Doble prueba de que Jesús no era Dios. —El cruel Jehova y el bondadoso Jesús. —El infierno del fuego. —El infernus de los paganos. —La Gehenna. —El Jinnom. —Que es el Jinnom o Hinnom. —El dios Moloc de los Jebuseos, y sus ritos. —Jebus, el nombre de Jerusalen. —Isaías y el rey Asur. —Qué es lo que se ha traducido por infernus o sea el infierno. —El infierno es incompatible con la Omnipotencia. —EL poder humano y el Poder Divino. —Las Iglesias protestantes y el infierno. —El dios infinitamente justo de la Iglesia Romana.
Hemos probado, por medio de las falsedades y desatinos del Antiguo Testamento, que éste no ha sido escrito por Dios, y, por lo tanto, Jesús, que se apoyaba en él, no podía ser Dios.
Hecho esto, hemos tomado el Nuevo Testamento, y con él en la mano hemos probado, por medio de sus mil contradicciones y evidentes mentiras, que tampoco esta parte de la Biblia puede ser divina, y que Jesucristo era un hombre, admirable sin duda, pero nada más que un hombre.
Bastaría, pues, esta prueba para que no nos ocupásemos de las palabras que los escritores del Nuevo Testamento ponen en boca de Jesús acerca del infierno, y por las que resultaría aquel hombre, que fue la bondad y la dulzura personificadas inventor de esa fábula.
Ésta es una de las maneras de demostrar que no hay tal infierno; pero no obstante, os lo probaremos de este otro modo.
Demos por sentado que no habéis leído nada de lo que llevamos escrito en este libro, y que continuáis creyendo que Jehová, el dios de los judíos, es realmente Dios, y que Jesucristo fue ese mismo Dios que se hizo hombre, según lo afirma vuestra Iglesia. Imaginaos igualmente que no sabéis nada de la Biblia, y que no habéis jamas oído hablar del infierno cristiano, y, por lo tanto, ignoráis que tal sitio exista.
Tomáis, pues, por primera vez en vuestras manos las Sagradas Escrituras, traducidas al castellano y anotadas por el P. Scío, abrís el primer tomo y empezáis a leer.
Según vais leyendo, encontráis que Dios es un ser terrible que ahoga la humanidad entera con el diluvio; que hace llover, no agua, sino fuego, sobre Sodoma y Gomorra, abrasando aquellas ciudades con todos sus habitantes; que tira peñascos desde el ciclo, aplastando a la gente; que hace morir millares de personas por medio de plagas horribles; que ordena el degüello de pueblos enteros, hombres, mujeres y niños, y otras mil crueldades por el estilo.
Dios, en fin, gobierna por medio del terror, la matanza y el exterminio. Dios es un individuo sanguinario que se goza en llevarlo todo a sangre y fuego.
De este modo resulta ser Dios en el Antiguo Testamento, o sea durante una porción de miles de años.
Seguís la lectura de la Biblia y llegáis al Nuevo Testamento, que empieza con el evangelio de San Mateo.
Allí os encontráis que vuestro Dios parece ser otro, que ya no se llama Jehová, sino Jesús. A tal punto vuestro Dios ha cambiado, que lejos de sacrificar a nadie, ha venido a este mundo bajo forma de hombre para que vosotros le sacrifiquéis, lo cual es pasar de un extremo a otro; pero diréis que más vale pecar de bondadoso que de cruel, además de que, haciendo Dios aquello por su propia voluntad, claro está que tendrá gusto en ello.
Al ver este cambio tan agradable y consolador, respiráis y decís: Vaya enhorabuena; esto se parece más a la idea que yo tenía de Dios, según lo bueno que el señor cura nos dice ser.
Además, más vale una palabra dicha con dulzura, que nos enseña nuestra falta y el mal que con ella hemos cansado, que no todas las amenazas del mundo, que sólo sirven para encender nuestra cólera y hacernos odiar al que nos quiero atemorizar con ellas.
Continuáis leyendo, y cada vez os sentís más atraído por las nuevas máximas de Dios, que os dice: Todos los hombres, aunque no sean hijos de Israel, aunque sean mis enemigos, todos son mis hijos. Amaos los unos a los otros. Amad hasta vuestros enemigos, etc., etc.
Ante esas doctrinas de bondad, de amor y de cariño, todo vuestro ser se conmueve; todos los sentimientos nobles y generosos de que es capaz el corazón humano se despiertan y hablan. Sentís deseos de correr a estrechar la mano de aquél que ofendisteis, o de perdonarlo su pequeña deuda al trabajador cargado de familia, a quien habéis adelantado algunos jornales y que se ve en los mayores apuros para pagaros. Queréis, en fin, reconciliaros con todos para que, convirtiéndonos en hermanos, seamos todos hijos de ese Dios cariñoso y dulce.
De pronto veis que Jesús dice que el que llaga tal o cual cosa será mandado al infierno.
Como vosotros no sabéis nada del infierno, suponéis que aquello no debe ser cosa mala, puesto que acabáis de leer que Dios hace bien a los que le hacen mal, y, por consiguiente, Dios no puede contradecirse haciendo daño a los pobres hombres que no tienen ni culpa de que él los haya formado como son.
Continuáis leyendo con toda tranquilidad, cuando nuevamente os encontráis en el mismo evangelio de San Mateo (Capítulo V, Vers. 22) estas palabras de Jesús: el que diga algún mal nombre a otro, sea arrojado al infierno del fuego. Esto ya es más serio, porque el fuego no sirve para jugar con él; y como el tiempo de Jesucristo todavía no se había inventado la pólvora, no podía referirse a un sitio en el que se hiciesen o se quemasen fuegos artificiales.
En su consecuencia, suspendéis la lectura para saber que es eso de infierno. La Biblia en castellano se ha traducido de la Biblia en latín; miráis las Escrituras en latín, y os encontráis que, lo que se ha traducido por infierno, es la palabra latina infernus.
¿Qué es infernus?
Infernus era el nombre que tenía en la religión de los paganos un sitio debajo de tierra en el que, los que no creían que la religión pagana fuese la verdadera, eran atormentados después de muertos; a lo menos así lo aseguraban los sacerdotes paganos, y así lo daban por cierto los que creían en aquella religión. El jefe o rey del infernus era el dios Plutón.
Esto os deja muy sorprendido, porque Jesucristo, no sólo no era pagano, sino que decía que el paganismo y sus dioses eran todos falsos; por consiguiente no era posible que amenazase a nadie con una cosa que él mismo decía no existir.
Reflexionáis y os preguntáis: ¿de dónde han salido las Escrituras en latín? Pues han salido de las Escrituras en griego; por consiguiente, tomáis los evangelios en griego, y os encontráis con que lo se ha traducido por infiernus en los evangelios en latín, se llama Gehenna en griego.
Si alguna duda os queda de que Gehenna se ha traducido infiernus o infierno, mirad el evangelio de San Marcos (Capitulo IX, versículos 43, 45 y 47), y veréis que hasta en la traducción castellana de este evangelio no se dice infierno, sino Gehenna con todas sus letras.
Desde luego os suponéis que siendo en aquella época paganos los griegos, Gehenna debe ser el nombre griego del infierno; pues no hay tal cosa; Gehenna no quiere decir nada en griego, porque Gehenna no es palabra griega.
Como no hay evangelios en hebreo, que era el idioma en que hablaba Jesús, registráis diccionarios, documentos, etc., y encontráis que Gehenna es realmente una palabra hebrea cuyo sonido o pronunciación es igual a Jinnom.
Gracias a Dios, decís, ya sabemos cuál fue la palabra que Jesucristo pronunció con sus propios labios, y, sin duda alguna, os figuráis que Jinnom debe ser el infierno de la religión judía, y, por consiguiente, de la religión cristiana, así como el Dios de los judíos, o sea el Dios de Israel, es el Dios de los cristianos; con todo lo cual os equivocáis, porque en la religión judía o israelita no ha habido jamás infierno alguno.
Seguros estamos no lo sabíais, imaginándoos que el infierno empezó desde Adán y Eva, lo cual no es cierto, porque el infierno no se inventó hasta mucho tiempo después de muerto Jesús, quien existió muchos miles años después de Adán y Eva.
Preguntareis: ¿Qué es Jinnom?
Jinnom es un nombre propio como Madrid, Sevilla, León, etc., el cual, al pasar al griego, quedó convertido en Gehenna, o como también se pronuncia, Gihinna, de la misma manera que la capital del imperio Británico, que en inglés se llama London, la hemos cambiado nosotros en «Londres», así como los franceses llaman a nuestra Cataluña Catalogne.
Nuevamente reflexionáis y os decís: si Jinnom es un nombre propio, tiene que ser el de una persona, o el de algún lugar. El de una persona no puede ser, porque Jesús dice que arrojará, y arrojar a una persona dentro de otra es algo difícil, por muchas tragaderas que ésta tenga; luego tiene que ser el nombre de algún sitio.
A pesar de que os hemos dicho que los israelitas no tenían ni tienen más infierno que el que todos tenemos con vivir en este mundo, continuáis imaginándoos que Jinnom es una cueva cien leguas debajo de tierra, en la que se fríe gente como quien fríe buñuelos. Nada de eso; Jinnom está al aire libre y a la luz del sol, y esto lo sabemos perfectamente, porque nosotros hemos estado en el infierno sin necesidad de morirnos, lo que os probará que el infierno está en este mundo: porque nosotros hemos recorrido todo Jinnnom y no sólo nadie se ha quemado, pero nos ha sido imposible encontrar diablo alguno con quien poder echar un párrafo, ¿creéis que nos burlamos? Pues nada es más cierto, y os diremos en dónde está Jinnom, por si queréis visitarle, como lo hemos hecho nosotros.
Jinnom, Ginnom o Hinnom[17], que de estas tres maneras puede escribirse, es el nombre de un valle en las afueras de Jerusalén, del lado Sudeste, en el fondo del cual corre el Siloa. En este valle celebraban antiguamente los paganos, adoradores del dios Moloc, ritos espantosos, uno de los cuales era quemar niños.
De aquí el que quedase entre los israelitas el recuerdo de este valle como el de un sitio terrible, y de que, cuando alguno hacia algo malo dijesen; merecía que le quemaran en Jinnom, o que le arrojasen en las hogueras de Jinnom, expresión que todavía usan los judíos.
Este punto se llamaba también Tophet o Tofet, que viene de Toph o Tof, nombre que los sacerdotes de Moloc daban al instrumento con que impedían se oyesen los gritos de los niños que quemaban, instrumento que era por estilo de un gran tambor. De aquí también el que los judíos usasen la palabra toph, o tof, como signo de abominación.
Por si acaso os queda alguna duda, las Sagradas Escrituras mismas se encargarán de contestaros con estas palabras:
Libro de Josué. —CAP, XV, VERS. 8.
Y sube este término por el valle del hijo del Hinnom al lado del Jebuseo al Mediodía. Ésta es Jerusalén. Luego sube este término por la cumbre del monte que está delante del talle de Hinnom, hacia el occidente, el cual está al cabo del valle de los gigantes al Norte.>>
Según las Escrituras, todas éstas son palabras dichas por Dios mismo.
Jebuseo viene de Jebus, que era el nombre que tenía Jerusalén antes de ser conquistada por los judíos. Los jebuseos eran adoradores de Moloc.
Muchos sacerdotes católicos aseguran, con el mayor aplomo, que el dios Moloc de los jebuseos era Satanás, cosa de la que se le olvidó a Dios informarnos en las Escrituras, en donde no se dice que Moloc fuese más diablo que cualquiera otro dios de los paganos, de los que había cientos.
Libro de Josué. —CAP. XVIII, VERS. 16.
Y desciende aqueste término al calo del monte que está delante del valle del hijo de Hinnom, que está en la campaña de los gigantes hacia el Norte: desciende luego al valle de Hinnom, al lado del Jebuseo al Mediodía, y de allí desciende a la frente de Rogel.
Libro segundo de los Reyes. —CAP. XXIII, VERS. 10.
Asimismo profanó a Topheth, que está en el valle del hijo Hinnom, porque ninguno pasase su hijo o su hija por fuego a Moloc.
Isaías. —CAP. XXX, VERS. 33.
Porque Tophet está ya aparejada y arreglada para el rey, profunda y ancha con mucha leña y mucho fuego: el soplo de Jehová la encenderá con un torrente de azufre.
El rey a quien tantas ganas tenía Isaías de quemar, era el rey Assur, al que pretendía asar en el valle de Jinnom con todo su ejército. Esto de que tenía el valle colmado de leña y fuego esperando que el dios Jehová la encendiera de un soplo, es lo que muchos doctores de la Iglesia dicen ser el infierno; pero ni a los judíos ni al mismo Isaías se les ocurrió semejante cosa. De esta manera, convirtiendo a Moloc en el diablo y al valle Hinnom en el infierno, sale un infierno que ni de encargo. A nosotros se nos ocurre que el infierno eran los quemaderos de la Inquisición, y los demonios los inquisidores.
Jeremías. —CAP. VII
31. Y han edificado los altos de Tophet que es en el valle de Hinnom, para quemar al fuego sus hijos y sus hijas, cosa que yo no les mandé, ni lo pensé en mi corazón.
32. Por tanto, he aquí vendrán días, ha dicho Jehová, que no se llamará más Tophet, ni valle del hijo de Hinnom, sino valle de la matanza: y serán enterrados en Tophet, por no haber lugar.
Esta amenaza de Jeremías de enterrarlos en el valle Hinnom, era por el horror que los judíos tenían a aquel punto, que consideraban como maldito y abominable.
De esta manera veréis con qué facilidad los muy sabios doctores de la Iglesia, en sus traducciones de un idioma a otro, convirtieron el valle Hinnom o Jinnom en el infiernus de los paganos, resultando así el infierno cristiano, con el que tanto miedo mete a sus crédulos cuanto ignorantes fieles la Santa Madre Iglesia.
Parecemos oír a los sabios doctores exclamar: ¡Éste es el colmo de la inmoralidad! ¡El infierno, que tanto trabajo costó formar, nos lo va a echar abajo un individuo de cuatro plumadas! ¡Éste es el resultado de haber suprimido la Inquisición y de la tolerancia de cultos! ¡España se va a hundir, dios va a hacer llover fuego, azufro, dinamita!, etc., etc.
No hay cuidado. España está perfectamente firme. Los únicos que ya hace tiempo se van hundiendo, son los señores doctores, a quienes deseamos un buen viaje al centro de la tierra.
Os acabamos de demostrar claramente de qué manera se inventó, y de dónde salió el infierno, y ahora, con menos palabras y por otro método distinto, os probaremos del modo más palpable, no ya el que no hay infierno, sino que no puede haberle, porque la OMNIPOTENCIA Y EL INFIERNO SON INCOMPATIBLES, es decir, que Dios no puede ser Todopoderoso y castigar.
Vosotros, por más que os repitamos que Dios no puede parecerse en nada a los hombres, no podéis concebir A Dios Todopoderoso más que como un rey de la tierra, que es la idea de Dios que tenían los escritores de la Biblia. Trataremos de explicaros lo que es la Omnipotencia.
Imaginaos un rey que domina, no sólo a los diez y siete millones de españoles que hoy somos, sino a los mil cuatrocientos y pico de millones que componen la población del globo entero.
Suponed que este rey tiene el mismo dominio sobre todos los hombres, que tenéis vosotros sobre vuestro perro; que puede comprarlos, venderlos, matarlos, etcétera, etc., y que se lo ocurre expedir un decreto ordenando que todo el que le encuentre o le vea, sea en donde quiera, se ponga de rodillas y se quite el sombrero, so pena de ser quemado vivo.
Todos obedecen el mandato por miedo al castigo, por más que en su interior maldigan al rey y deseen reviente cuanto antes.
Pero hay un hombre que no le da la gana de obedecer, y no obedece, y al pasar el rey continúa en pie y con el sombrero puesto, en castigo de lo cual es quemado vivo.
¿Por qué ha castigado el rey? Porque le han desobedecido. ¿Y por qué le han desobedecido? Porque le fue imposible evitarlo. ¿Y por qué le fue imposible evitarlo? Porque no era todopoderoso porque si lo hubiese sido, nadie habría podido desobedecerle.
Ésa es la inmensa distancia que separa el mayor poder a que un hombre puede llegar, de la Omnipotencia.
Si aquel rey hubiese sido Todopoderoso, no habría tenido ninguna necesidad, ni aun de expedir decreto alguno; le habría bastado desearlo para que, sin decir él una sola palabra, no sólo no hubiese sido posible a nadie desobedecer, sino que, así como no podemos evitar el que un golpe nos duela, del mismo modo cada voz que le hubiéramos visto, habríamos doblado las rodillas y nos habríamos descubierto.
Acaso diréis que Dios puede dar una orden, dejando a los hombres libres para cumplirla o no. Eso no es posible.
Os acabamos de decir que Dios no da sus órdenes como las dan los hombres. Dios no viene a la tierra bajo figura alguna para comunicarnos sus decretos; Dios no grita desde detrás de las nubes, como nos lo dice la Biblia; Dios no hace nada de eso; Dios lo desea, y basta. Decimos lo desea para explicaros esto mejor, no porque Dios pueda desear algo.
Si Dios diese sus órdenes como las dan los hombres, no usando de su Omnipotencia para hacerse obedecer, obraría de tan mala fe como si el rey diese el decreto de arrodillarse en un idioma que no pudieran comprender todos, con objeto de divertirse en quemar la gente que no le entendiese, so pretexto de que no le habían obedecido.
En otros países, que desgraciadamente no son nuestra España, hace ya años que los hombres educados han hecho estas reflexiones; y como allí la gente entendida os mucha, las Iglesias protestantes, que forman la mayoría, y cuyos jefes saben perfectamente que no hay tal infierno (lo mismo que saben los jefes de la Iglesia Romana), han decidido que todos aquellos a quienes de buena fe les sea imposible creer en la Omnipotencia de Dios y en el infierno, crean en lo primero y dejen lo segundo, o, lo que es lo mismo, se han visto obligados a confesar que no hay infierno.
Este paso no les ha hecho ningún bien a los doctores protestantes; porque los que no creían, continúan no creyendo, y muchos que imaginaban que el infierno era una cosa fuera de duda, se han escamado de una religión que por tantos siglos ha estado engañando a sus fieles.
De aquí el que algunas de las Iglesias, viendo el mal paso que han dado y no pudiendo restablecer el infierno, están tratando de sustituirle por medio de un infierno temporal, o sea un purgatorio como el de la Iglesia Romana; pero como en las Sagradas Escrituras no se habla de purgatorio, nos quieren explicar ahora que la Gehenna del fuego que siempre arde, de que nos cuentan hablaba Jesús, no quiere decir «penas eternas», como antes se creía, sino que, como entran unos y salen otros, hay siempre gente quemándose, y por eso es que el fuego no se apaga.
Otros sabios obispos, también protestantes, sostienen que el tal fuego no es fuego como el de este mundo, porque en el otro no puede haber fuego de ninguna clase, sino que lo que Jesús quiso decir fue, un sitio en el que se padecía tanto como padecían los niños que quemaban los adoradores de Moloc. El castigo, según ellos, consiste en quedar privada el alma del goce de la presencia de Dios, que es la creencia que tenían los primeros cristianos.
Resumen. Las Iglesias Cristianas Protestantes han armado un lío, que sus jefes y obispos son los primeros en no entender.
En cambio, a la Iglesia Romana le importa dos cominos que la Omnipotencia de Dios sea incompatible o dejo de serlo con castigos futuros. Según los doctores católicos, su dios es infinitamente justo; por consiguiente, el que es malo no tiene ya bastante, desgracia con serlo, sino que después de muerto, tiene que continuar maldiciendo y odiando a su dios eternamente en los infiernos. Ésta es la consoladora doctrina de la Santa Madre, advirtiendo que el que no cumpla sus mandamientos es, según ella, un malvado tan grande como el más vil ladrón y asesino, y, por consiguiente, también se condena.
A la Iglesia de Roma no hay quien la haga apagar el fuego del infierno, ni mucho menos el del purgatorio, que es el que les sirve para guisar sus buenas comidas.
Ellos en esto han tenido mucho más sentido común que sus compadres los protestantes, porque saben que el día en que se ponga a discusión si Jesús dijo infierno o el valle Jinnom, o si fue fuego eterno o las hogueras del ídolo Moloc, o si el fuego es como el de este mundo, o como el fuego de las estrellas, que ve aquél a quien le arriman un garrotazo, saben muy bien que en cuanto eso suceda, adiós parroquias y canongías; adiós obispados y arzobispados; adiós misas, bulas, bautismos, casamientos y funerales; adiós, en fin, esa red de ceremonias con la que aprisionan y sacan el dinero al desdichado mortal, desde que nace hasta después de muerto.