesia de las que, por mal nombre, se llaman cristianas, nos hemos encontrado con algún predicador a quien hemos oído decir que Dios es Todopoderoso e Infinito, que a nosotros nos es completamente imposible conocerle, que es un Ser Inmutable, etc., etc.
En este momento tenemos ante nosotros una obra escrita por el eminente obispo de Brechin, Forbes, de la que traducimos lo siguiente:
Siendo Dios incomprensible para nosotros, somos impotentes para definirle con expresión humana alguna que pueda calificar su naturaleza. Así, pues, como el hombre no puede tener idea de él sino de una manera imperfecta, las expresiones de El Ser Supremo, El Ser Infinito, El Ser Inmutable, etc., etc., no son más que palabras que nada significan en realidad.
Éste es el verdadero Dios, éste es el Dios nuestro, pero éste no es el Dios de las Sagradas Escrituras cristianas; por consiguiente, tanto el obispo Forbes como los predicadores cristianos que hablan así de su Dios, son unos descarados impostores y son los dignos compañeros de los sacerdotes paganos, quienes describían al dios Júpiter con todos los atributos del Dios verdadero, y, sin embargo, en sus Escrituras se veía que Júpiter era un dios, no con los atributos de la Omnipotencia, sino de la Humanidad; lo mismo precisamente que sucede con el Dios de la Santa Biblia.
Una de dos, señores doctores de la Iglesia: o reconocéis que no hay más Dios verdadero que el nuestro, o que lo es el de vuestras Escrituras.
Sí el vuestro es el verdadero, no engañéis a las gentes pintándoles a nuestro Dios como si fuese el suyo; y sí reconocéis que el nuestro es el único, entonces vuestras Escrituras son falsas, y vosotros unos embusteros y unos farsantes; y la prueba más evidente de que lo sois está en que jamás describís el Dios de vuestras Escrituras, porque sabéis que no hay tal Dios, porque en ellas veis que vuestro Dios no tiene nada de omnipotente, ni de infinito, sino que es un Dios tan material y humano como los dioses de las otras religiones y, por consiguiente, tan falso.
Os daremos un ejemplo, para mostraros este nuevo fraude de vuestros sacerdotes.
Suponeos que sois soltero, y que un amigo vuestro, casado, os alaba perpetuamente su mujer diciendo que tiene una esposa de tan claro sentido como razonable, lo cual os hace formar desde luego muy buena idea de ella; porque el ser racional que no hace uso de su razón, vuelve a quedar convertido en el ser irracional de donde proviene.
Que es inteligente, y, por lo tanto, capaz de poderse elevar al nivel de su marido, adquiriendo conocimientos que engrandezcan sus ideas, a las que la ignorancia ha impedido el desarrollo.
Que tiene bastante penetración para comprender que su esposo la quiere, y que si alguna vez es injusto y la hace sufrir, también él sufre, porque su felicidad está en verla feliz a ella.
Que haciendo, como hace, uso de la razón con la que Dios la dotó al elevarla en la escala de la perfección, no es fanática, sino que comprende cuál es la verdadera y única Religión de Jesucristo, y que no son las ceremonias, sino las buenas obras las que elevan nuestra alma a Dios, y que la mejor obra de una esposa es tratar de hacer feliz el hogar, de la que ella es el verdadero y único ángel custodio.
Que es económica sin ser avara, porque la avaricia es una pasión que empequeñece nuestro ser, haciéndonos incapaces de toda acción noble y generosa; porque al avariento le sucede lo que al leproso, que se avergüenza de sí mismo.
Que es amable y cariñosa, porque si en el hombre sienta bien la energía que le es propia, en la mujer, por el contrario, la dulzura es la que constituye su mayor encanto.
Que es cuidadosa madre, que es ordenada, que es pulcra en todo, que es, en fin, el modelo de las esposas, la que nuestra imaginación finge, la que en vano buscaríamos.
Figuraos que vuestro amigo os dice todo eso, concluyendo siempre por aseguraros que tiene una cuñada soltera que reúne las mismas condiciones.
Ante la pintura de tan completa felicidad, sentís deseos de conocer la esposa y la cuñada de vuestro amigo; pero es el caso que éste jamás os invita a que vayáis a verle, y, por consiguiente, os es imposible cumplir vuestro deseo.
Al fin, un día, tanto os aguijonea la curiosidad, que, so pretexto de algún asunto, os presentáis en su casa, y ¡oh desengaño!, la mujer de vuestro amigo es el reverso de la medalla de la que os pintaba.
No hay tal bondad ni tal cariño, sino un carácter irascible, díscolo y sostenido. Lo que entiende por religión es arrodillarse a los pies de un hombre a quien acaso descubre lo que debe quedar entre ella, su esposo y Dios. Su inteligencia y su razón están oscurecidas por mil supersticiones, de las que es imposible arrancarla, y que ahogan todos los impulsos nobles y generosos que Dios ha puesto en nuestro ser, y que para ella constituyen otros tantos pecados.
Que tanto ella como sus hijos andan sucios y descuidados; que la incuria, el desorden, la discordia reinan en aquella desdichada casa, a cuya infelicidad contribuye la cuñada, que es otro ser irracional como su hermana.
Entonces comprenderéis que vuestro amigo nunca os convidaba a que fueseis a verlo, porque descubriríais la verdad, y si os alababa su cuñada y su felicidad matrimonia, era con objeto de ver si os casaba con ella, librándose él de aquella plaga.
El amigo casado es la Iglesia; la esposa modelo que os pinta y que no es la suya, es el Dios verdadero que os pintan vuestros curas y que no es el suyo, porque el suyo es el de la Biblia.
La casa a la que nunca os convida, porque no quiere descubráis la verdad, es esa misma Biblia, o sean las Sagradas Escrituras que vuestros sacerdotes no quieren leáis. La visita que hacéis a vuestro amigo y que os muestra el engaño, es la lectura de la Biblia, por la que veis que vuestro dios no es el que os dicen; y el interés que tenía el amigo en mentir con objeto de endosaros su cuñada, es el interés que tienen todos los sacerdotes en engañaros, porque de lo contrario se verían obligados a buscar otra manera menos cómoda de ganarse la vida.
Este fraude no es especial en vuestros curas; ya os hemos dicho que los paganos hacían lo mismo, describiendo sus dioses con todos los atributos de la omnipotencia. Del mismo modo hacen los ministros de todas las diferentes religiones que hoy practican los hombres.
En más de una ocasión nos hemos acercado a esos ministros, y les hemos dicho: «Nos alegramos que adoréis a Dios Omnipotente; pero decidnos: ¿por qué a Dios le ha de ser agradable el que vengan los hombres a este edificio a practicar ceremonias?, cuando sin necesidad de ellas pueden cumplir con el mandamiento único de No hagas daño a tu prójimo», mandamiento que todas las religiones tienen sin excepción. A esto siempre nos han contestado que su Dios así lo ordena en libros divinos; y cada vez que hemos examinado esos libros, hemos encontrado lo mismo que encontramos en la Biblia, un Dios humano; y así tiene necesariamente que ser, desde el momento que ese Dios se vale de procedimientos humanos, como el de prescribir ceremonias por escrito, ceremonias de que los hombres no sabrían una palabra sí no se las enseñasen otros hombres, no usando su pretendida omnipotencia y demostrado así no ser Todopoderoso; o sí lo es y, pudiendo, no quiere hacerse entender de todos enseñándoles el verdadero modo de adorarle, es un Dios injusto que castiga a hombres a quienes les es completamente imposible conocerle. (De esto mismo os hablamos al demostraros que la omnipotencia y el Infierno no son compatibles).
¿Ha escrito Dios en algún libro que los hombres tendrían frío y calor? ¿Ha sido necesario el que algún sacerdote os informase de que sentiríais alegría y tristeza para alegraros y entristeceros?
Pues así como Dios no ha necesitado de libros ni de sacerdotes, usando de su omnipotencia para haceros sentir el frío o calor, alegría o tristeza, del mismo modo, si alguna de las mil ceremonias de las diversas religiones de los hombres fuese ordenada por Dios, no sólo la ejecutaríamos todos, sino que nos sería completamente imposible dejar de cumplirla.
De aquí resulta el siguiente axioma: Todas las ceremonias de todas las religiones y todos los libros dichos divinos son obra de hombres y, por consiguiente, no tienen más fuerza que cualquiera otra ley humana.
La prueba de que los Mandamientos de la Iglesia y Roma son embrutecedores, haciendo perder a la conciencia humana la verdadera noción del bien y del mal, la tenemos en el hecho, común en Italia, y del que también en España ha habido ejemplos: el de bandoleros católicos fervientes que no podían pasar ante una cruz sin descubrirse y rezar un padrenuestro por el alma del que acaso ellos mismos habían asesinado. Aquellos hombres detenían en el camino a los curas y frailes para confesarse a ellos, y si alguno se atrevía a negarles su absolución, la arrancaban amenazándoles con la muerte, quedando después su conciencia tan tranquila como si toda su vida la hubiesen pasado haciendo buenas obras.
Nosotros hemos conocido cien casos de esposas que faltaban a la fidelidad conyugal, a quienes esto preocupaba mucho menos que el dejar de oír misa el día de fiesta, o comer carne cuando debían comer pescado.
Ligando, pues, hábilmente la idea del verdadero Dios y de la verdadera Moral a ceremonias mecánicas, como son los mandamientos de Roma, les es imposible separar lo verdadero de lo falso, no ya a mujeres ni a gente ignorante, sino a hombres verdaderamente ilustrados y de buena inteligencia.
A tal punto es esto cierto, que podemos citar el caso de no de esos hombree entendidos que conocía todos los fraudes de las Escrituras tan bien y aún mejor que nosotros, que estaba, por lo tanto, plenamente convencido del engaño del que católicos y protestantes eran víctimas, y, sin embargo, le era imposible prescindir de continuar tomando por divinos actos que él sabía ser falsos; y así que, a pesar de estar persuadido de que la misa era una ceremonia inventada para imponer en la imaginación del ignorante por medio del misterio, iba a oiría. Del mismo modo, sabiendo perfectamente que la hostia no era más que un pedazo de oblea sin divinidad alguna, comulgaba. Igualmente, comprendiendo que el derecho que pretenden tener los sacerdotes católicos de absolver y condenar, era un fraude inventado para dominar en las conciencias, sirviéndose la Iglesia de aquel conocimiento para su propia utilidad, se confesaba.
¿Cuál es el motivo de esta aberración de la inteligencia? LA EDUCACIÓN.
Es que habéis nacido, os habéis criado, habéis crecido y vivís rodeado continuamente de esas ceremonias, y os es imposible comprender que llevar vuestra mano de la frente al estómago y del hombro izquierdo al derecho, haciendo una imaginaria cruz en vuestro cuerpo, no tiene nada de divino; os es imposible comprender que decir y repetir palabras que habéis aprendido de memoria, no tiene nada absolutamente que ver con adorar a Dios. A tal extremo la educación os hace tomar por divinos actos ridículos, que os es necesario una organización esencialmente razonadora y razonable para que podáis sobreponeros por completo a esos actos supersticiosos.
Por eso es que, cuando alguno de nuestros compatriotas nos asegura ser de nuestras mismas opiniones, y a pesar de que vemos se halla tan enterado como nosotros mismos de todos los engaños de la Iglesia, por eso es que le preguntamos si ha vivido algún tiempo en país de distinta religión, porque sabemos que si no ha visto a los hombres dirigirse a su dios más que con las ceremonias de la Iglesia Romana, encontrará siempre en ellas algo de divino, y en las que oye de otras algo de ridículo, así como por más que le digamos que, para un turco, el descubrirse, no sólo es un acto impolítico, sino indecente, le parecerá eso un disparate, acostumbrado como está a ver en aquello una prueba de cortesía y de buena educación.
Por eso es que, cada vez que ve alzar al sacerdote en la misa, se siente conmovido y baja la frente, olvidando en aquel momento la razón y creyendo verse ante su dios. Por eso es que a la hora de su muerte no nos extraña verle confesar y comulgar como el más creyente romano; pero en aquellos momentos supremos no se dirige al dios de las Escrituras, sino al Dios verdadero, al Dios nuestro, y la educación y la costumbre son las que le hacen imaginarse que la mejor manera de hacerlo es por medio de aquellos actos, porque no ha visto morir a otros llenos de fe en ceremonias totalmente distintas, o sin más ritos que la presencia de su familia y sus amigos.
Por eso nosotros, cuando entramos en una iglesia, sabemos que los que allí están arrodillados no, adoran al Dios humano, al Dios Jehová de la Biblia sino a nuestro Dios.
Por eso nosotros entramos con respeto en las iglesias, no porque las consideremos edificios sagrados; antes al contrario; la casa de cualquier hombre honrado, es mil veces más respetable porque en ella no se engaña a nuestros semejantes como se les engaña en los templos, ni hay infamias como las del confesionario; entramos con respeto porque vemos allí a los hombres elevando su alma, no al Dios de la Iglesia romana, sino al nuestro, al verdadero; porque muchas veces, entre cientos de seres humanos allí reunidos, no hay más que un incrédulo, no hay más que un impío, no hay más que un hipócrita: EL SACERDOTE.
Para sobreponerse a las supersticiones de los diversos cultos es necesario haber vivido por muchos años en países de religiones diversas, es preciso haber pisado muchos templos de diferentes religiones, es indispensable haber visto practicar a los hombres, con la fe más ferviente, las ceremonias más opuestas; y sólo entonces es cuando podéis ver pasar ante vosotros lo mismo la hostia consagrada de los católicos como el estandarte divino y milagroso del profeta de los mahometanos, sin que sintáis más emoción que la tristeza de ver cuan atrasada se encuentra la Humanidad en el verdadero culto del verdadero Dios.
Por eso no nos hacemos la ilusión de convertiros con este libro a la religión verdadera; pero sí esperamos que, usando en lo posible de vuestra inteligencia, y ya que no podáis arrojar lejos de vosotros la superstición, enseñéis a vuestros hijos; que no hacer daño de ninguna clase es mejor que todos los catecismos; no les obliguéis a repetir palabras y rezos, convirtiéndolos en loros humanos; en su lugar, explicadles los Mandamientos de Jesucristo. No les enseñéis santos ni vírgenes, ni les contéis imaginarios milagros, sino enseñadles los milagros de la Naturaleza y explicadles lo que es el Universo sin fin, porque el que no le conoce, nunca podrá saber lo que quiere decir la palabra Dios.
De este modo, haciendo dar a vuestros hijos un paso en el camino de la verdad, ellos harán dar otro a vuestros nietos; porque, así como la Naturaleza estuvo millones de siglos para transformamos en lo que somos, del mismo modo a los pueblos no se les puede educar en una generación ni en dos. El verdadero progreso es lento; pero, en cambio, no retrocede.
De la mala, de la falsa educación que se os da, proviene todo esto. De que a vuestro sentimiento religioso se le dirige ciertamente por el canal del verdadero Dios, pero es para hacerlo desembocar en el mar tempestuoso de la superstición, lleno de los mil escollos de sus incomprensibles misterios, y en el que, temiendo vais a naufragar y a ser devorados por los monstruos imaginarios del infierno y los demonios, no es queda más recurso que valeros del auxilio de los pilotos, de vuestros sacerdotes, en cuyo poder os entregáis. El mar tempestuoso son los diversos cultos; los buques en que están embarcados los hombres y de que les es imposible salir, son la fe ciega que cada creyente tiene en sus ceremonias.
En la religión verdadera también nosotros nos embarcamos, pero nuestra barquilla se llama «La Razón»; también nosotros la dirigimos por el canal que vosotros, por el del Dios verdadero, pero no desembocamos en el mar de la superstición, sino en el río de aguas puras y cristalinas de «La Verdad», en el que, dejándonos llevar por la corriente del estudio y la reflexión, vamos descubriendo los nuevos paisajes de nuevos acontecimientos que nos aproximan más y más al Todopoderoso Dios.