Católicos y Protestantes

Imaginaría diferencia de la Biblia protestante y católica. —Los idiomas por los que ha pasado la Biblia. —Su traducción. —La Biblia de Valera y la de Scío. —Las partes dudosas de la Biblia. —El ministro católico y el protestante. —El sermón protestante y el sermón católico. —El pastor y la oveja. —Las notas del obispo protestante Wordsworth. —Sistema usado por los sacerdotes en sus discusiones. —La manera de rebatirle. —Por qué ganó Nelson todas sus batallas. —Adoptar el mismo sistema contra las Iglesias que se llaman cristianas.

I

Vosotros, lo mismo que sucede a la mayoría de los católicos romanos, os imagináis que hay dos Biblias, la católica y la protestante.

Esto es un error. No hay más Biblia que una para todos los cristianos, sean católicos o protestantes.

Como ya os hemos informado, la Biblia la componen el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento se escribió originalmente en hebreo, en cuyo idioma le conservan todavía los judíos; del hebreo se tradujo al griego, del griego al latín y del latín a las lenguas corrientes, como el francés, el español, el inglés, etc., etc.

Los cuatro Evangelios, que componen la parte principal del Nuevo Testamento no se sabe en qué idioma fueron escritos primero, pero los más antiguos conocidos lo estaban en griego; del griego se tradujeron al latín y del latín a las lenguas comunes.

En los capítulos referentes a la Iglesia romana habréis visto que la traducción de la Biblia del latín a las lenguas corrientes estaba prohibida por el Papa bajo pena de excomunión y prisión por toda la vida; pero cuando Lutero se sublevó contra él, lo primero que hizo fue traducir las Sagradas Escrituras al alemán, dando aquello por resultado que la mayor parte de los alemanes se separasen en cuanto las leyeron de la Iglesia de Roma, siendo éstos los primeros protestantes.

Después de Lutero, y a pesar de las excomuniones y castigos, la Biblia se fue traduciendo a todos los idiomas.

En España se tradujo varias veces al castellano por permiso especial del Papa; pero las traducciones, que estaban escritas a mano y eran unas pocas, las conservaban en su poder los altos dignatarios de la Iglesia, ya que a nadie le era permitido leerlas sino a ellos y a los jefes del Estado.

Por último, a fines del siglo pasado, las gentes educadas llegaron a ser tantas, que protestaron contra la injusticia de la Iglesia de Roma al prohibirle enterarse de lo que, según sus sacerdotes, era la palabra escrita de su propio Dios.

En vista de esto, el Gobierno obligó a la Iglesia a permitir la traducción de la Biblia al castellano, si bien la Iglesia exigió el que aquélla fuese hecha por uno de sus doctores, el Rdo. P. Felipe Scío, a quien se dio el encargo, no sólo de traducirla, sino de anotarla, es decir, de tratar de explicar y ocultar del mejor modo posible, y por medio de notas, los desatinos, indecencias, falsedades y contradicciones de la Biblia.

El resultado de esto fue que el P. Scío escribió con sus notas tanto como otras dos Biblias más, por lo menos, porque hay versículo de cuatro lineas al que puso veinte lineas de nota. Esta traducción al castellano es la única reconocida por buena por los sacerdotes católicos españoles.

Además de la de Scío, hay otra traducción anterior, hecha por Cipriano de Valera; pero como éste se redujo a traducir las Sagradas Escrituras sin agregarle notas, no es aceptada por la Iglesia Romana.

Hasta la Revolución de Setiembre de 1868, no era permitido vender más Biblia que la de Scío, teniendo pena de presidio el que vendiese alguna de Valera. Por demás está os digamos que, si a los españoles les estaba prohibido leer los Mandamientos del dios que sus curas decían ser el verdadero, mucho menos se nos habría permitido a nosotros enseñaros todos los engaños de esos mismos curas.

Afortunadamente, España ha entrado ya en el camino de la verdad y el progreso, formando parte de las naciones civilizadas y haciendo desaparecer pava siempre la bárbara intolerancia religiosa, que tenía convertido a cada español en un burro de reata, cosa increíble de un pueblo que es el símbolo de la independencia.

Hay, pues, y se venden públicamente en toda España, dos traducciones al castellano de las Sagradas Escrituras, conocidas por los nombres de la Biblia de Scío y la Biblia de Valera.

La verdadera razón por la que la Santa Madre Iglesia Católica rechaza la Biblia de Valera, no es porque tenga notas ni deje de tenerlas, porque las notas que el P. Scío ha puesto en su traducción le hacen a la Biblia más daño que provecho; la verdadera y única razón es, que a la Iglesia Romana no le conviene de ningún modo que sus fieles lean las Sagradas Escrituras, ni con notas ni sin ellas; y como la traducción de Valera, bien impresa y empastada, no cuesta más que cinco reales, y la más barata del P. Scío, sin pasta, cuesta ciento treinta y tres reales (pesetas 33,25), por eso, si el clero aprobase la traducción de Valera, a todo católico romano le seria permitido comprarla sin cometer pecado contra la Iglesia, mientras que muy pocos se hallan dispuestos a pagar seis duros y medio por la de Scío, la cual vale empastada once duros[16].

De esta manera, los curas, cuando se les presenta la traducción de Valera salen del paso diciendo que es una Biblia protestante; pero si os queréis convencer de que no hay más protestantes que ellos, que siempre han estado y están protestando contra la verdad, haced lo siguiente:

Todos Jos curas tienen la Biblia de Scío: presentados en su casa con la de Valera para que os expliquen cómo es posible que Dios pueda haberse contradicho del modo que lo hace en ella; y si el cura os dice que vuestra Biblia es falsa, pedidlo que os enseñe la suya de Scío, y quedareis convencido de que lo mismo dice una que otra.

Nosotros, que siempre hemos querido y queremos aprender, nos hemos dirigido en más de una ocasión a los doctores de la Iglesia para que nos explicasen algunas de las desatinadas notas del P. Scío, y aquellos doctores nos han dicho que las notas no eran más que la opinión del anotador, quien podía equivocarse. Es decir, que la traducción de Valera no sirve porque no tiene notas, y las notas de Scío tampoco sirven; con que deseamos saber qué diablos es lo que sirve, aunque va lo sabemos; lo que sirve es ir a misa, confesar a menudo y sacar ánimas del purgatorio metiendo pesetas en el bolsillo del doctor por medio de las misas a duro o más.

No ha faltado algún buen cura a quien hemos oído afirmar que la diferencia entre la Biblia de Valera y la de Scío consistía en que Valera había traducido el padrenuestro diciendo: no nos metas en tentación, mientras que la traducción de Scío dice: no nos dejes caer en tentación.

De esto quería el bueno del cura valerse como argumento para probar que la Biblia de Valera no servía para nada.

Advertiremos a este señor cura, y a otros por el estilo, que si Jesucristo fue realmente quien compuso el padrenuestro, no lo haría en castellano, ni tampoco en latín, como creen algunos, sino en hebreo, que era el idioma de Jesús, y el de los que le escuchaban; y como no existen Evangelios en hebreo, se ignora por completo cuáles fueron las verdaderas palabras que Jesucristo pronunció.

Igualmente informaremos, a los señores doctores, que no todos los católicos romanos hablan en castellano, sino que cada uno habla en su respectivo idioma y reza en el mismo. Ahora bien: los católicos que hablan en inglés dicen en su padrenuestro: Lead us not into tentation, que, traducido al castellano, quiere decir: No nos dirijas o conduzcas a la tentación.

Los católicos romanos cuya lengua es el inglés son muchos millones, y entre ellos se cuentan los irlandeses, que son los más fanáticos defensores del Papa y del catolicismo.

La única diferencia que existe entre la Biblia usada por católicos y la usada por protestantes, diferencia sin importancia, es la siguiente:

He aquí los nombres de las diferentes partes que componen el Antiguo Testamento, y que son admitidas como canónicas o divinas por católicos y protestantes sin excepción.

Las partes que ponemos a continuación no son reconocidas como divinas por los protestantes, pero, sin embargo, admiten su lectura como ejemplos de buena moral. No teniéndose, pues, por obra de Dios, no figuran en la generalidad de las Biblias usadas por protestantes.

Estas partes dudosas se llaman:

El Nuevo Testamento es admitido en todas sus partes por igual en todas las iglesias cristianas, lo mismo en las protestantes que en la católica romana.

Resulta, pues, que todo cuanto consta en la Biblia usada por los protestantes consta igualmente en la usada por los católicos, y que la diferencia consiste en que la Biblia de los católicos tiene algunas partes más. Por lo tanto, todo cuanto está escrito en la traducción de Valera está escrito igualmente en la del Padre Scío.

II

En todos los países hay biblias anotadas, tanto entre católicos como entre protestantes, y con mayor motivo entre estos últimos, pues leyendo ellos las Escrituras más que los católicos, están más aptos para observar sus contradicciones, y los sacerdotes protestantes, que no son mejores que los católicos, tratan de obscurecerles la verdad con esas notas.

Más de una vez hemos encontrado sacerdotes católicos que no sabían gran cosa de las Escrituras, sacerdotes que estaban persuadidos de que los misterios de su religión eran ciertos, como podían estarlo los labradores a quienes predicaban. Estos hombres, pues, engañaban de buena fe, y no eran culpables más que de ignorancia.

Semejante cosa no ocurre jamás ni con el último sacerdote protestante de una aldea. Todos con los que hemos hablado se hallaban perfectamente enterados y el motivo es éste:

El sacerdote protestante no tiene el recurso de la misa, con la cual todo cura despacha, sino que cada domingo tiene que predicar uno, y a menudo dos largos sermones.

Estos sermones no los puede componer hablándonos de la Virgen, ni de los santos, ni de sus milagros; en estos sermones no nos sacan a danzar el diablo ni el infierno, porque hoy día en las Iglesias protestantes han dado un paso más hacia el cristianismo verdadero, suprimiendo definitivamente el Infierno como artículo de fe. Por último, el ministro protestante se ve privado de todas estas artimañas, por medio de las cuales el ministro católico puede estar hablando dos horas sin enseñar absolutamente nada a sus oyentes, tratándolos como niños a quienes se entretiene contándoles cuentos de brujas.

El sacerdote protestante se ve obligado a hablarnos de la caridad, de la mansedumbre, de la moral, en fin, y de la justicia, mostrándonos así que el protestantismo está muy por delante del catolicismo romano en el camino de la verdad. Esta ventaja, sin embargo, no es más que negativa, y os lo probaremos con este ejemplo:

Se acaba de dar una batalla; unos han recibido dos balazos; otros, uno; otros, en fin, han salido ilesos. Los que han recibido dos heridas son los católicos, que creen veinte mil disparates, los que han sido heridos una sola vez, los protestantes, que creen en diez; y los que han salido ilesos, los que, como nosotros, conocen la verdad.

Esta superior instrucción del sacerdote protestante sobre el católico nos hace ver que, si en estos últimos puede haber alguno de buena fe, entre los ministros protestantes es tan imposible que esto suceda como entre los obispos católicos, quienes no llegan a obispos por obra del Espíritu Santo, sino por su talento superior y por su instrucción.

Hemos dicho que leyendo los protestantes la Biblia más que los católicos, se quedan a menudo pasmados ante alguna clara contradicción o algún evidente desatino; y cuando esto sucede a un buen creyente, acude a la casa de su pastor suplicándole lo saque de dudas.

Esto, que como ya hemos dicho, tiene que predicar todos los dominaos una o dos veces, maneja bien la palabra, y, ayudado por su instrucción, empieza por informar a su feligrés que en la Biblia hay dos sentidos, el divino y el humano, y que lo que parece un disparate o una contradicción es la interpretación humana e imperfecta que nosotros le damos, por efecto de lo limitado de nuestra inteligencia, mientras que la interpretación divina es una cosa perfecta y maravillosa, siendo esto cierto porque, habiendo Dios escrito la Biblia, tiene que ser perfecta.

El creyente queda confundido ante aquella explicación tan profunda, sin reflexionar cómo, el que un libro este lleno de contradicciones, es una prueba de que lo escribió Dios.

Una vez preparado el terreno, el pastor toma por base el que no cabe duda de que la Biblia es divina; y una vez hecho esto, prueba a su feligrés, con la mayor facilidad, que lo que en la Escritura dice blanco debe entenderse negro, concluyendo por invitarle a que hagan juntos una oración, en la que el pastor, fervorosa y elocuentemente, pide a su dios aumente la fe de aquella oveja medio descarriada.

La oveja, es decir, el feligrés, sale de la casa de su pastor con la cabeza como un bombo, imaginándose que todo, no sólo en la Biblia, sino en el mundo entero, tiene dos sentidos; y, firmemente convencido de que lo hace falta mucha fe, pierde el tiempo pidiendo al dios de su pastor le acabe de quitar el poco sentido común que aquél le dejó.

En este momento tenemos ante nosotros los cuatro Evangelios anotados por el obispo inglés de Lincoln, de la Iglesia Episcopal, Wordsworth, una de las primeras autoridades en el mundo en materia de Escrituras Sagradas cristianas.

La erudición que demuestran las notas de este verdadero sabio es pasmosa; el talento, el genio con que trata de sacar interpretaciones lógicas de las absurdas y evidentes falsedades de los Evangelios, es maravilloso; al lado de este anotador, nuestro Padre Scío queda reducido a un payaso; pero, sin embargo, basta que un individuo sea racional, para que con la misma facilidad destruya la erudición y el genio del obispo Wordsworth como las payasadas del Padre Scío.

La razón, como la verdad, no es ni puede ser más que una, y aquí tenéis la prueba.

Imaginaos un hombre tan ignorante que no sabe ni aún leer. Reunid todos los sabios del mundo, y veréis que, a pesar de toda sabiduría, les será imposible demostrar satisfactoriamente a aquel hombre que uno y uno son tres. En cambio, el ignorante tomará dos piedras, y poniendo una en el suelo, y después otra al lado, demostrará a todos aquellos sabios, de una manera evidente, que uno y uno no son tres, sino dos.

Pues en este caso nos hallamos con la religión cristiana, así como con todas las que los hombres llaman divinas. Para destruirlas no hay ni aún necesidad de saber leer; basta con ser racional.

III

A menudo os resultará, sí os ponéis a discutir con algún doctor de la Iglesia, que os enreda de tal suerte que, por más que comprendáis que lo que él dice es imposible, no encontraréis argumentos para contestarle victoriosamente.

¿En qué consiste esto?

Consiste en que el doctor, que sabe perfectamente lo que hace, ha empezado sentando, así como provisionalmente, alguna base falsa, que vosotros dejáis pasar creyendo no tendrá importancia. Pues bien: basta que dejéis sentar como verdadera o posible una sola base falsa o posible, para que sobre ella levante vuestro contrario, de la manera más lógica y razonada, un edificio que en vano trataréis de destruir.

Por eso, de ninguna manera admitáis razonamientos por estilo de los del pastor protestante, que decía que las contradicciones de la Biblia no eran contradicciones, porque la Biblia era divina, y Dios no puede contradecirse. Si tal se os dice, no paséis adelante en la discusión hasta que se os de la razón de por qué las Escrituras han de ser divinas; y cuando se os hable de Dios, exigid que se os explique qué dios es ése; porque si es ese dios personal, ese dios-hombre de la Biblia que descansa y que duerme, que se arrepiente y se incomoda, eso no puede ser el verdadero. Ahora, si es el mismo Dios Infinito nuestro, al que el hombre no puede ni podrá jamás definir, entonces decidle al doctor de la Iglesia que eso Dios no es el de la Biblia.

Si os dice que él sabe lo que es Dios, y que os lo puede probar porque en su nombre su han hecho y hacen milagros, contestadle que en otros países, cincuenta veces mayores que España hay muchos cientos de millones de hombres como vosotros, que tienen misterios y dioses diferentes de los misterios y del dios de los cristianos, y que también ellos dicen que han hecho y hacen milagros, y que a vosotros os es imposible decidir quién dice la verdad hasta que no veáis alguno.

Si os presentan periódicos y libros en que se cuentan milagros por miles, presentadles vosotros este libro, con el que podéis probarles, no con misterios, sino con razones, que los milagros de la religión que os quieren hacer pasar por verdadera, son tan falsos como los milagros de las otras religiones.

Siempre, pues, que alguno de vuestros sacerdotes quiera discutir con vosotros, no paséis adelante hasta que os haya explicado satisfactoriamente en qué razones se funda para decir que la religión cristiana es divina.

¿Sabéis por qué el famoso almirante inglés Nelson ganó todas cuantas batallas dio? Porque Nelson tenía una cosa que dicen ser común a todos los hombres, pero que raramente se encuentra uno que la tenga: Nelson tenía sentido común.

En su tiempo no había buques de vapor; por consiguiente, el navío que en un combate perdía los palos, quedaba inmóvil y a merced del contrario. Los marinos tenían, pues, la costumbre de destinar una gran parte de la artillería a disparar sobre la arboladura y el velamen del buque enemigo, con la esperanza de echarle abajo los palos, con lo cual se perdía la mayor parte de los tiros, pues sólo por una casualidad se conseguía aquel resultado.

El sentido común de Nelson le dijo que haciendo fuego con todos sus cañones sobre el casco del buque contrario, apuntando lo más cerca del agua posible, y aún debajo del agua, le haría tantos agujeros que lo echaría a pique, sin que su arboladura y sus velas le sirviesen para impedir que se sumergiera en el mar.

Nelson, pues, dio orden de que se hiciese fuego nada más que sobre el casco del buque enemigo, sin ocuparse de la arboladura, y así ganó las más grandes batallas navales de los tiempos modernos.

Lo mismo os decimos: no perdáis vuestros tiros discutiendo si Jesús dijo o no tales o cuales palabras, y si con ellas instituyó tales o cuales sacramentos, ni si la trinidad es un desatino o no lo es, ni si un pedazo de harina amasada la convierte un hombre en carne de un Dios, ni si el Papa representa a Dios o a su diablo, ni si hay infierno o no lo hay; no disparéis sobre esa arboladura de vuestro contrario, sino haced fuego en nombre de la justicia y de la verdad contra el casco de vuestro enemigo, contra esa Biblia escrita por hombres pérfidos y engañadores que os quieren hacer pasar por santa; arrancaos esa venda de la fe con que quieren tapar vuestros ojos, y así podréis apuntar bien; disparad, en nombre de la razón por Dios comedida, fuego sobre esas falsas Escrituras, fuego sobre ellas, y veréis caer como castillo de naipes esa Iglesia que tan potente y sólida os parece.