La Biblia y la Iglesia

Pretensión de los sacerdotes de que, aunque las Escrituras no sean divinas, la religión católica es verdadera. —De cómo esto es un desatino. —La Biblia, única base sobre la que pueden apoyarse las Iglesias cristianas. —Quién fue Jesús. —El verdadero infierno y el purgatorio.

No ha faltado reverendo padre que, no pudiendo negar los evidentes disparates de la Biblia, ha llegado hasta decir que, aunque las Escrituras no sean inspiradas por Dios, la religión cristiana es, sin embargo, la verdadera.

Éste es un desatino mayor que todos los de Moisés, y os lo probaremos de este modo. Imaginaos que vivís en una casa que tiene dos pisos, y que un arquitecto la reconoce y os dice que el primer piso está ruinoso y se va a caer, y que vosotros contestáis: «No importa que se caiga el primer piso, porque nosotros vivimos en el segundo». Pues bien, la Biblia es él cimiento y el primer piso de las Iglesias cristianas; si aquélla se cae, todas van al suelo.

Si las Escrituras Sagradas dicen mentiras, y son inspiradas por un Dios, aquel Dios es un embustero; y si no son divinas, todos los prodigios que se cuentan en ellas son falsos, porqué Dios no se va a hacer cómplice de las mentiras de Moisés, autorizándole para hacer milagros y engañar así a los hombres.

Os pondremos otro ejemplo: Figuraos que un paisano vuestro, que en su vida ha estado a más de cinco leguas de su pueblo, ni jamás ha visto el mar, os cuenta que ha ido a América, refiriéndoos mil pormenores del viaje y de lo que le pasó en él. Vosotros no le hacéis maldito el caso, porque, por más detalles que dé, sabéis perfectamente que ni ha estado en América, ni siquiera ha visto el mar. Notando él que no le creéis, viene al día siguiente con otro individuo que asegura que, lo que vuestro paisano dice, es verdad; pero como vosotros sabéis que no hay tal viaje, tenéis que suponer, una de dos: o que vuestro paisano ha engañado a la otra persona, haciéndole creer que hizo aquel viaje, o que es otro embustero como él.

Pues si las Sagradas Escrituras no son divinas, y a pesar de eso la religión cristiana es la verdadera, resulta lo siguiente: Que Moisés es vuestro paisano, que el viaje a América son los desatinos de la Biblia, que los detalles y pormenores del viaje son los milagros que él mismo nos cuenta que hizo, y que el individuo que aseguraba ser cierto lo que vuestro paisano decía, es el dios de la Escritura, y la manera como lo aseguraba era dejando a Moisés hacer los milagros. Ahora, a vuestra elección queda el suponer si Moisés había engañado a su dios, o si éste era otro embustero ignorante como Moisés.

Acaso diréis que Moisés no es Jesucristo, y Jesucristo era Dios.

Sentimos quitaros esta última ilusión, porque Jesucristo siempre afirmó que las Escrituras Sagradas eran divinas, y que el Dios de Israel, que era el Dios de Moisés, era el verdadero; y si Jesús hubiese sido Dios, habría empezado por decirnos que Moisés se había equivocado. Jesús no sabía más de lo que sabía Moisés, y creía también que la atmósfera era una bóveda sólida, y que las estrellas eran pequeñas luces que podían caerse sobre la Tierra, según él mismo lo aseguró.

Hay más. El Dios de la Iglesia cristiana es el mismo Dios de Moisés, o sea el Dios de vuestras Sagradas Escrituras; y, según vuestra creencia. Jesús no era hombre sino ese mismo Dios, que tomó forma humana; de suerte que sí la Biblia está escrita por inspiración divina y Jesucristo era Dios, resulta éste responsable de las mentiras de las Escrituras.

¿Luego Jesucristo no puede ser Dios?

Precisamente, Jesucristo, no sólo fue la bondad y la caridad mismas, sino también un hombre de grandísima y clara inteligencia, que en aquellos tiempos bárbaros se elevó a la concepción de la verdadera idea de Dios infinito, diciéndonos que a Dios no se le honra con templos, ni con ayunos, ni con ceremonia alguna, sino que la única manera de adorarle es HACIENDO BUENAS OBRAS.

Jesucristo fue un hombre admirable, a quien todos debemos, no sólo respetar, sino tomar por modelo, porque fue tan perfecto como puede serlo un hombre. Pero no por eso debemos adorarle, porque un hombre no debe adorar a otro.

Jesús no fue crucificado por decir que era Dios. Jesucristo no dijo tal cosa, por más que os aseguren lo contrarío. Jesucristo quiso suprimir los sacerdotes, porque para dirigirse a Dios, ningún hombre necesita de otro, como nadie necesita de otro que coma por él; ni tampoco para elevar el alma a Dios son necesarias reglas, ceremonias y palabras aprendidas de memoria; por eso los sacerdotes Judíos, a quienes semejantes doctrinas iban a arruinar, le hicieron perecer.

¿De suerte que todos esos milagros que nos cuentan no son ciertos?

Los milagros de la religión cristiana no son más ciertos que los de cualquiera religión, porque todas las religiones los tienen por cientos de miles.

Los milagros de Moisés y los profetas judíos, así como los de Jesús y los santos, no han existido más que en la imaginación de los que escribieron la Biblia y las vidas de los santos, así como las aventuras de don Quijote no existieron más que en la imaginación de su autor, Miguel de Cervantes. En otra parte de este libro os damos un ejemplo de cómo se escriben las vidas de los santos.

Entonces, ¿lo que nos dicen nuestros curas del infierno y del purgatorio, no es verdad?

No hay tal infierno ni tal purgatorio.

Entonces, ¿podemos hacer lo que nos dé la gana?

Perfectamente. Pero será bueno que esa gana no sea la de tomar algunas pesetas que encontréis en otro bolsillo que no sea el vuestro, ni hacer que se equivoque el buey de vuestro vecino entrando en vuestra cuadra; porque, si robáis, se os presentarán con toda seguridad dos agentes del diablo, bajo la forma de una pareja de la guardia civil, que meterá no sólo vuestra alma, sino también vuestro cuerpo, en el limbo de la cárcel, y después seréis llevados ante la Santísima Trinidad bajo la forma del juez, el fiscal y el escribano, quienes te arrojarán al infierno del presidio por una docena de años, en donde os atormentarán con una cadena al pie, haciéndoos trabajar desde la mañana hasta la noche.

Ni tampoco os dé la gana de hacer agujeros en el cuerpo de otra persona, ni querer averiguar lo que tiene dentro de la cabeza con un garrote; porque si matáis, no iréis al infierno, sino que os subirán a un tablado, y allí se os aparecerá Satanás en persona bajo la forma de verdugo, el cual os meterá el cuello en el collar de hierro, apretándolo de tal suerte que ya no serviréis más que para que os lleven al cementerio a hacer compañía al que despachasteis para allá.

Que no os dé la gana, en fin, de hacer daño alguno al prójimo, porque sin necesidad de diablo, ni de infierno, ni de purgatorio, os arrepentiréis de ello cuando sea demasiado tarde.

Y tú, si eres mujer, no faltes a la fe que, tu mano en la de él, y de tu propia voluntad a tu esposo prometiste; porque si tal hicieres, no irás después de muerta a ningún infierno, bajo Tierra, ni serás arrojada en un presidio, ni subirás a ningún cadalso; pero sufrirás mil veces más que todas esas penas te harían sufrir, porque todos te despreciarán con razón; porque tus hijos los pedazos de tus entrañas, que quieres más que a ti misma, te maldecirán; porque tus inocentes hijas se avergonzarán de llamarte madre. ¡Cuántas hemos conocido que, sin titubear un momento, se hubieran arrojado en vuestro infierno si con eso hubiesen podido lavar la mancha infamante que con su conducta estamparon en las frentes de sus hijos!

Pasemos ahora a examinar cómo se formaron las Iglesias llamadas cristianas, y en particular la católica apostólica y romana que, como veréis, no tiene ningún parecido con las doctrinas que predicó Jesucristo.