>> Qué es la Biblia. —Nombre que tiene el Dios de las Sagradas Escrituras. —Moisés y la ciencia. —El Dios-Hombre y el verdadero. —Origen del pueblo hebreo, según Moisés. —La humanidad no desciende toda de Adán y Eva, según la Biblia. —El Diluvio. —Su causa verdadera y la imaginaria. —La poligamia autorizada. —Gobierno de los hebreos. —Salomón. —Los profetas. —Los Evangelios. —Galimatías bíblico. —Decisión definitiva de su divinidad.
La Biblia, o sea la Sagrada Escritura (hacemos esta advertencia porque hay muchos que se imaginan ser dos obras distintas), es simplemente «La Historia Antigua de la Nación Judía», Hebrea o israelita, a la que también se llama el «Pueblo Escogido», el «Pueblo de Israel» y el «Pueblo de Dios», pues con todos estos nombres se conoce el Dios de esta nación. Tiene en la Biblia el nombre de Jehová, y es el mismo Dios que los cristianos creen tomó cuerpo bajo la forma de Jesucristo, razón por la cual suele llamársele el Dios de Israel: también se le llama el Dios Padre en la trinidad cristiana.
Moisés, que era israelita, fue el autor de la primera y principal parte de las Sagradas Escrituras, y en lugar de empezar su Historia de la Nación Judía diciéndonos que se ignoraba su origen, porque los pueblos, como las personas, no pueden acordarse de cuándo empezaron a existir, comienza nada menos que por la creación del mundo, o mejor dicho, del Universo.
Ya hemos visto qué especie de Universo nos cuenta que hizo Jehová.
Los doctores de la Iglesia, no siéndoles ya posible tapar la boca a los que enseñan la verdad, han llegado a decir, en estos últimos tiempos, que la creación del mundo, según las Escrituras, es posible, asegurando estar conforme con lo que lo que la ciencia ha descubierto ser lo cierto. En apoyo de tan peregrino aserto, alegan con mucho aplomo que los seis días de la creación de que habla la Biblia no son seis días, sino seis épocas, cada una de las cuales duró millones de años. Reverendo Padre ha habido que nos ha dicho que Moisés estaba tan enterado como podemos estarlo nosotros de la transformación de las plantas en animales y de éstos en el hombre, y que por este motivo empezó su creación por las plantas, luego por animales que vivián en el agua, después por los animales de tierra, y, por último, concluyó en el hombre.
A esto contestaremos que, si eso es así, ¿por qué es que la Iglesia ha perseguido a muerte a los partidarios de aquellas opiniones?
Posible es que ya en tiempo de Moisés los hombres hubiesen descubierto de cómo, por esa tendencia que hay en la Naturaleza a la perfección, el hombre era el resultado de los otros animales. Pero, si lo sabía, hay que confesar que en la Biblia no lo dijo. En ella nos habla de la mañana y la tarde del primer día y del segundo, etc., y de que su dios hizo la noche para concluir el primer día y formar la primera noche, lo cual no se parece mucho a millones de años.
Además, si esto es como ahora quieren explicarlo los defensores de la Iglesia, resulta que, si su dios tuvo que ajustarse a las leyes de la Naturaleza esperando todos los millones de años necesarios para la formación de la tierra, no es entonces ese dios personal, ese dios-hombre que nos pintan y que dice «Hágase tal cosa», y en el acto queda hecha; sino que ese dios no es otro que el único Dios al que la inteligencia humana puede llegar, y cuyo nombre hemos citado antes: LAS LEYES DE LA NATURALEZA.
Ya en otra parte hemos analizado los tremendos desatinos de Moisés al hablar del cielo sólido, del agua encima de él, y del sol, la luna y las estrellas.
Una vez formado el mundo con todos sus animales, incluso hombres y mujeres, nos refiere la Sagrada Escritura que Jehová hizo un hombre y una mujer, de cuya pareja debía descender una nación especial que aquel Dios quería proteger y distinguir sobre las demás naciones de la Tierra. Esta nación o este pueblo es el pueblo judío, siendo esta razón por la que se le llama en la Biblia el Pueblo escogido de Dios. De los exclusivos descendientes de este hombre y esta mujer, expresamente formados por la propia mano de Jehová, y a quienes puso los nombres de Adán y Eva, es de los que Moisés nos dice en las Sagradas Escrituras que salió el pueblo hebreo, que era el suyo.
En España es raro encontrar una persona que sepa que la Biblia misma niega el que toda la humanidad descienda de Adán y Eva; sin embargo, esto consta en ella con la mayor claridad.
En el Vers. 27 del Cap. I del Génesis, que hemos copiado en otro lugar, se dice que Dios formó hombres machos y hembras, o sea hombres y muretes; pues bien, éstos no eran ni Adán ni Eva, quienes fueron creados más adelante, como puede verse en los versículos 7 y 22 del Cap. II.
De no haber existido más que Adán y Eva, los hijos de éstos habrían tenido que tomar por mujeres a sus propias hermanas, cosa prohibida por su mismo Dios en las Escrituras (Levítico, Cap. XX, Vers. 17). Los hijos de Adán y Eva tomaron por esposas mujeres de los pueblos que descendían de los otros hombres y mujeres, creados anteriormente por Jehová, y a las que la Biblia llama las hijas de los hombres, las cuales, por el mero hecho de unirse a los hijos de Adán, quedaban incluidas en el pueblo escogido y pasaban por ser las hijas de Dios. Esto es precisamente lo que sucede todavía entre los israelitas que conservan el culto primitivo en toda su pureza.
Otra prueba evidente de lo que decimos tenemos en el Génesis Cap. IV, versículo 17, en el que se nos dice que Caín, hijo de Adán, edificó una ciudad; por consiguiente, alguien trabajaría y viviría en ella. Del mismo modo, en los versículos 14 y 15 del mismo capítulo, se nos dice que Jehová puso una marca, en Caín, con objeto que no le matase alguien que no le conociera; luego, si había alguien que no le conocía, claro está que no serían ni sus padres ni sus hermanos. Igualmente en el Cap. VI, Vers. 4, se nos informa de había gigantes en la tierra. Los judíos están firmemente persuadidos de que ellos son los únicos verdaderos y exclusivos descendientes de Adán y Eva.
Moisés, después de dar a su pueblo te origen especialmente divino, nos lleva de padres a hijos por medio de una cadena de nombres (cosa muy usual en la Biblia, como puede veinte por las genealogías que en ella abundan) desde Adán hasta un individuo a quien llama Noé, y aquí viene un acontecimiento muy conocido.
En todos los pueblos de origen muy antiguo existe el recuerdo de una gran inundación que hizo perecer ahogados a la mayor parte de los hombres. Aquello consistió en un horrible terremoto en el que hundiéndose la tierra por unos lados y levantándose por otros, hizo que los mares cambiasen de sitio, derramándose sobre los continentes, y haciendo desaparecer bajo el agua países enteros.
Esto lo vemos reproducirse continuamente, aunque en menor escala, y en el año 1883 hemos tenido un ejemplo en el terremoto de Java, en el que se han hundido en el mar montañas enteras, mientras que en otras partes la fuerza del fuego y los gases interiores han levantado el fondo de los mismos, formando nuevas islas y arrojando el agua sobre otros puntos, causando estos trastornos la muerte de muchos miles de personas y la desaparición completa de varias poblaciones.
Según Moisés, lo que se llama el diluvio no consistió en un temblor de tierra, sino en lo siguiente:
Los hombres se habían vuelto tan malos, que Jehová, se arrepintió de haberlos creado; palabras textuales de las Sagradas Escrituras (Génesis, Cap. VI, Vers. 6 y 7). No pudiendo hacerlos mejores, y no siéndole posible castigarlos de otro modo, pues tanto Jehová como Moisés no sabían una palabra de Infierno, determinaron ahogar, no sólo a los hombres, sino hasta a los animales. Con este objeto, Jehová no se contentó ya con abrir las compuertas del cielo, como cuando quería hacer llover, sino que fueron rotas todas las fuentes del abismo y las cataratas de los cielos fueron abiertas (Génesis, Cap. VII, Vers. 11), dejando correr el agua sobre los desdichados hombres y animales, quienes, encerrados entre la media naranja sólida de arriba y la tierra plana debajo, quedaron ahogados como ratones en trampa.
Como Moisés escribió miles de años después de ocurrido todo esto, pudo despacharse a su gusto.
El padre Scío trata de disculpar esta atrocidad de Jehová, asegurándonos que todos los hombres (menos Noé y su familia) eran irnos malvados: suponemos que los niños de pecho eran unos malvados execrables. Lo peor del caso es que los hombres fueron, después del diluvio, tan malos como antes.
Según Moisés, lo único que se salvó del aguacero fue Noé, su familia y una pareja de animales de cada clase, todos los cuales se refutaron en un buque hecho expresamente, precaución que tomó Jehová con objeto, sin duda, de evitarse el trabajo de crearlos nuevamente.
Una cosa hay en las Sagradas Escrituras que pocos católicos romanos españoles saben, y es que su dios autoriza la poligamia, o sea el que un hombre pueda tener más de una mujer, como vemos lo hacían todos los santos patriarcal, lo que no les impedía ser santos.
Pero ¿qué decimos patriarcas?, el preferido de Jehová, el santo rey Salomón, a quien, según las Sagradas Escrituras, Dios había concedido el don de la sabiduría, y a quien a menudo se aparecía, conversando mano a mano con él, tuvo seiscientas mulares legitimas y trescientas concubinas, palabras textuales de las Sagradas Escrituras (Libro de los Reyes, Cap. XI, Vers. 3), sin que esto pareciese mal a Jehová.
El reverendo padre Scío, en una de las numerosas notas con que quiere simular las contradicciones y absurdos de la Biblia, nos informa que Jehová permitía la poligamia con objeto de que aumentase rápidamente la población; pero a este sabio doctor de la Iglesia se le olvidó notar que siendo las mujeres poco más o menos tantas como los hombres, si uno tomaba dos mujeres, otro tenía que quedarse sin ninguna. Además, si ese Dios-Hombre de la Iglesia es omnipotente, le habría bastado una palabra para crear todos los millones de seres humanos que le hubiese dado la gana.
La creencia muy extendida entre los cristianos, de que Jesús abolió la poligamia, es un error; ésta fue abolida por los mismos judíos, los cuales no permiten más que una mujer, y respetan el matrimonio al igual que los cristianos.
Otros hay que se imaginan que entre el mandamiento No cometerás adulterio y la poligamia hay contradicción, lo cual es otro error.
El adulterio no puede cometerse más que con aquella que no es nuestra mujer; y si hay autorización para tener varias, no hay adulterio. Éste se castiga entre los judíos con la pena de muerte. Loo mahometanos, cuya religión es sacada de la cristiana y la judía, tienen los diez mandamientos y la poligamia.
Moisés, después de contarnos una porción de prodigios que él dice obró, entra en la parte seria de su Historia, refiriendo cómo él mismo constituyó su pueblo fundando un gobierno teocrático por estilo del de Egipto, en donde nació y fue educado.
De cómo igualmente les dio un código completo con todas las leyes que debían regir al pueblo escogido de Israel, leyes a las que, para mayor autoridad, dio un origen divino diciendo que Dios mismo se las había dictado.
Después de la muerte de Moisés, los doctores judíos continuaron la escritura de la Biblia. Por ella vemos que, en un principio, los Sumos Sacerdotes abarcaban todos los poderes, el temporal y el espiritual, pero que con el tiempo fueron quedando reducidos a simples jefes de la Iglesia Judía, pasando el gobierno de la nación a manos del poder civil, representado por reyes, lo cual es lo mismo que ha sucedido en todos los pueblos y lo que hoy mismo está ocurriendo en España, en donde el gobierno trata de tomar a su cargo muchas funciones que le corresponden y que la Iglesia pretende continuar arrogándose.
La monarquía hebrea llegó a su apogeo bajo el reinado de Salomón, si bien el inmenso poder que los historiadores judíos le dan en las Sagradas Escrituras, son pura obra de sus imaginaciones orientales, pues ni aun en los tiempos de su mayor poderío tuvo la nación judía una extensión mayor que la mitad de España.
Unida a esta antigua historia hebrea va una porción de sermones de individuos a quienes los judíos llaman profetas y que equivalen a los modernos predicadores cristianos. Las profecías de aquellos santos varones se reducían a decir que las costumbres estaban perdidas, que los hombres se hacían cada vez peores, que cuando menos lo esperasen iba a suceder alguna cosa, etc., etc. Cualquier acontecimiento desgraciado, lo atribuían a la cólera de los dioses, las profecías eran del calibre siguiente: cuando salía mal alguna guerra y los enemigos se aproximaban a Jerusalén, profetizaban que la cosa iba a andar mal y que Jehová había decretado que los enemigos asolasen al país y entrasen en Jerusalén, en castigo de las maldades de sus habitantes.
Afortunadamente aquellos santos profetas no sabían jota de infierno; de lo contrario, no habrían dejado de amenazar a los israelitas.
A todas estas vulgaridades hay que añadir escritos del citado rey Salomón, y de algunos otros, más o menos poéticos, más o menos filósofos y más o menos indecentes, porque las Sagradas Escrituras están sazonadas con tales obscenidades, que su lectura es completamente imposible, no sólo a una soltera, pero ni a una casada que tenga algún pudor. El conjunto de todo esto es lo que se llama el Antiguo Testamento.
Los cristianos admitieron como divinos esta historia y estos escritos de los judíos, y continuaron su redacción añadiendo los cuatro Evangelios, o sean las cuatro vidas de Jesús, compuestas por San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, y algunos escritos de San Pablo, San Juan y otros.
Esta segunda parte, exclusivamente cristiana, que viene a constituir un quinto de las Escrituras, es la que se llama el Nuevo Testamento, que en unión del Antiguo forman esa famosa Biblia de la que unos por ignorantes, otros por tontos o pretenciosos y no pocos por pillos, hablan con tanta admiración. Habiendo sido escrita la Biblia por innumerables personas, cada una de las cuales ha hecho decir a su Dios lo que le ha parecido bien, resulta que éste se contradice a cada paso.
Con la Biblia en la mano se puede defender o condenar la esclavitud humana, o sea la compra y venta de hombres; con ella se puede defender la monarquía absoluta lo mismo que la república cantonal. Igualmente defender o atacar el tener una mujer o quinientas, así como el divorcio, por la simple voluntad de ambos cónyuges o del marido solo.
El dios de las Sagradas Escrituras ordena a su pueblo no robar, no matar y amar a su prójimo como a si mismo, y a renglón seguido les manda que ataquen, roben y degüellen a los pueblos vecinos, que ningún daño les habían hecho, convirtiéndose así en jefe de ladrones y asesinos, lo cual no está muy en consonancia con lo que nos dicen, de que Jesús era ese mismo dios que se ofrecía como víctima humilde.
Con la Biblia se puede probar que los hombres son y no son responsables de sus acciones; puede probarse que Jesucristo era Dios y no lo era; que subió al cielo y no subió; que el Espíritu Santo es un Dios y que no lo es; que Dios es justo y que es injusto; que es bondadoso y que es cruel; que es bueno y que es malo; que es sabio y que es tonto; que es todopoderoso y que no lo es, etc., etc.
En las Escrituras consta que hay brujas y brujos, y que hay hombres que pueden saber el porvenir sin ser profetas y pueden hacer milagros sin ser santos.
Con ellas en la mano puede probarse que el Papa católico romano es el Anti-Cristo, y que sus sacerdotes son los demonios, mientras éstos, hace ya un siglo, aseguraban probar que el Anti-Cristo era Napoleón I.
Con las Escrituras Sagradas delante puede demostrarse que ni hay alma, ni vida futura, buena ni mala, y sin embargo en las mismas se dice que Jesús hablaba de otra vida.
Con la Biblia puede atacarse y defenderse todas cuantas doctrinas pueden ocurrírseles a los hombres, de cualquier clase que aquéllas sean.
El estilo alegórico, enigmático y hasta incomprensible en que expresamente está escrita la Biblia, sobre todo en la parte de profecías, es tal, que hay punto en que no se sabe si la profecía se refiere a alguna guerra entre los judíos y sus enemigos, y la entrada de éstos en Jerusalén, o como gravemente aseguró el doctor de la Iglesia, a la guerra franco-prusiana, y a la entrada de los alemanes en París en 1871.
Del mismo modo hay profecía que no se sabe si se refiere a algún bicho raro, o al Espíritu Santo, o a Jesucristo o a una locomotora, pues no falta reverendo Padre que asegura que el ferrocarril y el telégrafo están profetizados en la Biblia, a la cual añadiremos nosotros que, hablándose en ella también de grandes animales que vuelan debe ser esto alguna evidente profecía, para cuando se consiga construir máquinas de volar.
Con lo dicho basta para que cualquiera comprenda que las Sagradas Escrituras son sencillamente el resultado de lo que los judíos, empezando por Moisés, fueron escribiendo durante dos mil o tres mil años, a las cuales más tarde contribuyeron también los cristianos, saliendo de todo ello este galimatías de los galimatías.
De este almacén inagotable de opiniones contrarias es que los doctores de la Iglesia, que ya tienen estudiados los caminos, sacan sus argumentos para defender hoy lo que condenaban ayer, y que con la misma facilidad podrán defender nuevamente mañana. Con la Biblia sucede lo que con los refranes, que cada uno tiene otro que es contrario, como, por ejemplo: Al que madruga, Dios le ayuda; contra el cual hay el de: No por mucho madrugar, amanece más temprano.
Tal es la infinita variedad de doctrinas de las Sagradas Escrituras, que puede abolirse la religión cristiana y establecerse cualquiera otra sin que haya que cambiar una sola letra de ellas. Bástenos decir que la Biblia, no solamente sirve de base a más de cien diferentes Iglesia cristianas, sino a la Religión Judía y a la Mahometana, cuyo Koran es casi todo copiado de las Escrituras.
Con la Biblia, en fin, puede probarse todo, absolutamente todo, menos el que su dios fuese de la misma opinión cincuenta años seguidos.
Hasta el Concilio de Trento, convocado en 1545, no quedó definitivamente decidido qué escritos eran los que la Iglesia debía, considerar como sagrados, y componer, por lo tanto, la Santa Biblia, la cual, como acabamos de demostrar, no es más Santa que La Historia de España, por el Padre Mariana, en la que tampoco faltan milagros.