Primera parte

El árbol simbólico de la ciencia. —El objeto de Moisés con esta fábula. —Leed y vuestros ojos serán abiertos. —Los hombres que escribieron la Biblia. —El evangelio de San Mateo y sus contradicciones. —El objeto de ellas. —La imagen que lloraba. —La sangre de San Genaro. —Los oráculos paganos. —Los milagros de todas las religiones. —La mala fe de la Biblia hecha patente.

I

Leed estos capítulos tan atentamente como os sea posible; leedlos, no una, sino mil veces, y la venda de la fe caerá de vuestros ojos, y por primera vez en vuestra vida veréis y comprenderéis el único y verdadero misterio de vuestra religión.

En las Sagradas Escrituras nos cuenta Moisés que en el huerto de Edén, o sea el Paraíso, en el que su Dios Jehová colocó a Adán y Eva, había un árbol llamado EL ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL, al cual su dios les prohibió tocasen, asegurándoles que el día que lo hicieran morirían (Génesis, Cap. II, versículo 17).

A pesar de eso comieron de él, y por su desobediencia es que los hombres mueren y tienen que ganar el pan con el sudor de su rostro (Génesis, Cap. III, versículo 19). Si Adán y Eva no hubiesen desobedecido, seríamos inmortales, y la tierra produciría todo sin necesidad de que nosotros la labrásemos.

El objeto que Moisés se propuso con esta fábula, es doble.

Primero, el que los hebreos no pudieran hacer responsable a su dios por lo mal que ellos, lo mismo que todos nosotros, lo pasamos en este mundo, arguyendo que la culpa la tenemos nosotros mismos; porque si Adán y Eva no hubiesen pecado, todos seriamos felices.

De esto se sirven los doctores de la Iglesia para decir que, como Dios no puede hacer nada que no sea perfecto, hizo perfectos a los primeros hombres, y ellos mismos, por su desobediencia, se hicieron infelices.

A los sabios doctores se les olvida explicarnos, siempre que hablan de esto, cómo, si los primeros hombres eran perfectos, pudieron desobedecer a su dios.

El segundo objeto que con este cuento se propuso Moisés, fue el poder asegurar a los israelitas que, así como su dios no quiso que los hombres comiesen del Árbol de la Ciencia, de la misma manera no debían ellos querer averiguar en qué se apoyaba para decir que la religión que había fundado era divina; añadiendo que si Jehová castigó a los hombres por su curiosidad de entonces, del mismo modo les castigaría si no cerraban los ojos y admitían como cierto todo cuanto él les ordenaba.

¿Por qué no quería Moisés que los israelitas se enterasen de su religión?

Porque el día que aquello sucediese sabrían todos tanto como él mismo, y verían que ni había tal dios Jehová, ni tales milagros.

En el mismo caso nos hallamos hoy.

El Árbol de la Ciencia es hoy, lo mismo que entonces, La Biblia. El Moisés moderno son los doctores de la Iglesia, y la causa por la que tan poco les gusta leamos la Biblia, es porque sabríamos tanto como ellos, y, por consiguiente, veríamos que su religión es falsa.

Moisés dijo que todo el que se ocupara en analizar la religión sería castigado con la muerte; pero los doctores de la Iglesia no se han contentado con eso, sino que han inventado el infierno para amenazar con él a los curiosos, y, mientras pudieron, empezaron los tormentos desde aquí quemándolos vivos.

Pues bien; nosotros, que no somos la serpiente astuta de que habla Moisés en Génesis, Cap. III, Vers. 1), os vamos a hacer comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, repitiéndoos las propias palabras que el escritor de esta parte de la Biblia pone en boca de la serpiente:

No moriréis. Mas Jehová sabe que el día que comiereis del Árbol de la Ciencia, serán abiertos vuestros ojos y seréis como dioses, sabiendo el bien y el mal. (Génesis, Cap. III, versículos 4 y 5).

O lo que es lo mismo:

«No iréis al infierno. Mas saben los doctores de la Iglesia que el día que conozcáis lo que son sus Sagradas Escrituras, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como ellos, y sabréis que su religión es falsa».

Como los doctores de la Iglesia han trasformado la culebra de Moisés en el diablo, ninguna dificultad encontrarán en convertirnos a nosotros en Satanás. Lo único que sentimos, sin embargo, es que no sea cierto, y que no existan los infiernos, para poder tener el gusto de darles alojamiento y luz gratis.

II

Es evidente que la Biblia no ha sido escrita por Dios, ni por inspiración divina; porque aparte de los desatinos científicos de que está llena, debidos a la ignorancia de sus autores en astronomía, si fuese la palabra de Dios, no solo estaría todo tan claro que bastaría leerla para comprenderla, sino que, siendo obra de Dios, que es la claridad y la verdad misma, seria imposible toda duda acerca de lo que Dios dijese en ella.

En vez de eso, vemos que muchas partes están escritas de tal modo, que es imposible pueda nadie demostrar lo que aquellos pasajes quieren decir. Igualmente encontramos una multitud de cuentos por estilo del que acabamos de citar del Árbol de la Ciencia, algunos de ellos tan ridículos, que parecen escritos por gente boba; pero os lleváis un solemne chasco si os figuráis que eran bobos los que escribieron la Biblia, del mismo modo que cometeríais un grandísimo error si os imagináseis que ha habido ni hay un verdadero doctor de la Iglesia que haya tenido, ni tenga polo de tonto.

Las Sagradas Escrituras de la religión cristiana, así como las Sagradas Escrituras de la religión mahometana, así como las Sagradas Escrituras de la religión de Brahama, así como las Sagitadas Escrituras de la religión de Buda, así como las Sagradas Escrituras de la religión pagana, que era la de los españoles antes del cristianismo, así como todas las Sagradas Escrituras de todas las religiones antiguas y modernas, han sido escritas, NO POR BOBOS, SINO POR PILLOS.

Entre esos doctores de la Iglesia de los que tanto nos burlamos, ha habido inteligencias clarísimas, hombres de gran talento, que se sirvieron deesa superioridad para engañar a los demás. Unos, porque de buena fe creyeron que, amenazando a los hombres con el infierno y obligándolos a ejecutar tales o cuáles ceremonias, conseguirían hacerlos mejores; y otros, los más, para conservarlos en la ignorancia y dominarlos por la superstición.

Abrid la Biblia, examinad los evangelios, y veréis que se contradicen unos a otros.

Esto, nos diréis, no prueba mala fe, sino que, siendo los cuatro evangelistas cuatro personas distintas, y no estando inspiradas por ningún espíritu santo, cada uno ha creído decir la verdad contradiciendo de buena fe a los demás.

A eso os contestaremos que los evangelistas, no sólo se contradicen unos a otros, sino que se contradicen a sí mismos; es decir, que lo que en el capitulo tal del evangelio de San Juan, por ejemplo, dice ser verdad, en otro capítulo del mismo evangelio dice ser mentira. De aquí resulta, o que cada evangelio ha sido escrito por varias personas, o que el mismo evangelista se ha contradicho a propósito.

En uno y otro caso, la Iglesia, al examinar el evangelio, ha visto sus contradicciones, y desde el momento que le ha aceptado por verdadero, ha obrado de mala fe; porque si en un punto se dice y en otro no, claro está que una de las dos cosas son mentira; y el decir que Dios dice mentiras, pues a eso equivale declarar divinos los evangelios, no os ya un desatino hijo de la ignorancia, como los desatinos de Moisés, sino el colmo de la desfachatez y la impostura.

¿Creéis que exageramos? Pues vamos a examinar un rato el evangelio favorito de la Iglesia Romana, aquél en el que el papa pretende fundar su superioridad por medio de los versículos que copiamos en la página 314 de este libro, el evangelio único que refiere el cuento de los magos y el imaginario degüello de los inocentes; el evangelio, en fin, de San Mateo. Y por vía de muestra, os haremos ver medía docena de contradicciones.

En dicho evangelio se cuenta que Jesús, al empezar su predicación, cuando tenía treinta años, se presentó a Juan el Bautista, que también predicaba, con objeto de ser bautizado por él.

En el momento de efectuarse el acto del bautismo, nos asegura el evangelio que tuvo lugar el prodigio siguiente: Y he aquí una vez de los cielos que decía: Éste es mi hijo amado, en el que estoy muy complacido. (Cap. III, Vers. 17). (San Marcos, en su evangelio, no le pareció bastante la voz, y nos informa de que, se abrió el cielo y bajó de él una paloma).

Después de este milagro, quedareis convencido de que Juan sabría ya perfectamente a qué atenerse respecto de Jesús, y de que éste era el Mesías prometido y el hijo de Dios. Pues, nada de eso; porque poco tiempo después, al saber Juan que también Jesús hacia milagros, le enviá dos discípulos suyos (de Juan) para preguntarle: ¿Eres tú aquél que ha de venir, o esperamos a otro? (Cap. XI, Vers, 3). De lo que resulta que San Mateo, al escribir el Capitulo XI, se había olvidado de lo que ya tenía escrito en el Capítulo III.

¿Creéis que esta contradicción no la notaron los doctores de la Iglesia al declarar divino el evangelio de San Mateo? Pues, no sólo la notaron, sino que está hecha expresamente, de la misma manera que en cíen partes de los evangelios se llama a Jesús; Dios, Verbo, Hijo de Dios y Dios mismo, y en otras cien partes se le llama Hijo de David, Hijo del hombre, Profeta, Varón, Hombre, etc.

¿Qué objeto se llevó la Iglesia en poner estas contradicciones?

El objeto de que si mañana queda patente ante todos que Jesús no era Dios, podrán los doctores decir que es verdad que no lo era, y que así consta en los evangelios, y que ellos, y no las Escrituras, fueron los que se equivocaron.

Mirad el Capítulo VI, versículos 16 y 17, y veréis dice: Cuando ayunes no hagas como los hipócritas, que no se lavan para que todos vean que ayunan, más tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro.

Claro está, decís, Jesús era partidario de que se debía guardar el ayuno, y que él y sus discípulos le practicarían para dar ejemplo. Pues ahora veréis lo que el mismo evangelio de San Mateo dice (Cap. IX, Vers. 14): Entonces los discípulos de Juan vienen a Jesús, diciendo: ¿Por qué nosotros los Fariseos ayudamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? A lo cual Jesús contestó; que no ayunaban porque estaban con el esposo, porque nadie echa, remiendo de paño nuevo en traje viejo, porque nadie echa vino nuevo en cueros viejos, y otra porción de cosas que parecen tonterías, pero que todas tienen su objeto; porque en la Biblia, cada palabra escrita ha, sido medida, y pesada por hombres de tan mala fe como listos; pero esto en nada cambia el hecho de que, mientras en un sitio Jesús recomienda el ayuno, en otros vemos que sus propios discípulos no ayunaban, lo cual parece indicar que desaprobaba aquella práctica.

¡Cómo!, diréis, ¿y los cuarenta días seguidos que ayunó, y sobre lo que la Iglesia Romana ha fundado la cuaresma, la cual no es permitido a nadie quebrantar, a menos de pagar por ello?

No tengáis cuidado, que la Santa Madre no se olvida de nada; y si no, mirad en el mismo evangelio (Cap. IV, Vers. 2) que dice: Y habiendo ayunado (Jesús) cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre.

Esta última particularidad de que tuvo hambre, es sumamente notable; porque, una de dos: o ayunó como hombre, en cuyo caso no habría tenido hambre porque se habría muerto antes, o ayunó como Dios, y entonces lo mismo podía haber tenido hambre al cabo de cuarenta días como de cuarenta años; de lo que resulta claro que tuvo hambre porque quiso tenerla[22]. Se dirá, y con razón, que éstas son cosas de San Mateo; pero estas cosas servirán para que mañana, si a la Iglesia le es imposible continuar haciendo obligatorio el ayuno, como hoy le es imposible hacer obligatorios los diezmos, podrá suprimir este mandamiento, apoyándose en que los apóstoles mismos no ayunaban: y ahora os mostraremos, cómo muchas cosas que parecen tonterías, no tienen nada de eso.

El día que ese caso llegue, podrán decir que, así como Jesús tuvo hambre después de cuarenta días de ayuno, del mismo modo la Iglesia, que es la representación de Jesús, tendrá hambre, o lo que es lo mismo, dará por terminado el ayuno, pudiendo hacerlo por su propia voluntad, porque también Jesús tuvo hambre y dio por terminado su ayuno por su propia voluntad.

¿Qué tal? ¿Os parece ahora que los escritores de la Biblia escribían tonterías por escribir?

En el Cap. XIII vemos decir a Jesús: que predica en parábolas para que los que le escuchan no vean sus ojos, ni oigan sus oídos, ni entienda su corazón, y no puedan así entender, ni convertirse, ni salvarse (Versículo 15), lo cual, de ser cierto, resultaría ser Jesucristo un malvado que les predicaba intencionalmente de modo que no le entendiesen, para poderlos así echar al infierno.

¿Por qué se ha calumniado de tal manera al bondadoso Jesús?

Porque como la Iglesia comprendía no serle posible convertir a sus creencias más que una parte de los hombres, y con objeto de tener una buena disculpa, puso estas palabras en boca de Jesús, pudiendo así decir que su dios no quiere convertirlos.

Por esa misma razón vemos, Cap. X, Versículos 5 y 6, que Jesús ordena a sus discípulos no conviertan a los Gentiles, sino a los del pueblo de Israel; y en el Capitulo XV, Vers. 24, se le hace decir: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa, de Israel.

En el Cap. XI, Vers. 30, dice Jesús: Mi yugo es fácil, y ligera mi carga; y en el capitulo X, Vers. 35, se expresa de este modo: porque he venido a hacer disensión, del hombre contra su padre y de la hija contra su madre; con lo cual contradice el que su yugo sea fácil, puesto que requiere tales sacrificios; pero a los sabios doctores les importa poco presentar a Jesús como un ser injusto y cruel.

De este versículo, como de otros muchos más por el estilo, se sirven los curas para sostener a las desdichadas hijas que se hacen monjas contra la voluntad de sus padres, o para obligar a las casadas a cumplir con los mandamientos de la Iglesia Romana, aunque sea contra la expresa voluntad de sus esposos, dando lugar a la desunión en los matrimonios.

En el citado evangelio de San Mateo se dice que, habiendo sido Jesús acusado de falso cristo y falso profeta, y de que hacia milagros por intervención de Satanás, contestó que tal cosa no era posible con estas razones (Cap. XII, Vers. 26): Y si Satanás echa fuera a Satanás contra si mismo, está dividido: ¿cómo, pues, permanecerá su reino?, con lo cual quedáis convencidos que no es posible hacer milagros más que por intervención de Dios; pero esperad un poco que Jesucristo mismo se va a encargar de contestaros con estas palabras. En el Cap. VII, Vers. 22, dice: que sin creer en él se puede profetizar y lanzar demonios; y en el Cap. XXIV, Vers. 24, lo confirma diciendo que se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes prodigios, con lo cual no sabéis a qué carta quedaros; pero los doctores de la Iglesia lo saben perfectamente, como vais a ver.

Quieren convencer a alguien de que sus milagros no son por intervención del diablo y os enseñan las palabras de Jesús, en que dice que no se pueden hacer milagros en nombre de Satanás; pero les habláis de los milagros de las otras religiones, y no dicen de ninguna manera que son fraudes arreglados por sus sacerdotes; porque si tal dijesen, podría suponerse que sus propios milagros se arreglaban del mismo modo, sino que os citan las palabras de Jesús, de que falsos cristos y falsos profetas pueden hacer prodigios; y de esta manera, con las propias palabras de Jesús, contestan ambas partes.

A propósito de milagros, os referiremos lo ocurrido en Nápoles a fines del siglo pasado, cuando las tropas de la primera República Francesa entraron en aquella ciudad.

Existía en una iglesia la imagen milagrosa de una virgen que solía llorar, y habiendo visto este prodigio muchos oficiales y soldados franceses, el jefe, que no era tonto, con objeto de mostrar a todos que aquello era una farsa, hizo trasladar la imagen al cuartel general, y examinada que fue, resultó tener en la cabeza un hueco, en el que se colocaba una esponja mojada, la cual era oprimida poco a poco por una máquina por estilo de la de un reloj, a la que se daba cuerda. El aparato, estrujando paulatinamente la esponja, hacia salir el agua en forma de lágrimas por unos pequeños agujeros, y realmente parecía que la imagen lloraba.

A los reverendos Padres no les gustó la curiosidad del General, y cuando llegó la época del milagro anual de la liquefacción de la sangre de San Genaro, resultó que la sangre, que se conserva en un fraseo de cristal, no quería liquidarse, osea ponerse roja y trasparente, continuando negra y opaca.

Esto dio lugar a tal excitación entre el pueblo napolitano, que llegó a temerse un levantamiento contra los franceses, pues los curas hicieron correr la voz de que dios no quería hacer el milagro por causa de ellos.

El General, quien, como ya hemos dicho, sabía perfectamente a qué atenerse acerca de los milagros, mandó por los curas de la iglesia de San Genaro, y les informó de que, si al día siguiente no se ejecutaba el milagro, serian juzgados todos ellos por un consejo de guerra como gente que trataba de promover una sublevación contra las tropas francesas. Excusamos añadir que al siguiente día la sangre se puso tan roja y trasparente como si los franceses se hallasen a mil leguas.

Este milagro continúa haciéndose todos los años. Los curas explican lo sucedido con los franceses diciendo que dios se compadeció de los sacerdotes de San Genaro, y con objeto de que no les ocurriese ningún daño, ejecutó el milagro. En Madrid se hace un milagro igual con la sangre de San Pantaleón.

Los paganos hacían muchos milagros. Entre ellos tenían el de los oráculos, o sea imágenes a las que se hacían preguntas acerca del porvenir, que contestaban con frases ambiguas y capaces de varios significados, lo mismo que vemos en la Biblia hacían los profetas.

Los sacerdotes cristianos explican esto diciendo que el diablo era el que contestaba, pero el verdadero diablo era el siguiente:

En las ruinas de Pompeya, en uno de los antiguos templos paganos, hemos visto nosotros uno de esos oráculos, que era una estatua apoyada a la pared, la cual tenía un tubo que, partiendo de la boca de la imagen, que estaba entreabierta, pasaba al través de la cabeza y la pared, saliendo del lado opuesto. El sacerdote, oculto del otro lado, contestaba a las preguntas que se dirigían al oráculo.

La ilusión era completa, pareciendo que la imagen hablaba; y como la voz al pasar por el tubo tomaba una entonación extraordinaria, y la estatua no movía sus labios, producía en aquella gente el efecto de una cosa sobrenatural.

En algunos templos estas imágenes se encontraban aisladas, no tocando en pared alguna. Entonces el tubo pasaba por dentro del cuerpo y por una de las piernas, después seguía por el pedestal hasta el suelo, y por debajo del suelo hasta el sitio en el que se ocultaban los sacerdotes, pues siempre eran varios, para arreglar entre todos la respuesta que debían dar al que preguntaba.

Además, tenían en la pared agujeros por los que podían ver y oír sin ser ellos vistos, exigiendo que los que preguntasen lo hicieran a voces.

Por miles de años los sacerdotes paganos practicaron este fraude sin ser descubiertos, y hombres notables hacían viajes expresamente para consultar algún oráculo.

El más famoso de todos era el de Delfos.

Entre los mahometanos, hay muchas tumbas que hacen milagros. Del mismo modo en la India, y sobre todo en China, hay una gran cantidad de imágenes milagrosas.

Estos fraudes, pues, no son exclusivos de la Iglesia Romana y de sus Santos, sino que en todas las religiones los hay. En el clero protestante está prohibido el hacer milagros.

En el mismo evangelio de San Mateo vemos a Jesús hacer milagros a puñados, y, sin embargo, habiendo ido por dos diferentes veces los doctores de la Iglesia Judía a pedirle hiciese algún milagro delante de ellos, aquél se negó redondamente, contestando: señal no les será dada, (Cap. XII, versículo 39 y Cap. XVI, versículo 4).

De esto se sirven los doctores para no hacer milagro alguno delante de personas que, como nosotros, no comulgan cou ruedas de molino, alegando que Jesús mismo rehusó hacerlos; lo cual sólo probaría el que Jesús no podía hacer milagros; de lo contrario, habría convertido a los doctores judíos haciendo alguno delante de ellos.

Ademas de que, si como la Iglesia asegura, Jesús no los hizo porque los sacerdotes judíos no tenían fe, contestaremos que, si no la tenían, era precisamente porque veían que Jesús no hacia milagro alguno delante de ellos; porque creer que una persona sea un individuo extraordinario nada más que porque ella lo diga, es no tener sentido común.

Los escritores del evangelio tuvieron cuidado de contradecir la negativa de Jesús a convertir gente y a hacer milagros, poniendo en su boca estas otras palabras: No he tenido a llamar justos, sino pecadores. (Cap. IX, Vers. 13).

Estas contradicciones, de las que podemos citar cincuenta más, son sacadas todas del solo evangelio de San Mateo. En cualquiera de los otros tres sucede lo mismo. En todos se trae y lleva a Jesucristo como palillo de barquillero, haciéndole decir y hacer las cosas más opuestas.

ASÍ ESTÁ ESCRITA TODA LA BIBLIA.